Jueves, 12 de mayo de 2016

Ceremonia de ingreso de doña Sara Poot

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Discurso de ingreso:
Discurso de ingreso oficial a la Academia Mexicana de la Lengua

  • Discurso de ingreso oficial a la Academia Mexicana de la Lengua

    En primer lugar, expreso mi agradecimiento a quienes hicieron posible mi ingreso a esta Academia: 1) por la nominación [doña Margo Glantz, don Fernando Serrano Migallón, don Javier Garciadiego]; 2) por la aceptación [a los señores académicos]. Igualmente, agradezco a todos ustedes que me acompañan esta noche.

    Ser correspondiente por Yucatán en la Academia Mexicana de la Lengua y hablar en la Universidad del Claustro de Sor Juana (mi gratitud por la generosidad de su rectora, a quien me presentó Elena Urrutia, y por la de la universidad en su conjunto) me lleva a comenzar estas líneas haciendo una relación entre Sor Juana y Yucatán, hermana república de las letras. Hecha esta relación –del siglo XX al XVII–, vuelvo a la clausura de la monja novohispana para señalar algunos de sus momentos en San Jerónimo, y antes y después de este convento. De ahí se desprende la necesidad y el interés por un magno proyecto de investigación de un capítulo inconcluso de la historia de México. Una biografía familiar, cortesana, monacal, literaria, cultural: una biografía integral y de época de la monja, escritora, humanista, política, economista, pensadora, intelectual, en una misma persona inmortalizada como Sor Juana Inés de la Cruz.

    Comencemos, pues, a verla desde una de las orillas geográficas de México. El camino lo marca sobre todo el rastro de un documento, la pista de un posible hallazgo.

    SOR JUANA Y EL “LEJANO YUCATÁN”

    ¿Existen estas relaciones? Sí, claro. Veamos cuáles son para después revisitar este ex templo religioso y por siempre templo de creación de la autora de El Divino Narciso.

    Nacido en Mérida, Yucatán, y académico de número de 1962 a 1971 (cuarto en ocupar la silla X, antes de Artemio de Valle Arizpe, Victoriano Salado Álvarez, José María Roa Bárcena y José Martínez de Sotomayor, y a partir de 1983 de José Pascual Buxó, distinguido sorjuanista), desde 1928 Ermilo Abreu Gómez leyó a Sor Juana y a los poetas de su tiempo, a los lectores de su época y las siguientes, repasó su vida, anotó su obra, la circuló entre sus contemporáneos, se interesó por las investigaciones de Dorothy Schons, antecesora de Georgina Sabat de Rivers. De Abreu Gómez dijo Octavio Paz: “Le debemos no sólo las primeras ediciones críticas sino dos investigaciones fundamentales: Iconografía de Sor Juana Inés de la Cruz y Sor Juana Inés de la Cruz. Bibliografía y biblioteca”. Recuerda Paz, “se ha dicho que fue desordenado y descuidado; hay que agregar que fue el fundador de los estudios modernos sobre sor Juana” (¿qué será más importante?, me pregunto). Sorjuanista, académico y yucateco, pionero entre pioneros, don Ermilo no podría no ser mencionado esta noche.

    Por su parte, sin estudiar directamente la obra sorjuanina, en 1938 Silvio Zavala ofreció información que sería muy útil para rastrear la autoría de la loa infantil atribuida (endosada más bien) a la niña Juana. Se trata del tercer apéndice (redactado por Wigberto Jiménez Moreno) de Francisco del Paso y Troncoso: su misión en Europa (1892-1916). La información (que relaciono con otros datos) permite contextuar dicha loa, pieza menor que sorprendentemente nos lleva a un documento original del Inventario de Lorenzo Boturini (la loa no es de él, pero sí está en uno de sus cuadernos con materiales mexicanos que, por supuesto ¡no están en México!).

    Podemos citar también los aportes del historiador yucateco Jorge Ignacio Rubio Mañé. Los tomos de suIntroducción al estudio de los virreyes de Nueva España proporcionan datos oficiales (y menos oficiales) en tiempos de Sor Juana. Por cierto, no encuentro un solo poema de ella dedicado al virrey de Mancera, quien inicialmente la dio a conocer en España; sí a su esposa, Leonor Carreto. ¿Compartiría con la adolescente Juana el balcón de la virreina?

    No sé qué tan leído, pero sí muy citado en las bibliografías sobre todo después del clásico libro de Octavio Paz, es el “El espíritu varonil de Sor Juana”, del médico cubano yucateco Eduardo Urzaiz Rodríguez quien, en su análisis de carácter psicológico (psiquiátrico más bien), en 1945 se adelantó a la interpretación de Ludwig Pfandl. Con la suya, Urzaiz demuestra que es un lector de la vida, la obra, los estudios sobre Sor Juana. Eso de “espíritu varonil” aparece desde la publicación de las ediciones antiguas de la poeta novohispana: mujer fuerte, mujer brava, ¡qué mujer!

    Un personaje cercano a Sor Juana que años después vivió en Mérida es Juan Ignacio Castorena y Ursúa, editor de la Fama y Obras Pósthumas de Soror Juana Inés de la Cruz (1700), y a quien la poeta dedicó una décima de agradecimiento por una defensa que él hizo de su persona. Se ha relacionado esta décima con la reacción que, entre fines de 1690 y principios de 1691, provocó en México la publicación en Puebla de laCarta Athenagórica de Sor Juana (1690); gracias a los hallazgos de los últimos años, ahora sabemos que fueron muy pocos quienes hicieron eco de la crítica feroz de alguien que se hizo llamar “El Soldado”, autor de una (no localizada aún) invectiva llamada Fe de erratas en contra de la teóloga de San Jerónimo. Por el contrario, en la ristra de nombres que la defendieron está el del Obispo de Puebla: Manuel Fernández de Santa Cruz. Las dos cartas y la minuta de la Biblioteca Palafoxiana aparecidas en los últimos años son prueba del apoyo que Sor Filotea de la Cruz dio a Sor Juana Inés de la Cruz: primero al publicarla, luego al aconsejarle (no conteste al Soldado; ya no aprenda, enseñe, cuide su salud) y también mandando la Carta Athenagórica para su publicación en España, según dice en una de las dos cartas. En España el prólogo de la Carta Athenagórica, de la trinitaria Filotea y la Respuesta de la jerónima (fechada aquí en San Jerónimo el 1º de marzo de 1691) aparecieron en el tercer tomo de las obras sorjuaninas. Era 1700: Sor Juana había muerto cinco años antes.

