Luego que Primero y Segundo, hijos del Gran Espíritu, cayeron en la Palma, y que Primero, tras fabricar la tuba se quedó dormido y Segundo esparció la tierra y la arena del costal, y el iguana se tendió al sol, y la gallina empezó a sacar lombrices, y que, para que engendraran a los hombres, el Gran Espíritu envió a Solymar –ojos negros, talle de palma–, y de que, como Segundo siempre trabajaba y Primero dormía, Solymar sedujo al iguana –por eso los hombres no somos perfectos–, aconteció que Primero despertó una noche de Luna, vio pasar a Solymar y, sin habla, la siguió; la muchacha fue al grano y le pidió la Luna. Primero se sintió morir. Salió a la noche y habló con la Luna de la joven: Tan deseada, tan soñada, tan distante. Y la Luna se lo dijo: las aguas llevaban bajo tierra su reflejo. Él debía sacarlo, limpiarlo, adornarlo, enredarlo en las muñecas, el pecho, los dedos, la cintura, el cuello de Solymar para encadenarla a su corazón.
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