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recordando a julio verne
su fama en la vida dependerá del teatro y no de la carrera de Leyes. Confie­
sa, también, en medio de la revolución libertaria de 1848, dominada por
Thiers, que ha podido cumplir uno de sus mayores sueños: ver a Victor
Hugo, escuchar su palabra encendida en defensa de la libertad. Secreta­
mente, en un París, invadido por fiebres escénicas, escribe en 1849 una
obrita de teatro, “El envite”, que logra estrenar sin éxito mientras procu­ra
o aparenta aprender los secretos del Código Penal y del Código Civil. Lee
a Shakespeare y a Racine. Admirador de Victor Hugo, se relaciona con otro
gi­gante literario de su tiempo, Alejandro Dumas, que como dramaturgo
acaba de inaugurar su “Teatro Lírico”, en el que se representarán no sólo sus
obras, sino las de otros muchos.
A Verne le parece un sueño ser invitado por Dumas, sentado en su palco,
al estreno de
Los jóvenes mosqueteros
, una adaptación de la novela que ha
hecho famoso al gran autor. El padre propicia seguramente la que será larga
amistad de su hijo Alejandro Dumas, célebre ya por el éxito de
La dama de
las camelias
, con el joven Julio Verne, cuatro años menor que él. Algunos
críticos han asegurado que Dumas hijo, además de su amistad, tuteló ge­
nerosamente a Julio Verne retocando y haciendo posible el estreno de
Once
días de asedio
, una escenificación con algunas dosis imaginativas. Aunque
aplaudida por sus protectores y amigos, no tiene mayor suerte. Pero con
la ayuda de ambos Dumas extiende sus relaciones y su nombre empieza a
ser conocido y apreciado en los círculos literarios. Sus aficiones musicales,
a la vez, le permitirán frecuentar a dos figuras relevantes de la época, los
compositores Victor Massé y Léo Delibes.
El problema de Julio Verne es cómo quedar bien con sus padres, cuyo
auxilio económico seguirá necesitando. A éstos no les convence lo que su
hijo presenta como triunfos resonantes, si bien les agrada la importancia
de los personajes que brindan su respaldo y afecto a un joven de 22 años.
Al margen de ellos, le reclaman su título de abogado, que Verne obtendrá
de una forma no muy clara, con una tesis pródiga de ligerezas, y les razona
por qué no quiere regresar a Nantes para ejercerlo. Con efusión cariñosa les
dice que prefiere ser un buen escritor que un mal abogado, y les promete
reintegrar algún día el dinero que le cuesta seguir viviendo en París, dinero
que le permite instalarse en un cómodo y céntrico piso. Nadie percibe, sal­