INTRODUCCIÓN
Es costumbre aludir en el discurso de ingreso al ilustre antecesor en el sillón que se viene a ocupar. Mi antecesor fue el doctor Fernando Salmerón, a quien profesé un profundo respeto y un afecto entrañable durante muchos años. El hacer su elogio no sólo me brinda la ocasión de expresar el afecto que sentí hacia él, sino que al mismo tiempo me servirá para justificar el tema que pretendo abordar, a saber, el de las relaciones de la filosofía y el lenguaje a lo largo de la historia.
ENCOMIO DEL DOCTOR FERNANDO SALMERÓN ROIZ
Mi antecesor en esta silla, el doctor Fernando Salmerón, era originario de Córdoba, Veracruz, donde nació, en 1925. Estudió la carrera de derecho en la Universidad Veracruzana (UV), y después cursó la de filosofía en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Hizo además estudios filosóficos en la Universidad Albert Ludwig de Friburgo de Brisgovia, Alemania. Llevó a cabo tanto su tesis de maestría como la de doctorado con José Gaos, gozando de una beca del Colegio de México (Colmex). La de maestría fue sobre Las mocedades de Ortega y Gasset y la de doctorado sobre La doctrina del ser ideal en tres filósofos contemporáneos: Husserl, Hartmann y Heidegger.
Tuvo muchos méritos académicos y administrativos. Fue fundador y primer director de la Facultad de Filosofía y Letras en la UV (1956).
Fue rector de esa universidad (1961-1963). En 1965 fue director de Enseñanza Superior e Investigación Científica de la Secretaría de Educación Pública. Fue, asimismo, director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de 1966 a 1978. Fue rector de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Iztapalapa, de 1978 a 1979, y luego rector general de 1979 a 1981. Fue miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM de 1983 a 1995.
Perteneció a El Colegio Nacional desde 1972. Fue miembro de la Junta de Gobierno del Colmex desde 1986. El Consejo Universitario de la UNAM lo designó investigador emérito del Instituto de Investigaciones Filosóficas en 1993, y también fue investigador emérito del Sistema Nacional de Investigadores en 1995. En 1994 ingresó a la Academia Mexicana, correspondiente de la Real Academia Española. Formó parte del Institut International Philosophie, de París; de la Asociación de Hispanismo Filosófico, de Madrid; fue además miembro del Comité Ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Filosofía. En 1993 fue Premio Universidad Nacional para el área de Investigación en Humanidades, y ese mismo año recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el campo de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía. Falleció el 29 de mayo de 1997 en esta ciudad.
Las obras principales del doctor Salmerón son las siguientes: Las mocedades de Ortega y Gasset (México, Colmex, 1959; 2a. ed., UNAM, 1971; 3a. ed., 1983; 4a. ed., 1993); Cuestiones educativas y páginas sobre México (Xalapa, UV, 1962; 2a. ed., 1980); La filosofía y las actitudes morales (México, Siglo XXI, 1971; 2a. ed., 1978; 3a. ed., 1986; 4a. ed., 1991); Ensayos filosóficos (México, SEP, 1988); Enseñanza y filosofía(México, FCE / El Colegio Nacional, 1991); Los estudios cervantinos de José Gaos (México, El Colegio Nacional, 1994). A esto hay que añadir antologías, artículos, capítulos de libros, reseñas y el hecho de que fue el gran editor de las obras de su querido maestro, José Gaos.
Fue el doctor Salmerón uno de los que más promovieron en México la filosofía del lenguaje, pues impulsó de manera muy decidida la filosofía analítica, llamada así por estar precisamente muy centrada en el análisis del lenguaje, a la hora de abordar los problemas filosóficos.
Esto lo hizo el doctor Salmerón cuando fue director del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, de 1966 a 1978. Don Fernando se integró a la disciplina del método del análisis filosófico y lo promovió decididamente en el instituto. Alentó las investigaciones que allí desarrollaban varios jóvenes que habían sido becados en Oxford, y de la fenomenología se pasó a la filosofía analítica. El estudio del lenguaje estaba omnipresente, y se abordaban desde él los otros arduos problemas del espectro filosófico.
