Me han precedido en esta Mesa Número XIII de la Academia Mexicana, hombres en verdad ilustres. Entre ellos, don Enrique González Martínez, gran poeta hacia quien he sentido siempre admiración y simpatía, y, naturalmente, don Martín Luis Guzmán cuyo elogio haré en el día de hoy con auténtico gusto. “Elogio”, este género del Renacimiento que tiende hoy en día y por desgracia, a desaparecer.
En su discurso de ingreso a esta Academia, Martín Luis Guzmán quiso hacer “un esquema de sí mismo”. Logró -todos lo sabrán si leen el discurso- algo más que un esquema. Supo afirmarse, como decía en cierto momento uno de nuestros grandes pensadores, como “un hombre de carne y hueso”, como “nada menos que todo un hombre”.
Martín Luis Guzmán fue autor de crónicas y novelas o, mejor dicho, de novelas que también son crónicas. Dos libros suyos son excepcionales: El águila y la serpiente, periplo preciso que va del exilio a la Revolución en tierras del Norte, y La sombra del caudillo, dolorosamente exacto. No olvido Memorias de Pancho Villa, excedido en páginas y con todo apasionante. "Estas novelas-crónicas no deben tal vez compararse, como se ha hecho, con las obras de los muralistas mexicanos. Ciertamente unas y otras tienen que ver a veces con la épica. Pero hay dos motivos por los cuales la comparación resulta inexacta. En primer lugar no hay en las novelas de Martín Luis Guzmán asomos de propaganda como la hay en buena parte de la obra de Diego Rivera y de Alfaro Siqueiros. Además, y éste es el segundo motivo, no es probable que el lenguaje de un lenguaje sea “traducible”, por así decirlo, a otro lenguaje. Escribir no es pintar y no es, por “plásticas” que parezcan las páginas escritas, un arte plástico.
Otros libros memorables de Martín Luis Guzmán: Filadelfia, paraíso de conspiradores; Javier Mina, héroe de España y México, y tal vez sobre todo, sé que es un juicio subjetivo, las Muertes históricas, la de Porfirio Díaz, la de Venustiano Carranza. Escritor y político, también cultivó Martín Luis Guzmán este género que llamamos periodismo. Palabra ésta que significa, bien lo ha aclarado uno de los miembros de esta Academia, “camino que circunda y rodea”: de peri (alrededor) y hodos, “camino” y “viaje”. Y es verdad, Martín Luis Guzmán fue hombre de grandes viajes tanto físicos como mentales o espirituales: México, Nueva York, norte de México, España y otra vez México, por citar solamente sus periplos principales.
El novelista -cronista ejerció el periodismo en su muy primera adolescencia -lo cuenta precisamente en su discurso de ingreso a la Academia-. Lo ejercería más tarde en España -fue director gerente de los dos diarios más importantes de aquel país que en buena medida fue también su país. Me refiero al Sol ya La voz.
Martín Luis Guzmán vivió unos doce años en España, donde se publicó una parte importante de su obra. Habría de regresar a México en 1936, donde reunió a escritores españoles exilados junto a mexicanos en la revista Tiempo. Fue en España, amigo de don Alfonso Reyes, de don Enrique Díez-Canedo y, en realidad, de toda una generación de escritores españoles sin olvidar a don Manuel Azaña, también espléndido escritor, de quien fue secretario particular.
Otro asunto importante. Desde 1911, perteneció Martín Luis Guzmán a la generación del Ateneo de la juventud con Reyes, Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso José Vasconcelos, y tantos más. Y, en un breve estudio sobre Alfonso Reyes, decía Guzmán que Reyes mostraba una “absorción completa de su ser en su obra”. Y añadía que don Alfonso era “de una honradez... que lo llevaba a hacerse un maestro de su arte”. Todo esto es cierto. Lo es también del propio Martín Luis Guzmán.
Las novelas de Martín Luis Guzmán son lo mejor que se ha escrito sobre la Revolución Mexicana. El novelista y cronista narra lo que vivió, principalmente con los ejércitos del Norte, sin permitir nunca, aun cuando es el mismo personaje de varias de sus obras, que su vida aparezca en exceso. Económico en el lenguaje, preciso y exacto sin nunca se frío maestro en el manejo de los diálogos, Martín Luis Guzmán fue, sin duda, maestro de su arte, no solamente de México sino de la lengua castellana en una época en la cual en ella se producían grandes escritores, en Hispanoamérica, en México, en España. No quiero dejarme algo en el tintero. Las novelas pueden ser dramáticas y trágicas también tienen que ser amenas, interesantes, vivas. Lo son siempre las que escribió Martín Luis Guzmán como lo fue toda su obra.
