I
A mediados de 1974 –unas semanas después de regresar del periodo aventurero que me llevó a Europa y Medio Oriente durante un año, con 500 dólares en el bolsillo–, un compañero de la Facultad, Armando Pereira –hispano-guatemalteco y, por fin, mexicano– me invitó a quedarme en lugar suyo en el puesto de corrector de la revista Plural, dirigida por Octavio Paz. Acepté pues mi soberbia era tan grande como mi vanidad y ambición. Me presenté a las oficinas de la revista en Reforma. Ahí me recibieron Ana María Cano y Sonia Levi Espira, y la primera me dio unas galeras para corregir. Volví al día siguiente. Me encontré con Octavio Paz. Tenía sesenta años, los mismos que llevo yo ahora. Irradiaba inteligencia y amable serenidad. Se le veía descansado. Iba vestido con una bonita y finísima chamarra de mezclilla con solapas de gamuza y pantalones claros de gabardina. Daba la impresión de venir o ir a un safari, quizá a cazar elefantes. No usaba corbata. Me dijo que me sentara y nos pusimos a conversar –o, al menos, eso creía yo. Me interrogaba discretamente, y me dejaba hablar. Me sorprendió que acababa de publicar en el Suplemento de Siempre, La cultura en México, dirigido por Monsiváis. Me preguntó qué opinaba yo de Plural. Aunque la pregunta era obvia, yo no había tenido el cuidado de ponerme a repasar los números publicados –que ya sumaban más de treinta– y, además, había estado fuera un año. Me gustan, le dije, principalmente los suplementos literarios, y algunos poemas y ensayos. Recordé el suplemento sobre la intervención que Ezra Pound había tenido sobre la Tierra baldía de T. S. Eliot, evoqué el dedicado a Paul Valéry y a M. Teste, los dedicados a Michaux y a Cendrars, y luego me detuve largamente en el ensayo que Plural había publicado de Norman O. Brown sobre Démeter y otras cuestiones griegas. En el curso de mi atropellada conversación mencioné al pasar a Juan García Ponce, Salvador Elizondo y José de la Colina, escritores próximos a la revista y a quienes conocía personalmente. En algún momento me interrumpió y me hizo un par de preguntas sobre política. Yo le dije que de eso no entendía mucho y que prefería la política una vez que había pasado a ser historia, para así poder leerla. Sonrió imperceptiblemente. Al salir y bajar las escaleras del edificio, se despidió de mí sencillamente, como si nos fuéramos a seguir viendo muchos años. Así fue. Hasta que vino la debacle del golpe Excélsior. Lo volví a ver unas semanas después, cuando se me concedió el primer premio de mi vida, el que llevaba el nombre de la poeta malograda, “Diana Moreno Toscano”. Me lo habían dado Carlos Monsiváis y él, Octavio Paz, quien, en breve discurso, hizo el retrato de un joven que era valiente porque cuidaba lo valioso. Sus palabras proyectarían una sombra sobre mi vida o, más bien, serían como un relámpago intermitente en la oscuridad para iluminar mi vocación.
No estuve ni en la fundación de Plural ni en la de Vuelta, pero llevaba yo tatuados sus emblemas. Luego de una excursión de más de un año por los territorios de Nexos –revista que ayudé a fundar y bauticé (dixit Monsiváis) y de Palos de la crítica–, me sumé a Vueltapara colaborar regularmente en sus páginas.
Espacio común para los lectores comunes, Vuelta fue un territorio en riesgo a la hora en que el lector común se volvió inusitado (ya sólo hay especialistas), pero Vuelta –no debo ocultarlo– fue espacio en blanco en el seno del paisaje, un hueco pautado en la geografía desierta de letras. En ese cuaderno el lector escribió.