El doctor Fernando Salmerón utilizó sobre todo el análisis filosófico del lenguaje para aplicarlo a problemas de ética o filosofía moral. Tal se ve en su libro La filosofía y las actitudes morales, de 1971; y en sus artículos “La ética y el lenguaje de la moralidad” (en La Casa del Tiempo, UAM, 1980) y “Cultura y lenguaje” (en Arbor, Madrid, 1987). Allí utilizaba acercamientos éticos a filósofos analíticos tales como William Hart, Ronald Dworkin y Richard Hare. Asimismo, Salmerón analiza el lenguaje de la moralidad para desentrañar sus significados a través de sus usos, y de esta manera poder hablar de su normatividad. Y, además, estudia el lenguaje como la parte más importante tal vez de la cultura, lo más constitutivo de ella y, por lo mismo, del hombre.
Así, él permitió que muchos de los que estuvimos en dicho instituto nos dedicáramos a ese cultivo del análisis lógico-filosófico del lenguaje. Cuando yo entré al instituto, en 1979, lo sucedía en la dirección el doctor Enrique Villanueva, el cual promovió mucho esa perspectiva filosófica, pero ya estaba abierta la puerta a la filosofía del lenguaje, por obra del carácter que le imprimió don Fernando al instituto.
Precisamente a mí se me pidió que me dedicara a la historia de la filosofía del lenguaje, desde los griegos hasta la actualidad; pero lo hice sobre todo en los medievales, los analíticos y los hermeneutas, que eran aquellos por los que yo sentía mayor interés y predilección. Todo eso me ha movido a hacer un breve recuento de las lecciones recibidas de ese recorrido por la historia de la filosofía del lenguaje, recuento que haré muy someramente y a vuelapluma, pero que deseo que quede como un homenaje a Fernando Salmerón, que inició en el instituto esos menesteres.
HISTORIA DE LA FILOSOFÍA DEL LENGUAJE
Considero la historia de la filosofía del lenguaje como una historia de encuentros y desencuentros entre el lenguaje y el ser, entre la ontología y la semiótica. Hay épocas en las que el lenguaje parece devorar el ser, otras en las que el ser parece oprimir o reventar al lenguaje, y otras más en las que se da entre ellos una convivencia adecuada y rica. Es lo que trataré de hacer ver en el decurso de mi exposición, procurando llevar a la conclusión de que tiene que darse esa convivencia fructífera .
Época antigua
Nuestro estudio del contacto de la filosofía con el lenguaje comienza con los griegos, y esto desde muy temprano. Las ideas de la filosofía griega clásica sobre la naturaleza del lenguaje aparecen ya en los presocráticos, sobre todo entre los sofistas; después se da en las escuelas atenienses más importantes, a saber, las de Platón y de Aristóteles, para rematar con la época helenística, representada por los estoicos. Estos grupos fueron los que más reflexionaron filosóficamente sobre el lenguaje.
Presocráticos
Así, las primeras posturas ante el fenómeno lingüístico se dieron ya entre los presocráticos, sobre todo los sofistas. Después de la aparición, tan fuerte, de la idea del ser en los cosmólogos o primeros ontólogos, el lenguaje obtiene la primacía, y se impone sobre el ser, en la sofística. Ésta reflexiona profundamente sobre la naturaleza del lenguaje, sobre su finalidad y sobre la gramática y la retórica. Protágoras, por ejemplo, fue muy atento a los elementos gramaticales de la oración; y Gorgias de Leontini se refirió con clarividencia a la esencia del lenguaje en su Elogio de Helena, diciendo que el lenguaje es tan poderoso, que con una breve palabra, más pequeña que una mosca, esto es, con un “sí” o un “no”, se pueden construir reinos y desatar guerras. [1] Gorgias, Encomio de Helena, 8, en H. Diles y W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Dublín-Zúrich, Weidmann, 1966 (12a. ed.), vol. II, pp. 15 y 290. Pero el lenguaje debilitó al ser, por obra del relativismo cultural al que llevó a los sofistas su misma atención.