    Castorena volvió a México y a partir de 1730 fue Obispo de Yucatán. Allí murió en 1733 y sus restos reposan en la Catedral de Mérida. Los archivos de la catedral podrían aguardar sorpresas a la investigación. Cuántos, y sepan cuántos, materiales falta por hurgar, exhumar. Lo dijo Octavio Paz aquí en San Jerónimo el 17 de abril de 1995, y se ratificó su propuesta el 17 de abril de 2015; con los “sosegados huesos” de la autora de Primero Sueño, leer sus versos e iniciar una investigación interdisciplinaria y de archivos. La propuesta es hacerla desde el Claustro, en otras partes, por ejemplo en La 68, Casa de Cultura Elena Poniatowska en Mérida, más allá de este claustro ahora universidad que siempre nos abre las puertas, y aquí lo comentamos con la entrañable Claudia Parodi el 17 de abril de hace un año, cuando leímos el fragmento de una carta de la virreina de la Laguna en que hablaba de Sor Juana, y en Santa Bárbara, California, hace seis meses, donde Claudia leyó su última ponencia dedicada a Sor Juana. Hoy las imaginamos a las dos y hablando con don Luis Leal de tocotines mestizos y del magno Neptuno Alegóricode 1680, cuando Sor Juana al desplegar los lienzos de su arco/arca triunfal en la entrada de la catedral metropolitana se pronunció política al solicitar a los virreyes la conclusión de obras de la Imperial Ciudad de México, así nombrada en las portadas de las ediciones antiguas de la monja mexicana.

    He mencionado el tercer volumen de éstas, publicación triple revitalizada en 1995 por las ediciones facsímiles de la UNAM sugeridas por una de las estudiosas más perspicaces y brillantes de Sor Juana: Margo Glantz. Ella misma se encargó de la edición del Segundo volumen y se detuvo en las opiniones de sus censores. Un dato importante: se trata del 15 de julio de 1691 en Sevilla y de este volumen dice D. Christoval Bañes de Salçedo: “cuya vista me cometió el Señor Conde de Montellano, Adelantado de Yucatán…” Páginas después, leemos:

    El Señor D. Joseph de Solís Pacheco y Girón, Conde de Montellano, Adelantado de Yucatán, Assistente, y Maestro de Campo General en Sevilla, y su Reynado, aviendo visto la Aprobación de D. Christoval Bañes de Salçedo, diò Licencia para imprimir este segundo Volumen de las Obras de Soror Juana Inés de la Cruz, según más largo consta de su original, su fecha en 18. de Julio de 1691.

    Años antes en Mérida, su nombre se anotaba también en un documento:

    Auto dado por los Capitanes D. Pedro Velásquez y Valdés y D. Clemente de Marcos Bermejo, tesorero y factor general de las cajas reales de Mérida de Yucatán, por el cual mandaron que, en atención á no tener caudales con que poder satisfacer su situado actual de Adelantado al Conde de Montellano D. José de Solís de Valderrábano Maldonado y Montejo […], acudiese en tiempo en que se le pudiese satisfacer. Ante Salvador de Gorocica, escribano, en Mérida de Yucatán, á 8 de Abril de 1688.

    El capitán Pedro Velásquez y Valdés citado, tesorero de la real hacienda de Yucatán, tiene el mismo nombre (pero es otro personaje) de quien se ha dicho fue padrino de profesión de Sor Juana Inés: don Pedro Velázquez de la Cadena. ¿En verdad lo fue y dio la dote para que la joven Juana Ramírez ingresara a la orden jerónima? ¿Ser padrino implicaba dar la dote de ingreso de la profesa? ¿Por qué ahora la duda y cómo se relaciona con Mérida, Yucatán?

    En su testamento del 23 de febrero de 1669, un día antes de profesar como monja de velo y coro en San Jerónimo, la novicia mencionó el monto de la dote, pero no informó el nombre de quién había dado esos tres mil pesos. ¿Sería Velázquez de la Cadena que es lo que se ha dicho desde el Padre Calleja en su aprobación a la Fama?

    Veamos. A principios de 1668 el cirujano Juan Caballero informa que Juana Ramírez está en el convento de San Jerónimo, que ha solicitado el hábito de bendición y que él se compromete (escrituras de por medio) a pagar la dote de la joven Juana, quince días antes de que ella profese. ¿Y quién era Juan Caballero? Esta pregunta tiene que ver con ciertas relaciones de parentesco de la niña de Nepantla que a los tres años ya caminaba sin andaderas sobre el alfabeto en la Escuela de Amigas; con la vecinita del lugar “que tiene vestido de amate” –Panoayan– en las orillas de Amecameca, donde vivían sus abuelos maternos y pasó de “entre tierras” a “entre libros”, al mundo fascinante de los libros; con la joven dama de compañía de la virreina de Mancera, “mujer noble en torno de Sor Juana”.

    Antes de entrar en la corte palaciega, la niña Juana recién llevada a la ciudad de México vivió en casa de su tía María Ramírez y su esposo Juan de Mata. Su hija Isabel se casó con Juan Caballero. ¿Y cómo se conectan estos parientes de Sor Juana con Yucatán?

    Leo de un documento:

    El Mro Juan Caballero, cirujano vecino de la Ciudad de México y natural de la ciudad de Mérida […], es hijo legítimo y de legítimo matrimonio, de Francisco Caballero, natural de la villa de Villacastín (margen: Valladolid) en España, en Castilla la Vieja, y fue vecino de la ciudad y puerto de La Habana […], donde casó con Ana Ponce de León, natural de la ciudad de La Palma, una de las islas de Canarias; y de dicho matrimonio tuvieron a el dicho Juan Caballero; y aunque vivieron allí algún tiempo, viniendo sus padres a la Nueva España nació el dicho Juan Caballero en la dicha ciudad de Mérida…

    Si Juan Caballero estuvo cercano a Sor Juana, seguramente ella oyó hablar del “lejano Yucatán”. ¿Y qué sabemos de su familia política? En el documento se habla de María, hermana de Isabel la madre de Sor Juana:

