Gentiles Damas,
Señor Presidente de la Academia,
Señores Académicos,
Señores:
Absolutamente ajeno al mundo de los honores, tan apetecido, tan apetecible, mi presencia en el seno de esta Corporación ilustre, testimonia, antes que otra cosa, la generosidad de ustedes. Y no adelantaré palabra sin publicar, desde este sitio, toda mi gratitud.
Cuando yo andaba en mis ocho años mi madre nos leía, a mi hermano Ernesto y a mí, los versos de Juan de Dios Peza y de Rosas Moreno, y los leía considerando palabras y versos en su acción sonora. Desde entonces me quedó, para siempre, no sólo el gusto, sino lo que yo llamo la alegría del idioma. Recuerdo que allá en mi adolescencia, un día en Campeche, oí en la calle la palabra esmaltín. Yo vivía en el barrio de San Román, con baño y puestas de sol gratuitos. Al día siguiente, después de uno de tantos baños, escribí:
Esmaltín en la playa el cangrejo
esparcía su absurdo vigor
Sobre aquella inmensa playa silenciosa,
descansé mi corazón.
A los cuarenta años la euforia poéticoverbal se desbordó así:
Si en el agua la brisa fue sombra,
y la rosa emergente fruición de presencia;
si a la rosa la brisa sombrea
y en agua en la sombra sutiles naufragios ahonda
si en rosas sombrías el agua nocturna suspende su pecho inflamante;
si un alto de sombra detiene a la brisa
y el agua sucumbe al saberlo;
si en el brío rosal de la rosa
—rocía que exclaman vitrinas—
y brisas que llevan oculta su S
la tarde en sus yemas de tacto su forma sorprende;
si el agua davídica escoge una piedra y es honda
y dan salomónicas sombras rosales ausencias,
si este sí que no es sílaba
que es discurso que sigue y persigue y prosigue
se pintara de azul y de rojo,
librarían espejos mis ojos y no dejarían imágenes: todo
reintegrado a la luz primitiva,
porque al agua la brisa en la sombra
fue rosa emergente fruición de presencia.
Y es que yo soy un ser vital, muy a pesar de mis paludismos tabasqueños. Vital por fuera y por dentro. El deporte de la montaña, como expresión corporal y mi fe religiosa, como expresión espiritual. Naturalmente que el mundo es malo; pero es hermoso. Y es malo porque no queremos ser cristianos y el vertiginoso afán de propiedad lo ha echado a perder todo. Y luego la ciencia… ¡qué pavor! Aquí estamos todo a merced de un par de infelices laboratorios. Y que si unos la tienen y otros no. Y que si los dos la tienen. Y los que no la tenemos vivimos en peores condiciones que si la tuviésemos… Así he llegado a la madurez, amenazado constantemente con vísperas horribles pero contento de salir al campo a ser un rato árbol y otro rato nube y también a decirle al tiempo unas cuantas palabras costeñas cuando se me acaba antes de la hora.
¿Y qué he hecho yo con esta vitalidad cuya consecuencia última ha sido la alegría del idioma? Adoro la forma y el color. Por eso la música y la pintura me parecen lo más importante. No me interesa mayormente para lo que sirva una máquina; me importa más por su belleza plástica que por el rendimiento útil que pueda prestar. Unas gentes quieren para; otras queremos por. A Diego Rivera, que es un artista maravilloso, le dediqué un día un poema. Uno de tantos, que es trópico esencial y dice así:
Diego:
Untara sombras nuevas
al trópico monócromo
para sesgar sobre los jades vivos
la aurora negra de las obsidianas.
Brilla la flecha histórica
sobre el ojo sangrante del poema
que ató la ceiba al río
y sube como el agua en una estrella.
Llega un color quemado
hacia el eje del aire horizontal
descifrado de pájaros.
La guanábana llena su sedalín deseado
y cae y quiebra el tráfico a la hormiga
que hace entonces sus Bodas de Canaán.
Una gota que mira y acapara
va al teatro a deslumbrar sobre una hoja.
Está creciendo el jacintal.
Y el pulso late en grillos de quinina
que se telegrafían.
Y las pestañas solicitan
el torso fino, el trino que va al río
y se baña. La tristeza grande
que hamacas frescas mecen
tejadas a la puerta del paisaje.
