Margo Glantz: desnudarse en la calle. Entrevista

Martes, 06 de Septiembre de 2016
Margo Glantz
Foto: A. Noriega, Códice Informativo

La escritora de 86 años camina por el pasillo del hotel con paso seguro —nunca propio de una mujer de su edad—. Nos saluda con recelo. En cuanto nos quedamos solos, se alza su voz: “¿Y qué me van a preguntar?”. Le planteamos nuestro plan: un recorrido por la literatura mexicana desde que empezó a escribir. “No, eso es muy general, oigan”. Respondemos que pensamos empezar con La Onda, generación literaria a la cual, supuestamente, ella misma bautizó por antipatía. “Nombre, de La Onda he hablado muchas veces y no me gusta nada”. Sonreímos. “Igual los dejo sin tema, pero…”, nos dice mientras caminamos al elevador. Esa figura elegante y siempre sonriente contesta las preguntas con una ligereza inusitada, como si tuviera prisa por seguir viviendo.

Juan Carlos Franco: En un libro de entrevistas, se publicó un texto que tenía como título ‘Margo Glantz. ¿Quedó claro que no soy una libertina?’…

Margo Glantz: Híjole, pero tú estás hablando de hace ochocientos años. Ya ni me acuerdo que yo existía.

JCF: Es cierto, pero la pregunta iba por acá: ¿cómo fue y cómo es ahora escribir desde un lugar que, al parecer, atenta contra alguien en el mudo literario?

MG: Yo creo que esta entrevista me la hizo una amiga periodista que se llama Margarita García Flores, que tuvo una operación, quedó mal de la cabeza y no volvió a escribir. Ella hacía entrevistas a mujeres de la cultura y me entrevistó después de que yo había publicado un libro, no recuerdo cuál. También Elena Poniatowska hace muchos años me hizo una entrevista parecida, ya no sé cuál es. ¿Tú sabes?

JCF: La de Margarita García Flores. En Cartas marcadas.

MG: Ése. Yo publiqué tarde ficción. Empecé en 1977 con un libro que se llamaba Las mil y una calorías. Había escrito varios ensayos en donde el tema fundamental era el cuerpo. Trabajaba mucho el cuerpo femenino de una manera que quizás entonces se consideraba poco digno de una mujer. Por alguna razón, que no recuerdo exactamente, pero que tiene que ver con lo que acabo de decir, le pregunté a Margarita después de la entrevista: “¿Quedó claro que no soy una libertina?”. Y ella lo puso como título de la entrevista. Pero fue hace siglos. De más no me acuerdo.

JCF: ¿Y por qué el interés sobre el cuerpo? ¿Ese interés se ha mantenido en su obra más reciente?

MG: En toda mi obra el cuerpo es fundamental. Mis ensayos funcionan, fundamentalmente, en relación con el cuerpo. Tengo un libro que se llama La lengua en la mano. Saqué el título de las Crónicas de Bernal Díaz del Castillo, porque yo soy académica, y trabajé mucho las crónicas de la Conquista. Y Díaz del Castillo —un hombre de clase baja que sabía escribir y era un tipo maravilloso, no un noble estudiado en Salamanca como Cortés— dice: “Por más que ponga yo la lengua en la mano…”, y me pareció que era una descripción muy gráfica que dice de manera tan evidente que la lengua hace hablar a la mano. Y siempre me fijé mucho, cuando hacía análisis de textos, en cómo se visualizaba en la literatura el cuerpo femenino. El cuerpo femenino como el tema fundamental de la escritura —y también el alma femenina, si le podemos llamar así— pero con una mirada absolutamente, definitivamente cultural, y muy machista. Era revisar la mirada sobre el cuerpo y volverlo a trabajar con otra mirada. Pero si me preguntas por qué me interesa tanto el cuerpo, no lo sé.

JCF: Este interés sobre el cuerpo femenino tuvo que ver, supongo, con sus estudios sobre sor Juana.

