"Lo que sea de cada quien. Del oficio de María Antonia Mora", por Vicente Leñero

Sábado, 13 de Julio de 2013
"Lo que sea de cada quien. Del oficio de María Antonia Mora", por Vicente Leñero
Foto: Revista de la Universidad

El éxito editorial y el escándalo provocado por Óscar Lewis cuando se publicó en 1964 Los hijos de Sánchez demostraron sin duda la vigencia de la literatura testimonial. Una investigación antropológica convertida en novela.

Entre los apasionados por la obra se encontraba Margaret Shedd, directora del Centro Mexicano de Escritores.

—Por eso lo llamé —dijo, aunque yo no entendía bien a bien las razones de la urgencia porque nunca fui de sus becarios predilectos.

Me lo explicó. Una joven desconocida acababa de entregarle los borradores caóticos de una historia que consideraba sensacional.

—Puede ser un libro como Los hijos de Sánchez —aseguró—: descarnado, sobrecogedor, de muchísimo éxito.

La joven desconocida había salido recientemente de la cárcel y trataba de escribir la historia de su vida como hija maltratada de una prostituta callejera. Ella se convirtió también en prostituta a los catorce años y terminó en la cárcel por su complicidad con una banda de maleantes.

—Lo cuenta todo con una franqueza absoluta —me explicó la señora Shedd—. Detalles sórdidos, episodios terribles, degradaciones que ni se imagina. Es conmovedora su confesión.

—¿Y yo qué?

—Usted puede ayudarla a trabajar ese libro. Ella no es escritora.

Me interesé. Intercambiamos puntos de vista. La señora Shedd sería algo así como su agente literaria y yo su escritor fantasma. No me habló de dinero pero todos ganaríamos toneladas de billetes como Óscar Lewis.

Quedé en conocer a la prostituta y, si nos entendíamos, trabajar con ella semanalmente en las oficinas del centro.

Se llamaba María Antonia Mora; Antonia a secas. Era una muchacha de busto alzado, ojos hermosos, brillantes, ya sin facha alguna de sexoservidora. Vivía en pareja con el abogado que la liberó de Santa Marta Acatitla: un trajeado de aire gruñón.

Empezamos a reunirnos los jueves por la tarde en las oficinas del centro de escritores; luego en su casa bajo la esporádica vigilancia del abogado gruñón. María Antonia nunca se presentaba sola sino en compañía de un joven cabeza de cepillo y facha de intelectual, muy listo, muy afable, que trabajaba en la sección de cine de la revista Tiempo. Se llamaba Sergio; Sergio Beltrán, si mal no recuerdo.

En lo que se convirtió en un taller de redacción y composición narrativa, María Antonia me traía cada jueves los textos que iba escribiendo o que yo le dejaba de tarea en obediencia al orden cronológico de su vida desde los cuatro años. Todas las anécdotas eran terribles, humillantes, reflejos del bajo mundo, y me parecía evidente que era su amigo Sergio el verdadero escritor fantasma de esos textos. A él me dirigía con mis sugerencias de tono y de sintaxis para conseguir un relato escueto, directo, con abundantes diálogos, sin lamentos ni reflexiones culpígenas o moralistas.

Ella se mostraba satisfecha con los avances del libro hasta que su abogado gruñón suspendió bruscamente la tarea. Desconfiaba de mí y de la señora Shedd. Se imaginaba que la estábamos explotando como tantas veces lo habían hecho otros. No sé. Para acabar pronto: no veía el dinero prometido por ninguna parte.

El caso es que mi trabajo terminó. A la mitad. Sin explicaciones suficientes.

Dejé de ver y de saber de María Antonia durante años. Ignoro si fue Sergio o algunos otros quienes la ayudaron en la escritura, o fue ella misma quien terminó el trabajo.

En fin, en junio de 1972, con un buen título, Del oficio, y firmado por Antonia Mora, apareció el libro en formato pequeño y con 163 páginas. Mal editado, modestísimo. Lo publicó aquella editorial Samo de Sara Moirón. Se tiraron 3,000 ejemplares con un prólogo de La China Mendoza (contar desde la raíz del grito el caminar por barrios y callejones, banquetas y cabarets, para terminar en la cárcel) y elogiosos comentarios de Salvador Elizondo (este libro está escrito con sangre) y José de la Colina (un libro sin precedentes en la literatura mexicana por su crueldad y ternura casi viscerales, por su sinceridad deslumbradora, por su ácido lirismo y su radical enfrentamiento instintivo a la suma de complicidades… que llamamos sociedad).

María Antonia me lo envió con una dedicatoria de letra temblorosa que me pagó con creces mi tarea inconclusa: Casi puedo decir que tú fuiste el único que se ocupó de mí como un ser humano.

Para leer la nota original, visite:

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=20&art=638&sec=Columnistas

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