A una semana de la trágica muerte del gran poeta tabasqueño José Carlos Becerra, llegó a nuestroflat de Londres la carta de Lezama Lima que con tanta ansiedad esperaba. En ella, el maestro cubano “declaraba” su total admiración ante los largos versículos de la primera poesía de José Carlos y le daba la bienvenida al mundo metafórico del que era dueño el autor de Paradiso y del prodigioso poema en el que se intenta una definición de la poesía. Recuerden los lectores que esa definición se le escapa a Lezama como un gato gracioso y todo queda flotando en el hermoso vacío del poema.
Por esos días escribí un poema en prosa para despedir al joven poeta muerto en la carretera de Brindisi. Este poema lleva una dedicatoria: Al escribirla pienso en la muerte de amor que danza en el sueño de Quevedo. Así dice mi carta de despedida:
Era el momento de la conjuración de todas las piedras del camino.
Lo oportuno era dar marcha atrás y regresar a la ciudad de Ambar.
Sin embargo yo sé que no podías dejar el viaje y sé también que la llegada no era el objeto del camino.
Lo que buscabas era llevarte en los ojos todos los árboles, los ríos, los pájaros que pasaban al lado de tu viejo automóvil y que formaban parte de tu cuerpo.
Ahora sé por qué preguntabas los nombres de los árboles y por qué querías aprender a conocer el canto de los pájaros.
Estabas lleno de ceibas, de tulipanes, de todas la creaturas del reino vegetal. Tú, como Pellicer, nacido en esa tierra-agua de Tabasco escuchabas el silencio de la creación.
Te conocimos ya muy tarde, pero pronto te conocimos y aprendimos con gozo a amar los ojos con que veías el mundo.
Todos los días regresabas a tu casa de un día con un asombro nuevo, con un nuevo motivo para mantener abiertos los ojos.
Ibas siempre a decir algo: el cuadro de Turner en la Tate Gallery, un fragmento de sueño de Quevedo, la noche dedicada a Bogart en el National Film Theatre. Casa Blanca a las 4:30 a.m., sopa y galletas a las 6 a.m.
Otra noche hablaste de Quiroga hasta que las ocho de la mañana se desprendieron de los edificios de Park Lane.
Como tu compromiso era con la pureza extemporánea, con la más arriesgada de las honestidades, hablabas con asombrado amor de la flor amarilla, de todos tus amigos, de tu infancia, de los seres vivos en tus mitos tabasqueños, de las mujeres en que te habías ido quedando, de las cosas de México que tanto te dolían...
Ahora, con tu muerte, el río de las palabras ha disminuido su caudal.
No exagero, poeta. No hago tu elogio fúnebre. (La oratoria te daba desconfianza, bien lo sé.) Digo todo esto dando una cabriola de cine mudo, saludándote con mi vieja corbata.
La vida sigue sin ti, hermano, pero ya no es la misma ni lo será ya nunca para los que te amamos.
Nos hemos quedado con lo que nos dijiste. Gracias por tus asombros, por esa diminuta certeza de alegría que a todos repartiste.
Hablaremos de ti como se habla de esos ausentes dones que un día nos da la tierra y que nos quita con su inocente furia al día siguiente.
En la actualidad, José Carlos es, por un lado, un poeta de culto y, por el otro, un poeta leído y venerado por los poetas jóvenes de México y de América Latina. Su libro final, producto de la cuidadosa compilación realizada por José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid, titulado El otoño recorre las islas (verso de Lezama Lima), ya no está escrito en los largos versículos que dieron su rostro a Oscura palabra y Relación de los hechos. El viaje por Nueva York, la estancia en Londres y lo que llamó en una postal enviada a mi compañera Lucinda, “absurda errancia” por el continente, le dictaron una poesía más breve y ajustada que tiene como ejemplo principal la sección que se titula “Cómo evitar la aparición de las hormigas”. Se inscribe dentro de su obra poética la excelente prosa de su texto memorioso en el que describe la pasión y muerte de un pariente lejano en la época revolucionaria del hermosísimo y lleno de complicaciones ideológicas estado de Tabasco. El texto se titula: Fotografía junto a un tulipán.
Sepa el lector que José Carlos Becerra se mantiene vivo en la lectura que de su obra realizan los jóvenes poetas de México y América Latina. Es falso que escriba una poesía hermética. Podemos decir que sus poemas tienen una oscura transparencia y que, siempre y cuando el lector no sea indolente, esa cualidad intransferible le dará esa “originalidad de las sensaciones” que López Velarde consideraba como una indispensable cualidad de la poesía verdadera.
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