"El Premio Xavier Villaurrutia 1956 a El arco y la lira", por Adolfo Castañón

Miércoles, 11 de Enero de 2017
Octavio Paz recibiendo el Premio Villaurrutia
Foto: Revista Conferencia

I

En las palabras poco conocidas y hasta ahora no reeditadas con las que Octavio Paz agradece la entrega del Premio Xavier Villaurrutia 1956 en febrero de 1958 menciona a dos autores mexicanos. Uno es el poeta, amigo y maestro en cuyo honor se había instaurado el reconocimiento; otro es Alfonso Reyes, a cuya inspiración intelectual y poética agradece el propio Paz su guía. El primero, como él mismo dice, lo aleccionó en el arte de navegar a contracorriente y de ser crítico e independiente; el segundo le abrió con sus ensayos, como La experiencia literaria y El deslinde, las puertas de la percepción hacia un posible método o camino para templar, armar y afinar los escritos cosechados en El arco y la lira. En el prólogo a La casa de la presencia, el tomo I de sus Obras completas. Paz reconoce que el ensayo tiene una prehistoria en el titulado Poesía de soledad y poesía de comunión, publicado en la revista El Hijo Pródigo en 1943. Cabría añadir que, además de ese texto, existirían en la obra del propio Paz algunos textos anteriores en los que cabría reconocer el modo de enunciación que luego cristalizaría en El arco y la lira… Esos textos son: “Poesía y mitología”, “Novela y mito”, “El testimonio de los sentidos”, “Respuesta a una encuesta de Romance”, “Respuesta a una encuesta de Letras de México”, “La reseña de Los presocráticos”. Publicados algunos en Letras de MéxicoRomance y El Hijo Pródigo. Significativamente algunos se presentan como contestaciones a encuestas promovidas por los editores de las revistas. Además, cabría enmarcar la escritura de El arco y la lira en las atmósferas de la vanguardia francesa, en particular en textos como el Traité du style (1928) de Louis Aragón que, ciertamente, conoció Paz y que puede haber ejercido sobre la escritura de El arco y la lira cierto ascendiente. Aunque Paz no menciona a otros autores en este breve texto, se puede imaginar que entre sus líneas se asoma el André Breton de los Manifiestos y acaso los ensayos reflexivos de José Ortega y Gasset, Jorge Cuesta, José Bergamin y Luis Cernuda. Cuesta decía que el arte de la crítica es el arte de la decepción. Esta elocuente pieza está lejos de decepcionar al lector y lo invita a leer El arco y la lira en el marco de su estricta circunstancia:

“Premio que simboliza la independencia espiritual"

Octavio Paz

En primer lugar debo agradecer a nuestro amigo Francisco Zendejas sus palabras. En ellas veo, por lo que a mí se refiere, más que un juicio crítico un testimonio de su generosidad y de su amistad. Los escritores, es cierto, necesitamos ante todo una crítica justa; pero también deseamos que esa crítica sea generosa. Generosidad no es sinónimo de indulgencia, sino de simpatía humana y respeto por la obra ajena.

También deseo agradecer a Bernardo Reyes las amables palabras que ha pronunciado en representación de Alfonso Reyes No necesito repetir lo que he dicho varias veces sobre la obra y la figura de Alfonso Reyes; basta recordar que en el prólogo de “El Arco y la Lira” explico que quizá ese libro no hubiera podido ser escrito si antes Reyes no hubiese iluminado mi camino con libros como “La Experiencia Literaria”. La presencia de Bernardo Reyes entre nosotros, por otra parte, corrobora una vieja tradición mexicana; la del diplomático que ama el arte y la literatura. Bernardo Reyes es un diplomático que sabe que su oficio es el arte de comprender a los hombres y a los pueblos. Sabe también, porque es una inteligencia penetrante, que uno de los caminos para comprender al hombre es el de la cultura.