Y el llano, por la brida. ¡Silencio de tropeles!
Ya en el muro de cal del pueblo lento
la lluvia brinca íes y alza eles
de acuarelada cosa en movimiento.
Es claro, tengo mis vasos de agua llenos de tempestades y cuidado con beber más de uno, porque en ese caso, yo también la tendría.
Hambre y sed: iremos a las líneas
a organizar sonrisas.
Cortaremos la música a las ramas
y la danza cerámica del vaso
será posible, sin beberlo nunca.
Hambre y sed que otras veces
partíais de mis labios,
tú, eros —tú eras—
a asir locomotoras, primaveras,
viajeros en sus púrpuras de mares
y construcción andrógina de acero.
Partíais de mis labios
deletreando el sabor de los deseos
—grupos de aire en el zócalo del tacto—.
Habéis sido señores y piratas,
Xochiquetzal —Perseo—
y el ángel que ata cintas a las cosas,
mejores, todas, siempre.
Hambre; tú estás siempre desnudo,
casi invisible, fuerte, hermoso,
insaciable de ti, como el espejo,
como el espejo, eterno.
Sed: te visto con la onda
de rozadura tal que nadie sabe
si vive en una orilla, en otra orilla,
en el centro concéntrico
o en la flauta escondida y suspendida
que bisela los aires.
Hambre y Sed, compañía
a tanto el día y en la noche nada,
iremos a las líneas a organizar sonrisas.
Decía yo hace un momento que unos queremos para y otros queremos por. Entonces escribí lo que ustedes van a escuchar:
Ociosidad de la paloma blanca
que en ojos de oro ve volar a la otra
negra. Por y Para,
cuyas alas inútiles ladean
el cuerpo de aire en que el agua invisible
cae sin importar qué es o sea.
La paloma que ve volar, prefiere
la quietud —caminante lejanía—
ánimo azul. Las Erres
trabajan en el predio infinitivo.
La paloma que ve volar es tiempo
de itinerario fijo.
En el ocio, la cifra de sus vuelos
suma las divisiones del paisaje.
En su ropa no tiene ya un celaje.
Es el rincón barrido de los cielos.
Limpia y ociosa la cabeza inclina,
¿para dudar de una cierta distancia?
De ella misma se aleja o se avecina
como el viento que ronda una fragancia.
El poema es la estancia
echa a volar ventanas campesinas.
Que en todo esto se mueve el poder mágico de la poesía, indudablemente. Que yo lo he expresado con torpeza, ¡ni hablar! Algo quedó. Pero el átomo poético es tan poderoso, que a veces, en unas cuantas páginas escritas por el genio, llámese Esquilo, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Dostoievski, suele marcar épocas y perfilar naciones.
Gracias a la alegría del idioma, he conseguido algún aliento para cantar las grandes cosas del hombre. De niño, me fue revelado el heroísmo de Cuauhtémoc. De joven, la gloria de Bolívar. Más tarde conocí la intimidad prodigiosa de san Francisco de Asís y de san Juan de la Cruz. La propensión a lo heroico data de mi niñez A los once años escribí los primeros versos y fueron inspirados por el sacrificio de nuestro Libertador don Miguel Hidalgo. Tres años después, descubrí el paisaje y también hice unos versos. Mi geografía corporal está formada por Tabasco, donde nací, y el Valle de México, donde he pasado la mayor parte de mi vida. Tengo así, un pie entre el agua y otro en el aire. La postura no es muy recomendable. Oigamos:
¡Yo que de Tabasco vengo
con nudos de sangre maya,
donde el cacao molido
dio nuevo sentido al agua;
y se ve crecer la yerba
entre plumajes y estatuas;
mueve su pecho la brisa
y de lo inmóvil la garza
vive su esbeltez, su ritmo,
sus invisibles batallas.
Yo que de Tabasco vengo
con ríos en la garganta,
no al collar luceros caen
crecidos de una mirada,
no lunas vistas con ámbares
ni lunas vistas con nada,
es sólo el sol que desguinda
las gigantescas guirnaldas
que entre pájaros y víboras
arriegan flores y danzas.
Agua de Tabasco vengo
y agua de Tabasco voy.
De agua hermosa es mi abolengo.
Y es por eso que aquí estoy
dichoso con lo que tengo.
