El libro de Antonio Sedano, que contiene retratos muy originales y vigorosos así como citas de cronistas, historiadores y poetas muy acertadas y precisas, me llevó a reflexionar sobre la pintura, la poesía y su relación con las luchas sociales tanto campesinas como obreras.
Walt Whitman, Octavio Paz, López Velarde, Gelman y Rulfo son los poetas que cita e ilustra Sedano. Todos ellos glosan a su manera la fuerza de las luchas sociales representadas por Emiliano Zapata, Gandhi, Martin Luther King, César Chávez, Fred Ross, Dolores Huerta y los intentos comunitarios de Chicago, Los Ángeles y California en general. Todas esas reflexiones me hicieron recordar la idea de Marx sobre el arte considerado como una dimensión esencial de lo humano.
El libro me llevó también a hacer una serie de consideraciones sobre la participación de los campesinos en la lucha revolucionaria en México y en el sur de Estados Unidos. La presencia obrera se da como prolegómeno del levantamiento revolucionario en la huelga de Cananea y de Río Blanco. Pero este intento es rápidamente combatido por el gobierno de Díaz y son los campesinos los que, respondiendo al llamamiento de Madero en el Plan de San Luis, se levantan en armas en el norte de México y, muy pronto, obligan al régimen de Díaz a renunciar y a dejar el país. La democracia maderista fue un momento esencial de la lucha revolucionaria, pero le quedaron pendientes las reivindicaciones de los campesinos. Así se lo recordaron los "colorados" de Pascual Orozco en el norte (su confuso movimiento tenía algunas ideas sobre la reforma agraria. Les recomiendo leer la novela de Rafael F. Muñoz que se titula Vámonos con Pancho Villa) y, fundamentalmente, Emiliano Zapata, que siempre hizo presente a Madero su idea de la reivindicación de la lucha campesina bajo el lema: "La tierra es de quien la trabaja", que mantenía la exigencia justiciera del campesinado. Análisis especial merece el caudillo Francisco Villa, en cuyo programa de acción figuraban la reivindicaciones en la propiedad de la tierra, pero que muy pronto convirtió su movimiento en un ejército bien organizado (así lo demuestra la presencia del general Felipe Ángeles), participó en la Convención de Aguascalientes y entró a Ciudad de México al lado de Emiliano Zapata que, con característica humildad campesina, le cedió la silla presidencial (así lo prueba la fotografía de Casasola) y le dio el lugar preferente en las ceremonias de toma de posesión del gobierno convencionista encabezado por Eulalio Gutiérrez. Otros personajes importantes en la lucha de los campesinos por la propiedad de la tierra fueron Panfilo Natera y Pablo González, pero la antorcha que guiaba al campesinado nacional la llevaba en las manos el movimiento zapatista (recuerden que la prensa vendida a los empresarios y a los conservadores, en general, llamaba a Zapata "el Atila del sur"). Carranza comprendió que el verdadero peligro de la estabilidad de la democracia burguesa a la que aspiraba era el zapatismo. No olvidaba que el grupo más radical de la Convención de Aguascalientes fue el encabezado por Antonio Díaz Soto y Gama que estrujó la bandera nacional en un acto celebrado en la sede de la Convención y la llamó "trapo inútil" siguiendo las ideas del pensamiento anarquista.
La muerte de Zapata en Morelos desorganizó, en buena medida, los movimientos campesinos, y después de la promulgación de la Constitución de 1917 en Querétaro, la preocupación principal de los llamados gobiernos revolucionarios fue el control de la clase obrera y el desmantelamiento y liquidación de los ejércitos que comandaban los distintos "señores de la guerra" en algunos estados del país.
De esta manera, el obregonismo inició la consolidación de un régimen presidencial centralista y de mano dura.
(Continuará)
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