"Octavio Paz y Carlos Fuentes. Encuentros y desencuentros", por Alfonso González en la Revista de la Universidad de México

Martes, 21 de Agosto de 2012
"Octavio Paz y Carlos Fuentes. Encuentros y desencuentros", por Alfonso González en la Revista de la Universidad de México
Foto: Revista de la Universidad de México

En un universo cosmopolita, donde reina la imaginación de la violencia, Juan Villoro se ha convertido en una de las voces más sugestivas de la literatura contemporánea en nuestro idioma. En este texto, leído durante la presentación de Arrecife, su más reciente novela, Rosa Beltrán reflexiona acerca de los temas y horizontes de la narrativa actual.

Octavio Paz y Carlos Fuentes, indiscutiblemente dos de las grandes figuras literarias de la literatura mexicana del siglo XX, compartían una afinidad con las ideas socialistas y comunistas de medio siglo. El primero viaja a España para apoyar la causa republicana en 1937, el segundo va a Cuba al triunfo de la Revolución cubana en 1959. Esta afinidad los conduce a una mutua admiración y aparente amistad. Octavio Paz escribe un prólogo a Cuerpos y ofrendas (1972) de Fuentes; éste, por su parte, le dedica Zona sagrada (1967) a Paz y a su esposa. El gran parteaguas parece haber sido la secuela a la matanza de estudiantes en Tlatelolco ocurrida el 2 de octubre de 1968 por parte del gobierno que dirigía Gustavo Díaz Ordaz. Octavio Paz renunció a su puesto como embajador de México en la India dos días después de este suceso y se mantuvo fuera del país durante los siguientes tres años. Luis Echeverría Álvarez, presidente de México (1970-1976) y a quien muchos acusan de haber ordenado dicha masacre, inició rápidamente una “apertura democrática” que incluyó un acercamiento a los estudiantes e intelectuales y un apoyo a los regímenes socialistas de Chile y Cuba. Parece que esta “apertura democrática” hizo decidirse a Octavio Paz a regresar y a Fuentes, al igual que otros intelectuales llamados neoliberales como Fernando Benítez y Rosario Castellanos a apoyarlo. Sin embargo, la actitud de reconciliación de Echeverría chocó con sus acciones, como lo muestran la represión gubernamental a estudiantes por parte de sicarios entrenados y dirigidos por el gobierno y denominado Los Halcones el 2 de junio de 1971 y que es conocida como la Matanza del Jueves de Corpus. A esto se debe agregar el desplome económico del país debido a la largueza y las políticas económicas de Echeverría. Fuentes, aparentemente no convencido del todo de la política represiva del presidente, acepta el puesto de embajador de México en Francia en 1975, pero renuncia dos años después, cuando Díaz Ordaz es nombrado embajador de México en España. Por su parte, Paz regresa a México en 1971 y funda y dirige la revista Plural (1971-1976), en cuyas páginas la amistad entre Paz y Fuentes parece continuar, a pesar de sus diferencias de opinión en cuanto al nuevo presidente, Luis Echeverría Álvarez; “Paz abordó el tema de la violencia política en una serie de artículos publicados en Plural a lo largo de junio y julio de 1973 y agosto de 1974” (toda nuestra información histórica acerca de los años de Plural viene del artículo de John King).