Tropicalmente, he escrito más de quince poemas, pero el canto a Tabasco que tanto deseo escribir, no he podido hacerlo como tampoco el poema al Valle de México. Y todo por motivos tan vulgares cuanto respetables. O tal vez por falta de gas. Y francamente gestionar una pensión de millonarios norteamericanos, no. Eso no es para mí. Que con su pan se lo coman. Pero también estoy hecho de cosas mediterráneas: lo griego, lo italiano, lo español. Siento tan hondamente en mi sangre el arte antiguo de México, el arte prehispánico, que acabé por hacer un museo espléndido en Tabasco.
Pero he sido infinitamente feliz viajando por Grecia o viviendo en Italia. Lo español es tan entrañable que lo estoy diciendo con toda la lengua. En realidad me siento bien en todas partes. Y eso lo debo a mi catolicismo.
El heroísmo geográfico del planeta me ha hecho vivir horas indescriptibles. El mar es casi el común denominador de todo lo que he compuesto. En mis nueve libros, el mar pespuntea toda la obra. Diciendo bien verdad, yo no soy sino un árbol junto al agua: ceiba en Tabasco, pirú en la Altiplanicie. Pero siempre junto al agua, grande allá, poca aquí. Pero agua siempre.
Fue en Colombia y en la Isla de Curazao donde escribí los primeros versos con acento propio. Campea en ellos una alegría bien humorada. Era yo todavía adolescente. Son dos lindas cosillas que me complazco en recordar ahora, en tan solemne hora:
Iza, un pueblecito de los Andes
Creeríase que la población
después de recorrer el Valle,
perdió la razón
y se trazó una sola calle.
Y así, junto a la cordillera,
se apostó febrilmente como la primavera.
En sus ventas el alcohol
está mezclado con sol.
Sus mujeres y sus flores
hablan el esperanto de los colores,
y el riachuelo que corre como caballo
arrastra las gallinas en febrero y en mayo.
Pasan por la acera,
lo mismo el cura, que la vaca y que la luz postrera.
Como amenaza lluvia,
se ha vuelto morena la tarde que era rubia.
Aquí no suceden cosas
de mayor trascendencia que las rosas.
Parece que la brisa
estrena un perfume y un nuevo giro.
Un cantar me despliega una sonrisa
y me hunde un suspiro.
El otro poemita, el de Curazao, dice así:
Jugaré con las casas de Curazao,
pondré el mar a la izquierda
y haré más puentes movedizos.
¡Lo que diga el poeta!
Estamos en Holanda y en América
y es una isla de juguetería
con decretos de Reina
y ventanas y puertas de alegría.
Con las cuerdas de la lira
y los pañuelos del viaje
haremos velas para los botes
que no van a ninguna parte.
La casa de Gobierno es demasiado pequeña
para una familia holandesa.
Por la tarde vendrá Claude Monet
a comer cosas azules y eléctricas.
Y por esa callejuela sospechosa
haremos pasar la Ronda de Rembrandt.
…¡pásame el puerto de Curazao!
Isla de juguetería
con decretos de Reina
y ventanas y puertas de alegría.
Hermosos días de Colombia y de Venezuela, países que llevo en el corazón, en lo mejor del alma. me duele toda mi América: la amo y la padezco. Que aquí conste mi protesta encendidísima por la situación que hoy prevalece en Santo Domingo y Cuba; en Nicaragua, en el Perú y en Venezuela, donde la traición y la infamia se han llenado de oprobio a sí mismas. ¿Y qué decir de las colonias extranjeras en nuestro continente? Libertad para las Guayanas y Puerto Rico. Que Inglaterra salga de Belice y de Jamaica. Una América libre y decente, sin latifundios ni monopolios norteamericanos, donde el hombre, acrisolado, sin amarguras y sin rencores, ensaye una vida lo menos lejos posible del ideal cristiano y católico. La América de Bolívar y de José Martí, la América del gran Rubén Darío, mi América; que las personas que corren a abrir la boca en la Unión Soviética, ignoran o posponen, en lugar de que todos esos esfuerzos y otros, se junten para la creación de una verdadera conciencia continental nuestra, que diera grave ejemplo al mundo entero. Pero Bolívar está olvidado y sólo les interesan a esos individuos los hombres de la estepa.
