Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria
Lunes
Orden
No sé qué escribiré, nunca he sabido.
Escribo por encargo y he ignorado
quién ordena lo escrito, quién leerá estas palabras.
Una mano me dicta, ciega,
cuanto he de borrar. Por detrás
de mí mismo, un ojo manco, o mudo,
o sin respuesta, le da forma
a mi angustia. Lo que importa
es un ritmo. Te fijarás tan solo
en el acento exacto, en la sílaba
sexta, la adónica, silbante, o la sáfica,
la heroica, en las desnudas letras
palatales. ¿Y el mundo, entonces?
Una gardenia subterránea se derrama
en la página y su perfume dibuja
en el poema un extraño marfil,
con sangre y uñas. El concepto
se funde ahora en una sola y larga,
lenta frase que destruye
al ojo seco que me mira.
Escribo porque sí, porque me da la gana.
Pero me gana el mundo y muchos
muertos se adensan en mi mano.
¡Para ellos escribo, aunque nunca
lo sepan! ¿Para ellos me dicto
cuanto he de escribir? Un mundo
silencioso corrige o enmienda
mis palabras. Me dice: bien,
no borres, añade aquí no sólo
un adjetivo, sino los huesos,
la garganta desnuda, el continente
amargo en el que habita, este
áspero tiempo en el que vives.
Y en ciertas ocasiones obedezco.
Jaime Labastida (1939)
Plenitud del tiempo.
Siglo XXI / SEP
México, 1986.
Martes
Nosotras
Éramos cinco mujeres contra la marea.
Delfina nació en Tierra Fría una tarde de julio,
y su madre murió de risa en su presencia.
Ella al crecer tuvo una hija y prefirió no reír.
Zany se quedó sin padre a los seis meses
pero lo entendió hasta los sesenta años.
Era una muchacha de luz
que no quiso casarse.
Tuvo tres hijas
con el hombre que no tenía.
Gis era un fuego alado,
una luciérnaga venida desde Grecia.
Tita, un remanso de pan y lamparita
debajo de la tormenta.
Y yo,
pájaro atado al miedo.
Todas teníamos un espejo
una doncella de la primavera
que cantaba en medio de las bestias;
se llamaba Romelia
y había nacido en las montañas.
Nunca dejó de sonreír
ni de amar.
Era tan bella como Remedios,
y fue capaz de alojar en su casa
a los asesinos de su único hijo.
Éramos cinco mujeres y Romelia.
En Santa Rita,
a la orilla de La Quebrada,
frente al puente de piedra.
Linda fuma y maldice.
Siempre ha estado ahí, siempre estará
guardando el arroyo.
Manuela y Delfina
eran hermanas
y también eran madre e hija.
Tres niñas tuvo Manuela:
Romelia, Linda y Angelina.
Angelina nos regaló la risa de Tita
para la profundidad de las tinieblas.
Delfina salió en su infancia de Tierra Fría;
también Zany dejó su natal Santa Rita siendo niña,
madre e hija se fueron a buscar un lugar
donde dos mujeres cupieran.
Llegaron a una ciudad
en la que se construía un sueño;
se habían abierto comedores para todos los niños
y los bananos ya no eran sólo de la United Fruit Company.
Pero los sueños se vuelven pesadillas
tan fácilmente…
Demasiado pronto la guerra se instaló
sobre sus cabezas,
bajo sus almohadas
y en cada comida.
Muchas bombas cayeron
sobre la ciudad que soñaba,
le arrancaron los párpados
y la dejaron insomne.
A Zany la pusieron presa
como quien encierra un pájaro.
Gis escapó apenas a tiempo.
Yo decidí huir a los ocho años.
Volvimos a Santa Rita
pero tampoco ahí pudimos quedarnos.
Y otra vez nos marchamos,
hacia donde nos dejaran vivir.
Un día Delfina se despidió de nosotras:
Andrea había vuelto por su niña nonagenaria;
suavemente la levantó de la cama,
esbozó una sonrisa y salió con su niña dormida.
Gis trajo a Carolina,
amazona de ojos claros.
Y Tita a Estefaní,
la de la sangre dulce.
Otra vez somos cinco mujeres y una niña
la estirpe femenina.
Mujeres verdes, violetas, amarillas y rojas.
La guerra se tragó a nuestros hombres
nos dejó viudas y huérfanas,
pero nos salvamos nosotras
y cosechamos nuevos hombres en tierras lejanas.
Aún hay una niña más que sueño cada noche:
una hija mía que no ha nacido
y está contando las olas
en la oscuridad de mis ovarios.
Maya López Ramírez (1963)
Conjuro para romper un espejo.
Universidad Autónoma de
la Ciudad de México, México, 2021.
Miércoles
Nocturno
1.
Fluía la noche
en el río
hacia donde nadie
la puede alcanzar.
El arrullo del agua
era incapaz
de conducirme al sueño.
Ella sólo sabía
del abandono,
y abandonar.
Abre la noche negra flor
inmóvil.
Corre el agua que huye.
Yo le entrego mi sueño, mi ensueño,
mi despertar.
2.
