EN EL AÑO 712 OCURRE la invasión más larga de la historia de España: la de los árabes. No será sino en 1492, con la caída de Granada en manos de los Reyes Católicos, cuando concluya la Reconquista. Se trata, entonces, de casi ocho siglos de dominio.
Es explicable por ello que el elemento árabe sea, después del latino, el más importante del vocabulario español, que le debe no menos de 4000 palabras. La influencia árabe en otros niveles lingüísticos fue casi nula. Prácticamente no tuvo influjo alguno en la fonología y muy poco en la morfología: algún sufijo (como -í en baladí o alfonsí) y la contribución de algún elemento en la lista de preposiciones (hasta).
En el léxico sí fue considerable la presencia árabe en muchas áreas semánticas: la guerra (adalid, atalaya, adarga, tambor...); la agricultura (acequia, aljibe, alcachofa, algodón...); el trabajo (tarea, alfarero...); el tráfico comercial (arancel, tarifa, aduana...); la vivienda (arrabal, aldea, zaguán, alcoba, albañil, alcantarilla...); el vestido (jubón, albornoz, borceguí...); las costumbres jurídicas (alcalde, alguacil, albacea...); las matemáticas (algoritmo, guarismo, cifra...); la alquimia (alambique, redoma, alcohol...).
Hubo también en español adjetivos de origen árabe: mezquino, baladí, baldío, azul, añil, carmesí...; pronombres indefinidos como fulano y mengano; verbos como halagar, acicalar o recamar.
Pasaron también al español algunas interjecciones, entre ellas ojalá, que según el DRAE procede del árabe wa-sha Allah, que significa exactamente 'y quiera Dios'. Véase por tanto la conveniencia de no incurrir en un pleonasmo, muy frecuente sobre todo en el habla popular: "ojalá *Dios quiera". Bastará decir ojalá o bien Dios quiera o quiera Dios.