Paso ahora a lo que he querido decirles hoy en este 25 de octubre, y en esta lengua castellana que espero no repletas de catalanismos, los catalanismos que podrían provenir de mi lenguaje poético.
Mi tema, el de la Presencia, el del “sentido de la presencia” por decirlo con el título de mi primer libro en prosa, o si se quiere, el de la presencia de lo sagrado en las letras y, principalmente, en la poesía, y en algunas filosofías, las que culminan en una visión del mundo, es decir, las que tienen que ver con la metafísica. En efecto, mi terna que espero se vaya precisando cada vez más a lo largo de este discurso, es el de la presencia.
Pertenezco y quiero pertenecer a lo que llamo el arco mediterráneo, el que va de la Toscana a esta tierra muy de trovadores que llamamos Provenza, hasta alcanzar tierras catalana y valenciana. Hay que recordar que los poetas clásicos de la lengua catalana son mallorquines y principalmente valencianos. Me refiero a la familia March y, ante todo, a Auziàs March y a Jordi de Sant Jordi y a Gilabert de Proixita, todos ellos claramente renacentistas muy a principios de siglo XV. Después de 1939 se me extendió este arco a otro horizonte, el de México, el de la meseta, el de los lagos, sin duda. También el de las costas, especialmente las veracruzanas donde solían ir los exiliados españoles, los del “éxodo y el llanto”, como decía León Felipe, los “transterrados” o transplantados como habría de decir José Gaos.
Barcelona. La casa-paterna, la de Joaquín Xirau, mi padre, donde había una gran biblioteca, a la cual acudían con frecuencia los discípulos como lo harían después en México. En aquella biblioteca, oí hablar de algo extraño que se llamaba “filosofía”. No me enteré de nada en años infantiles. Pero, ¿puede entenderse algo en los dominios de la filosofía? Quede en pregunta la pregunta.
Biblioteca, libros revistas, principalmente Mirador donde descubrí algo de lo que eran las nuevas generaciones de poetas catalanes, la de los que escribían en los años 30. También Minautaure, la hermosa revista de los surrealistas que veía pero no leía ni me importaban mucho los textos que en ella aparecían. Es probable que mi interés por los pintores surrealistas proviniera de haber visto, desde muy joven, obras de Salvador Dalí. Fue después la guerra de España que nos marcaría a todos para siempre. Desde fines de 1938 viví en Francia, mis padres salieron de Cataluña en una ambulancia con don Antonio Machado y su madre, a quienes dejaron en Collioure donde tan pronto moriría el poeta. ¿Vivir en Francia? Más bien en Provenza o en lo que los franceses llaman el Languedos, cuya lengua había sido bautizada por Dante como “lingua d´ ocha”.
Mis poetas entre los 13 y los 15 años: Alcover, el poeta de Mallorca, Joan Maragall cuya obra me ha acompañado siempre en el curso de los años, la de Josep Carnar que sería mi maestro en “Mascarones”, la de Antonio Machado, Rafael Alberti, el de Marinero en tierra, y claro, Federico García Lorca cuya muerte nos fue tristemente anunciada en Figueras por mi padre. Algo más tarde, poetas más complejos entre ellos Jorge Guillén y, en letras francesas, Rimbaud, Verlaine (a Mallarmé habría de “descubrirlo” después, si es que aquí puede hablarse de descubrimiento). Muy pronto pude leer algunos poemas de poetas de México e Hispanoamérica gracias a la Antología de la poesía española e Hispanoamérica(1882-1932) de Federico de Onís publicada en 1924 en Madrid. Leí en ella algo de González Martínez, Villaurrutia y José Gorostiza. A Octavio Paz lo leería más tarde, ya en México. He frecuentado la obra de Paz, sobre la cual escribí el primer libro que acerca de él he escrito: Octavio Paz, el sentido de la palabra(1970).
Los poetas y los filósofos. La filosofía mal oída en la niñez -cosa que no deja de ser natural- fue después estudiada en “Mascarones”, en aquella Facultad de Filosofía y Letras donde aprendí no poco de don Antonio Caso, José Gaos, García Bacca, Samuel Ramos, García Maynes y, claro, Joaquín Xirau. Filosofía oída en clase y practicada en clase y casa donde el maestro y los discípulos nos reuníamos semanalmente. De manera más familiar, quiero recordarlo, donde leíamos día a día los Evangelios -¡cuán especialmente en Semana Santa- y capítulos del Quijote.