¿Y si este corazón
tan sólo fuera
piedra de río porosa,
persistente
y aguerrida?
3.
No todo lo que cae
se desmorona.
Ante un ciempiés de agujas
el frío de la tarde
irrumpe, se encabrita
entre riscos, montañas,
soledad y dolencias.
Entumecido resplandor
desde amoroso rescoldo
aquieta el salto
del frío encabritado,
y el ensueño de un verano
brilla tan cálido
como para ahuyentar
diciembres más helados.
4.
No ignora su nacimiento
la sombra.
Sabe que su existencia depende
de la vibración,
de la luz.
Sombra de la nube,
sombra del árbol,
del alero,
y el ala en el nido.
Sombra de esta mano que escribe
y de su punto final.
Dolores Castro (1923)
Sombra domesticada.
Parentalia, México, 2013.
Jueves
Umbilical
I.
Este poema es una tijera,
un corte de los días
y gritos que aprietan mi garganta.
II.
Nací delante del ojo que lo traspasa todo,
escucha el balbucir del pensamiento y lo taladra.
Sentí gotear en las alcantarillas
los pasos cortados de los muchachos, la respiración del Monstruo
atravesando muchachas, y las espinas que crecen
en el vacío de los desaparecidos.
III.
Ya sé que estoy desnuda,
que mi lengua
es una reliquia
atada a un cofre;
un músculo
de fuego seco.
Vengo a cortarlo de tajo,
a soltar el mar de pájaros callados
que grita cuando sueño,
me suplica cada mañana
y en cada bocado.
IV.
He venido a cortar con la escritura
lo que no puedo hacer con la garganta.
Oigo mis
V.
Madre Miedo
era una hermosa muchacha:
temblaba
con el parpadeo del viento.
Padre Quemadura
gritaba por los dedos
y todo el rojo vivo era su imperio.
Flotando en la violeta
angustia de mi madre
me pidieron
silencio.
Fue la primera noticia que tuve:
¡podía oler el miedo de los fetos!
Mejor que no palpitara fuerte el corazón,
disminuir los signos de existencia,
que ni siquiera los pájaros…
De todas formas, mataron a Gilberto.
Juro no haber hecho ruido
en el vientre de mi madre.
Lo sacaron de su casa desnudo
a media noche
y a la mañana un tiro
le perforaba los treinta y tres años de su frente.
Yo me quedé quieta,
quieta, abrazando la piedra de lágrimas
que Madre se tragó
y fue mi herencia.
VI.
Shshsh
no hay que llorar fuerte:
los ojos al suelo,
el pensamiento bajo llave.
Escondan sus palabras:
que nadie las sospeche.
Vos sonreí como idiota
y decíles que sí…
Que nadie te perciba: hacéte humo,
salí de este país,
lleváte fuera
el terco puño que te golpea el pecho.
Caminá por el mundo
con tu manojo de palabras.
¡Largo de aquí!
Que nadie te note la muerte
atravesándote los ojos.
VII
También se llevaron a mi padre.
Así mordió la infancia mi corazón
una tarde
y tampoco grité.
No había que hacer preguntas
ni mirar a los ojos
sino aprender a fingir
y registrar toda la evidencia posible:
la mueca de terror
en el resto de los hombres.
VIII.
Todos los días se inundaban de muertos las aceras;
de helicópteros,
de pies huyendo;
quizá no se salvó nadie,
quizá sólo un niño pequeño
tenga este recuerdo
de mujeres y hombres devorados.
A toda prisa me daban sus palabras,
me miraban a los ojos.
No se te olvide nunca decían
¡Fuera de aquí!
¡Que se vaya!
¡Saque a esa niña
que se quiebra!
Salí del infierno a los nueve años,
hambreada
exiliada
viva
tierra
tierra
tierra de por medio.
Lejos.
No volveré jamás
al cuerpo de mi madre.
IX.
He perdido el nombre de mi país;
sé que era rojo y las nubes lo galopaban;
olía a humo,
a verde,
a grillos codificando aprisa las señas de los perdidos.
Aún tengo siete años y oigo las estrellas en el patio;
aún García Lorca
y Marx
y meterse debajo de la cama;
aún vienen en la esquina y entran a la casa de Aurorita rápido:
quemar los libros
las mantas las palabras
¡Y que no haya humo! El fuego en una lata de leche
y Fahrenheit 1978.
X.
No recuerdo cómo se llamaba mi país pero había montañas
pepitas oscuras en los ojos
y una fuerza en la sangre.
He quemado su nombre
para que el ansia de útero
no me traicione nunca
XI.
Fuera
partícula suspendida raíz en mano
choqué con el rostro del hielo
y perdí el equilibrio...
besé la boca de la muerte
pero me até a la vida con estirpe.
XII,
He vuelto.
He remontado los abismos;
quebré la costra del silencio.
Ahora tengo los pies plantados en la arcilla e inhalo el mismo aire que ustedes
—aunque llevo doscientas mil gentes en los alvéolos
cada vez que respiro—
Ahora puedo honrarlos,
hacer un funeral con mis palabras y soltarlos.
