Refrán tradicional mexicano según el cual las malas costumbres no se quitan, no importa lo que se haga para ello. Se usa en situaciones de una conducta incorrecta para sancionar faltas inveteradas que desaniman los intentos por remediarlas, aún los mejor intencionados. Figurativamente, el refrán combate la suposición de que una burra cargada de santos debe ser una buena burra y, por ende, la convicción popular de que los objetos tenidos por santos en lo religioso producen bondad en quien los porta. Desde el punto de vista sintáctico, tiene elidida la apódosis: el resultado es una hermosa frase sentenciosa.