Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 21 de Junio de 2021
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

I
Filo de luz,
fruta abierta que a la noche
vuelves luego
y que la llama cambias en fresco sentido:
llego a buscar tu aliento,
más sedienta:
pozo de amor que me asombras,
cántaro del día.

II
Metal intacto en la noche sin sombras de la
piedra,
tinta oscura vaciada en tierra,
sereno barro virgen…
Cosa tras cosa fuera del yerro,
todo elemento intacto,
antes del sí, del no, de toda forma,
como un molde vacío
o como un río de plata del que nadie puede abrevar
y que no tiene dónde escanciarse.

III
En ti el aire se hace noble,
costa de arena fina la piel,
la carne el mar extenso
y el amor más dulce, la más armónica marea.

IV
Agua profunda,
corriente que, sin ver jamás el monte,
sin conocer la selva,
diriges a tierra el mar,
el ciego.
Agua en que mil formas me encuentras
siempre más libre que la luz del sol.

V
Lago de dos superficies,
mar suspenso:
todo en la palma de tu mano,
como grano de luz,
con una placidez incomprensible:
no hay tiempo, no hay premura alguna,
eres cuanto espacio es posible:
no hay distancia.

Carmen Boullosa (1954)
Papeles de la casa.
Gobierno del estado de 
San Luis Potosí,
San Luis Potosí, 2005.

Martes

Poema del encuentro

I
Hoy he visto la muerte.
Agua de acanto,
lágrima viva.

II
Hoy he visto la muerte.
Sangre de fuego,
color de sauce.

III
Hoy he visto la muerte.
Reloj de tiempo,
árida y sola…


Poesía

¿De qué venero manas, Poesía,
remanso de mi sueño donde empieza
a teñirse con sangre mi alegría
en un cielo reflejo de tristeza?
Lunamar de recónditas visiones.
mas tan pronto revives mis cantares
como surges mañana de canciones,
paloma de mi amor sin palomares.
Quién te viera en la rosa iluminada,
oh, rosa de mi sueño enamorada;
primavera de mayo, campo abierto,
sin espina y dolencia libertada.
Fueras canción de mar –de mar desierto–
dolor más grande que el dolor ya muerto,
y voz sin vida en corazón llorada.

José Cárdenas Peña (1918-1963)
La elegía del amor.
Instituto de la Cultura
del Estado de Guanajuato.
Ediciones La Rana.
Guanajuato, 1996.

Miércoles

[Nota 6: A estas alturas del monólogo es mejor hablar de los canarios y de cómo dormita el azulejo, del monje que pretende sacar a dios de algún sombrero, de cualquier cosa como el serrín que cubre las cantinas o de los días que pasamos a cuchillo.]

Siempre las horas en el calendario y las moscas
que visitan el silencio de la sala.
Escribo la realidad: una sartén y una cuchara,
algo de arena,
tal vez un oojo azul que ya no mira.
Gato encerrado.
Cajas donde nada.
Todo cabe en un poema si…
No hay luz, el barro es frágil.
Un par de versos en cada tepalcate,
en concreto un rompecabezas,
a veces un trébol de la buena suerte.
Y un corazón de gato con una flecha rota,
en el cajón de las cosas olvidadas.

[Nota 7: Aquí debería surgir un personaje, en el débil silbo de Orión en lontananza. Un protagonista que subyazca tal vez en la palabra cuarzo, viento, luz, tahalí, o sésamo; ese que atraviésalas ciudades, o la mítica metrópoli que se ve dentro del ámbar. Un detective sorprendido porque no encuentra los motivos. Un pez fuera de sitio que añora el mar como si fuera el paraíso. Uno que gaste los minutos del domingo como se los gasta el caracol que cruza el patio.]

Norberto de la Torre (1947)
Las horas frágiles.
Torres Blásquez /Salta P’atrás
San Luis Potosí, 2018.

Jueves

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres 
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo 
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar 
a los perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando 
como el perro enfurecido, fluyendo como la leche 
de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole 
por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en 
esta ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las 
tristes azucenas letales de tus noches?