“Filosofía y poesía” -así titulé un seminario iniciado en la Facultad de Filosofía y Letras a finales de los años 60. Bien lo sabemos, poesía y filosofía no son la misma cosa. Digámoslo rápidamente y de manera demasiado simplista, bien lo sé: la poesía intuitiva, ve, descubre, encuentra sin argüir. También pude ver la filosofía, pero su lenguaje es el de la argumentación y, siempre que esto sea posible, de la prueba. La relación entre ambas, ya lo he insinuado, se encuentra en la zona de las concepciones del mundo, lo que se ‘ha llamado, desde el siglo II de nuestra era, metafísica. Poesía y filosofía se acercan, lo cual es clarísimo en el caso de Platón, este gran poeta anti-poeta o, por citar a dos contemporáneos, los casos de Henri Bergson, mucho más actual de lo que se piensa a veces, y naturalmente el de Martín Heidegger en la que suele llamarse su “segunda época”, cuando cobran especial peso los comentarios sobre los poetas y, por decirlo con él, los análisis acerca de la “esencia de la poesía”.
Poesía. Filosofía. Empezaré con algunos filósofos que han estado conmigo a lo largo de los años.
Sea Descartes. Desde la primera parte del Discurso del método, Descartes escribía: “Mucho estimaba la elocuencia y estaba enamorado de la poesía”. Así lo decía, lo sentía y vivía Descartes. De verdad estaba Descartes enamorado de la poesía. El filósofo de la razón, de la exactitud matemática, de las ideas claras y distintas, es decir, evidentes, es el mismo que en 1619, en la ciudad de Ulm donde meditaba acerca de su método, sueña en la “poesía y la sabiduría reunidas juntas”’ y dice con sencillez que las frases de los poetas “son más graves, más sensatas y están mejor expresadas que las que se encuentran en los escritos de los filósofos”. ¿Contradictorio Descartes? No es de creerse. Descartes, el que inicia suDiscurso diciendo que “la razón, es la cosa mejor distribuida del mundo” es también el Descartes que interpreta sus propios sueños con lo que él llama “visión”, y lo que llama “entusiasmo”.
Descartes sabía muy bien que al escribir un ballet para la reina Cristina de Suecia en celebración de la paz de Westfalia, no estaba filosofando. Con todo, en lo profundo de su conciencia, Descartes filósofo era también, deseadamente, poeta, aunque lo fuera en sueño.
La poesía puede y frecuentemente es deseo de altura. También al ascenso aspira frecuentemente la filosofía. Sea ahora Platón.
Todos tenemos en mente la “Alegoría de la caverna”. Dice Platón: que hay que “imaginar” una “caverna subterránea” con “una y entrada”. En el fondo de la caverna están los hombres “atados de los pies y el cuello, de tal manera que hayan de permanecer en la misma posición y mirando tan sólo hacia adelante”. Estos hombres creen que “lo, único verdadero son las sombras” pero no pueden “recordar...” “su estado natural”. Uno de ellos, se trata en efecto de Sócrates, rompe las cadenas y no sin dolor camina hacia la entrada de la caverna. Cuando ve el “Centelleo de la luz” queda “deslumbrado”. Una vez acostumbrado, verá la luz que el Sol, es decir, el Bien, proyecta. Si así sucede, distinguirá las “sombras” de los “objetos verdaderos”. Verá la verdad del Sol “tal cual es” y la conocerá ausentándose del mundo para volver a este mundo de sombras. En efecto, Sócrates se “compadece” de los que viven en la oscuridad falaz y viene a decirles, con peligro de su vida, que aquello que ven es engaño y falsedad.
Ya en su vejez, Platón criticó su propio pensamiento -acto heroico que no se encuentra en ningún otro filósofo-. El diálogo Parménides que tanta influencia tuvo en los neoplatónicos de Alejandría, es al decir de Diès, una “cascada de argumentos”. La cascada culmina en la “participación de lo divino”, como se dice en el Filebo. La escala y subida de Platón se repetirá en Plotino y, en general, en el pensamiento místico, y filosófico. ¿No son las filosofías de Descartes, Spinoza, Hegel, por solamente recordar tres casos, tentativas de ascenso, intentos por conocer la presencia de lo sagrado y dar así sentido al mundo, al universo en que vivimos, a la vida misma?
