Por Merry MacMasters y Fabiola Palapa Quijas
El escritor Carlos Fuentes (1928-2012) solía cruzar por el Palacio de Bellas Artes en su juvenil caminata diaria rumbo a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), pero nunca imaginó que en ese edificio que admiraba un día sería homenajeado en la forma como se le despidió hace un año y como ahora se le recuerda.
Así se expresó su viuda, Silvia Lemus, al término del homenaje que se le rindió ayer en el primer aniversario luctuoso del autor de La región más transparente, en la Sala Manuel M. Ponce, y al inaugurar Carlos Fuentes, él mismo, exposición que incluye 70 fotografías del escritor, con museografía de su amigo, el artista plástico Vicente Rojo.
Con la presencia también de Cecilia Fuentes Macedo, hija que el novelista procreó con Rita Macedo, Lemus acotó que Fuentes “hubiera estado muy feliz el día de hoy viendo a tantos amigos, tantos lectores, y probablemente lo está. Pero también hubiera estado muy asombrado de estas fotografías monumentales que hicieron. Supongo que hubiera hecho alguna broma, hubiera dicho: ‘ay, Chihuahua, de qué tamaño me hicieron hoy’. Eso no lo invento, él lo dijo en una carta que salió publicada hace unos días”.
Al dar la bienvenida, Rafael Tovar y de Teresa, presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CNCA), dijo guardar muchos recuerdos de una larga relación con Fuentes, quien quiso mucho más a su país de lo que imaginamos, porque lo gozaba, porque recorrió rincones insospechados, los oscuros y los luminosos, y también porque lo lastimaba como a todo hombre de bien que sabe mirar en el centro de la luz y en la esquina de lo sombrío. Creyó siempre en la inteligencia como palanca para mover mundos en esa complicidad que se establece al cabo de los años en el diálogo amistoso, en la fraternidad que produce la palabra bien dicha y bien escrita, en el humor como manifestación de alta cultura, en la memoria como estrategia.
Las pasiones del literato
En la mesa redonda El universo Carlos Fuentes, conducida por Vicente Quirarte, un grupo de amigos y colaboradores se dedicaron a hablar de sus pasiones/obsesiones, su muerte, su humanismo, el boom literario latinoamericano al que perteneció y la amistad.
Lo que más me impresionó siempre de Fuentes fue su libertad. El rigor con el que la ejerció, la autenticidad con la que la vivió. Fuentes intentó de mil maneras descubrir y explicarnos a través de lenguajes mucho de los que somos, de lo que queríamos ser y de lo que no queremos ser. Desde el reino de la imaginación libre y portentosa en la que se desarrollan sus historias nos transmitió un mundo que a veces parece este, el de todos los días, pero que en realidad es otro, el de su creatividad, el de su libertad como intelectual, señaló Juan Ramón de la Fuente, ex rector de la UNAM.
De acuerdo con Hernán Lara Zavala, Fuentes, auténtico pionero del boom literario latinoamericano, fue el más fecundo, ya que escribía indistintamente relatos realistas que fantásticos: “Sus experimentos formales son complejos, riesgosos, variados y enfocados a juguetear con el sentido del tiempo. Es el teórico que jamás dejó de reflexionar sobre los derroteros de la narrativa hispanoamericana. Es el gran promotor del boom, pero también del pos boom”.
El politólogo Federico Reyes Heroles aseguró que el título de la mesa nos remite a la quintaesencia del personaje, del literato, del amigo inquieto, del ciudadano, siempre dando sorpresas de territorios de él mismo que nadie sospechaba: el bailarín, el cinéfilo, el caricaturista, el polemista, el declamador, el amante de la ópera, el conferencista, el periodista, el goloso, eso, además del novelista, ensayista, columnista, cuentista, que todos conocemos. Fuentes tenía muchos universos y nunca se cansó de nutrirlos y crecer en su conocimiento de todo lo que lo rodeaba.
Nada humano le era ajeno
Para el escritor Gonzalo Celorio, el homenajeado fue un espíritu renacentista encarnado en el siglo XX, nada humano le era ajeno. Fue un humanista moderno. Su capacidad de trabajo, su disciplina, su humillante fecundidad, su curiosidad siempre niña, su pasión política y su templanza crítica, aunado a su amor por México, lo ubican en un estirpe de excepcionales escritores mexicanos para quienes, como diría Alfonso Reyes, que fue su modelo, su maestro, y su padrino literario, la única manera de ser generosamente nacional es ser provechosamente universal. Pero, la universalidad de Fuentes no se debe sólo a su vocación humanista, sino a la dimensión internacional de su obra, de su pensamiento y de sus intereses intelectuales.
El historiador, narrador y analista político Héctor Aguilar Camín, tras recordar cuatro escenas de Fuentes, aseguró que fue un escritor que viajó como pocos por su imaginación y por la de otros, por ciudades y países, por otras lenguas y otras literaturas, siempre dispuesto a moverse, a explorar, a probar lo último, lo distinto, a leer lo nuevo y a fecundarse con lo inesperado. Ya que dio la bienvenida al mundo todos los días de su vida, pidió no celebrar su muerte, sino la fiesta de su vida, que mejoró la nuestra, y la felicidad continua de su obra, que vivirá en sus lectores.
Al recorrer la exposición, Vicente Rojo, quien se consideró un simple coparticipante de Carlos Fuentes, él mismo, dijo que tal vez era su amigo más antiguo, porque lo conoció en 1952. La escritora Bárbara Jacobs evocó los últimos meses de vida del escritor, porque precisamente en esa época la invitó a ser parte del jurado de literatura de un premio y tuvo la oportunidad de entablar una amistad con él.
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