Dámaso Alonso (1898-1990)
Verso y prosa literaria, 
Gredos, Madrid, 1993 
Obras completas, volumen X.

Viernes

Hoy como nunca

A Enrique González Martínez

Hoy, como nunca, me enamoras y me entristeces;
si queda en mí una lágrima, yo la excito a que lave
nuestras dos lobregueces.
Hoy, como nunca, urge que tu paz me presida;
pero ya tu garganta sólo es una sufrida
blancura, que se asfixia bajo toses y toses,
y toda tú una epístola de rasgos moribundos
colmada de dramáticos adioses.
Hoy, como nunca, es venerable tu esencia
y quebradizo el vaso de tu cuerpo, 
y sólo puedes darme la exquisita dolencia
de un reloj de agonías, cuyo tic-tac nos marca
el minuto de hielo en que los pies que amamos
han de pisar el hielo de la fúnebre barca.
Yo estoy en la ribera y te miro embarcarte:
huyes por el río sordo, y en mi alma destilas
el clima de estas tardes de ventisca y de polvo
en las que doblan solas las esquilas.
Mi espíritu es un paño de ánimas, un paño
de ánimas de iglesia siempre menesterosa;
es un paño de ánimas goteado de cera,
hollado y roto por la grey astrosa.
No soy más que una nave de parroquia en penuria,
nave en que se celebran eternos funerales,
porque una lluvia terca no permite
sacar el ataúd a las calles rurales.
Fuera de mí, la lluvia, dentro de mí, el clamor
Cavernoso y creciente de un salmista;
Mi conciencia, mojada por el hisopo, es un
Ciprés que en una huerta conventual se contrista.
Ya mi lluvia es diluvio, y no miraré el rayo
del sol sore mi arca, porque ha de quedar roto
mi corazón la noche cuadragésima;
no guardan mis pupilas ni un matiz remoto
de la lumbre solar que tostó mis espigas;
mi vida sólo es una prolongación de exequias 
bajo las cataratas enemigas.

c. 1917

Ramón López Velarde, Obras.
Edición de José Luis Martínez.
Fondo de Cultura Económica,
México, segunda edición, 1990.

Sábado

En el solar

Contra mi voluntad emprendí el temido regreso al terruño. Después de siete años volví a recorrer las leguas y leguas de alcaparras, hasta alcanzar el puente pegado a mi lugar, el puente sin arcos, el dramático puente sin concluir a cuya vista se detienen los carruajes si la henchida cólera del río los excomulga. Trunco dolor del puente, cuya inutilidad apenas sirve a las golondrinas, estas amantes comisionadas que se esforzarán en acompañarme, volando al ras de la banqueta.
Se me destina, en la casona, la sala de la derecha. Fantasmas, fantasmas, fantasmas. A las diez de la noche, logro escaparme. En un cielo turquí, el relámpago flagela edredones de nube. La ciudad jerezana me tienta con un mixto halago de fósil y de miniatura. Divago por ella en un traspiés ideal y no soy más que una bestia deshabitada que cruza por un pueblo ficticio. En el pavor de la guerra civil, los zorros llegaban a los atrios y a los jardines. Yo dejo de merodear porque he despertado la suspicacia de un galán. Metido ya en el lecho, como en un sarcófago, el reloj del Santuario deja caer las doce. El trueno rueda y todo se vuelve nugatorio.
La diana con que me despiertan los pájaros me persuade de que han heredado el esmero poético, guardándose libres de las ideas módicas y del sonsonete zafio en que incurren los parnásides.
El viaje es electoral. En ello radica la inevitable contribución a lo chusco. Soy llamado decadentista y apático. Pago mi impuesto al sainete sublunar y me compenso con la alhaja del Escorpión, que ha estado fulgiendo en la desnudez azul como la inmarcesible animalidad del cielo.
He hecho un descubrimiento: ya no sé comer. De convite en convite, mimado por la urbanidad legendaria de aquí, he comprendido mi decadencia. Ni los genuinos manteles calados, ni el pan legitimista que se desborda por la mesa, retando al perfume de los rosales, ni siquiera la leche ártica, en vasos que no se abarcan con los dedos de Artajerjes, han podido mover mi apetito. Las señoritas escurren su sonrisa sobre el enfaldo, los niños también se festejan a mi costa. Yo comía al igual de ellas y de ellos. Ahora, en la honesta abundancia lugareña, la ponzoña de mis sentidos solicita, para responso del opíparo ayer, el magno, el ensordecedor, el loco gemido que sólo la madre de loa árabes pudo prestar.