    María Ramírez, mujer de Juan de Mata, madre de dicha Isabel Ramírez de Mata, vecina de la Ciudad de México, fue hija legítima de Pedro Ramírez y de Beatriz Ramírez, su legítima mujer, vecinos que fueron de la provincia de Chalco, del arzobispado de México, donde se casaron y velaron y tuvieron por su hija legítima a dicha María Ramírez. Fueron naturales de los reinos de España. Pedro Ramírez natural de San Lúcar de Barrameda, y Beatriz Ramírez, su mujer, natural de Urgel [Véjer], junto a Cádiz, hija legítima de Pedro Sánchez y de Isabel Ramírez, su mujer legítima. El bisabuelo por parte de abuelo de Isabel Ramírez de Mata se llamó Diego Ramírez, que fue casado y velado en dicho lugar de San Lúcar de Barrameda. No se acuerda cómo se llamó su bisabuela. Y dicha genealogía y noticias es cierta y verdadera, según que las he tenido y que yo y la dicha mi mujer y mis padres y abuelos ni demás ascendientes hayan sido expósitos ni de padres inciertos. Y así lo juro a Dios y a la Cruz. México y abril treinta de mil y seiscientos y sesenta y nueve años. Mro Juan Caballero [firma]

    En Madrid a 22 de febrero de 1670. Su Excelencia. Désele el despacho ordinario.

    De las declaraciones de Juan Cavballero copiamos el nombre de los abuelos maternos de Sor Juana: Pedro Ramírez y Beatriz Ramírez (ya lo sabíamos); los nombres de sus bisabuelos (por parte de su abuela): Pedro Sánchez e Isabel Ramírez (no lo sabíamos); el nombre de su bisabuelo (por parte de su abuelo): Diego Ramírez (tampoco lo sabíamos). El origen de Juan Caballero es por ahora entre lo más novedoso: nació en Mérida, Yucatán, era primo político de Sor Juana y está relacionado con los tres mil pesos de ingreso a San Jerónimo. Juan Caballero fue cirujano, barbero de la Santa Inquisición y gracias a su solicitud para cumplir con este oficio se amplía el conocimiento acerca de la familia Ramírez y se abren y resuelven nuevos interrogantes sobre la dote de ingreso de la joven Juana a San Jerónimo, y sobre su fecha de entrada. Y aquí estamos.

    SOR JUANA EN SAN JERÓNIMO

    Cuando el 30 de abril de 1669 se levanta en México el acta familiar de los Caballero Ramírez, habían pasado dos meses de cuando el primo político de Sor Juana (y nuestro paisano) diera la dote para que la novicia profesara, que fue el 24 de febrero de 1669. ¿Cuándo entró en San Jerónimo? ¿Ya era conocida como Juana Inés?

    Veamos. En el Libro de Profesiones del monasterio de San Joseph de Carmelitas descalzas de la ciudad de México aparece el nombre compuesto –Juana Inés; antes, sólo el de Juana y nunca el de Inés. Dice el acta de profesión de la orden carmelita:

    Recibióse para religiosa corista a Juana Inés de la Cruz, hija legítima de D. Pedro de Asuaje y de Isabel Ramírez, su mujer. Es natural de esta Nueva España. Diola el hábito de bendición, el padre capellán D. Juan de Vega, domingo 14 de agosto de 1667, asistieron los señores Marqueses de Mancera. La dicha hermana no profesó, y en 18 de noviembre de 1667 salió del convento.

    ¿Así se la llamó de agosto a noviembre de 1667 y en San Jerónimo siguió con el mismo nombre? Convaleciente o frágil de salud (de eso habla Juan de Oviedo, el biógrafo del Padre Núñez), al salir del convento de las carmelitas, ¿a dónde iría de inmediato? No pasó mucho tiempo del cambio de un convento a otro. Como seglar, Juana Ramírez estaba en San Jerónimo desde antes del 6 de febrero de 1668; ese día solicitó a las madres superioras que propusieran su ingreso a la comunidad conventual y, una vez aceptada, pudiera recibir el hábito de bendición y con él convertirse en novicia. Lo dice en un memorial que firma el 6 de febrero en San Jerónimo “donde –dice– estoy actualmente”.

    Antecede al Memorial de Juana Ramírez precisamente la escritura de Juan Caballero, quien se comprometió a pagar y cumplió en el momento preciso la dote de 3,000 pesos de oro común en reales. Las monjas principales de San Jerónimo aceptan la escritura de Caballero, y a su vez el memorial de Sor Juana. Da fe Joseph de Lumbeira:

    Al recibir el hábito de bendición, la joven cambiaría su ropa de seglar con la que entró en el convento por la ropa blanca de las novicias; la vestiría de febrero (¿segunda semana?) de 1668 al domingo 24 de febrero de 1669 por la mañana.

    De unos días antes –18 de febrero–, es una carta de pago. De manos de José de Lumberra (Lombeida), Juan Caballero entrega los tres mil pesos de oro, requisito para la profesión de la novicia Juana Ramírez. Uno de los testigos de la entrega fue Antonio de Cárdenas, sacerdote ante quien profesa Juana Inés de la Cruz. Dos días después (20 de febrero de 1669) Juana Inés solicita hacer su testamento, se le autoriza, y el 23 de febrero lo hace: como novicia se llama Juana Inés, menciona su nombre de seglar –Juana Ramírez de Asuaje– y se dice hija legítima (no de “matrimonio legítimo”) al mismo tiempo que informa que su padre es difunto. Si no fue “hija legítima”, ¿por qué lo diría –y lo hizo en su acta de profesión– cuando en el convento profesaron hijas de la iglesia y así lo declararon? Incluso lo hicieron sin dar señales de padre y madre. No fue el caso de Sor Juana. La investigación sigue pidiendo justicia.

    Amanece el domingo 24 de febrero de 1669. Horas más tarde, en el Libro de profesiones del Convento de San Jerónimo de México se asienta el acta de protesta número 251, la de “Soror Juana Inés de la Cruz”. Ante el Señor Doctor don Antonio de Cárdenas y Salazar, Sor Juana ha profesado. Es día de fiesta en San Jerónimo. Las campanas tocan. Las luminarias pronostican a la gran luminaria del siglo XVII.