MG: Mira, sor Juana es la gran poeta mexicana y la gran poeta universal. Yo soy profesora de Letras Mexicanas y siempre trabajé a sor Juana. Nunca la había trabajado de manera puntual, pero en algún momento me pidieron hacer una antología sobre su legado para la Editorial Ayacucho, que era maravillosa y que fue fundada por Ángel Rama en Venezuela, en Caracas. Me puse a trabajar con gran interés y entusiasmo y rigor la obra de sor Juana. Me la pidieron en 1989 y la entregué en 1994, el año de un aniversario muy importante de sor Juana. Siempre trabajo el cuerpo femenino porque en la tradición hagiográfica siempre es uno de los elementos más importantes; es decir, para ser santa era necesario acabar con el cuerpo. El cuerpo, entonces, está archipresente en toda la literatura de la época, y está muy presente también en sor Juana; habla constantemente del trabajo que tiene para poder escribir de noche y cómo está exhausta y cómo maneja la pluma, y luego trabaja en romances maravillosos sobre el cuerpo de la Marquesa de la Laguna, donde describe su pelo, su cara, su sexo, sus piernas, etcétera. Es tan importante el cuerpo que ella no podía dejarlo de nombrar. Cuando trabajé a las monjas contemporáneas en general me llamó la atención la necesidad de eliminar el cuerpo teniéndolo excesivamente presente. Era imposible eliminar el cuerpo si no se lo flagelaba, era imposible olvidarlo. Además trabajé una idea que me pareció muy interesante y que fue muy connotada: cómo las mujeres lograban imitar a Cristo tratando de alterar su feminidad, al grado de que padecían de anorexia por los ayunos, y se flagelaban y torturas del estilo, hasta acabar eliminando la menstruación. En ese momento se volvían como hombres, perdían un elemento femenino fundamental. Eso lo estuve trabajando de manera sistemática y creo que muy importante, y que no había sido trabajado, creo, por nadie, al menos en el campo de sor Juana. Ahora estoy haciendo un trabajo sobre el Quijote, porque me dieron una presea en Guanajuato; no pienso trabajar todo Cervantes, porque me volvería yo loca, sino muy puntualmente la textualidad del Quijote. Y encuentro que hay una literalidad corpórea tan infinita en Cervantes que olvido el ideal, el romanticismo, la espiritualidad del Quijote. No, lo que cuenta ahí es cómo le dan de puñetazos, cómo le quitan los dientes, cómo se vomitan, cómo excrementan… No hay capítulo del Quijote en donde el cuerpo no tenga una vigencia verdaderamente extraordinaria. Ahora estoy en eso. Quizás otros tratarán de olvidarlo, pero a mí el cuerpo me parece fundamental.

JCF: ¿Y siente usted que ha evolucionado la corporalidad femenina en la literatura mexicana? ¿Siente que ha cambiado desde que usted empezó a investigarla o incluso a escribirla en sus textos?

MG: Creo que hay mucho más escritoras que escriben del cuerpo. Hay muchas que no me interesan porque son demasiado obvias; trabajan aparentemente lo más sensacional pero son sólo eso, una superficialidad con pretensiones de feminismo sobre los lugares comunes que se han formado sobre el tema. En fin, no es que sea excepcional yo, pero creo que trabajo más profundamente ese tipo de cosas. Y a veces lo que trabajo molesta. Tengo un libro que se llama Apariciones, del que la gente, otros compañeros me decían: “Yo no puedo enseñar tu novela en mi clase porque es demasiado violenta, sexualmente es demasiado explícita”. Toco elementos que a la gente la da pudor tocar; yo pienso que son fundamentales porque sin ellos es imposible explorar bien el cuerpo. Voy a decir una perogrullada, pero el cuerpo femenino tiene ciertas características diferentes del cuerpo masculino, y sin trabajar éstas a profundidad no es posible explorarlo cabalmente.