Haré
lo que ellos no pudieron:
palpitar en el mundo,
reír a carcajadas,
brindar por la belleza,
amar,
multiplicarse...
¿Dónde puedo sembrar
este grano de sangre?
Maya López Ramírez (1970)
Hace dos días, por error, señalé
su fecha de nacimiento como 1963.
Conjuro para romper un espejo.
Universidad Autónoma de
la Ciudad de México, México, 2021.
Viernes
Guadalupe la Chinaca
Con su escolta de rancheros,
diez fornidos guerrilleros, y en su cuaco retozón
que la rienda mal aplaca,
Guadalupe la chinaca va buscando a Pantaleón.
Pantaleón es su marido,
el gañán más atrevido con las bestias y en la lid:
faz trigueña, ojos de moro,
y unos músculos de toro y unos ímpetus de Cid.
Cuando mozo fue vaquero,
y en el monte y el potrero la fatiga lo templó
para todos los reveses,
y es terror de los franceses, y cien veces lo probó.
Con su silla plateada,
su chaqueta alhamarada, su vistoso cachirul
y la lanza de cañutos,
cabalgando pencos brutos, ¡qué gentil se ve el gandul!
Guadalupe está orgullosa
de su prieto; ser su esposa le parece una ilusión,
y al mirar que en la pelea
Pantaleón no se pandea, grita: ¡viva Pantaleón!
Ella cura a los heridos
con remedios aprendidos en el rancho en que nació,
y los venda en los combates
con los rojos paliacates que la pólvora impregnó.
En aquella madrugada, todo halaga su mirada,
finge pórfido el nopal,
y los órganos parecen candelabros que se mecen
con la brisa matinal.
En los planes y en las peñas, el ganado entre las breñas
rumia, trisca mugidor
azotándose los flancos, y en los húmedos barrancos
busca tunas el pastor.
A lo lejos, en lo alto, bajo un cielo de cobalto
se desgarra su capuz,
van tiñéndose las brumas como un piélago de plumas
irisadas por la luz.
Y en las fértiles llanadas, entre milpas retostadas
de calor, pringan el plan
amapolas, maravillas, zempoalxóchitls amarillas
y azucenas de San Juan.
Guadalupe va de prisa, de retorno de la misa:
que, en las fiestas de guardar,
nunca faltan las rancheras
con sus flores y sus ceras a la iglesia del lugar;
con su gorra galoneada, su camisa pespunteada,
su gran paño para el sol,
su rebozo de bolita
y una saya nuevecita y unos bajos de charol;
con su faz encantadora más hermosa que la aurora
que colora la extensión;
con sus labios de carmines,
que parecen colorines, y su cutis de piñón;
se dirige al campamento donde reina el movimiento
y hay mitote y hay licor;
porque ayer fue bueno el día,
pues cayó en la serranía un convoy del invasor.
Qué mañana tan hermosa: ¡cuánto verde, cuánto rosa!
Y qué linda, en la extensión
rosa y verde, se destaca
con su escolta la chinaca que va a ver a Pantaleón.
Amado Nervo (1870-1919)
Poemas patrióticos. Antología
Colectivo Cívico Literario
Dígalo por Escrito
Presentación de Bernardo Bátiz Vázquez
México, 2021.
Sábado
I.
Amigo lector
amiga:
En este libro
(como en todos)
encontrarás
versos buenos, regulares y malos.
Los buenos
se deben a los dioses
que a veces los otorgan
para que seamos mejores;
los regulares
son como nosotros
–hijos del siglo que murió–
mediocres, grises, urbanos;
los malos
son culpa del poeta
y de nadie más.
Si el libro te gusta
recomiéndaselo a otra persona
quien te lo agradecerá;
si no te gusta,
no lo destruyas
ni lo arrojes al basurero,
dáselo también
(como una excelente venganza)
a tu peor enemigo
(o enemiga),
y así será muy siglo xxi:
ecológico
demótico
tolerante
político
y todos saldremos ganando:
los bosques
los tiraderos de basura
el escritor.
Arturo Dávila (1958)
Sátiras.
Hiperión, Madrid, 2017.
Domingo
Tu realidad
I
Si alguna sombra oscila
Con su pena,
Tu realidad tranquila
Me serena.
Mármol, no. Sí del arte
Más dichoso,
Figura que reparte
Su reposo.
La tarde sobre arena
Se nos dora.
El alma al cuerpo llena
Bien ahora.
Justa para mi anhelo
Te diviso,
Horizonte en el cielo
Más preciso.
Con fragancia tranquila
Me serena.
Signo de paz se afila
Por tus venas.
II
Te me revelas tanto
Que me guía
La verdad al encanto,
Y eres mía.
Te quiero como el alba
Quiere al ave,
Como abeja a la malva
Más suave.
Amor no es intermedio.
Todavía
Se arrastra como asedio
Largo el día.
Puente será en la fiesta
De tu río,
Fronda seré en la siesta
De tu estío.
De nadie es nada como
Tú eres mía.
A más verdad me asomo:
Poesía.
Jorge Guillén (1893-1984)
Cántico
Seix Barral, Barcelona, 1974
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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