Ramón López Velarde (1888-1921)


El retorno maléfico

A D. Ignacio I. Gastélum

Mejor será no regresar al pueblo,
al edén subvertido que se calla
en la mutilación de la metralla.
Hasta los fresnos mancos,
los dignatarios de cúpula oronda,
han de rodar las quejas de la torre
acribillada en los vientos de fronda.
Y la fusilería grabó en la cal
de todas las paredes
de la aldea espectral,
negros y aciagos mapas,
porque en ellos leyese el hijo pródigo
al volver a su umbral
en un anochecer de maleficio,
a la luz de petróleo de una mecha
su esperanza deshecha.
Cuando la tosca llave enmohecida
tuerza la chirriante cerradura,
en la añeja clausura
del zaguán, los dos púdicos
medallones de yeso,
entornando los párpados narcóticos,
se mirarán y se dirán: “¿Qué es eso?”
Y yo entraré con pies advenedizos
hasta el patio agorero
en que hay un brocal ensimismado,
con un cubo de cuero
goteando su gota categórica
como un estribillo plañidero.
Si el sol inexorable, alegre y tónico,
hace hervir a las fuentes catecúmenas
en que báñase mi sueño crónico;
si se afana la hormiga;
si en los techos resuena y se fatiga
de los buches de tórtola el reclamo
que entre las telarañas zumba y zumba;
mi sed de amar será como una argolla
empotrada en la losa de una tumba.
Las golondrinas nuevas, renovando 
con sus noveles picos alfareros
los nidos tempraneros;
bjo el ópalo insigne
de los atardeceres monacales,
el lloro de recientes recentales
por la ubérrima ubre prohibida
de la vaca, rumiante y faraónica,
que al párvulo intimida;
campanario de timbre novedoso,
remozados altares;
el amor amoroso
de las parejas pares;
noviazgos de muchachas
frescas y humildes, como humildes coles,
y que la mano dan por el postigo
a la luz de dramáticos faroles;
alguna señorita
que canta en algún piano
alguna vieja aria;
el gendarme que pita…
… Y una íntima tristeza reaccionaria.

Ramón López Velarde (1888-1921), 
Obras.
Edición de José Luis Martínez.
Fondo de Cultura Económica,
México, segunda edición, 1990.

Domingo

Dejad que la alabe…

¿Existirá? ¡Quién sabe!
Mi instinto la presiente;
dejad que yo la alabe
previamente.
Alerta al violín
del querubín
y susceptible al
manzano terrenal,
será a la vez risueña
y gemebunda,
como el agua profunda.
Su índice y su pulgar,
con una esbelta cruz,
esbelto persignar.
Diagonal de su busto,
cadena alternativa
de mirtos y de nardos,
mientras viva.
Si en el nardo canónico
o en el mirto me ofusco,
Ella adivinará
la flor que busco;
y, convicta e invicta,
esforzará su celo
en serme, llanamente,
barro para mi barro
y azul para mi cielo.
Próvida cual ciruela,
del profano compás
siempre ha de pedir más.
Retozará en el césped,
cual las fieras del Baco
de Rubens;
y luego… la paloma
que baja de las nubes.
Riéndose, solemne;
y quebrándose, indemne.
Que me sea total
y parcial,
periférica y central;
y que al soltar mi mano
la antorcha de la vida,
con la antorcha caída
prenda fuego a mis lacios
cabellos, que han sido antes
ludibrio de las uñas
de las bacantes.
Que me rece con rezos abundantes
y con lágrimas pocas;
más negra de su alma
que de sus tocas.

c. 1917

Ramón López Velarde (1888-1921), 
Obras.
Edición de José Luis Martínez.
Fondo de Cultura Económica,
México, segunda edición, 1990.


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