    CLAUSTRO DE SAN JERÓNIMO DE LA IMPERIAL CIUDAD DE MÉXICO

    El buen juez por el claustro empieza, y “nuevos viejos datos” de este convento nos acercan un poco más a lo que fue la vida de la monja jerónima. Si ella legó finezas mayores con su genialidad, es fuerza corresponderle con información sustentada en documentos para que sus lectores –especialistas o no– sepan con más certeza quién fue Sor Juana Inés de la Cruz. Entender el pensamiento religioso, teológico, filosófico de sus reflexiones, recapacitar sobre su búsqueda de la libertad desde la clausura, leer con deleite la infinitud de su poesía, entender su concepción ética y estética de su tiempo, considerar sus estrategias personales y políticas, aplaudir sus habilidades en el arte de la esgrima intelectual, sus aciertos económicos, verla sonreír con la travesura y la sabiduría de su ironía, es girar nuestros días en la rueda (de la fortuna, más que de los infortunios) de México, que aún se ilumina con su cultura, sus universidades, sus jóvenes, sus menos jóvenes, sus nada jóvenes; un país del que estamos obligados a fortalecer su visión –no sólo de violencia y desencuentros– hacia dentro y hacia fuera.

    Si Sor Juana respondió con caridad a la envidia, ¿por qué no responder nosotros no con la difusión (o no sólo con la difusión) de un México violento y violentado sino con el contagio de la cultura, la educación, la civilidad, en la calle, en la universidad, en el margen y los centros? México sigue en estas manos que sí nos pertenecen. Con sus manos –la mano, “índice del corazón”–, Juana Inés cocinó, bordó, se persignó también, se protegió, hizo números, escribió, y no nos digan que sus tiempos variopintos (certámenes y espectáculos, teatros efímeros, motines, terremotos, Inquisición, cultura mayormente masculina) eran felices y que en este convento sólo se dedicaba a cantar y a coser (“Érase una niña/ como digo a usté/ cuyos años eran/ ocho sobre diez/ ésta [qué sé yo/ cómo pudo ser] dizque supo mucho/ aunque era mujer./ Esperen, aguarden,/ que yo lo diré./ Porque, como dizque/ dice no sé quién/ ellas sólo saben/ hilar y coser”).

    Aquí en San Jerónimo, Sor Juana ocupó muchos cargos (tornera, secretaria, contadora, una, dos, tres veces), escribió poesía en todos los metros (sonetos, romances, endechas, seguidillas, redondillas, glosas, décimas, homenajes, billetes, liras, ovillejos, silvas, loas, autos sacramentales y comedias profanas) ¡y en sus ratos libres!), versos y prosa en varios tonos (místicos y filosóficos), de lo científico y literal a lo metafórico y metonímico de sus líneas, aderezadas muchas con su incomparable sentido del humor, del buen humor. Divertida, firmó con su nombre; formal, también lo hizo. En el ovillejo donde “pinta en jocoso numen, igual que con el tan célebre de Jacinto Polo una belleza”, se autonombró: “Veinte años de cumplir en Mayo acaba,/Juana Inés de la Cruz la retrataba” (eso fue aquí hace más de 300 mayos). Y con el nombre de Juana Inés de la Cruz cierra su Respuesta a Sor Filotea de la Cruz el 1º de marzo de 1691 (también en San Jerónimo) En uno y otro escrito el nombre está integrado, y por supuesto que aparece con el sello de autoría en sus publicaciones y sobre todo en documentos religiosos.

    En la cotidianidad conventual intramuros de una sociedad represiva colonial, Sor Juana construyó un espacio de reflexión y de creación, y lo que de ella ha trascendido desde hace más de tres siglos no es la violencia de su tiempo, que también la hubo y mucha, además de los embates de la naturaleza (¿influiría en ella esta situación para su renuncia final entre 1693 y 1694, como sugiere Marie Cécile Bénnassy, a falta de pruebas contundentes de represión por parte de las autoridades de la iglesia?), sino el mundo iluminado con el despertar de su palabra, la de este ser humano excepcional, única mujer que vemos en esta galería de retratos del México letrado. Aquí, Sor Juana junto a Cervantes. ¿Lo leería Sor Juana? El registro de títulos y autores que entraron a México en los años ochenta del siglo XVII nos da la respuesta (NovelasParte de don Quijote primera y segundaLos trabajos de Persiles y Segismunda, dos tomos de Don Quijote[estampado]). Es imposible que no lo hubiera conocido; en algunas de sus líneas está la estampa cervantina.

    Qué y quiénes más trascenderán a pesar de los tiempos ya idos y los que vendrán? Sor Juana es modelo y hoy (esta noche) estamos literalmente en el espacio de sus lecturas; aquí donde se gestaron sus figuras poéticas, mitológicas, históricas, sus alegorías (¡cuánta poesía en todos los metros, ritmos y rimas!); sus precisiones con la palabra y los números (¡cuánta inteligencia!, lenguaje formal). Desde San Jerónimo Sor Juana se comunicó con el mundo. ¡Cuánta carta, además de las públicas y privadas, cuántas expectativas desde la Nueva Granada por conocerla (pienso en el enamorado de Sor Juana), cuánta correspondencia entre Perú y México, cuántos elogios y cartas desde España y dentro de la Nueva España, ¡cuánta Sor Juana a lo largo de los siglos!

  • DÍAS ESPECIALES EN SAN JERÓNIMO

    Entre 1672 y 1673 el arzobispo de México Fray Payo de Ribera visitó nueve conventos femeninos de la ciudad de México. Cumplía así con una de las tareas que como arzobispo le correspondía, consistentes en cuidar y proteger la disciplina conventual, revisar el inventario de cosas materiales que allí se tenían y supervisar el orden y la conducta de las monjas. Uno de los conventos visitados en enero de 1673 fue el de San Jerónimo donde desde hacía cuatro años había profesado Sor Juana Inés de la Cruz.

    El formato de las visitas es similar al de los otros conventos y cada día da lugar a un auto (documento testimonial) que registra las actividades llevadas a cabo. Se presenta la lista de monjas del convento, la relación de alhajas, se registra la plata, la seda, los ornamentos, la ropa blanca. Se revisa el reglamento de las visitas, el modo de vestir. Por todo eso pasó la Madre Juana de la Cruz (con ese nombre aparece). El suyo, entre 87 nombres, ocupa el número 78 y es el último de la relación de religiosas; del número 79 al 82 están las “jóbenes”, del 83 al 85, las “Nobisias”, en las “Donadas” un nombre (86) y, sin numerar, uno más. Llama la atención lo relativo a los espacios de convivencia de San Jerónimo: “Y porque conviene que las viviendas que son comunes a todas las religiosas como son dormitorio, sala de labor, nobiçiado y enfermería, sólo sirban de aquellas cosas para que están destinadas, mandaba y mandó [el arzobispo] a dicha madre priora que es y en adelante fuere no permita que en ellas se haga avitasión de ninguna religiosa en particular”.

