"Guadalajara: una ciudad, una revista (II de III)", por Hugo Gutiérrez Vega en La Jornada Semanal

Lunes, 27 de Agosto de 2012
"Guadalajara: una ciudad, una revista (II de III)", por Hugo Gutiérrez Vega en La Jornada Semanal
Foto: Universidad de Guadalajara

Guadalajara: una ciudad, una revista (II de III)

Las casas tenían patio central, arcos, corredores con macetas y pájaros. Todo giraba en torno al patio, la puerta siempre estaba abierta y el cancel cerrado ofrecía una protección simbólica. Por las tardes se sacaban sillas y mecedoras al portal para tomar el aire y ver pasar a la gente (esta costumbre debe de haber desaparecido a principios de los cuarenta, cuando los Analco-Moderna, Centro-Colonias y otros autobuses desplazaron a los tranvías y entronizaron sus humos y pujidos).

El Seminario, el clero y sus escritores y oradores sacros, por una parte y, por la otra, los socialistas, uno que otro anarquista y las logias masónicas (recuerdo a un mi tío que era “Gran Oriente de Occidente”), formaban los dos extremos de la cultura de la ciudad. La Cristiada había dejado heridas abiertas o cicatrices que aun escocían y se exigían las “posturas definidas” (un poco más tarde, las niñas de la burguesía católica se casaron con los políticos revolucionarios y se crearon los modus vivendi y los cierres de ojo. Los hijos de esas familias iban a las escuelas de la Iglesia católica prohibidas por el artículo tercero de la Constitución. Recuerdo que el modus vivendi se oficializó en los patios del Instituto de Ciencias visitados por el gobernador, Marcelino García Barragán. Todos vestían de civiles y las apariencias bien guardadas salvaron una vez más al zarandeado honor de nuestra Carta Magna). Los intelectuales, antes reunidos en torno a la revista Bandera de Provincias que publicó por primera vez en Latinoamérica un capítulo del Ulises, de Joyce, traducido por Efraín González Luna, también traductor de Claudel, participaban en las tertulias de la Librería Font. Todos ellos eran católicos y algunos fueron fundadores del pan. Otros grupos giraban en torno a Cornejo Franco y Parrés Arias, y la izquierda era hospedada por Lola Vidrio. Era la ciudad de González Martínez, Díaz de León, Vallarta y Otero, la capital del estado en el que habían nacido Azuela, González León, Placencia, Salado Álvarez, Yáñez, Rulfo Gómez Robledo, Orozco, Reyes Ferreira, Gutiérrez Hermosillo, Rolón, Arreola y otros muchos intelectuales y artistas. Las revistas culturales las hacían Rivas Sáinz y Adalberto Navarro. Ernesto Flores, nayarita adoptado al igual que Chumacero en su tiempo, empezaba su aventura de publicar y promover a los nuevos. La joven orquesta sinfónica seguía con problemas la batuta de Leslie Hodge, y Juventudes Musicales luchaba contra viento y marea para servir a la música. El Paraninfo, el Hospicio y el Palacio ya no tenían “monotes y desfiguros”, sino murales citados y estudiados hasta en París, y las Escuelas de Diéguez ya no eran del todo la casa del Diablo, aunque para ingresar a la Universidad de Guadalajara era necesario comprometerse a asistir a una especie de clase de religión (esta orden arzobispal se fue diluyendo y las pugnas religiosas también se fueron desvaneciendo).

El Parque de la Revolución y la Avenida Lafayette eran los lugares de reunión y de inicio -a veces, culminación- de noviazgos por lo general férreamente castos (los desahogos de la carne exaltada se llevaban a cabo del otro lado de la calzada, esa calzada que dividía la ciudad y daba la razón a Marx en su teoría de las clases sociales). Algunos días los cortejos se hacían en patines, combinando así los deseos con el ejercicio bueno para calmar las concupiscencias.

(Continuará)

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