Finalmente debo agradecer, tanto en nombre propio como en el de los futuros premiados, la generosidad de las instituciones y personas que han hecho posible la existencia del “Premio Xavier Villaurrutia”. Ya se ha dicho que la importancia de este premio radica en que se trata de una recompensa que los escritores otorgan a los escritores: es decir, no se trata de un premio oficial, que otorga el Estado, una Iglesia o un partido sino de un premio libre en el que no cuentan más valores que los del espíritu independiente. Ahora bien, no es fortuito que un premio que simboliza la independencia espiritual se llame “Premio Xavier Villaurrutia”: la vida y la obra de Xavier son un admirable ejemplo de independencia y de lucidez. Independencia frente a las tentaciones que a veces sitian a los escritores en México; lucidez frente a la obra propia y a la de sus contemporáneos. Lucidez, en este caso, quiere decir rigor, con la obra y consigo mismo. Xavier decía con frecuencia: “hay que nadar contra la corriente”. Este rigor, esta continua exigencia consigo mismo, este negarse a la facilidad y a la idolatría de la autoimitación, me parece una de las condiciones indispensables para la creación artística. El “Premio Villaurrutia”, así, simboliza por una parte la independencia del espíritu; por la otra, el rigor y la exigencia con nosotros mismos”.

II

Francisco Zendejas a nombre del jurado compuesto por Rodolfo Usigli y Carlos Pellicer del recién fundado Premio Xavier Villaurrutia dijo:

“En mi opinión personal, este libro es el mejor ensayo en lengua castellana desde “El Deslinde” de Alfonso Reyes. Tiene, aparte el valor de ser un ensayo poético sobre las fuentes en que lo poético se fragua: enorme esfuerzo. Esfuerzo, en verdad, sólo atribuible a un poeta.

Todavía —y porque en la producción reciente y pasada de Octavio Paz hay una pasión viva y trepidante— no se reconoce en México el valor intrínseco de este libro. Se detracta y se deturpa su misma publicación; se le enderezan ataques tan pueriles como el de que el poeta no puede interpretar a la poesía, derecho este que —al parecer— es sólo privilegio de los autores de prólogos y ensayos.

Pero lo que tiene un valor definitivo, queda para siempre, y el día que los mismos poetas castellanos comprendan el gran mensaje de “El Arco y la Lira”, ese día su propia producción poética será más señera, más profunda, más cavilosa y vidente.

Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y el que habla, no hemos tenido la menor duda al otorgar el premio de 1956 a Octavio Paz. El anuncio de este hecho hace algunos meses, provocó la ira y el descontento de diversos críticos, de diversos poetas y prosistas”.

El texto de Zendejas llama la atención por varios motivos: reconoce que se trata del mejor ensayo sobre poesía y poética escrito en lengua castellana por esos años; del otro lado recoge el eco polémico que suscitó la atribución del premio al poeta y ensayista. Ahora esto parecería absurdo, casi paradójico. Llamo la atención sobre la semblanza firmada por un pseudónimo que resume la trayectoria de Octavio Paz hasta ese momento y que aparece aquí como nota al pie del discurso del premiado [y que, en esta ocasión, aparece reproducida al final de este texto].

En las palabras del propio Paz se adivina una alusión a esa situación de quien sabe que, como aconsejaba su amigo y maestro Xavier Villaurrutia, “hay que nadar contra la corriente”. Al igual que el salmón que remonta el poderoso caudal, Paz supo nadar muy lejos río arriba. El arco y la lira sólo sería un inicio. Los ecos que despertó este singular, original y originario libro llegaron lejos. Al final de este pliego me permito reproducir la carta que José Gaos escribió a su amigo mexicano unos años después.