    ¿Se consideraban viviendas comunes las celdas? ¿No las habría particulares en esos años? En 1673, cuando el arzobispo hizo la visita formal que aparecen en estos autos, Sor Juana Inés de la Cruz ya había publicado varios poemas en los espacios por los que había transitado. Podemos imaginar aquellos por donde se movía: las rejas, el templo, el confesionario, el comulgatorio, los dormitorios, la enfermería, los tornos (ese mismo año fue tornera), la sacristía, los coros, el noviciado, la sacristía, la cocina, otras oficinas.

    Sor Juana habló (poéticamente y no) de los alimentos. En serio, ¿prepararía gigote de gallina, manchamanteles, moles, torta de arroz, manjar blanco, cuajadas, buñuelos de queso, rompope, biscochos y ates, jericayas…? De veras, ¿combinaría ingredientes?, ¿utilizaría recipientes, morteros y cazos utilizados en el fogón de la cocina de San Jerónimo? Vida conventual femenina animada con los diálogos en la elaboración de las recetas, vida en común con las otras hermanas, de las que Sor Juana –lo dijo– se sabe querida “por un natural tan blando y tan afable y las religiosas me aman mucho por él (sin reparar, como buenas, en mis faltas”).

    ENTRE LOS VISITANTES DE SAN JERÓNIMO

    A mediados de 1675, y en su paso por la Ciudad de México, la visitaría el futuro Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, y futurísima Sor Filotea de la Cruz quien en su prólogo a la Carta Athenagórica le recuerda: “quien desde que la besò, muchos años ha, la mano, viue enamorada de su alma, sin que se haya entibiado este amor, por la distancia, ni el tiempo, porque el amor espiritual no padece achaques de mudanças, ni le reconoce el que es puro, sino es àzia el crecimiento […]”. Si Fernández de Santa Cruz visitó a Sor Juana Inés de la Cruz en 1675, él tenía 38 años (nació en enero de 1637); ella 23 (si nació en noviembre de 1651).

    ¿Otra visita importante entre muchas? La carta del 30 de diciembre de 1682 enviada desde México por la virreina marquesa de la Laguna y condesa de Paredes a su prima María Guadalupe de Lancaster, duquesa de Aveiro lo manifiesta:

    Pues otra cosa de gusto que la visita de una monja que hay en san Jerónimo que es rara mujer no la hay. Yo me holgara mucho que tú la conocieras pues creo habías de gustar mucho de hablar con ella porque en todas ciencias es muy particular esta. Habiéndose criado en un pueblo de cuatro malas casillas de indios trujéronla aquí y pasmaba a todos los que la oían porque [fol. 7r] el ingenio es grande. Y ella, queriendo huir los riesgos del mundo, se entró en las carmelitas donde no pudo, por su falta de salud, profesar con que se pasó a San Jerónimo. Hase aplicado mucho a las ciencias pero sin haberlas estudiado con su razón. Recién venida, que sería de catorce años, dejaba aturdidos a todos, el señor don Payo decía que en su entender era ciencia sobrenatural. Yo suelo ir allá algunas veces que es muy buen rato y gastamos muchas en hablar de ti porque te tiene grandísima inclinación por las noticias con que hasta ese gusto tengo yo ese día.

    Es un retrato de Sor Juana, es una reseña de las visitas de la virreina a San Jerónimo, es un testimonio del diálogo intelectual de dos mujeres, es un real hallazgo.

    ENTRE MONJAS NUESTRA MONJA, LA GRAN MONJA

    De particular interés es ver la firma de Sor Juana Inés de la Cruz entre las firmas de otras monjas en San Jerónimo. Se trata del 18 de diciembre de 1686 cuando en San Jerónimo se da el voto y se hace el juramento a la Purísima Concepción, que repercutirá en acciones y escritos posteriores y postreros de Sor Juana. Asiste toda la comunidad a la ceremonia y todas las monjas firman. Después de la firma de la priora y de la vicaria, hay 85 firmas. La de Sor Juana es la número 62. La suya es una más entre otras: ningún protagonismo. A partir de ese día, las monjas profesarán no con cuatro votos, sino con cinco; el quinto, a la Purísima Concepción. Las monjas que han profesado pueden ratificar la profesión considerando este voto. Lo hace Sor Juana en documentos que fecha en febrero y en marzo de 1694, documentos que van cercando el halo de sus poemas humanos, votos que la acercan al final de su vida.

    Si el 24 de febrero de 1669 protestó como monja jerónima de coro y velo, el 8 de febrero de 1694 con su sangre ratificó su voto y reiteró su defensa de la Inmaculada Concepción. Si el 18 de diciembre de 1686 votó y con otras 86 firmas monjiles juró por la purísima Concepción, el 17 de febrero de 1694 ratificó su voto y explicó doctamente su voto. Si el 24 de febrero de 1669 firmó con su nombre el acta de profesión, el 5 de marzo de 1694 firmó de nuevo con su sangre, ratificó (“nueva protestación”) y reiteró su voto por la Inmaculada Concepción de la Virgen. Fue su Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios […], documento con que clausuró veinticinco años de su profesión religiosa “al tiempo de abandonar los estudios humanos para proseguir, desembarazada de este afecto, en el camino de la perfección”.

    Si en febrero de 1668 solicitó el hábito de bendición para ser recibida por la comunidad conventual y tuvo que transcurrir un año para profesar, una vez pagada la dote, en su Petición, que en forma causídica presenta al Tribunal Divino […] por impetrar perdón de sus culpas [sin fecha] expresó su deseo de volver a “tomar el Hábito y pasar por el año de aprobación” ofreciendo como dote para hacerlo “las limosnas” recibidas y le pidió al Sacramento que fuera recibida por “la Comunidad celestial”. Eso fue entre 1694 y 1695. La hermana Juana cumplió ese año como la mejor y el 17 de abril de 1695 entró y para siempre en dicha comunidad. Se había estado despidiendo del mundo y lo hizo repitiendo el rito de profesión, como lo hizo al llegar a San Jerónimo.

