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adolfo castañón
exorcizar el fantasma de esa relación entre el padre y la hija tratando de ob­
jetivarla en una obra de arte. El viejo mago italiano y el padre teósofo de
Elena tienen sin duda ciertas correspondencias.
El poder del amor como fuente de vida y de creación fue descubierto
por Octavio Paz –lector precoz y voraz– desde muy joven. Sus primeros
escritos, reunidos en
Miscelánea I,
dan testimonio del fervor con que leyó
a autores como R. M. Rilke y D. H. Lawrence, que elevarán el amor a una
condición superior, mítica, y que hicieron de éste una suerte de religión pagana,
la religión del amor y de los enamorados
que viven de ritos y ceremonias secre­
tas. Otras lecturas importantes de esos años son los textos de los románticos
alemanes, muy en particular Novalis,
el límpido poeta –niño que hizo de
la experiencia amorosa la piedra de toque y del amor, el alimento de su
imaginación cósmica y visionaria–. El lenguaje del amor sería para Octavio
Paz una clave, una contraseña que lo abriría a lecturas como la del libro de
Denis de Rougemont:
El amor y Occidente
(1938) –traducido por Joaquín y
Ramón Xirau para la editorial Leyenda en los años cuarenta– que le abriría
la puerta de una afilada percepción: la de la pasión amorosa como una reli­
gión secreta y como una iniciación espiritual que podía vincular a los admi­
rados poetas del siglo xix, como Baudelaire y Gérard de Nerval con Dante,
Guido Cavalcanti, los poetas provenzales y, más allá, con la tradición alquí­
mica y esotérica que aspiraba a hacer de
El cuerpo del amor
–para evocar a
su amigo Norman O. Brown– la fragua de la alquimia y el laboratorio de la
transmutación. Paz podía estar atento a estas enseñanzas por el ascendiente
que ejercía sobre él, a través de su hija Elena, su suegro, José Antonio Garro.
En París, años más tarde, a través de André Breton, Georges Bataille, Roger
Caillois, Bona y André Pieyre de Mandiargues, Paz descubriría el erotismo
asiático, la vía y la vida sexual en el Tao de los antiguos sabios chinos y en el
tantrismo, cuya práctica y evocación aflorará en libros como
Conjunciones y
disyunciones, El mono gramático
y
La llama doble.
El ascendiente de Elena Garro sobre Octavio Paz y de él sobre ella no
se ha sabido ponderar en toda su magnitud. Y, sin embargo, esta sagrada
familia, como la ha llamado Emmanuel Carballo, esta pareja maldita, li­
teralmente maldita, de la literatura mexicana, pues en ella se yuxtaponen,
en figura y en presencia, dos obras carismáticas, cabría ser vista como una