(El templo es presencia sagrada como pueden y serlo, el árbol y la casa los ejes del mundo. Pueden serlo también pueblos, ciudades y pueden serlo esta hoja verde, esta nube clara tan precisas, y al mismo tiempo misteriosas. Así en una tarde de otoño cuando la neblina se levanta del las aguas. Aquí, en Venecia, en la presencia del silencio.
Y ahora las aguas verdes y azuladas de la tarde, las lanchas mariposa en vuelo por el lago. El aire es suave como lo es el lenguaje de estas muchachas cerca del lago. Nuevamente, presencia del silencio.)
Regreso a los poetas, en la cronología aproximada de mis lecturas, no del tiempo objetivo si es que existe un tiempo objetivo.
Sea Joan Maragall (1860-1911), gran poeta, buen, ensayista en castellano. Maragall, el traductor a su lengua natal de poemas de Goethe, del Enrique de Ofterdingen de Novalis y de algunos textos de Nietzsche. Su poesía es clara y, por serlo, en su sencillez, es difícilmente traducible. Son memorables las “vistas al mar”, sus odas a Barcelona y a España, su canto a la Virgen del Valle de Nuria. Pero lo verdaderamente memorable es el Cántico espiritual que empiezas diciendo:
Y termina diciendo:
La poética de Maragall se encuentra en sus tres elogios; el de la Poesía, el de la Palabra, el del Pueblo.
Escribía Maragall: "Lo que podemos hacer todos es ponernos con humildad ante la realidad de la vida; no nos empeñemos en decir algo cuando no tenemos nada que decir y cuando sintamos algo que nos fuerza a hablar hablemos sinceramente, y digamos sencillamente nuestra impresión como el niño que al ver por primera vez una cosa bella la señala y la nombra sencillamente".
Maragall cree que el poeta y el pueblo viven cerca del “ritmo del universo”. La palabra poética de Joan Maragall es la que él mismo llamó “palabra viva”. Decir en el silencio y en la palabra la presencia del mundo y la presencia de Dios en este y otros mundos.
Antonio Machado, cuya propia “palabra viva” lo acerca a la hondura sencilla de Maragall, es, como muchos escritores de su generación, un escritor no castellano que descubre Castilla, tan presente en su obra como puede estarlo su Andalucía, su Sevilla; Machado es también el poeta que alguna vez escribe a lo divino. Así, en el poema cuarenta y cuatro de Proverbios y cantares.
Con más hondura, Machado termina uno de sus más precisos y emocionados poemas -el dedicado a don Francisco Giner de los Ríos que acababa de morir- con estos versos:
También Machado veía la presencia del misterio, en esta tierra, toda ella presencia.
Muy cercano a nosotros, maestro, amigo, todo él vida, afecto, sonrisa. Alfonso Reyes, don Alfonso Reyes. Quiero recordarlo, espléndido poeta como fue, en un breve poema, El pan en la servilleta, poema con el cual he convivido con frecuencia. Decía Reyes:
¿Ironía? Más bien gozo ante lo misterioso cotidiano en esta oración que a lo cotidiano remite.
En Reyes también estaba la presencia y deseo de altura cuando en Ifigenia cruel decía pensando en los griegos:
“Maravilla del mundo”, como decía Fray Luis de Granada, en la emoción viva, en este pensar de Alfonso Reyes que es el “reunir”, el “escoger”.
Sabemos que Sor Juana no es una Hildegarda de Bingen o una Teresa de Jesús. Sor Juana no fue mística. Fue mujer de inteligencia e intelecto, aunque también conviven en sus poemas ironía, afecto, alegría, canto.
Hay que leer y releer el Primero sueño, o cosa que aquí hago no sin traer “agua a mi molino”. Ciertamente, en este “pañelillo” que llaman Sueño, se describe el fracaso de la intuición que todo quiere abarcarlo con soberbia. El hombre, un verdadero microcosmos, un pequeño mundo, es en “Sor Juana “compendio absoluto”, de “águila”, “planta”, “bruto”...
¿A qué aspiraba Sor Juana? Decía:
Amor, afecto, fe, gracia, en los dos sentidos de la palabra “gracia”, aparecen con frecuencia en sus poemas breves.
Predomina en la Sor Juana del Sueño, el método, no como se ha pensado a veces el de Descartes sino el de Tomás de Aquino y, más lejanamente, de Aristóteles.
Sor Juana sabe que debe rechazar el “insolente exceso”. “Exceso” porque se pretende, vanidad de vanidades, abarcar el Todo, “insolencia” o “la soberbia” que esta vanidad lleva consigo.