II
Plural, la revista dirigida por Octavio Paz y animada por Tomás Segovia, Gabriel Zaid, Salvador Elizondo, Juan García Ponce, Alejandro Rossi y José de la Colina y auspiciada por el periódico Excélsior de Julio Scherer, desde 1971 hasta 1976, fue más que una publicación, una verdadera revolución cultural. Plural fue para la cultura mexicana del último tercio del siglo xx lo que la Revista de Occidente de José Ortega y Gasset para la España y el mundo hispanoamericano de principios del siglo xx. Apenas si duró seis años pero gracias a Plural, Octavio Paz y el grupo de escritores que lo acompañó durante esa travesía logró encontrar su público y aun su propio espacio nacional y continental. El hecho de que por 5 pesos fuese accesible al lector una variedad tan amplia de temas y personalidades marcadas por un aire de familia renovador, crítico, cosmopolita, vanguardista y polémico fue un verdadero milagro que se sostuvo primero, durante 5 años, gracias a Scherer, pero que luego, a partir de noviembre de 1976 se prolongó heroicamente en su retoño Vuelta durante más de veinte años. Esa recolección fue, ante todo, una revolución cultural; milagro de la sensibilidad literaria y artística que marca sin lugar a dudas el momento de madurez y plenitud que alcanzó con Octavio Paz y ese grupo que tan bien lo rodeó.
Ambas revistas fueron dirigidas por Octavio Paz y han de ser leídas a la luz de su biografía intelectual. Se inscriben en esa cadena de publicaciones que en México va de Contemporáneos a El Hijo Pródigo y de Letras de México a la Revista Mexicana de Literatura. A diferencia de Plural que fue una revista institucional –pues era financiada por el periódico Excélsior–, Vuelta se planteó desde el principio como una revista independiente de cualquier institución y, en particular, de cualquier institución oficial o gubernamental. Su fundación, luego del golpe a Excélsior, recuerda en algunos aspectos la fundación de la Editorial Siglo XXI dirigida por Arnaldo Orfila Reynal con algunas diferencias definitivas: Vuelta viene, como Plural, de regreso de la Utopía, sería pro-democrática en un sentido liberal pero por ello mismo desplegaría una crítica sistemática a los gobiernos de filiación comunista (Cuba, Nicaragua, URSS, Checoslovaquia, etc.). Vuelta incorporó dos alas: la política y la cultural, unidas por una misma exigencia: la claridad de pensamiento y de sintaxis. Vuelta fue una revista literaria con un horizonte político en un país como México donde –para citar a Cernuda– “la literatura sólo tiene, cuando la tiene, actualidad”.
Plural y Vuelta son los dos cables con que Octavio Paz y sus jóvenes amigos electrizarán y revolucionarán en el sentido catalítico la cultura literaria y política mexicana e hispanoamericana. Por cierto, Paz tenía la misma distancia cronológica de más o menos quince años con sus jóvenes amigos de Plural que la de Alfonso Reyes con los miembros de Contemporáneos. Plural y Vuelta pueden ser vistos como una exposición universal mensual, donde el hilo del cosmopolitismo pasaba por la aguja estrecha –por la puerta estrecha– de la discusión nacional y aún municipal, y donde los camellos tenían que aprender a saltar la cuerda.
III
Decía Octavio Paz que el proyecto de una revista es “Algo menos que una religión y algo más que una secta.” Cabe detenerse en estas palabras escritas por Paz al calce de la revista Sur, con motivo de la muerte de Victoria Ocampo: ¿Qué es una revista? ¿Qué es una revista de este tipo? “Algo menos que una religión, pero más que una secta…”
Esta caracterización remite a la historia de la filosofía, a la filosofía antigua donde la relación entre religión y conocimiento, historia y teología no estaban muy bien definidas y donde la noción de “escuela filosófica” tiene un resplandor y un vigor que no me parece inapropiado para tratar de definir a ese sistema de correspondencias y afinidades que cubren los emblemas Plural y Vuelta, cuyos individuos estarían, si no unidos, afinados por un conjunto de actitudes pautadas, por el deseo de verdad y el deseo de belleza o de poesía. En las antiguas escuelas filosóficas, el discípulo gozaba de una condición filial y era adoptado en vida y a la muerte del maestro como un miembro de la familia. En algunos casos esto sucedió con la escuela llamada Plural.
