Refrán que indica que lo que se ha perdido hay que darlo por perdido sin preocuparse por recuperarlo. Rubio circunscribe su uso paremiológico a cuatro situaciones: a guisa de consejo, para instar a no preocuparse de lo que se ha perdido; como alarde de desprendimiento; como forma de conformidad ante lo inevitable; y como broma cuando a alguien se le cae dinero, al recogerlo. El topos cultural que sustenta al refrán se puede formular en el sentido de que no hay que lamentar lo perdido y hay que desechar definitivamente y sin resquemores lo que una vez se ha desechado. La enunciación inacentuada de "caido", sólo afecta a la forma que es la de una aparente tautología; sin embargo, el "caido" del segundo hemistiquio no tiene el mismo valor que el primero: el primer "caido" es, en efecto, descriptivo; el segundo, en cambio, es sentencioso y conminativo. Es, pues, un consejo.