Como a veces sucede, la tía Ernestina llega a las ocho en punto, sin avisar. Todos nos levantamos de la mesa y corremos a saludarla y hay ese revuelo que su aparición provoca siempre porque hace falta traer otra silla y hacerle lugar y ponerle platos y cubiertos y mamá saca copas de fiesta y papá abre una botella de vino y todos hablamos al mismo tiempo y la tía Tina nos besa y nos alborota las greñas, como ella dice, y nos pregunta qué hemos hecho y le decimos que nos gusta bañarnos en la tina y ella se ríe como si fuera esa la primera vez que lo oyera. Ernestina es muy hermosa y por ella no pasa el tiempo. Nos alegra la vida hasta que tiene que irse, porque despedirla nos pone tristes. La tía se va y no le da miedo salir a la calle, por tarde que sea, y cuando nos deja, mamá, como siempre vuelve a llorar y papá le dice que no se preocupe, que pronto volverá y que ya nada malo puede pasarle, pues hace tiempo, cada vez más tiempo, que falleció.
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