Pero pronto vendrán otros días y mi América, la nuestra, será grande y nueva.
He puesto mi corazón y mi actividad al servicio de toda causa noble y justa. Y no creo haberme equivocado. Lo mismo en México que en otras partes. Madrid republicano lo sabe.
Veinte años en el magisterio han consumido lo mejor de mis horas. En buena hora, ya que con el dinero del sufrido pueblo mexicano he corrido más de medio planeta. Así, he dado un poco de lo mucho que recibí.
Hace ya muchos años, en Palestina, escribí un soneto. Nunca esperé nada de él. Pero con el tiempo, resultó ser la puerta de un nuevo libro. Se trata de unas prácticas de vuelo, pero tomando todavía muchas precauciones, es decir, sin arrojo, sin audacia, sin voluntad verdadera de sagrado huracán. Y lo malo es que la vida ya está acabando y yo no doy trazas de ponerme en orden. De este libro que habrá de publicarse pronto son los desahogos que ustedes van a escuchar:
Señor, ¿por qué estoy solo, por qué impides
que me acompañe tu visión serena?
¿Olvidas una tarde nazarena
en que lloré junto a los nomeolvides?
¡Vieras mi corazón! Si lo divides
hay por Ti y para Ti, de sangre llena
la arteria más cordial; tendrías pena
de no llegar… ¿Por qué tus pasos mides?
Cierto, a veces la sangre está enlodada;
pero es cosa de echarle agua salada…
¡El mar que todo asea y todo esconde!
En pleno día corporal te digo,
¡toma mi corazón, Cristo; responde…!
Y a mi primer traición ya estás conmigo.
***
Señor, óyeme, ven, dame la vida,
búscame entre las cosas que se pierden.
Todas mis fuerzas las angustias muerden,
mi sangre se aclaró por tanta herida.
Todo en tu mano tiene alta cabida.
Que los sentidos que me das concuerden
en un solo sentir y así recuerden
tu olvidada belleza escarnecida.
Aunque anochezca esperaré tu paso.
Hay una estrella siempre en el ocaso
que da a la oscuridad un hondo vuelo.
Si andrajoso huracán mi cuerpo viste,
cuando pases oirás que un arroyuelo
te llama alegre entre su canto triste
Rafael
Hundió el Arcángel la brillante mano
en el agua y el pez fue prisionero.
Del hígado fluvial sacó el lucero
que hizo el eclipse de los ojos vano.
Y la sombra cayó del cuerpo anciano
y amontonó su manto pordiosero
al pie el joven cuya voz primero
calló en sus ojos y apretó su mano.
El Arcángel, de pie junto a la puerta,
miraba las miradas y en sus ojos
brincó la luz en peces descubierta.
La noche en cantos familiares vino
cuando el Arcángel, con los dedos rojos,
tomó sus alas y salió al camino.
I
Una vez —en Asís— robé al camino
esa mirada que se va hasta el fondo
del alma, y la soberbia que allí ahondo
arrastré, desangrando mi destino.
Fui roble corporal; cantante encino
y en el ojo el azul lleno y redondo.
Me miré el corazón: ya estaba hondo;
y al vaciarlo de inercia fui divino.
¡Con qué alegría la humildad fue bella!
Cristo: vuélveme a dar esa mirada
que barrió de mi ser lo que descuella.
La soberbia animal vuelva a su lodo
para que mi humildad, siempre habitada,
nada me dé porque lo tengas todo.
XI
Ciego, sordo, sin dedos, insaboro,
sin el acento que tu nombre dijo,
atesorado por un rayo fijo
que hace cumplir mi ser poro por poro;
águila con león, ángel y toro,
la Altísima Paloma, Padre, Hijo.
Lo Total concretado y tan prolijo,
cruzó mi cuerpo con fragor meteoro.
La esfera de mi fe rueda a tu planta,
segura en su unidad única y tanta.
Con la luz inocente del diamante,
—impacto de tus ojos en la hondura—,
creo en Ti. Silencioso y centelleante,
cierro la noche para hacer altura.
