Bazar de asombros: "Notas sobre la historia de la prensa (V de VIII)", por Hugo Gutiérrez Vega

Sábado, 08 de Noviembre de 2014

Hugo Gutiérrez Vega
Foto: Fuente: La Jornada Semanal

Bennet, Dana, Greely y Pulitzer, a pesar de su adecuación a los datos esenciales de un sistema en el cual creían y para el que proponían reformas tendientes a su perfeccionamiento, eran buenos liberales y estaban convencidos de algunos aspectos románticos característicos del periodismo informal; en cambio, William Randolph Hearst se olvidó de las tradiciones del periodismo liberal y, como hombre con los dos pies sólidamente plantados en la tienda de la sociedad mercantil, se desembarazó de prejuicios morales para inaugurar los años y los daños de la prensa burguesa. Mientras que los teóricos del periodismo estadounidense de la vieja escuela apelaban a la búsqueda de una conciliación, siempre precaria, entre su objetivo y los imperativos económicos o las presiones del poder, el equipo financiero de los periódicos de Hearst se preocupaba por un solo aspecto: el crecimiento de los costos de producción y la necesidad de vencer la competencia, aumentando la circulación. Esto, a la postre, vino a conformar toda la vida de los diarios de Hearst y a señalarles las líneas políticas y publicitarias más convenientes para enfrentarse a los conflictos económicos. Lo que se buscaba era el éxito financiero y la influencia política. Para lograr estas metas todos los medios estaban permitidos. Muy pronto, Hearst vio cómo se hundían los periódicos de la vieja escuela. El nuevo imperio se levantó sobre las bases de una mentalidad y una organización de empresa mercantil. Para destruir la competencia y vender más ejemplares de sus diarios, Hearst no reconoció límites para sus tácticas: inventó noticias, organizó guerras. Es de citarse un telegrama que envió al fotógrafo Remington que se encontraba en Cuba en los días en que se fraguaba la guerra contra España: “Por favor quédese. Usted pone las fotografías y yo pondré la guerra.”

Las ligas de los periódicos estadounidenses con los distintos grupos del poder político y económico se afianzaron en los primeros años del siglo XX. En esa época, algunos diarios dedicaban hasta el sesenta y cinco por ciento de su espacio a los anuncios comerciales, y las grandes empresas, con el objeto de reducir los costos de sus campañas publicitarias, decidieron adquirir diarios ya prestigiados, fundar nuevas publicaciones, especialmente revistas semanarias, y echar a andar un complejo proyecto de concentración económica consistente en la organización de cadenas de periódicos que funcionaban en las grandes ciudades y de una manera especial en las pequeñas ciudades de la provincia. La estructura económica del país, basada en la libre empresa, permitió a los propietarios de los trusts financieros entrar a saco en los terrenos ocupados antes por los periodistas profesionales. Desde ese momento, un buen número de publicaciones periodísticas cambiaron su forma de financiamiento y revisaron sus objetivos. La prensa era ya un negocio organizado, una industria cuya materia prima era la noticia y en el que los aspectos profesionales y el trabajo intelectual estaban supeditados a los requerimientos y los propósitos del aparato financiero.

Un fenómeno similar se presentaba en la mayor parte de los países del mundo. Los periodistas profesionales pasaron a ser empleados de los propietarios de la industria periodística. De esta manera los controles y las presiones sobre la prensa se multiplicaron. Ya no sufría, tan sólo, la censura de los poderes políticos: a ésta se sumaban las presiones de los grupos financieros y las decisiones de los propietarios de los negocios informativos. La corrupción hizo fácil presa de muchos periodistas, quienes aceptaron las reglas del juego del sistema y vendieron su trabajo intelectual al mejor postor. La prensa domesticada se convirtió no solamente en servidora, sino también en promotora del orden burgués. Por esta razón, los periódicos que no aceptaron el juego y que siguieron la línea de conducta crítica propia del pensamiento liberal, fueron hostilizados y, en muchas ocasiones, asfixiados por medio de maniobras financieras. La crítica marxista se enfrentó al manoseado y desnaturalizado concepto de libertad de prensa, desenmascaró las trampas y mostró la cara de los titiriteros que movían los hilos desde la oscuridad de sus gabinetes y de sus salones de juntas de negocios.


Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2014/11/09/sem-bazar.html


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