"Acta de identidad", por Fernando Serrano Migallón

Jueves, 15 de Agosto de 2013
"Acta de identidad", por Fernando Serrano Migallón
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

El bicentenario que pronto comenzaremos a celebrar, el del Congreso de Chilpancingo y sus productos principales, los Sentimientos de la Nacióny la Constitución de Apatzingán, constituyen el último paso de lo que bien podríamos llamar nuestra prehistórica constitucional, si hemos de considerar que nuestro proceso histórico constitucional inicia cuando, ya soberano, el pueblo de México se da su primera Constitución una vez lograda la Independencia. Sin embargo, los sucesos de 1813-1814 constituyen algo más que proyectos previos, mucho más que simples prolegómenos, su valor radica en que ambos documentos constituyen el acta de identidad de nuestra nación, ya discernible, envuelta todavía en las brumas coloniales, pero lista ya a presentarse frente al mundo no sólo como una entidad política independiente, sino como una nación del todo distinta de España, a la que se vio sometida por tres siglos.

Esta visión, que retrotrae las señas de identidad hasta antes de la Colonia, constituye, por primera vez, la partida de la continuidad de nuestra historia, nos permite ubicarnos frente al mundo y frente a nosotros mismos pero, ante todo, nos da nombre y rostro, intención y destino.

En sus Sentimientos de la Nación, auténtica acta de identidad del pueblo mexicano, Morelos lanza al Congreso los puntos fundamentales del credo de lo que entonces llamaríamos nuestra mexicanidad política: independencia de cualquier otra nación —sea monárquica o no—, religión católica —los vapores del Virreinato aún no se han condensado para dar cauce a la libertad de creencias—, soberanía popular depositada en el Supremo Congreso Nacional Americano eliminándose cualquier referencia al rey de España; división de poderes, empleos reservados a los americanos —la sinonimia entre mexicano y americano no aparecía secuestrada lingüísticamente por el norte todavía—, forma de gobierno republicano liberal, justicia social que modere la opulencia y combata la pobreza, proscripción de la esclavitud y de la división de castas y apertura de comercio en toda la República eliminando alcabalas, estancos y tributos indígenas.

El proceso de los acuerdos fundamentales de la República había comenzado y si bien Morelos aceptó el tratamiento de Generalísimo, se opuso al de Alteza Serenísima y detentó, en cambio, el de Siervo de la Nación. Este momento político constituye la conclusión de cientos de años de evolución social y política. Para proclamarse libres frente al mundo, los mexicanos tuvimos, primero, que vernos a nosotros mismos como una entidad social, política y cultural distinta de nuestros orígenes, de los dos principales, lo español y lo indígena, pero también de todas nuestras raíces que, en mayor o menor grado —lo africano, lo árabe y lo judío— contribuyeron a plasmar nuestros anhelos y nuestra visión del mundo, uniéndolo todo en este proyecto de nación que aún persiste, que seguimos construyendo y que justifica nuestro lugar en la historia, en la geografía y en la conciencia política del mundo.

Un paso más habría de darlo el primero de nuestros proyectos constitucionales, la Constitución de Apatzingán, del 20 de diciembre de 1814.

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