    Su renuncia (me parece, lo repienso) no fue debido a presiones externas (¿cuáles?), que sería debilitar la imagen de una Sor Juana fuerte, valerosa, incansable. Creo que –histórica, cambiante– desde el convento participó en la publicidad del siglo y desde el convento se retiró después. Sólo puedo imaginar el cambio desde lo más profundo de sí misma. Se quedó sin sus libros, firmó con sangre su renuncia y le puso un anillo a los veinticinco años de cuando “nocturna mas no funesta” se dio tiempo de argentar la palabra y de, como intelectual, reflexionar sobre “las rateras noticias de la tierra”.

    De las 87 religiosas presentes el 18 de diciembre de 1686, en el Voto y Juramento de la Inmaculada Concepción, cuatro murieron a principios de 1695. Ese año San Jerónimo se vistió de luto con la muerte de siete religiosas (una murió en enero; dos en febrero; una en marzo; tres en abril). Lo mismo había sucedido en 1691, año en que murieron ocho religiosas. Entre las siete monjas muertas en 1695 estaba Sor Teresa de San Bernardo, quien había profesado un año antes, “la ‘benjamina’ le decían, por haber sido una joven religiosa, a la que la madre contadora le enseñó a cocinar potajes de miel”. Sor Juana murió el 17 de abril. Vio venir su muerte. ¿La buscaría? Se había encargado de su propia frase lapidaria: “AQUÍ arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año… Yo, la peor del mundo. JUANA INÉS DE LA CRUZ”.

    La pena de su muerte se selló en el convento de San Jerónimo, el claustro desde donde Sor Juana Inés de la Cruz se asomó a las estrellas, al cuerpo y sus humores, y vio venir la sombra fugitiva y despertó con el mundo iluminado de su poesía. San Jerónimo, donde escribió “un papelillo que llaman el Sueño”. Nuestro viaje con Sor Juana es un nuevo intento de marcar el transcurso de su vida, no de modo lineal sino haciendo una especie de idas y vueltas entre las coordenadas espaciales y temporales donde tuvo lugar el nacimiento de la poesía y la prosa novohispana más trascendental de todos los tiempos.

    Eso fue hace 321 años. Y aquí estamos. No como si hubieran pasado trescientos o doscientos o cien años , ni siquiera 3, ni 2 ni 1. Pero estamos en 2016 y urgidos por un coro de investigadores que vayan quitando velos para descubrir si no originales de la obra de Sor Juana (¡tiene que haberlos!), sí de su tiempo y entender cómo fue para interpretarlo desde hoy, cuando hemos visto que Sor Juana perteneció a varios mundos y fue cambiando hasta apagar las luces de su celda.

    UN PROYECTO PARA TODOS Y EL PORQUÉ DE SU NECESIDAD

    –Porque en el Archivo de Indias veo en Sevilla un Auto (no un juicio) de residencia (esto es, un cuestionario que han de contestar personajes clave de la ciudad de México) sobre el comportamiento del virrey de la Laguna en la Nueva España, y una de las preguntas es si ha tratado de la misma manera a todos los conventos. ¿Los trataría igual?

    –Porque en la Biblioteca Bancroft de Berkeley reviso un cuadernito misceláneo manuscrito con poemas de Sor Juana (no digo que sean de ella, pero sí son copia de su época) y me pregunto cómo circularon por primera vez en la Nueva España esos poemas publicados en 1689 en Madrid en Inundación Castálida . Al menos yo, no lo había pensado.

    –Porque en una colección especial de una biblioteca en los Estados Unidos veo el original de la loa endosada (muy voluntaria pero forzosamente a la niña Juana) y descubro fiestas religiosas mestizas alrededor de la ciudad de México amenizadas con loas en náhuatl y español. Pero la loa ni es infantil ni es de la niña Juana.

    –Porque investigué que Sor Juana fue leída (¡y en inglés!) a fines del siglo XVIII y principios del XIX entre los círculos intelectuales y feministas también en Inglaterra y en el Este de los Estados Unidos (hasta Frankenstein estuvo cerca de Sor Juana, me dije).

    –Porque me encuentro a Juan Caballero en un archivo de Madrid y abre (al menos a mí) la genealogía de los Ramírez.

    –Porque desde 1995 nos fuimos enterando de reacciones provocadas por la publicación de la Carta Athenagórica en Puebla y hace poco tiempo supimos que el Obispo de Puebla fue interlocutor de la jerónima. Pero todavía no sabemos quién es el Soldado.

    –Porque Sor Juana participaba en la dinámica de préstamos y réditos con los banqueros y de alguna manera con la economía de su época (¿cómo sería ésta?).

    –Porque leo el Libro de Profesiones de San Jerónimo y me resulta interesante el modo de profesar de las monjas (que no es exactamente el mismo), me encuentro con sus sobrinas, la imagino en la cotidianidad y los días festivos, y anoto el registro de altas y bajas de las religiosas que conoció Sor Juana y de quienes la conocieron a ella.

    –Porque no encuentro documentos de grandes prelados de la Iglesia que presionaran a Sor Juana (por ahora sólo pienso en su confesor). El arzobispo tenía furor económico y quiso hacerse de bienes no sólo de Sor Juana para ayudar a los pobres.

    –Por lo mucho que hay que buscar y hallar en el camino.

    La investigación reclama ampliar horizontes y da lugar a nuevas preguntas. Esta ampliación de pesquisas parte de testimonios resguardados aquí en el claustro, y hasta otros que habremos de reunir para trazar rutas de investigación. La sugerencia es restituir al menos una parte de su biblioteca, sus pertenencias, desde esta universidad donde vivió y ahora lleva su nombre. Los “viejos nuevos documentos” darían aún más la oportunidad de ir ensamblando piezas en el rompecabezas (aún incompleto y ya de por sí barroco) de la vida de nuestra Décima Musa. Las piezas mismas (documentos aislados) y su movimiento (documentación articulada) irían destrabando repeticiones que, sin sustento, han estancado los estudios relacionados con ella. La documentación y la lectura y relectura de la obra nos acercarían de modo más confiable a una de las biografías más interesantes de una figura excepcional respecto al pensamiento, la inteligencia, la genialidad de las letras (y de los números también). Lo sabemos: Sor Juana no sólo fue escritora (no sólo fue poeta) sino que su capacidad de entendimiento la volvió uno de los personajes más extraordinarios de nuestra historia. Retratar a Sor Juana en un marco accesible para todos.

