Ha sido un sexenio terrible, pero no para la literatura y otras artes. La recuperación de esa realidad tan violenta está ahí: En la literatura, en el cine, en la música, en la plástica. Es un testimonio de seis años durísimos, de mucho sufrimiento, de angustia, de dolor. Emociones básicas para crear algo que impacte, que golpee…"
Esto dice el escritor sinaloense Elmer Mendoza sobre la huella que ha dejado en la narrativa mexicana el sexenio de la narcoguerra de Calderón quien, por demás, no le resulta siquiera cercano al tamaño de los protagonistas de alguna de estas novelas, insípido personaje.
“No despierta mi curiosidad ni mi fascinación”, confiesa.
El autor y promotor literario sostuvo una larga conversación con Proceso en el último día del Festival Internacional Cervantino, del cual Sinaloa fue estado invitado de honor y donde él tuvo a su cargo todo el programa de actividades literarias y el montaje de un centro de lectura (en colaboración con Conaculta), el cual resultó ser uno de los proyectos más exitosos de la presencia sinaloense en el FIC.
Del Cervantino, Mendoza retoma el camino del escritor y se apresta a presentar su nuevo libro, Nombre de perro, con el detective Édgar Mendieta y la jefa del cártel del Pacífico Samantha Valdés nuevamente como personajes centrales de una zaga que inició con Balas de plata y continuó con La prueba del ácido.
Las primeras presentaciones de Nombre de perro las hará en la Feria del Libro de Oaxaca que acaba de iniciar y posteriormente en la FIL de Guadalajara. Y no para de escribir por las madrugadas.
Satisfecho por el clic que las actividades literarias en la casa Sinaloa y en las plazas de Guanajuato hicieron con el público, Mendoza se interna durante la conversación en los territorios del lenguaje, elemento de identidad cultural que también ha sido marcado por el sexenio de la violencia.
–¿Qué pasó con la llamada narcoliteratura en el sexenio que termina, cómo le influyó o la alimentó?
–Ha sido un sexenio terrible, pero desde luego no para la literatura; la literatura tiene otro reino. Para los mexicanos ha sido un sexenio muy fuerte, muy impactante, sobre todo en el terreno del combate a la delincuencia, bastante cruento, muy impresionante. Eso nos ha marcado a los ciento y pico de millones que somos en más de algún sentido; la recuperación de esa realidad tan violenta por la literatura y por otras artes sí funciona.
“Hemos estado en primera línea los escritores, la literatura, también lo ha estado el cine, la música, y posteriormente la plástica, las propuestas son apabullantes, muy intensas, hay toda una amplitud en relación a la recuperación estética de los efectos de la violencia en el país. Es inevitable que la crítica, no sé si la historia pero sí la crítica, lo tome en cuenta. No sé si sea para intentar descubrir si hay propuestas o para encontrar la diferencia de este movimiento con otros anteriores, pero está ahí, se da”.
–¿Se alcanzaron diferencias narrativas o temáticas en la narcoliteratura en el sexenio?
–Creo que sí. Nuestros narradores han trabajado toda la novela histórica, que es muy poderosa: Fernando del Paso, Carlos Fuentes, Elena Poniatowska. Pero digamos, escritores realistas, los de ahora, no hemos podido escapar al aire de la realidad y a intentar expresarlo.
“Si no hemos conseguido demasiadas diferencias, sí hay una actitud de escribir distinto, identificar cuáles son las formas tradicionales de contar una historia e intentar trascenderlas. Yo por ejemplo, siempre lo estoy intentando y sé que hay otros autores que también trabajan en eso. Es decir, hacer la prosa de nuestro tiempo significa no solamente escribir de los temas que están ocurriendo, sino también cuál será el tiempo de una prosa diferente a la que se escribía hace 30 años. Son parte de las búsquedas, estamos en eso, es lo que esperamos que identifique a la literatura mexicana de las otras literaturas en español”.
–Al periodismo lo ha marcado el lenguaje del narco…
–Así es…si un chico llega y le dice a su papá que quiere ser ejecutante, no sabe si quiere ir al Conservatorio a estudiar o quiere ir a la armería... es otra de las cosas que caracteriza a la literatura de este tiempo, hay una intención en la utilización del lenguaje, sobre todo cuando el autor busca ciertos grados de verosimilitud y tiene que recurrir necesariamente al lenguaje. Si es una historia de violencia, no puede omitir ciertas expresiones que son típicas de la violencia, que él puede aprender en los corridos, en la prensa, en las cantinas, en otra novela”.
–Estas voces se convirtieron en usos cotidianos.
–Eso es inevitable. El lenguaje tiene esa jerarquía, inexplicablemente hay una palabra que se impone y ya es muy difícil eliminarla. Mi generación impuso la palabra “onda”, le dio otro significado, y ahora es de uso común, cuál es la onda, qué onda.
“Pero ahora hay otras expresiones distintas que se utilizan mucho, y algunas que cuesta explicar.
También las formas de matar: ‘hay que darle pa´bajo’, ‘hay que darle piso’, ‘hay que escabecharlo’. Todos los idiomas tienen su parte callejera, de germanías, los traductores acuden a esa riqueza para encontrar los correspondientes, es interesante lo que pasa.