III

No deja de resultar estremecedora la coincidencia de que don Antonio Carrillo Flores, que se desempeñaba como secretario de relaciones exteriores de 1964 a 1970, antes y después de que Octavio Paz fuera embajador en la India, dejara un vasto acervo bibliográfico en el cual tuve la rara fortuna de encontrar el texto arriba presentado durante el proceso de depuración de su acervo. Este caudal del ex ministro y canciller Antonio Carrillo Flores fue cedido a la Academia Mexicana de la Lengua por la fundación Pegaso, encabezado por don Alejando Burillo. El hallazgo de los número sueltos de la Revista Conferencia se dio luego examinar en varias ocasiones las numerosas cajas legadas por el ilustre jurista, bibliófilo y político. En ese paisaje no muy ordenado, se dio la aparición, en una caja que no tenía ni arañas ni alacranes y que no estaba afectada por la humedad, de una revista de color verde con la imagen de Xavier Villaurrutia. Al hojearla me encontré con el discurso de Octavio Paz pronunciado en la entrega del Premio Xavier Villaurrutia 1956. La publicación que abrigaba el hallazgo inducido por “el azar objetivo” era la revista Conferencia fundada y dirigida por el poeta estridentista Germán List Arzubide (1898-1998).

IV

Hago una reseña de Conferencia. El martes 25 de febrero de 1958 a las 20:00hrs, en la sede de la Galerías Excélsior de la Ciudad de México fue entregado el Premio Villaurrutia por su ensayo El arco y la lira a Octavio Paz, como el mejor libro de 1956. Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas, conformaron el jurado de esa segunda entrega del galardón. Como se sabe, el Premio Xavier Villaurrutia fue fundado por un grupo de amigos del autor, en 1955, para ser discernido anualmente por un Patronato. De este formaron parte como presidentes Alfonso Reyes, Carlos Pellicer y Rodolfo Usigli, como secretarios Adolfo Zamora, Eduardo Villaseñor y Francisco Zendejas; Carlos Luquin como tesorero, Alicia de la Peña como administradora, y como vocales Agustín Lazo, José Luis Martínez, Rafael F. Muñoz, Elías Nandino, Juan José Arreola, Antonio Martínez Baez, Arturo Arnaiz y Freg, Andrés Henestrosa, Gabriel Ruiz, Antonio Ortiz Mena, Alí Chumacero y José Delgado. En ese año de 1955 fungieron como jurados Carlos Pellicer, Rodolfo Usigli y Francisco Zendejas, que concedieron el premio a Juan Rulfo por su novela Pedro Páramo.

El premio correspondiente a 1956 fue concedido a Octavio Paz por El arco y la lira. Estas noticias se dan en Conferencia. Revista de Difusión Cultural, fundada y dirigida por Germán List Arzubide. El cuadernillo engrapado incluía distintos textos: la descripción del Premio Xavier Villaurrutia firmada por la dirección, el texto de Francisco Zendejas “Un premio de escritores para escritores”, el monólogo “La tragedia de las equivocaciones” de Xavier Villaurrutia, que fue recitado por Cipriano Rivas Cherif en el acto del martes 25 de febrero, un mensaje de Bernardo Reyes, sobrino de don Alfonso, el breve texto de agradecimiento de Octavio Paz titulado “Premio que simboliza la independencia espiritual” (no recogido hasta ahora en libro y acompañado por una breve semblanza bibliográfica que tiene interés por estar escrita probablemente por Francisco Zendejas y los otros miembros del jurado, amparados por el seudónimo Lautaro Matorras), y otros textos como el de Hussein Triki sobre “Argelia de ayer y hoy”, un fragmento de discurso de Adolfo López Mateos como candidato a la presidencia de la República, cargo que asumiría el 1º de diciembre de ese año, titulado “Testimonio de conferencia. El asesinato de Francisco I. Madero”, un texto de Vicente Magdaleno “Maderismo y Porfirismo”, y reseñas críticas sobre el libro de Isidro Fabela Las doctrinas Monroey Drago por Mario Sáenz, una reseña teatral de la obra La escuela de cocottes, de Armont y Gervidon, representada por Nadia Haro Oliva y un texto escrito por el Lic. Víctor Manuel Espinoza, consejero técnico de la dirección general de rehabilitación de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, titulado “La rehabilitación del amputado” y algunas fichas bio-bibliográficas firmadas por seudónimo de Lauro Matorras.