    Y yo, yucateca también, ¿estudiosa de Sor Juana? ¿Desde cuándo y desde dónde? Me preguntan por qué no estoy en Yucatán, que cuándo me fui de Mérida. Todo ocurrió en el Palacio de Gobierno de la ciudad que llevo aquí dentro. Es una mañana de verano. Sara María Herrera Arceo, mi madre, va a cobrar su sueldo de maestra (sueldo que recibía dos o tres meses después de vencidas las quincenas de pago). Mientras sube para recoger su (posible) pago, yo converso con una joven que acompaña a su abuela, quien también viene a cobrar su atrasado sueldo. Allí me entero de un internado para hijas de campesinos y de maestros que está a más de mil kilómetros de casa. No tarda en volver mi mamá, cuando le pido que me lleve a estudiar a ese lugar que mi imaginario concibe ya como una utopía. Préstamos de por medio, largo viaje en tren a la ciudad de México, estancia en Guadalajara hasta llegar a Atequiza, Jalisco, donde está la Normal Rural que será por ahora mi destino. Noche que dormimos en el piso de una escuela enfrente del internado; examen de admisión muy de mañana, etcétera. Extrañaré a mi papá y a mi mamá, a mis hermanos, a mis primos, mi calle, etcétera. Seré maestra en los Altos de Jalisco y veré pasar a las enlutadas de Agustín Yáñez, etcétera. Viviré en Atotonilco el Alto, bailaré en el ballet folklórico y daré clases en una primaria, en una secundaria, en la prepa, y más tarde en otra secundaria rumbo a Chapala, cerca de La Barca (en que me iré), etcétera. Iré los veranos a la Normal Superior de Tepic, Nayarit, y trabajaré en la prepa uno de Guadalajara. Entraré a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, etcétera. Me iré a El Colegio de México (generación entrañable) y conoceré a muchos de ustedes, etcétera; más tarde a Sor Juana, a Poniatowska, a Margo Glantz, y a cuánta amiga y amigos escritores de los que soy lectora. Pasé también por la creación de los libros de texto gratuitos de español para las escuelas primarias de México. Pero hace tiempo que vivo en California (en la Universidad de California de Santa Bárbara; ¿hasta allá la mandaron?, me pregunta una señora en el avión), soy UC-Mexicanista, y vuelvo a México, a Guadalajara y a Mérida, como yucateca, yucatanense, yucatequista, yucatequera… Cuánta era, soy, ¿seré? Y lo digo aquí porque a Sor Juana a lo mejor le gustaría oír que en todas partes la leemos, estamos en deuda con ella, es una fuerza. Y mientras la leo, me doy cuenta de que en mayo de 1666, hace exactamente 350 años, Juana Ramírez escribió su primer poema, “¡Oh cuán frágil se muestra el ser humano…” Se publicó en 1692 cuando ya era famosa. Pero no lo era aún cuando poetizó sobre lo efímero de la existencia, sobre el alma aprisionada en el cuerpo, la tierra de donde sale y vuela sobre sus semillas el Ave Fénix inmortalizado: Sor Juana Inés de la Cruz, pensamiento, acción y palabra.

    Muchas gracias.


Respuesta al discurso de ingreso de Sara Poot por Margo Glantz

Me es grato darle la bienvenida a Sara Poot Herrera, desde hoy miembro correspondiente por Yucatán de esta Academia Mexicana de la Lengua. La conozco desde hace muchos años, he seguido con interés su carrera, admirado su perseverancia y entusiasmo, mismos que le han permitido ser sucesivamente maestra rural, bailarina, estudiante de letras en la universidad de Guadalajara, doctoranda de El Colegio de México, autora entre otros textos de un libro intitulado Un giro en espiral. El proyecto literario de Juan José Arreola, y de múltiples ensayos sobre autores mexicanos muy importantes, entre ellos, Rulfo, Pitol, Del paso, Poniatowska… Y desde hace varios años, profesora distinguida de la Universidad de California en Santa Barbara, donde trabaja con alumnos de origen mexicano, para lograr que se sientan orgullosos de la historia y la lengua de sus padres y antepasados y la recobren y la estudien, organizando al mismo tiempo congresos en su propía universidad y en su ciudad natal, Mérida, promoviendo asociaciones memorables como la de UC Mexicanistas que ya cuenta con 100 miembros, la mayor parte, profesores de literatura mexicana en las universidades estadounidenses, donde esa literatura se imparte y, que, de manera hiperbólica, aclama los triunfos académicos y las obras de sus asociados.

Mi relación con ella se inició justamente a partir de un homenaje internacional a Sor Juana Inés de la Cruzque organizó en 1991 junto con Elena Urrutia, en ese entonces directora del programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, cuyo resultado fue un libro, Y diversa de mí misma/ entre vuestras plumas ando. Más tarde, dirigió un trabajo colectivo intitulado Sor Juana y su mundo que, en 1995, aniversario de la muerte de la monja jerónima, se organizó en este claustro y se publicó en colaboración con la Universidad de Puebla y el FCE.

Desde entonces, como lo ha mencionado en su discurso de ingreso, ha investigado sobre Sor Juana en distintos archivos y bibliotecas, investigación de la que ha dado cuenta en numerosos artículos y en su libro Los guardaditos de Sor Juana y, nos promete entregar en breve, otro libro que esclarezca, con documentos fidedignos, algunos de los muchos enigmas de la vida y aún de la obra de la monja jerónima.

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Me parece pertinente que en su discurso, Sara se refiera a la relación que parecería lejana entre la poetisa y Yucatán. Y me parece muy significativo el hallazgo de los documentos relativos al primo político de la monja, el yucateco maestro, cirujano y barbero (en esa época, oficios intercambiables ) Juan Caballero, casado con Isabel Ramírez, la hija de sus tíos y benefactores, los Mata, Juan y María, pues echa en tierra la tesis sustentada -hasta este descubrimiento de Sara- de que el donador de su dote haya sido don Pedro Veláquez de la Cadena, como suponía Calleja, personaje importante de la corte novohispana y a quien Sor Juana le dedica también unos versos. Descubrimiento que seguramente conducirá a otros también muy relevantes y que, presumo, Sara tiene escondidos entre sus guardaditos.