Ana Noriega: Hablando de esta intransigencia…

MG: No la llamaría intransigencia, sino un deseo de verosimilitud respecto al tema que estoy analizando. Si eso implica una intransigencia, bienvenida.

AN: ¿Y qué opinión tiene de los escritores que usan la literatura precisamente para cometer una intransigencia o para denunciar algo?

MG: Hay muchas maneras de enfrentar la realidad. No sé si eso sea intransigencia, creo que se trata de desnudar la realidad y mostrar aquello que no quiere ver la gente. Porque es difícil ir desnudo por la calle, ¿no? Cuando uno escribe algo que molesta es como desnudarse en la calle. De alguna forma, esto no sería ni una provocación, sería un deseo de desnudar lo real. Aunque no sé qué es la realidad.

AN: ¿Hay algún autor mexicano que usted crea que debe ser lectura obligada para escritores contemporáneos? ¿O alguno que no haya sido lo suficientemente apreciado?

MG: Hay tantos. Ya se ha estado trabajando más ahora, pero durante mucho tiempo fue soslayada Nellie Campobello. Creo que es una de las escritoras más geniales que hemos producido y una de las mejores escritoras de cualquier lengua. Escribió muy poco, Las manos de mamá no me gusta tanto aunque es un libro muy hermoso. Pero Cartucho es una obra maestra, que con textos muy breves, fragmentarios, es capaz de mostrar lo que es vivir en guerra, lo que es la precariedad, la violencia, la intransigencia de la guerra contra la niñez —porque es una niña la que narra— y cómo la guerra se vuelve totalmente natural, al grado de que los niños juegan con los muertos. Creo que es un libro ejemplar que podría leerse en Siria, en Irak, en El Salvador, porque es esa situación extrema en donde lo más grave resulta cómo matan a los niños, cómo hoy mandan drones y matan a niños en hospitales sin reparo. Nellie Campobello lo trabaja en carne propia. Es una escritora extraordinaria y creo que debe leerse con más profundidad.

JCF: ¿Hay algún autor masculino que retrate de manera interesante el cuerpo femenino, o al menos el mundo femenino? ¿Hay algún autor contemporáneo mexicano que le atraiga a usted en ese sentido?

MG: Ahorita estoy leyendo a Shakespeare porque voy a hablar de él mañana, y estoy leyendo la escena en que las madres de Ricardo III, agobiadas por el duelo brutal de haber visto cómo han asesinado a sus esposos y a sus hijos y a sus padres. Lo único que pueden hacer es tirarse en el suelo porque el dolor es tan terrible. Tienen que echarse por tierra, están cavando su propia tumba. Y Shakespeare, que se supone que era también homosexual, es uno de los autores que mejor analiza lo femenino. Analiza lo masculino, pero Desdémona, Ofelia, las madres de Ricardo III, las mujeres valientes como Portia en El mercader de Venecia, son personajes maravillosamente trabajados. Me preguntas sobre autores mexicanos contemporáneos pero yo me voy a los clásicos: Calderón de la Barca, por ejemplo. En El médico de su honra, que es un texto tan extraordinario como el de Shakespeare, vemos cómo el honor español —que sigue imperando y es tan vigente todavía en los matrimonios en la India o en los países árabes donde niñas de ocho años son desposadas con señores de setenta u ochenta y a veces son asesinadas— fue un atentado brutal contra el cuerpo femenino, porque el cuerpo del personaje ya no es su cuerpo, está habitado por otro ser. Ahora, qué escritores mexicanos escriben de eso, no recuerdo.

JCF: Ahora bien…

MG: ¿Quiénes escriben de eso?

JCF: Podría ser… Acaso el más importante, Rulfo.

