Lo que ella deseaba era tener un compañero. Sentirse querida, tomada en cuenta; demostrar abiertamente su cariño. Acostarse con su pareja. No que quisiera tener sexo todo el tiempo; quería dormir con alguien, estar a su lado en la noche; desvanecerse tibiamente entre sus brazos. Cada mañana se sentaba al borde de la cama y dejaba pasar el tiempo mientras imaginaba que él estaba en la regadera y ella le planchaba la toalla, para que la tuviera calientita. Que cocinaba para sorprenderlo; paso a paso planeaba visitas a las iglesias, caminatas por los parques, idas al cine o a la feria o de compras; construía sus conversaciones con minucia; qué diría ella, qué le contestaría él; las palabras exactas que le irían cayendo al oído cuando fueran en el Metro o caminaran entre los árboles o vieran llover desde una ventana, siempre abrazados. Quería pasar la vida de su mano, envejecer a su lado. Y el tiempo seguía deslizándose, sin ruido, sin compasión. Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/01/18/sem-garrido.html
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