Es obvio además que cuando se hace la genealogia de los autores yucatecos que se han ocupado de la obra de la jerónima y. a pesar de las críticas que se le han hecho, Ermilo Abreu Gómez ocupa un lugar particular, al interesarse desde muy temprano en la biblioteca y bibliografía de Sor Juana, asi como en su iconografía. La historia de los virreyes de la Nueva España, escrita por Rubio Mañé, sigue siendo un libro de consulta indispensable. Eduardo Urzaís Rodríguez comparte con Ludwig Pfandl, Antonio Alatorre y varios contemporáneos actuales y de la monja, la idea de que una obra como la de ella, sólo pudo haber sido escrita por un espíritu varonil, lugar común corriente ya en su época y que a menudo repiten varios de los sacerdotes, autores de las licencias y panegíricos de las cien primeras páginas del Segundo volumen de sus obras, publicado en Sevilla en 1692, a instancias de la Marquesa de la Laguna.

Cito como ejemplo las palabras de Ambrosio de la Cuesta, carmelita, quien asegura que sj es: “Una sabia y constante virgen consagrada en la religión a Dios, un varonil ingenio”. O el desmesurado elogio de otro carmelita, devoto de Santa Teresa de Jesús, Pedro del Santísimo Sacramento, quien al ensalzar a la jerónima, cita las palabras de un fraile dominicano quien al conocer a la santa de Ávila exclamó asombrado: “ Padres, me habéis engañado, dijistéisme que entrase a hablar con una mujer, y la verdad no es sino un hombre , y de los muy barbados”.Y reitera don Pedro: “Lo mismo (con la proporción, claro está, que se debe), podré decir de la Madre Juana Inés de la Cruz, y más bien, los que la han oido en el locutorio, dicen que es mujer, y a la verdad no es sino hombre y de los muy barbados, esto es, de los más eminentes en todo género de buenas letras…”.

Asombro que no cesa de producirse, porque cuando Sor Juana escribe o habla, la idea de su fragilidad corporal y mental, natural en las mujeres, como se pensaba entonces y quizá aún ahora, como escribían al influjo de una tradición milenaria Fray Luis de León, Huarte de San Juan o la mayoría de sus contemporáneos, esa humedad o frialdad, características del sexo femenino, se neutraliza, el rostro de la monja se transforma y queda oculto, recubierto por una proliferación que de inmediato opera la metamorfosis y la masculiniza.

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Como bien lo señala Sara Poot, primordial en la historia de la recepción y edición de la obra de Sor Juana, es Juan Ignacio Castorena y Ursúa, compilador y editor del tercer volumen de sus obras, Fama y obras pósthumas, publicada en Madrid en 1700, que sería más tarde, como lo subraya nuestra académica correspondiente, obispo de Yucatán de 1730 a 1733, pfechas en que ya SJ había caído casi en el olvido. Castorena dedica este volumen a una descendiente de Hernán Cortés, doña Juana Piñateli Aragón etc, con estas suntuosas palabras: “Ofrece a V.una valiente lámina de plumas de oro, y de los plumajes de la poetisa, mexicana Fénix, y de los plumajes de los cisnes cortesanos de Madrid, Lima y México, que renuevan en el vuelo de su póstuma fama… etc”. De especial interés entre los textos coleccionados en ese volumen son la aprobación del padre Calleja, corresponsal de Sor Juana y su protobiográfo y un soneto anónimo que se presume fue del mismo autor. En este mismo volumen, prologado también por Castorena, se publican varios de los más importantes escritos religiosos y teológicos de la jerónima, la Carta Atenagórica o la Crisis de un sermón, la Carta de Sor Filotea de la Cruz, la Respuesta, la Petición en forma casuídica que rubricada con su sangre hizo de su fe, la Docta explicación del misterio de la Purísima concpción, así como ejercicios y meditaciones, algunos sonetos profanos, muy pocos, y al final varios epitafios, mayormente en verso.

Este tercer tomo, suele decirse, inaugura de manera más evidente la corriente que desde esa época ha intentado borrar la imagen de Sor Juana como un personaje mundano y resaltar en cambio su penoso recorrido hacia la santidad, es decir, es quizá uno de los sustentos de las interpretaciones que pretenden que las últimas palabras inscritas en su primera profesión hayan sido realmente la intención de la Jerónima; Dios me haga santa, fórmula estereotipo, empleada por todas las monjas que entraban a un convento, así como la muy traída y llevada proclama, como sólo perteneciente a sor Juana, que dice a la letra, Yo la peor de todas.

Al publicar su tercer volumen, ¿pretendería Castorena demostrar que sor Juana quiso convertirse en santa, como defiende una corriente de estudiosos de la monja, contradiciendo al padre Calleja quien en su aprobación a la Fama declara que Sor Juana vivió…” en la religión, sin los retiros a que empeña el estruendoso y buen nombre de extática”? ¿Pretendería Castorena, insisto, demostrar que el único anhelo de la monja durante sus últimos años había sido recorrer el camino de la santidad?

A la luz de los muchos documentos que han ido apareciendo estos ultimos años y los que ya conocíamos de sobra, es imposible negar que nuestro Fénix fue objeto de una polémica muy violenta en la que llegó incluso a tachársela de herética, como ella misma lo declara en la Respuesta.

Sin embargo, no es improbable, aunque no estoy muy de acuerdo con esa tesis, que también escoge en parte Sara, de que, en los útimos tres años de su vida, Sor Juana se haya convertido en una monja mortificada –como Inés de la Cruz o Mariana de la Encarnación–, cuyo único deseo hubiese sido dedicarse literalmente en cuerpo y alma a la santidad.

Es maravilloso, sin embargo, que a estas alturas de los estudios sorjuanianos, todavia podamos entablar, sus admiradores y estudiosos, fervientes debates como los que constantemente se suscitan, debates que la vivifiquen e impidan que se la convierta en una especie de fetiche o monogote o se la mitifique al estilo de algunas de las manifetaciones públicas que hemos visto surgir últimamnente.

No me queda más que felicitar a Sara por este texto, por sus importantes aportaciones para aclarar facetas aún oscuras de la vida de nuestra Décima Musa y, last but not least, darle un estrecho abrazo en ocasión de su entrada a esta corporación.

 

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