Bazar de asombros: "Una ricotta manierista”, por Hugo Gutiérrez Vega

Sábado, 14 de Febrero de 2015
Hugo Gutiérrez Vega - UDG
Foto: La Jornada Semanal

 Para Annunziata Rossi


Con frecuencia me encuentro con las palabras y las imágenes de Pier Paolo Pasolini. La semana pasada lo hice en un excelente ensayo de la maestra Rossi titulado “El primer manierismo toscano y Pier Paolo Pasolini”, publicado por el INBA en el catálogo de la exposición Manierismo, el arte después de la perfección.

En la primera parte de este ensayo, nos habla del alto Renacimiento y de la perfección inalcanzable de las obras de Leonardo, Rafael y Miguel Ángel; después de ellos viene el manierismo, que recorre los años del siglo XVI y cubre la transición entre el Renacimiento y el barroco. Los manieristas hacían arte a su manera y, por lo tanto, mantenían una rigurosa voluntad de estilo. Andrea del Sarto, Jiacopo da Pontormo, Bronzino, Rosso Fiorentino y Giorgio Vasari, pintor y teórico aretino, son los principales representantes de esa manera de acercarse al fenómeno artístico. Todos ellos nacieron en la Toscana, bajo el poder de la dinastía Medici. La maestra Rossi recuerda el levantamiento organizado por un grupo de intelectuales en contra de Lorenzo el Magnífico. Mientras ellos gritaban; “¡Viva la libertad!”, el pueblo contestaba: “¡Viva Lorenzo, que nos da el pan!”Por eso el episodio fue conocido con el nombre de la “Conspiración de los locos”.

La segunda parte del ensayo se dedica fundamentalmente a recordar y analizar un trabajo cinematográfico de Pasolini, que la autora considera inspirado en buena medida en el proyecto manierista. Se trata del episodio titulado “La ricotta”,dirigido por él en la película RoGoPaG (son los apellidos de Rossellini, Godard, Pasolini y Gregoretti).

“La Ricotta” (que es un requesón romano), fue filmado con técnicas rudimentarias en recuerdo del cine mudo. El tema central es la Pasión de Cristo, pero en torno a él giran las preocupaciones socioeconómicas del director y se mezclan los elementos trágicos con los cómicos. Es inolvidable el personaje llamado Stracci (Harapos); extra de cine, hambriento y desasosegado, que hace el papel de Dimas, el buen ladrón. Permítanme hacer un paréntesis para rendir homenaje a una lavoratrice ejemplar: nuestra empleada doméstica romana, Acenza, cuando terminaba su trabajo en nuestra casa salía a la calle con un carrito con ropa usada y se convertía en straccivendola.

El rasgo esencial de Stracci es su hambre constante. Vive en espera de la paga del sábado para poder comprarse un panino, o un plato de pasta asciutta. Un día le obsequian una gran porción de ricotta, que devora fuera de la cueva donde se reúne con sus compañeros de trabajo. El director de la película, interpretado por un divertido y locuaz Orson Wells, llama a filmar la parte final. Stracci es amarrado a la Cruz, dirige la vista hacia un Cristo excesivamente maquillado, se encoge víctima de un retortijón y muere a causa del hambre saciada.

En Stracci están todos los personajes del hambre y la picaresca del dopoguerra romano: Accattone, los ragazzi de vita, los pajaritos y los pajarracos, el monstruoso ser humano de Il porcile, quien declara: “He matado a mi padre, he comido carne humana, tiemblo de alegría”; y tantos otros de la imaginería del poeta de Casarsa. Todo este universo concentracionario está presente en su poema “El llanto de la excavadora”:

    Aquel barrio desnudo bajo el viento,
    no romano, no meridional,
    no de trabajadores, era la vida

    bajo su luz más actual;
    vida, y luz de la vida, plena
    en el caos subproletario

    descrito en el burdo periódico
    de nuestra célula; era
    la nota roja del vespertino, el hueso

    de la pura existencia cotidiana
    real por ser tan cercana,
    absoluta por ser
    al fin tan miserablemente humana.

Hace muchos años, en un aniversario de su muerte, escribí un poema en el que hablo de los alimentos terrenales que constituyeron gran parte de la vida de Pasolini, y hago un recuerdo de Stracci:“ y tu hambriento de ricotta, muerto junto al Cristo maquillado”.

Ahora sabemos que su muerte, fraguada por los poderes fácticos que tanto odiaban y temían la actitud crítica del poeta, obedeció a razones políticas.

El director grita: “¡Corten!”, y los ayudantes bajan a los crucificados. Entonces se dan cuenta de que Stracci, el pueblo hambriento, está muerto, y tiene pedacitos de ricotta seca en las manos.

Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/02/15/sem-bazar.html


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