La dialéctica del Primero sueño, oscila entre un imposible conocimiento absoluto y una razón razonable, la de la escolástica presente en la obra de Sor Juana.
Llegamos al final del poema. El alma despierta y, después de los intentos por ascender hacia la divinidad, falaces en un caso verdadero la segunda vez, Sor Juana ve el mundo ofrecido, luminoso. Es, sin duda, el mundo de la luz, el que cierra o mejor, abre, el final del Sueño cuando están
Esta mujer que busca el conocimiento, lo encuentra en la lucidez, en la presencia de un mundo radiante, claro, luminoso y preciso.
Dos palabras se han ido filtrando a lo largo de lo aquí dicho y descrito: las palabras “sacralidad” y “presencia”. ¿A qué remiten estas dos palabras?
Nuestro estar en el mundo, nuestro vivirlo y habitarlo está dicho en un verso de Jorge Guillén que he hecho totalmente mío.
Escribía Guillén en el primer Cántico:
Soy más, esto, respiro.
Es este estar en el mundo el que nos permite precisamente respirar, es decir, vivir. No es otro el sentido de la presencia. En efecto, ya lo veía San Agustín en el libro XI de las Confesiones: el pasado, el futuro, el presente, no existen, y si vemos que somos tiempo y el tiempo no existe, tampoco nosotros existimos. Pero nuestro tiempo, el de la vida verdadera, es el de la presencia. Tiempo continuadamente nuestro, en nuestra estancia en el mundo, la presencia es constantemente un ahora, atento al mundo, atento a los demás, atento al Otro, a los dioses, a la divinidad. Baste ahora un ejemplo que puede ser una ayuda sin acabar de ser una explicación. Imaginemos un barco; si lo vemos pasar desde fuera el barco es pura movilidad pero, si lo vivimos navegadamente desde dentro, el barco es continuidad y es presencia.
Presencia de ánimo, presencia de vida y tal vez “mayor nacimiento” como decía Maragall. Así estar en presencia es respirar y, también, sobre todo, aspirar en este mundo y más allá de este mundo, a una experiencia sagrada. La que hemos observado en Descartes, en Platón, en Maragall, en Machado, o en Alfonso Reyes, en Sor Juana. Experiencia que encontraríamos principalmente en los grandes místicos, San Bernardo, el Maestro Eckhart, San Juan, Santa Teresa. Todos en la presencia que es navegación hacia lo real eterno.
Así lo veía este poeta filósofo que fue Dante Alighieri, “¡Oh! como es corto el decir”, escribía al final delParadiso. Y es que lo esencial, el fundamento de mundo y vida, es visible pero nunca del todo decible. Y seguía diciendo Dante que, ante el misterio, “le faltan fuerzas a la fantasía”. Aparecen tres círculos y de tres colores en el misterio de los misterios, el de la Trinidad.
Traduzco con González Ruiz.
Termino, no sin antes decir, a todos mis amigos y colegas que han venido a acompañarme, gracias, muchas gracias.
[1] Dante Alighieri, Obras completas, versión castellana de Nicolás González Ruiz sobre la interpretación literal de Giovanni M. Bertini, Madrid, 1965.
Recibimos hoy, en esta docta corporación, a uno de los escritores que con similar acierto han prodigado su pluma en varios campos de la letra escrita; Ramón Xirau incursiona lo mismo en la poesía que en la abstracción filosófica o en la crítica literaria, y en tan diversos géneros suele demostrar que la inteligencia se aviene con la apreciación estética y que el conocimiento no riñe con la imaginación. Si a su prosa la rigen el rigor y la búsqueda de la verdad, en su poesía destellan la luz, la noche, el amor, el sueño del sueño, el mar, los naranjos:
En la noche de tus ojos
ascendían las barcas;
el naranjo colgaba, cielo adentro,
olas doradas de la tarde.