El número 8 de Conferencia estaba ilustrado por fotografías de Francisco Murguía. Podían verse en la página 57 un “Grupo de invitados a la entrega del Premio Villaurrutia” en que pueden verse a Juan Luis Velázquez del Perú, Jan Bazant de Checoslovaquia, Adolfo Zamora —secretario de la propia sociedad instituyente—, Antonio Martínez Báez, Rafael F. Muñoz, Manuel Calvillo y Olivia Zúñiga de México, Paulita Brook de los EE.UU. norteños y Virginia Picot y R.E. Montes y Bradley de Argentina, a esas imágenes se deben añadir las de Francisco Zendejas y Bernardo Reyes en el momento de la entrega del premio y la del propio Octavio Paz leyendo su discurso. El expediente incluye también una fotografía de un sonriente Octavio Paz en compañía de Teresa Villaurrutia en el momento en que la hermana del escritor hacía entrega de un ramo de rosas rojas a Octavio Paz.

La publicación llevaba además un mapa de los países solidarizados con “Algeria” (sic) en ese momento. Sólo había un anuncio, el de la Feria del estado de Veracruz.

V

La publicación de El arco y la Lira en 1956 fue un acontecimiento de amplia resonancia en el mundo. No sólo las traducciones, las ediciones a distintos idiomas y los ensayos dedicados a este libro así lo demuestran. Las cartas también son testimonio. Por ejemplo y para citar sólo dos casos notables, las de Julio Cortázar, que no reproduzco, y la de José Gaos que sí me permito transcribir en toda su extensión. El español escribía al mexicano, varios años después de publicado el libro, el 12 de diciembre de 1963, lo siguiente:

“A Octavio Paz

12 de Diciembre 1963

Esta carta es, antes que nada, para felicitarle, con gran satisfacción por el premio internacional de poesía. Antesala del Nobel, preveo que el nuevo Premio Nobel de lengua española va a ser usted. En todo caso no debieran dárselo al poeta únicamente, sino conjuntamente al poeta y al prosista.

Creo haber ido leyendo todos sus libros de poesía —o poco menos. Últimamente leí Salamandra. Preferí particularmente, “Andando por la luz” y ‘Temporal”, y “Apremio” “Palpar”,  “Rotación”, “Agua y viento”, “Ida y vuelta”. Es una preferencia que puede delatar más mis alcances y limitaciones que la valía de las piezas para el de veras competente. En conjunto, su libro me ha dejado como me deja la poesía relativamente más reciente: perplejo. La verdad es que no la entiendo nada bien —en más de un sentido de “entender”, estando muy dispuesto a conceder que la poesía no sea para entenderla, incluso en ninguno de los sentidos de “entender”, o al menos primariamente para tal. Siempre he leído poesía, por lo que he leído bastante. Es el único género literario que he tenido tiempo —ratos— para leer durante largas temporadas, a veces de años; y nunca he podido dejar de leer literatura, siquiera —sólo en el sentido que acabo de insinuar— poesía. He leído también bastante sobre poesía. Por gusto por la crítica literaria latissimo sensu y por interés profesional: desde España hasta hoy ha venido siendo tema filosófico fundamental para mí el oír la expresión, para caracterizar lo filosófico por comparación con la científica, la religiosa, la literaria… Mas nada de ello ha sido suficiente para darme las entendederas que me faltan. En busca de una posible instrucción para entender más y mejor Salamandra —busca alentada, además, por el interés profesional a que acabo de referirme, he leído El arco y la lira. Y encontrando, bien pronto, más que el instrumento buscado, la confirmada explicación de mi déficit de inteligencia poética: “La soledad del poeta muestra el descenso social. La creación, siempre a la misma altura, acusa la baja de nivel histórico. De ahí que a veces nos parezcan más altos los poetas difíciles. Se trata de un error de perspectiva. No son más altos; simplemente, el mundo que los rodea es más bajo”. De pleno acuerdo: no estoy a la altura de la poesía de mis días —postjuveniles. Descargar la “culpa” sobre la poesía misma me lo impidieron los escarmientos históricos. ¿No predijo Ortega en “Musicalia” que Debussy y Ravel no llegarían a tener nunca una popularidad como la de Beethoven o Wagner? Por haber cargado siempre, pues, con la “culpa”, escribí antes “confirmada explicación”. En general, soy un rezagado de mí mismo; me he quedado, he quedado fijado en mis juvenilia, en todo: la última poesía que verdaderamente me gusta es la simbolista; la última novela, la del XIX hasta Proust inclusive; la última pintura, la impresionista…; hasta en filosofía: ya el existencialismo no llegué a asimilármelo como la fenomenología.