Sin embargo, en 1988, el redactor de la revista norteamericana The New Republic, molesto por el apoyo que Fuentes le dio al gobierno sandinista de Nicaragua y convencido de que Carlos Fuentes era un fraude, envía a un representante a México para buscar a alguien de renombre que escribiera algo contra Fuentes. Se dirige a la revista Vuelta, dirigida por Octavio Paz, y se topa con el historiador Enrique Krauze, quien accede de buena gana. El libelo, que aparece en el número 139 de junio 27 de 1988 de la revista que dirige Paz y en inglés en el número 27 de The New Republic de la misma fecha, ocasionó una multitud de críticas nacionales e internacionales en contra de Krauze y defensas a favor de Fuentes. Como nos dice Colchero Garrido: “En el artículo de Krauze se percibe un claro empeño por desacreditar lo hasta entonces considerado como valioso por muchos otros autores que abordan la obra de Fuentes antes y después de la negra fecha señalada” (p. 165). Desde la perspectiva del lector, esto prueba incontrovertidamente que la animadversión existía ya en esa época entre estas dos grandes figuras de la literatura mexicana: Octavio Paz y Carlos Fuentes. Desde esta misma perspectiva es evidente que la relación entre ambos, a partir de esos años, fue una de desencuentros, ya que Fuentes no le volvió a dirigir la palabra, pero lo que sí es claro y evidente es la huella de Paz en la obra de Fuentes. Se nota una influencia directa del pensamiento de Paz en la obra de Fuentes en: 1) la creencia que la esencia del mexicano se halla en el origen e historia de México, las cuales persisten y definen al mexicano; 2) la concepción del tiempo como un presente eterno; 3) la mujer como un posible puente de escape a la soledad del hombre; y 4) la fuerza redentora del lenguaje vulgar mexicano.

EL ORIGEN EN LA HISTORIA

Paz explica en El laberinto de la soledad (1950) que “la historia de México... contiene la respuesta a todas las preguntas. Las circunstancias históricas explican nuestro carácter en la medida que nuestro carácter también las explica a ellas” (p. 64). Aquí mismo expone lo que para él significan los momentos más importantes de la historia de México. Ve a la Conquista como el nacimiento del México moderno que ocurre debido a la violación de las indígenas, simbolizada por la Malinche, perpetrada por los españoles representados por Hernán Cortés. Para Paz la Reforma es un rompimiento con el pasado indígena al abolir la propiedad comunal y también el pasado español, ya que casi destruye a la Iglesia y prohíbe el fuero militar y religioso. La Revolución, según Paz, es una vuelta al pasado porque se restablece la propiedad comunal y renacen las artes prehispánicas.

En cuanto a la esencia del mexicano, Paz, en su poema “El cántaro roto” de Libertad bajo palabra (1960), establece que el México moderno ha roto con lo valioso de sus orígenes indígenas y españoles y pide una vuelta a estos valores:

El dios-maíz, el dios-flor, el dios-agua, el dios-sangre, la Virgen,
¿todos se han muerto, se han ido, cántaros rotos al borde de la fuente cegada?
¿Sólo está vivo el sapo? (p. 289).

El sapo, según aclara el mismo Paz más tarde, es el sacerdote prehispánico y el caudillo hispano-árabe. Paz continúa sugiriendo lo que hay que hacer para recuperar lo valioso del pasado de México:

hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,
más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá de las aguas del bautismo,
echar abajo las paredes entre el hombre y el hombre, juntar de nuevo lo que fue separado (p. 289).


Carlos Fuentes y Octavio Paz con Marie-José Paz

Esto es, hay que recuperar lo valioso de nuestro pasado, hay que reparar el cántaro roto.

La presencia imperecedera del pasado indígena en la psique del mexicano se puede ver ya desde el primer libro de cuentos de Fuentes, Los días enmascarados (1955), en relatos como “Chac Mool” y “Tlactocatzine, del jardín de Flandes”.

Sin embargo, es en La región más transparente que se aprecia mejor la huella de Paz, pues no sólo trata de presentar el origen indígena-europeo del mexicano, sino también su historia y una indagación del pasado, presente y futuro de México en base a sus orígenes. Esto lo logra por el recurrente diálogo entre Ixca Cienfuegos, el narrador principal, quien propone y promueve una vuelta al sacrificio humano, y Manuel Zamacona, que propone una inmersión en los orígenes indígenas y europeos de los mexicanos. Es significativo que Zamacona lleve bajo el brazo libros de Romano Guardini, Gérard de Nerval, Alfonso Reyes y Octavio Paz (p. 369). Dos pensadores mexicanos y dos europeos. La unidad de lo indígena y lo europeo se ve también claramente en los nombres de Teódula Moctezuma e Ixca Cienfuegos, una combinación de lo indígena y lo español.

Para ver la nota original, visite:

http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/0212/gonzalez/02gonzalez.html

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