El poeta, el filósofo y el crítico se funden en el hombre de letras, en el intelectual que da fe de su persona mediante la interpretación del espacio y el tiempo en que su vida alienta la esperanza. “Frente a este mundo -a partir de este mundo al cual estamos vinculados- queda la esperanza de que sepamos volver a nosotros mismos”. De ahí que al abordar la esencia del alma, que es el principio de la naturaleza humana y por la cual somos lo que somos, Xirau se interna a profundidad tanto en eso que somos como en lo que nuestros sentidos enfrentan cotidianamente;
Tal parece que triunfara la intención de Leibniz cuando indicó que el conocimiento del ser queda comprendido en el autoconocimiento. Es decir, que la sabiduría y la experiencia artística, el razonamiento y la contemplación de la belleza -formas complementarias en cuanto nos asomamos al espejo de la realidad- ayudan con mucho a conocer y a conocernos. Y si la filosofía aconseja a Ramón Xirau que “conocer es, al mismo, tiempo, percibir, sentir, nacer en el mundo”, la poesía le advierte, por arte de magia, que su imperio se cimienta en penetrar el asombro de lo sagrado. Es algo así como el pez que en las olas se diluye y, al hacerlo, configura el grito que de pronto desordena la oscuridad.
El nuevo académico es -nos lo acaba de decir- catalán nacido en Barcelona, hijo de Joaquín Xirau, quien muy tempranamente adoptó la filosofía como el único oficio capaz de soportar. Cuando la rebelión fascista obligó a su familia a salir de Cataluña, fueron a la Gran Bretaña y a Francia, y luego, en agosto de 1939, vinieron a nuestro país. Desde entonces Ramón Xirau permanece entre nosotros y, sin perder de vista que el lugar de origen es la arcilla que nos moldea, se ha convertido en un mexicano que no sólo ama esta tierra sino que sabe honrarla con su pasión por la cultura.
Basta con recordar algunos títulos de sus trabajos:
Sentido de la presencia, Palabra y Silencio, Mito y Poesía, Poesía y conocimiento, Dos poetas y lo sagrado, Poetas de México y España,Genio y figura de Sor Juana Inés de la Cruz, Octavio Paz: el sentido de la palabra, Poesía Iberoamericana contemporánea, Las playas, Dicho y escrito y Pájaros.
Paralelamente a su tarea de escritor, Ramón Xirau fue subdirector del Centro Mexicano de Escritores, fundó la revista Diálogos del Colegio de México y es doctor Honoris causa por la Universidad de las Américas y por la Universidad Autónoma de Barcelona. Actualmente es investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de México, profesor de la Facultad de Filosofía de la misma casa de estudios y miembro del Colegio Nacional. Ha recibido los premios Elías Sourasky, Universidad Nacional y Alfonso Reyes.
En el texto que acaba de leer, enriquecido con recuerdos personales y confesiones literarias, Xirau refleja un propósito afín a la peculiar manera con que discurre sobre los temas elegidos. Le importa descubrir la presencia de lo sagrado en las actividades del espíritu, particularmente en la poesía. No lo sagrado como suplantación de la divinidad sino como el hálito incorruptible del creyente, puesto en armonía con la facultad de discernir. Los juicios de Platón, Plotino, San Agustín, Descartes, Spinoza, Hegel, Bergson, Maritain, Heidegger, acerca de la poesía -tan ajena y a la vez tan íntima de los filósofos- aluden a vasos comunicantes entre el pensamiento filosófico y la conciencia religiosa. Ambas, filosofía y religión enlazadas, prestan sentido al mundo y pueden conducir a la creación poética.
Si la filosofía es deseo de conocimiento, la poesía es ansia de ascensión, y una y otra se conciertan en la conciencia humana. Expresado con otras palabras: la poesía nos conduce a la revelación; el pensamiento filosófico se dirige al Ser. Pero, parece decir Xirau, en ocasiones acceden a juntarse en tranquila convivencia, en instante de silencio y reposo, y se transforman en
A pesar de esa probable unión, la poesía y la filosofía y no confunden sus funciones. La poesía es intuitiva: ve, descubre, encuentra. La filosofía también puede ver, pero su lenguaje es el de la argumentación, y si es posible, el de la comprobación de lo que afirma. Son dos vertientes por donde fluye la unidad de la condición humana. Sobre ellas se agitan las alas misteriosas de lo místico, de “lo mostrable no demostrable”. Por eso, animado por su seguridad en lo trascendente, Xirau canta lo que desde un principio ha denominado el “sentido de la presencia”, aquello que torna al hombre en algo más que su paso por el tiempo: “En la presencia, que es navegación hacia lo eterno.” Alguna vez, en sílabas medidas, escribió:
Por lo antes dicho -lo cual es sólo un rápido reconocimiento de las cualidades intelectuales de Ramón Xirau- sea bienvenido a esta casa en cuyo recinto conviven quienes creen, más allá de cualquier contingencia, en la virtud de la palabra.
Donceles #66,
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Ciudad de México,
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