“Uno de mis traductores un día me pregunta: ¿Qué es PGR? Tiene sentido en nuestra lengua, en otras no. Hay una parte del lenguaje que se convierte en parte de la identidad cultural de la novela, sobre todo cuando un novelista escritor está consciente de que lo usa y por qué lo usa, y lo puede explicar a los traductores, y tiene que ver con la evolución del lenguaje. La forma de llamar a la ropa, la comida, no sé. El lenguaje es parte de la identidad de los pueblos”.
–¿En cierta manera son expresiones impuestas, a fuerza de dolor y de violencia?
–Dolor e impunidad. “Decapitar”, “decapitado”… El lenguaje dentro de su inocencia, ¿no? Pero en el caso de nuestro país hay palabras muy fuertes, que tienen que ver con otro tipo de delincuentes de cuello blanco. Por ejemplo, la palabra “corrupto” es durísima, yo creo que tenemos un siglo usándola. “Impunidad”. Son palabras lindas. O esa expresión de la calle: “No me la ando acabando” o “no me hallo”.
“La creatividad de la gente para hacer expresiones no tiene límite, y sí, la realidad es muy impactante en relación a la violencia, pues claro, también”.
–¿Hay una narcoliteratura consolidada, cuál es el panorama?
–No sé muy bien. El caso mio, dicen que yo la inventé. En el caso de mi obra, se tiende a diluir, hay una literatura fuerte que cuenta historias. De la fascinación hace unos seis, ocho años, de contar actos de violencia, ha evolucionado, ahora se trata de contar qué le ocurre a los personajes que están ahí, por qué comen, aman, tienen una vida.
“Entre esas novelas te puedo citar dos: La de Alejandro Almazán, El más buscado y El reino de las moscas, de Alejandro Páez Varela. Ya hay una recuperación de los personajes pequeños, de lo que ocupa los contextos en los que los personajes se desenvuelven.
“Ahí ya hay una evolución entre la épica del dolor, cuando había que contar los enfrentamientos con AK 47, toda la serie de ajusticiamientos, decapitaciones que ocurrían, todas esas cosas terribles”.
–¿Y de la corrupción como tema?
–Yo creo que lo de la corrupción no se va a dejar. Además de que es fascinante como tema, no tienes muchos problemas para crear un símbolo con pocas palabras, y creo que la corrupción es un flagelo que pues, malamente, distingue a nuestro país. Está ahí.
“Esa parte de la guerra o de los que son los actores de la guerra está en la novelística, pero desde una postura estética. Los dos novelistas que te mencioné son además periodistas, entonces han tenido que superar eso, pasar del registro cronicado de los hechos a crear atmósferas estéticas, lo cual no es fácil. Y una buena novela siempre conecta a todo mundo con sus recuerdos y en los recuerdos que hay, los de cada persona, pues quién no ha encontrado y enfrentado a los corruptos, o quién no ha sido víctima aunque sea de cosas menores, aunque no le cuesten la vida pero siempre están ahí.
“Siempre te recuerdan eso, te producen esas atmósferas, y es cuando la literatura se convierte en un instrumento social. Aquí en México se llama narcoliteratura, pero en Europa se habla de literatura social, una literatura testimonial de lo que ocurre en un momento dado.
“Los españoles no las están pasando bien con esto de la crisis, los colombianos. Estamos testimoniando una realidad inconveniente”.
–¿Le llaman la atención estos personajes; por ejemplo Heriberto Lazcano, lo que supuestamente pasó con su cadáver?
–Como Amado Carrillo… no, realmente no. Yo tengo seguridad en los temas que puedo tratar, más o menos conozco por dónde va el asunto, quiero hacer una literatura muy bien hecha, con lenguajes, en formas de contar. Tengo que detenerme muchísimo en el ritmo, el tono, las formas, el lenguaje.
“Yo no tengo un varón, tengo a Samanta Valdés, aglutino alrededor de ella todo lo que tiene que ver con una jefa de cártel, del cártel del Pacífico, y ella aglutina todo un poder, una idea de tráfico, y también toda una idea de la guerra, y eso me evita investigar quién es fulanito, o qué le pasó a ese otro, porque yo puedo crearlo, con los recuerdos, con lo que veo en la prensa, y desde luego con lo que imagino, que es lo que me queda mejor siempre”.
–¿Felipe Calderón podría ser un personaje para sus novelas?
–No, yo no lo tomaría. No comparto con él sus políticas en relación a la guerra, pero no se me hace un hombre que yo pueda tratar como personaje. Tengo fascinación por los realmente malos. Creo que él no es un hombre realmente malo. No tengo interés en él.
“Tiene que ver con la historia de cada quién cómo llegó ´Wl al poder, quiénes son los grupos que lo respaldaron estos seis años, creo que aquí está la clave. Y creo que hay grupos que han afectado mucho más A su gobierno que al narco, como la educación con Gordillo. Estamos viendo en qué lugar estamos ubicados, y nos joden. Es un bloque de poder durísimo”.
–¿Y las decisiones que tomó?
–Pero igual no las tomó, alguien las tomó por él. No despierta mi curiosidad ni mi fascinación; espero que él se pueda retirar a educar a sus hijos.
–¿Y podrá vivir tranquilo?
–No, no creo. Pero ojalá lo consiga.
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