Sólo que en El arco y la lira he encontrado muchísimo hasta más, pero muchísimo más, naturalmente. Hasta el punto de hacerme dudar de algo de que estaba convencido. Creía haber leído el libro al recibir el ejemplar que tuvo usted la amabilidad de dedicarme; pero me ha hecho dudar de ello lo que me ha sorprendido y tiene admirado en él —a menos que no se trate de juicios hechos en aquella lectura, que había olvidado haber hecho y acabo de rehacer como si fuesen nuevo. Claro, también, que los años transcurridos pueden hacerme ver lo no visto antes —experiencia bien conocida de las relecturas—; concretamente, el interés por la poética, más vivo que nunca últimamente, por los trabajos en que ando metido. Con todo, ¿cómo no sorprenderme de sorprenderme ahora encontrando que este libro es, no sólo el fruto más granado del existencialismo en lengua española de que tengo noticia, sino uno de los más grandes de la filosofía, a secas, en nuestra lengua, de que también tengo noticia? Desborda, efectivamente, por todas partes, la poética: la comprensión de la poesía por comparación con los “sectores de la cultura” más relacionados con ella —como únicamente pueden comprenderse estas creaciones del hombre—, le hizo a usted articular toda una filosofía. Y una filosofía original en proporción suficiente para poder tenerla por suya. A estas alturas de la historia,  alturas historicistas no hay quien piense sin “levantar”, en el sentido del aufheben hegeliano, toda una masa de pensamientos de pensadores anteriores. Pero por mucho que deba su filosofía de la religión digamos a un Otto, o su filosofía del hombre, que es la fundamental y general de toda la suya, a Heidegger, aún en estas mismas secciones, y no sólo en las de poética, la suerte de que revive y recrea personal, auténticamente, todo, más lo que añade de su propia experiencia y reflexión sobre ella, bastan y sobran para dar al conjunto aquella proporción de originalidad. Celebro la preferencia que usted le dio sobre el resto del existencialismo, con acierto bien superior al de los restantes mexicanos influidos por el existencialismo en paso decisivo de la vida intelectual de ellos y es lo que me hace comprender la dedicatoria del ejemplar: “AJ.G., a quien tanto debe este libro.” —pero es la forma en que usted lo repensó lo que me tiene sobremanera suspenso. Sin embargo, tengo que decirle —y me alegro de tener que decírselo, porque le probará que no le estoy haciendo tan sólo elogios amistosamente convencionales— que en este punto me impone su libro un par de reparos metodológicos importantes. Entre la poética más especificada y la concepción de la poesía es parte de la concepción general del libro, y no sólo esta concepción, encuentro un poco de demasiada distancia. Lo que me parece provino de aplicar a la poesía una concepción venida para usted de fuera de ella —aunque pudiera haber venido de la poesía para Heidegger, lo que no me parece ser el caso, pues Ser y tiempo me parece independiente, por anterior, a la versión filosófica de Heidegger hacia la poesía—, en vez de sacar de la poesía la concepción como autóctona de ella, de la poesía.