MG: Bueno, Rulfo tiene a Dolores Preciado, muy importante. Es decir, las mujeres de Pedro Páramo son tremendas. Hace tiempo iba caminando por la carretera y decía en un anuncio ‘Aquí privilegiamos la paternidad —Pedro Páramo, el ejemplo maravilloso de la paternidad responsable’. No entiendo. Pedro Páramo es la paternidad irresponsable por excelencia: todas las mujeres del pueblo han tenido algo que ver con Pedro Páramo y él nunca aceptaba a sus hijos. El único que acepta es uno que le entregan de una mujer de la que nunca sabe la identidad y que decide criar él, y que afortunadamente lo mata su caballo.

JCF: Me gustaría hacerle una pregunta para terminar: ¿por qué cree que dos autores tan importantes en la literatura actual joven de México, Mario Bellatin y Luis Felipe Fabre, hayan tomado su figura como…?

MG: ¡¿La mía?!

JCF: Sí, supongo que ambos la conocen…

MG: Acabo de conversar con Mario, estamos trabajando los dos. También conozco a Luis Felipe, pero no tanto como a Mario.

JCF: Mario en una novela corta y Luis Felipe en un poema sobre sor Juana, ‘una ponencia en verso’, como lo subtitula el autor, ambos toman su figura como un emblema, ya sea como un personaje o un motif sobre…

MG: Bueno, Mario y yo somos muy buenos amigos, es mi mejor amigo y yo también soy su mejor amiga —yo creo—, y lo somos afectiva y literariamente. Nuestras afinidades electivas son muy semejantes a nuestra forma de escribir, aunque nuestra forma de escribir no sea parecida. Nuestras preferencias respecto a autores son muy importantes para los dos. Además nos vemos mucho, conversamos mucho y podemos ser figura el uno para el otro porque él también lo ha sido en mis textos. Va a salir una novela ahora que ya está en prensa en donde lo pongo a él muy a menudo, no con su nombre pero aparece como una figura importante, y en otros libros ha estado incluso con su nombre como él lo hace conmigo. Y a Fabre lo conozco menos, pero trabajó a sor Juana, que ha sido estudiada por muy distintos autores y me pone a mí entre ellos, a veces no de muy buena manera. A él le parece extraordinario Alatorre —a mucha gente le parece extraordinario Alatorre— pero yo le dije a Fabre… Cuando lo escribió mucha gente me dijo “Ya ves, te está atacando” y me parece que al contrario. Le mandé una cartita donde le dije “También Alatorre se equivoca”.

JCF: A mí no me parece que sea un ataque. Me parece, además, un texto con un gran cariño hacia sor Juana y hacia usted.

MG: No, a mí tampoco, en absoluto. También Fabre es un escritor al que admiro enormemente, que tiene una potencia poética e imprecatoria que me encanta, y el hecho de que me utilice como figura me hace feliz porque es una especie de homenaje. Algo debo tener.

JCF: Y la última pregunta: en su labor como narradora y ensayista, pero también como académica, como profesora, ¿hoy ve usted en la situación actual de México una responsabilidad? ¿O bien, si no hay responsabilidad, ve alguna forma de contribuir a la acción? ¿Existe alguna tarea del escritor y del académico que esté emparentada con la situación que vivimos?

