Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
Minucias del lenguaje - José G. Moreno de Alba, publicadas por el FCE
SON FRECUENTES LAS ALUSIONES al carácter más cortés y comedido del español americano en general y mexicano en particular, cuando se las compara con la modalidad europea. Esto ha sido observado por algunos estudiosos en la entonación misma, que a varios parece, en distintos aspectos, menos áspera que la peninsular: la emisión aquí es menos vigorosa, el tempo más lento, el tono más agudo, etc. Pedro Henríquez Ureña y Ángel Rosenblat pensaban que en estas particularidades suprasegmentales del español del altiplano mexicano podría haber alguna influencia de lenguas amerindias: "la entonación —escribió Henríquez Ureña— en las clases populares (de la zona central de México) es idéntica a la que se emplea al hablar náhuatl".
        Asimismo no falta quien vea un matiz marcadamente afectivo en el uso (y abuso) de los diminutivos en el español mexicano. A mi ver no tiene razón José Ignacio Dávila Garibi cuando da también a ello explicaciones lingüísticas prehispánicas. Todos sabemos que la abundancia de diminutivos se daba desde el latín vulgar y se sigue dando en épocas y lugares determinados. De lo que no cabe duda es de que los mexicanos, en comparación con los hispanohablantes europeos, hacemos uso de mayor número de voces diminutivas: adiosito, coñaquito, quedito, apenitas, Diosito...
        Quizá otra muestra del carácter respetuoso y atento de la variedad mexicana de la lengua española pueda verse en ciertas fórmulas de tratamiento, cuya explicación podría buscarse no sólo en situaciones sociolingüísticas concretas de tiempos pasados, sino también en el ámbito de cierta ritualidad que, hoy como siempre, opera de manera insensible en la comunicación lingüística. Aquí entran expresiones tales como mande (usted) o a sus órdenes, que solemos usar cuando somos requeridos por alguien, independientemente de la diferencia jerárquica (social, económica, de edad, etc.) que se dé entre los interlocutores. Quizá el origen histórico de esas fórmulas haya sido en efecto una relación de sometimiento; habría que investigarlo. Hoy empero deben considerarse, al menos eso creo, como una manifestación más del carácter señaladamente cortés del español mexicano.

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