ABUNDAN EN LA LENGUA los cambios fonéticos y gramaticales que se deben a la analogía y no a lo que podría llamarse evolución interna del sistema. El primer día de la semana debería ser *lune (el genitivo de luna en latín es lunae, 'día de la luna'); si decimos lunes se debe a que los nombres de los otros días sí tienen s etimológica (martes, miércoles, jueves, viernes) y, por analogía con ellos, se añadió una s al vocablo: lunes. Las llamadas etimologías populares podrían ser otro buen ejemplo de cambios analógicos: vagamundo por vagabundo, sea por caso.
Estos cambios asistemáticos pueden verse también en el terreno de la semántica o de la significación de las palabras. A varios hispanohablantes mexicanos, de muy diversos niveles socioculturales, pregunté qué significaba para ellos, aplicada al presidente del país, la expresión primer mandatario. En muy diversas formas, todos me dijeron que el presidente era mandatario porque mandaba, porque daba órdenes, y era primer mandatario porque podía mandar a todos los demás.
No veo absolutamente nada de raro en estas explicaciones de los sujetos a quienes hice la pregunta. Por una parte, saben ellos que, en efecto, entre las características presidenciales destaca la de poseer una autoridad que le permite dar órdenes y no recibirlas. Por otra parte, así se use la expresión reiteradamente, sobre todo en los medios de comunicación, nadie se detiene a explicarles que, al menos originariamente, el vocablo mandatario es de naturaleza jurídica o forense y que se relaciona directamente con otra voz de la misma índole, mandato, que está explicada en las acepciones 4 y 5 del DRAE: 'contrato consensual por el que una de las partes confía su representación personal, o la gestión o desempeño de uno o más negocios a la otra, que lo toma a su cargo'; la quinta acepción del mismo vocablo dice: 'encargo o representación que por la elección se confiere a los diputados, concejales, etc.' Así se entiende que la voz mandatario tenga, como única acepción, la de 'personas que, en virtud del contrato consensual llamado mandato, acepta del mandante el representarle personalmente, en la gestión o desempeño de uno o más negocios'. No parece necesario aclarar que en el caso del primer mandatario el mandante es precisamente el pueblo que lo eligió. Alguien me contó que algún político mexicano hacía alusión al rey de España como el primer mandatario de su país. Es evidente que si en México el presidente es, en efecto, mandatario elegido por el pueblo, el monarca español no puede serlo, precisamente porque no se da en su designación el 'contrato consensual' de que habla la definición.
Como se ve, es posible interpretar como un caso de analogía semántica el fenómeno que lleva al hablante mexicano a entender por mandatario el que manda (y no el que acepta un mandato), debido por una parte a la semejanza fonológica y semántica de mandar y mandatario, y, por otra, a la ignorancia del significado técnico del vocablo mandatario.