Escuelas atenienses
Pero casi al mismo tiempo la ontología vuelve por sus fueros, por obra de Platón, quien supedita el lenguaje al ser, y lo pone a su servicio. Por supuesto, fue Platón quien con más brillo se dio a esta reflexión filosófica sobre el lenguaje. Su diálogo Cratilo es clásico, y en él se ventilan nada menos que el naturalismo y el convencionalismo lingüísticos, y se trata de llegar a una solución intermedia, pero predomina un cierto naturalismo. Con ello se ve que concede el predominio del ser sobre el lenguaje. Hermógenes, buen representante de los sofistas, sostiene una teoría completamente convencionalista de la lengua: es algo del todo artificial, producto del consenso entre los hombres. En cambio, Cratilo, aun cuando es discípulo de Heráclito, y se esperaría que, como él, sostuviera el flujo incesante de las cosas a las que no las pueden alcanzar sus nombres [2] sostiene una teoría naturalista del lenguaje. Parece tomar de Heráclito no el devenir, sino el logos, que es el que sujeta al fluir de la realidad y está por encima de él. De esta manera, Cratilo cree que los nombres son puestos a las cosas conforme a esa medida, la cual en realidad se da en las ideas subsistentes. Los nombres adecuados de las cosas son los que corresponden a las ideas de éstas. Por eso el que pone los nombres, el nomotetes o legislador, tiene que ser un filósofo que, por la dialéctica, esté en contacto con las ideas, y de acuerdo con su contemplación de ellas, ponga los nombres exactos a las cosas. [3]
A diferencia de su maestro Platón, Aristóteles opta decididamente por el convencionalismo. Pero no significa un rendimiento del ser en aras del lenguaje. Da importancia al lenguaje frente al ser, pero trata de equilibrarlos de manera proporcional, de hacer que convivan alegremente en su sistema filosófico. Es el primero que parece lograr ese equilibrio fecundante. En su obra Peri hermeneias, explica que el signo lingüístico significa por convención, no por naturaleza. El término designa arbitrariamente la cosa significada, por más que la designe a través del concepto, el cual sería su significado primario, y luego, a través de él, la realidad aludida. El Estagirita estudia los términos como nombres, verbos y partículas. Los términos son elementos de las oraciones. Éstas pueden ser aseverativas, interrogativas, deprecativas, y de otros tipos. Cuando son aseverativas se llaman proposiciones. En ellas se centra el conocimiento de la verdad. Aristóteles estudia las leyes de la verdad que se dan en sus relaciones de oposición (contrariedad, subcontrariedad, contradicción y subalternación) y aborda la difícil cuestión de las proposiciones referidas al futuro. [4] Su interés por el lenguaje está orientado al estudio del ser, y ambos viven de su equilibrio; la filosofía del lenguaje es camino hacia la ontología o metafísica. Habitan el cosmos en armonía.
Helenismo
Los estoicos tratan de conjuntar a Platón y a Aristóteles, pero dan cierto predominio al primero. Por eso el ser vuelve a predominar sobre el lenguaje. Apoyados en la ontología, estoicos como Crisipo y Filón idearon para el lenguaje la interesantísima teoría de los lektá o significados como entidades intermedias entre el signo concreto, el pensamiento y la cosa; así, el lektón es algo de índole platónica, que es lo que da propiamente la significación a las palabras. Los estoicos produjeron, además, algunas teorías sobre los nombres propios, acercándose mucho a una teoría referencial, según la cual los nombres propios tienen un carácter deíctico o indexical, esto es, señalador, de los portadores a los que se refieren. [5]
En el ámbito romano, por ejemplo con Cicerón, se desarrolla la teoría estoica de la retórica. A través de Boecio y de san Agustín, muchas de estas doctrinas pasaron a los medievales, que veremos en seguida.
Época medieval
La exposición de la filosofía del lenguaje en la Edad Media abarca los dos ejes principales de la reflexión sobre el lenguaje, a saber, el lógico y el gramatical, que aquí se entrecruzan. Los lógicos desarrollan la teoría de las propiedades semánticas de los términos, sobre todo la significación y la suposición (lo que ahora llamaríamos sentido y referencia), y los gramáticos o modistae desarrollan la teoría de los modi significandi o modos de significar.
Patrística
La patrística o época de los Santos Padres estuvo marcada por el platonismo, en forma de ejemplarismo, o la visión de las formas platónicas como ideas ejemplares de las cosas en la mente divina. El ser predomina sobre el lenguaje, a través de la obligación que éste tiene de reflejar las ideas de Dios. Gran exponente de esta tendencia, san Agustín presenta en sus Confesiones una teoría del lenguaje que se ha hecho célebre gracias a la crítica que de ella hace Wittgenstein. Es la teoría ostensiva del aprendizaje lingüístico. Según ella, dice san Agustín, recuerda que de niño aprendía a hablar cuando se le señalaba una cosa y se le asociaba la palabra correspondiente. También, en su diálogo De magistro, tiene toda una teoría de la utilización de los signos y del lenguaje para el aprendizaje, el cual no puede darse sin ellos. [6] Lo aplica además al signo sacramental, en el que se vive lo que se representa, y resalta la importancia del lenguaje para la interpretación y la exposición mediante la retórica.