¿Qué es una revista como lo fueron Plural y Vuelta? ¿Una revista es una casa de cristal cuyos habitantes –en su vida y en sus sueños tanto como en sus opiniones– están expuestos a la mirada de los otros, del público y la comunidad? ¿Esa casa de cristal es, por su transparencia misma, un observatorio, un mirador desde el cual se observa y registra al mundo y la historia?
Desde Plural y Vuelta se ventiló así una conversación que animaron los “solitarios solidarios” y a quienes más tarde se unieron Enrique Krauze, Guillermo Sheridan, Aurelio Asiain, Christopher Domínguez Michael, Fabienne Bradú y tantos otros escritores de aquí y de allá. El valor de cada una estriba precisamente en la fuerza y originalidad con que se lanzó y relanzó desde sus páginas la conversación de la cultura mexicana moderna, ávida, en las escrituras de sus participantes –los inquilinos de la casa de cristal– de estar en el mundo en sus más diversas manifestaciones, y de estar ahí abriéndolo desde México y la cultura escrita y vivida en América a su propia utopía posible o enterrada o semi–enterrada en su pasado: pues estar en el mundo no era tanto para los artesanos inquilinos de la casa de cristal un frívolo oficio de trotamundos a la moda (aunque también, faltaba más), sino un apropiarse del propio mundo, del propio pasado, presente y por venir de otra manera. Esa otra manera es, por ejemplo, la que se manifiesta en el inolvidable número de Plural sobre Nueva España titulado Orfandad y legitimidad o en los memorables ensayos de Gabriel Zaid de la Cinta de Moebius o en los ensayos de Manual del distraído de Alejandro Rossi o en las generosas crónicas–reseñas–ensayos de José de la Colina.
Los observatorios de Plural y Vuelta no sólo fueron un escenario para el exhibicionismo colectivo considerado como un humanismo de las minorías, sino una fábrica de formas mentales y de actitudes, un vivero para la nueva sensibilidad y quizás lo más importante: una arena de combate de la experiencia civil individual y colectiva. Esa arena es, desde luego, ideológica y política, y, con ella, con esa arena está fraguada la piedra del edificio.
¿Qué es una revista? ¿Qué representa publicar y sostener una revista independiente en un país como México? ¿Quién es –puesto que todavía merodeamos su sombra–, quién fue ese Octavio Paz Lozano, ese poeta y escritor que pudo inventar una revista tras otra hasta su muerte? ¿Qué representa en la política y la literatura iberoamericana al punto que pudo introducir a través de estos magazines sus hipótesis, muestras y demostraciones en el cuerpo cultural de que formaba parte? ¿Fueron estas revistas un complemento orgánico de su propia obra, o bien representaron una maniobra de distracción y diversión del enemigo que le permitieron mantener en cierto modo secreta su obra a la luz pública y, por así decir, oculta a la vista de todo?
¿Representan estas revistas entonces dos momentos distintos pero complementarios en la biografía pública de Octavio Paz, siendo el primero, Plural, el momento espectacular de los trabajos heroicos, y representando el segundo, Vuelta, la transición hacia el reposo del guerrero castigado por el éxito y, en cierto modo, condenado por su mismo tener razón, por ejemplo contra los regímenes autoritarios de izquierda que le tocó en vida ver que desaparecían? ¿Cómo situar ideológica–conceptual, filosóficamente las revistas que hizo Octavio Paz? ¿Cómo situarlo a él mismo? ¿Cómo situarnos a nosotros, que fuimos ya, mucho antes de conocerlo, sus lectores y admiradores, y luego sus colaboradores, amigos, conjurados, lectores, acompañantes, custodios, abogados y editores? ¿Cómo hablar de los hechos editoriales colectivos –las revistas– ocasionados por ese personaje atormentado que fue el niño nacido en Mixcoac hace cien años, el 31 de marzo de 1914, a tres años de la Constitución Mexicana de 1917, a la que nunca dejó de ver como una hermana menor a la que había que defender de sus hijos mayores –los gobiernistas y priístas– con el rencor del hijo menor incomprendido pero beligerante y polémico hasta el auto–sacrificio?
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