El arte poético actual, si así puede llamársele, es la negación de toda belleza formal. Los poetas, aquí y allá, se han echado en brazos de un pretendido y falso verso libre que no es sino una prosa de medio uso y de medio pelo. El tema obligado es el anecdotario político-social más saliente de nuestros días, con todo lo que suele tener de odio y de virulencia malsana. Se llaman escritores progresistas y en general, artistas progresistas. Progresistas por imbecilidad, pues ¿de dónde han sacado que el arte es susceptible de progreso? El arte, de acuerdo con los tiempos, es sólo diferente. Desde hace treinta mil años, más o menos, en la época feliz en que todo era de todos, ¡oh, Cervantes, divino e inmortal!, la Humanidad alcanzó la madurez estética por lo que se refiere a la pintura, y no la ha sobrepasado. Después, maduró la arquitectura en Egipto y en lo que hoy llamamos América, y también la escultura. Grecia, inventa o establece, para siempre, los géneros literarios. La música es, por excelencia, perfecto fruto y arte cristianos. Solamente la ciencia continúa su proceso natural evolutivo, facilitando el trabajo y la traslación y multiplicando diabólicamente la capacidad de destrucción y de odio. ¡La pobre ciencia!
Sólo el arte goza de una especie de modesta eternidad. Es lo único que queda en pie, después de desaparecida históricamente una cultura. Pero el arte, en libertad. No por consigna. Y por excelencia, el arte religioso de todos los tiempos, el verdadero arte. Un partido político, con el que tengo algunas afinidades, pretende estúpidamente que sus artistas afiliados hagan arte para las masas, como si el arte no fuera para todo el mundo. Y le llama arte formal a aquella manifestación artística que expresa refinamientos de oficio, y les exige a esos artistas que no sean refinados, que no hagan las cosas lo mejor que puedan, sino informalmente, es decir, arte, como si dijéramos para analfabetos, para ignorantes, para pobres diablos. Sencillamente un arte jerarquizado hacia abajo. En el colmo de la contradicción, por una parte se desea y lo deseamos muchos afortunada y ardientemente, que no haya hambre ni miseria, que haya, ojalá, una sociedad sin clases, es decir, un mundo cristiano, y por otro lado, se exige en lugar de un arte esplendoroso, un arte sin arte, amorfo y harapiento. Afortunadamente el partido comunista francés, desde hace más de tres años, ha reaccionado en forma contraria respecto de esta cuestión.
La alegría del idioma ha hecho de mí un poeta que ama su oficio, su arte, la suntuosidad, porque en mi sangre hay noches mayas y días mediterráneos. Pero me estoy refiriendo a esa pobre cosa que es el ingenio humano, tan fascinante y tan necesaria en apariencia. Hay algo superior al arte, y es la bondad. Toda la literatura del mundo, pasada, presente y futura, no es y será sino un gentil divertimiento, al lado del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Y la mayor suma de belleza imaginable está contenida también en Él. El cielo y la tierra pasarán, pero sus palabras no pasarán. Y veo que pocos momentos he acertado en mi obra poética. Yo, que soy un violento, no he sido en suma sino uno de tantos cobardes. Lástima de alegría del idioma, tan torpemente empleada. Es apenas ahora, a la entrada del otoño, todavía con las últimas rosas en las manos, cuando yo quisiera vivir con la alegría portentosa de la conciencia de lo eterno. Yo daría toda una vida rica de miseria por un solo día de luminosa plenitud.
Hay algo en mí que surgirá y revivirá
la primavera sin sus veleidades.
Un día de animadas soledades
encarnará la rosa indicativa.
Me faltará en la boca la saliva;
tan lejos sentiré mis tempestades
que apenas luminosas oquedades
cerrarán sin ruidosa comitiva.
Entre rumores y amistad campea
mi esperanza. Un volcán sus líneas sube
y el valle con la tarde se ladea.
¿Vendrás, oh primavera, la Esperada?
Y al cuello del volcán, plácida nube
divide en dos la roca apasionada.
Señores Académicos:
Llego esta noche ante ustedes, noche inolvidable, en la forma menos académica posible: discurriendo sobre mí y sobre algo de lo poco que he podido hacer con menos defectos. Me asombra y me conmueve saber que desde hoy, si ustedes no se arrepienten, tendré el honor de compartir con ustedes el prestigio de esta nobilísima institución. Que la alegría del idioma —ya que no la corrección—, que guardo desde mi infancia, me dé la voz suficiente para defender en todo momento la libertad humana y en todas partes para alabar a Dios.
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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