Esplendor de la escolástica
Después de pensadores como Escoto Eriúgena, Hugo de San Víctor y Pedro Abelardo, santo Tomás de Aquino logra hacer una síntesis del legado de los griegos, con elementos platónicos, neoplatónicos, aristotélicos y estoicos. Lo platónico y estoico lo recibe a través de san Agustín y Boecio, y lo aristotélico a través de su estudio del propio Estagirita. También sabe conjuntar los principales hallazgos de la filosofía medieval, como fueron las teorías de la suposición y de los modos de significar.
Al igual que Aristóteles, Tomás trata de concordar el lenguaje y el ser, de modo que ninguno oprima al otro, y busca un equilibrio analógico o proporcional entre ambos. El Aquinate insiste sobre todo en el papel del concepto o verbo interior respecto de la palabra o verbo exterior. Tiene toda una doctrina del verbum, inspirada en la teología de la Santísima Trinidad, sobre todo relacionada con el Verbo o Hijo de Dios, que es el que habla en su nombre. Así conecta la teología trinitaria de san Agustín con la semántica conceptualista de Aristóteles, y les da una nueva formulación más acabada. [7]
Decadencia de la escolástica
En la línea de pensadores como Durando de Saint Pourçain, Guillermo de Ockham ha sido visto como el campeón del nominalismo. Pero lo que él sostiene es más bien un conceptualismo antirrealista. Los universales son concepciones de la mente que se expresan en el lenguaje.
No les concede fundamento en la realidad, sino sólo los ve como obra del entendimiento. Por eso lo sintieron tan adverso a ellos los realistas, pero nunca llega a posturas verbalistas como las de otros medievales. Fue más bien opuesto a san Buenaventura y a Juan Duns Escoto, otros franciscanos como él, pero de la escuela realista, y se erigió en patrón de los lógicos terministas, centrados en la exploración del lenguaje. También Ockham, al igual que Tomás, resalta mucho la teoría del concepto como signo, pero, a diferencia de él, y a semejanza de Escoto, lo ve más como un signo que como un objeto mediador del conocimiento o species. Desecha la suposición simple, del término por la esencia, por parecerle que implica cierto platonismo, y destaca la suposición personal, del término por los individuos, más conforme con su nominalismo .[8] El nominalismo fue la reivindicación del lenguaje frente al ser, otra vez derrotado y recluido en la cárcel de las palabras, de modo que el conocimiento no podía llegar plenamente a la realidad, sino que se encerraba en el sujeto, lo cual llegó a su culmen en la modernidad.
Época moderna
En el renacentista siglo XVI, destaca la labor de Sánchez de las Brozas y su Minerva, libro en el que se expone la idea de una lingüística “cartesiana”, como fue llamada por Chomsky, aunque en verdad fue casi inventada por él, ya que es prácticamente inexistente en Descartes. Poco después, en el siglo XVII, sobresale la Gramática general y razonada de Port-Royal, que, justamente por influencia del Brocense, más que de Descartes, inicia la tradición de las “gramáticas universales”. Después, en la modernidad se dan dos corrientes principales, la del racionalismo y la del empirismo.