Pero no sólo el filósofo de esta obra me tiene admirado. Tanto, por lo menos, me tiene así también el historiador de la literatura, de las ideas. Las partes, los capítulos de tal contenido son literalmente estupendos, de novedad y profundidad.

En fin, hasta la posición política que la obra toma es aquella que he creído deber tomar si no me engaño mucho.

Con El arco y la lira y El laberinto de la soledad que siempre me ha parecido el mejor libro sobre su tema, lo que para mí es decir mucho —debía usted ser contado, por descontado, en la primera línea de la filosofía, no solamente mexicana, sino de lengua española. Y es ingrediente principal de la sorpresa antes mentada el encontrarme, no con no saberle o recordado contado así públicamente por nadie, sino con no haberlo contado así públicamente en alguna ocasión yo mismo, que me he ocupado como lo he hecho con la filosofía de nuestra lengua en general y la mexicana contemporánea tan en especial. Es deuda que pagaré aún.

Ahora quisiera aprovechar el resto de esta carta, que empieza a rebasar los límites de la extensión propia del género, para pagar otra: la contraída por su carta de 25 de julio de 1961, que ha aguardado, paciente, sobre mi mesa hasta este día de hoy la respuesta. Compréndame y perdóneme el retraso de esta carta amigo Paz. No sé cómo me las arreglo, pero lo cierto es que estoy continuamente abrumado de trabajos y urgentes. O si sé cómo me las —desarreglo: no sé decir no a los muchos, amigos, gentes e instituciones a quienes debo atenciones, honores, servicios, y que me piden cursos, artículos, conferencias, todavía traducciones, y otras cosas, prácticamente sin intermitencia y casi todas a plazo fijo, las más de las veces perentorio. Este año ha sido el del Congreso de filosofía aquí: usted se figura lo que ha requerido de los pocos que había aquí para organizarlo. Ha sido también el de un curso de Ética, materia de que no había dado cursos desde —España: usted se figura lo que ha requerido el prepararlo, habiéndome pedido que lo dicte no más de una quincena antes de empezar las clases del año académico. Y debió haber sido el de una segunda visita a la Universidad de Puerto Rico, aplazada para el 64, como el 62 fue el de una primera visita a la misma Universidad. …Así que, de cuando en cuando, al acabarse una temporada de gran trabajo, antes de meterme a otra, por necesidad biológica de descanso, me tomo uno de semana, de quincena a lo sumo, que aprovecho para cosas como ésta para la que aprovecho estos días que me estoy tomando después del Congreso, antes de meterme en la preparación de los cursos de Puerto Rico: escribirle a usted esta carta.

Al llegar aquí, tuve que interrumpir la carta para atender a cosas más urgentes que inopinadamente me cayeron encima —y la interrupción ha durado casi un mes: el Rector Chávez, que se ha propuesto poner orden en cuanto andaba sin él en la Universidad, ha dispuesto, entre otras muchas cosas, que se regule, en plazos perentorios, la situación del profesorado— y nos cayeron encima los concursos para provisión de plazas a los miembros de las comisiones y jurados dictaminadores —y la de los pasantes— y nos cayeron encima las tesis, por millares en la Universidad, por decenas en Filosofía y Letras. Los exámenes de tesis de cuyos Jurados soy sinodal no han acabado aún; pero las comisiones y jurados de que soy miembro acaban de acabar su tarea, y ello juntamente con el final de las clases y seminarios —aunque quedan los exámenes— acaba también, de darme un respiro.

En su carta hay una serie de puntos que requieren contestación por mi parte —al cabo de dos años y medio como a raíz de la carta: actualidad persistente de los temas de nuestro interés que me da una gran satisfacción, como me figuro que se la dará a usted.

Me hace usted ciertas preguntas y una incitación y dice usted algo que me tiene singularmente suspenso y admirado.