MG: La situación en el país es lamentable, para decir lo menos. Creo que, de alguna manera, tratamos de hacer algo. Creo también que no hacemos lo suficiente. Yo en mis clases siempre fui lo más genuina y sincera con los textos y trabajé mucho la novela de la Revolución Mexicana, trabajé con mucho cuidado un texto fundamental que es La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán, y en ese tipo de análisis, también de Nellie Campobello o de Azuela o de autores muy contemporáneos, creo que he hecho lo posible por mostrar cosas que son fundamentales para que la gente entienda lo que está pasando. También en mis artículos en La Jornada, que escribí muchísimos años, traté de ser lo más inteligente posible en sentido político, hablando de las cosas que me parecen fundamentales. Sigo escribiendo en el Twitter y el Facebook y siempre estoy manifestándome, pero yo no sé si mi propio granito de arena pueda contribuir a que la situación siniestra que estamos viviendo mejore, porque es además una situación internacional. Estamos viviendo la caída de Dilma Rousseff, la caída de Cristina Kirchner —con todos sus defectos, frente a un macrismo asqueroso—, estamos viendo el trumpismo crecer, que es un nazismo con nuevas facetas pero que está siendo aceptado por la gente, por el cual la gente votará. La derecha está cada vez más activa en el mundo. No sé. Es como una conspiración muy oscura: las trasnacionales, el neoliberalismo que está tan oculto pero que maneja todos los hilos. Es muy difícil para las sociedades contemporáneas pelear contra eso. El caso de Dilma Rousseff me parece de los más paradigmáticos y más horribles, porque Lula y Dilma cometieron muchos errores pero hicieron una cosa muy importante en su país. Su economía estaba subiendo y no lo pueden tolerar, quieren que toda Latinoamérica sea una United Flood Company con nuevas variantes. Nos están acabando. En México el petróleo. Lo que hicieron con Grecia. Lo que hay por todos lados, y están ganando. ¿Cómo pelear contra ellos? Yo creo que hay que ser consciente y hay que hablar de todo, pero hay que buscar nuevas formas. La izquierda está muy deforme.

JCF: Entonces desde su labor como profesora sería retomar el pasado, las lecciones aprendidas…

MG: Ya no soy profesora, ya estoy muy vieja. Ya me cansé de trabajar. Ahora soy emérita y hace casi cinco años que no doy clases. Pero estoy bastante al día porque twitteo y facebookeo, que son medios muy sociales que mucha gente de mi generación no quiere tomar en cuenta porque les parecen deleznables, pero que en realidad son muy importantes. En ese sentido, estoy trabajando. Pero yo sola no puedo hacer nada. Además, en última instancia el Facebook es un medio muy reducido a la gente que tiene posibilidad de conectarse a internet. Es una especie de espejismo. Sí sirve, yo creo que sí se difunde, pero no creo que yo personalmente pueda hacer algo. Carmen Aristegui y Sanjuana Martínez están haciendo cosas muy importantes: desvelar algo que está sucediendo, pero al mismo tiempo están haciendo cosas que son muy tristes. Al final, lo único que pasa es que renuncia Nicolás Alvarado, que no es ni un alfiler siquiera. Y esa es la ejemplaridad. Me pareció estúpido lo que dijo, pero quitarle el puesto y darle a eso una gran importancia me parece siniestro, igual que despedir al alcalde en Mérida porque dijo que le daba hueva Juan Gabriel me parece completamente… ¿Por qué no quitan a Duarte, a los Duartes su puesto? ¿O por qué no le quitamos la presidencia a Peña Nieto —pero a quién ponemos en vez de Peña Nieto: eso es terrorífico—? ¿Te imaginas a quién pueden poner? ¿A un militar en un golpe de estado? No sé. Está muy fea la situación.

AN: De hecho, Emiliano Monge dijo en una charla el jueves que en México no hay lugar para la esperanza.

MG: Como decía Walter Benjamin, siempre es posible lo peor. Pero también creo que las cosas tienen que llegar a un límite. Algunas cosas tienen que pasar. Están pasando ya con este sistema neoliberal. Antes hablaban de las patadas de ahogado del capitalismo y mira cómo estamos, ahora con el modelo neoliberal, pero yo creo que algo tiene que pasar. Y perder totalmente la esperanza sería absolutamente brutal. Hay que darse cuenta que la realidad es espantosa y no dormirse ante eso, pero creer que no puede haber ninguna solución también es muy triste.

“¿Ya con eso?”, nos pregunta en ese momento. Le respondemos que sí. Nos pregunta nuestros nombres y se despide. “No tergiversen mucho mis palabras”. Le aseguramos que no. Nos sonríe por una última vez y sale del salón. En el pasillo, un empleado del hotel le ofrece el elevador. Ella se va por las escaleras, como si tuviera prisa de seguir.

 

Para leer la nota original, visite: https://codiceinformativo.com/2016/09/margo-glantz-desnudarse-en-la-calle/


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