Línea empirista
En plena línea empirista, es John Locke quien muestra mejor una auténtica empresa semiótica. Para él el lenguaje es un sistema de representación del conocimiento; su semiótica y su filosofía del lenguaje son conceptualistas: los signos, las palabras, representan primariamente los conceptos. Sólo muy secundariamente se refieren a las cosas. Sirven para el intercambio de ideas, para la comunicación. Tanto las ideas singulares como las ideas generales, obtenidas por abstracción, son el contenido de las expresiones; hay, pues, un fuerte intensionalismo en la semántica de Locke. Su conceptualismo moderado consiste en decir que el significado de los términos generales es el concepto, fundado remotamente en las sustancias reales. Así, el significado no coincide con la esencia real (o modo en que es realmente la cosa), sino con la esencia nominal (o modo ideal de la cosa, abstraído a partir del anterior). [9]
Línea racionalista
En oposición a Locke, escribe Wilhelm Gottfried Leibniz, para quien el lenguaje es más bien un instrumento cognitivo de la realidad (no de lo ideal conceptual, sino de lo real). En esta perspectiva, Leibniz piensa en una lengua universal (adámica) como origen de las lenguas, y por tanto, que lo que ahora parece arbitrario es una relación natural (de fonestisia). Y piensa en una lengua universal filosófica como proyecto. Todo ello es acorde con su idea de que hay un orden real, reflejado en el pensamiento y expresado por el lenguaje. Es una especie de retorno a los modistas. Al revés de Locke, Leibniz da más importancia a los términos generales que a los nombres propios. Las palabras generales fueron primero, y se fueron particularizando, tanto en la lengua universal como en el aprendizaje individual. Las generales significan clases o relaciones de similitud entre individuos. Y, ya que lo posible es real y a la inversa, la lengua universal reproduce las posibilidades racionales de la realidad, esto es, la misma estructura de la realidad. La analizan hasta sus elementos más simples, y por sus combinaciones nos hacen conocer todo el universo. [10] Así, los símbolos pueden ser arbitrarios, pero deben ser proporcionales a la realidad. Tal proporción es el fundamento de su verdad. Con ello me parece Leibniz otro pensador que, al igual que Aristóteles y Tomás, logró efectuar el equilibrio acordado entre el lenguaje y el ser, entre la semiótica y la ontología.
Otras búsquedas
El mismo Leibniz inspiraba su rastreo del lenguaje perfecto en la empresa de un franciscano medieval, Raymundo Lulio o Ramón Llull. Pero hubo otros proyectos de lenguas universales, entre ellos fueron célebres los de Kircher, Dalgarno y Wilkins. Galileo vio que la realidad es matemática, y de ello Hobbes extrajo que el lenguaje es un cálculo que la refleja. [11] Pero todos ellos fueron ensayos infructuosos, como le pasó al del propio Leibniz. Sin embargo, arrojaron mucha luz sobre las investigaciones posteriores, incluso ya de tiempos recientes.
Los sensualistas
En el siglo XVIII hay, pues, dos líneas: una racionalista, de tinte cartesiano, que sigue a los de Port-Royal; y otra sensualista, de corte empirista, que sigue a Locke. En la primera se sitúan Du Marsais y Beauzée; en la segunda, Condillac y Diderot. Ambas corrientes confluyen en la Enciclopedia, que, aun cuando era más marcadamente sensualista, acoge artículos de Du Marsais y de Beauzée. Condillac trata la conexión del pensamiento con el lenguaje y el origen de las lenguas. En cuanto a la conexión, se relacionan las ideas por virtud del habla, y nada más. En cuanto al origen, se buscan las más simples por análisis (descomposición y ordenación). El propio Lavoisier presentó su teoría química basado en el modelo condillaciano del lenguaje. Primero señaló que hay tres tipos de signo: naturales, accidentales e institucionales (como los humanos). Y después subsumió los institucionales en los artificiales. Quien hizo también un estudio interesante sobre el origen de las lenguas fue Rousseau. [12]
Constituyó la modernidad un tiempo duro para el ser, ya que se trató de hacer metafísica con el modelo del lenguaje, esto es, queriendo darle una univocidad que no tenía, y tratando de ajustarlo, a veces a fuerza, a esquematismos muy reduccionistas. Por eso ha habido tantas críticas a la metafísica monolítica y prepotente de la modernidad, que se considera el triunfo del ser sobre el lenguaje, cuando en realidad es a la inversa: la derrota del ser por el nombre, la cautividad de la metafísica por el nominalismo.
Época contemporánea
En la época contemporánea, desde el siglo XIX, son dos las escuelas de filosofía del lenguaje las que se han disputado la primacía. Una proviene del lógico norteamericano Charles Sanders Peirce y del lógico alemán Gottlob Frege, y es la llamada filosofía analítica; la otra procede de Ferdinand de Saussure, y es la escuela estructuralista. Ciertamente ha habido otras escuelas, como la fenomenológica, que han abordado el estudio del lenguaje, pero no han alcanzado la importancia que tuvieron esas dos.