A mí me parece que no va a haber sustitutivo para la metafísica. Que todo lo que va a seguir habiendo, es: las disciplinas filosóficas no metafísicas, desde la Lógica, matemática, hasta las que se ocupan con el hombre y entre las cuales y las ciencias que les corresponden hay tan poca solución de continuidad, que parecen reducirse a éstas: filosofía social y sociología, filosofía y ciencia de la religión, filosofía y ciencia del arte … ; la filosofía de la Metafísica, parte de la Filosofía de la Filosofía, o de la reflexión de la Filosofía sobre sí misma, como reflexiona sobre los otros sectores de la cultura, en la Filosofía de la Ciencia, del Arte, de la Religión …. y que parece compartir el destino de éstas indicado en la parte anterior: la Metafísica puede ser un producto arcaico ya de la cultura, como otros, tan susceptible como éstos de ser estudiado indefinidamente, histórica, teórica, críticamente, por el mismo valor de todos en definitiva antropológico, de conocimiento del hombre, de su pasado, de su naturaleza; la religión o el residuo de ella que debe pensar inextinguible quien precisamente reconoce los límites de la razón pura o teórica: de este reconocimiento es correlativo al del misterio del mundo para el hombre, particularmente el del puesto del hombre en un mundo tan inhumano fuera del hombre mismo: el gran misterio del hombre para sí mismo que es constitutivo esencial de su propia naturaleza humana… Si “Dios” es, pues, un nombre más apropiado aún para el misterio mismo que para toda presunta revelación del misterio o extinción de éste, Dios no ha muerto, ni morirá, mientras esté vivo el hombre, es decir, mientras éste no muera como especie o no evolucione a otra, si es previsible, posible tal evolución —de la que no parece haber el menor indicio.

Si la verdadera filosofía y poesía son a estas alturas la filosofía de la filosofía y la poesía de la poesía, en todo caso no habría que confundir la poesía de la poesía y la filosofía de la poesía: la filosofía de la filosofía y la filosofía de la poesía son filosofía —como es filosofía de la poesía El arco y la lira; la poesía de la poesía, es poesía —como es poesía de la poesía.

Lo digo contra confusiones, no ciertamente de V., pero sí más difundidas, de lo conveniente.

La incitación que me hace, es a escribir una obra que caracteriza desinteresadamente así: [ … ]

Pero, vamos a ver, mi querido y, admirado Octavio Paz, ¿No se trata de una obra que a usted le gustaría ver escrita —por usted?; ¿Será V. excepción a la regla de que las obras que se propone a otros escribir, son obras que quienes las proponen quisieran escribir, más consciente, más inconscientemente, más decidida, más veleidosamente? En todo caso, y a pesar de su incitación de V., no, puedo ya hacer entrar nada semejante en mis planes, porque aún reducidos a éstos simplemente a publicar lo que tengo escrito e inédito, me temo no disponer de tiempo, de vida, para llevarlos a cabo. No ambiciono nuevas empresas. Me daría por archisatisfecho con haber salvado el material acumulado a lo largo de la vida hasta ahora, dándole forma definitivamente publicable.

Le reproduzco el pasaje que me tiene suspenso y admirado —porque proyecta una luz de mediodía esplendoroso sobre una peculiaridad de toda la cultura actual que habla visto sólo parcial y oscuramente hasta ahora. [ … ]

Aquí tuve que dejar otra vez la carta. Y hoy, 12 de diciembre, que vuelvo a ella, en Guadalajara, donde estoy dando un curso intensivo —dos horas diarias, de lunes a sábado, ambos inclusive, durante dos semanas, lo que da casi tantas horas como un curso semestral corriente de la Facultad en México: que tiene que prestarnos, a sus profesores, a los de provincias, faltas de bastantes para poder cubrir los planes de estudios—, decido darla por terminada y remitírsela, sin más espera, no sea que ésta sea eterna. Aprovechando la cercanía de la Navidad y el Año Nuevo para deseárselos felices”.

Para leer la nota original, visite: http://literalmagazine.com/el-premio-xavier-villaurrutia-1956-el-arco-y-la-lira-de-octavio-paz/


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