Escuela estructuralista
Ferdinand de Saussure dictó un Curso de lingüística general que marcó la ciencia posterior. Fue recogido por algunos de sus alumnos, y publicado por ellos. Allí distingue entre el significante y el significado, como aspectos del signo; el significante es la imagen acústica del signo lingüístico y el significado es la imagen del objeto designado. Del signo destaca su carácter arbitrario y su linealidad. También distingue entre lengua y habla; la primera es el sistema abstracto del que dispone el hablante, y el habla es la puesta en ejercicio de los elementos de ese sistema por parte del hablante particular. Aunque Saussure no usa la palabra estructura, es esta palabra sistema la que da inicio a la perspectiva estructuralista que surge con él. Igualmente distingue entre el polo sintagmático y el paradigmático, siendo el primero el que ve la linealidad de los signos, que se distinguen por relaciones de oposición, y el segundo el que considera las relaciones de asociación que tienen entre sí los significantes y los significados. Además, establece la distinción entre la perspectiva sincrónica y la diacrónica del análisis; la primera abstrae del tiempo, o se reduce a un segmento mínimo de él; la segunda toma en cuenta la evolución en el tiempo, y es la dimensión histórica. [13] Muchas de las ideas de Ferdinand de Saussure desbordaron el ámbito de la lingüística e impregnaron las otras ciencias; en ellas la noción de estructura fue la más importante, por lo que su herencia fue llamada el estructuralismo.
En la línea estructuralista, pero modificando muchas cosas, trabajó en los años cincuenta Noam Chomsky, el cual promovió la lingüística generativo-transformacional. A diferencia de los otros estructuralistas, Chomsky da prioridad al habla sobre la lengua, esto es, a la actuación sobre la competencia, pensando que con un mínimo de elementos sistemáticos se puede hacer un número casi infinito de enunciados. Con ello también da mayor relevancia a lo diacrónico sobre lo sincrónico, aunque no sea más que por haber puesto en evidencia que la actuación de la competencia lingüística se da en el seno de una comunidad y ésta se encuentra ubicada en la historia. [14]
El lenguaje predomina sobre el ser, el cual cobra una especie de venganza cuando el estructuralismo llega a una rigidez tan grande, que da la impresión de que las estructuras señaladas, que comenzaron teniendo una interpretación nominalista, se erigen con un platonismo muy marcado. [15]
Escuela analítica
La filosofía analítica toma su nombre del análisis conceptual y, sobre todo, del análisis lingüístico. Es una corriente que enfoca los problemas preferentemente a partir del lenguaje, para usar la lógica o la semiótica con el fin de resolverlos, elucidarlos o, a veces, disolverlos. Esta actitud de centramiento en el lenguaje fue típica de esta corriente filosófica; inclusive el ser y la ontología estuvieron en función del análisis lingüístico.
Así, a principios del siglo XX, para George E. Moore el lenguaje es el camino para abordar los problemas filosóficos. Acude al lenguaje ordinario y al sentido común para resolverlos. Junta, así, el análisis lingüístico y el análisis empírico, constituyendo el análisis conceptual. Aunque no lo llamaba “análisis lingüístico”, era esto lo que practicaba. Si estudia el lenguaje ordinario, no es para reformarlo o reconstruirlo, sino para aprender lo que son las cosas. Con estas herramientas aborda el problema de la realidad del mundo exterior, de la confiabilidad del sentido común, y, sobre todo, del bien y del valor. [16] En su filosofía toma en cuenta al ser, pero muy al trasluz del lenguaje.
En cuanto a Bertrand Russell, aunque al principio depende de Moore, se aparta de él porque busca reformar el lenguaje ordinario con el modelo de un lenguaje ideal o perfecto. Para esa purificación del lenguaje ordinario, busca una gramática lógica, no sólo lingüística, que sirva para reconstruirlo como lenguaje formal. Con Alfred N. Whitehead, elabora un cálculo lógico, recogido en la obra Principia Mathematica (1912). En lo que se llama la época del atomismo lógico, en diálogo con su discípulo Ludwig Wittgenstein, diseña la teoría de las descripciones y la teoría de los tipos lógicos. Pasa después a una explicación conductista del lenguaje; pero se opone al empirismo tan fuerte que excluye la metafísica. [17] Reivindica, pues, al ser frente al lenguaje.
Wittgenstein es quien contagia a Russell el ideal reconstruccionista del lenguaje y es apoyado por él en esa empresa. Pero, a su vez, recibe la influencia de Moore, quien le provee la atención al lenguaje ordinario. Se han señalado dos épocas en Wittgenstein: la del Tractatus logico- philosophicus (1922) y la de las Investigaciones filosóficas. En la primera busca el lenguaje perfecto y la forma lógica de la realidad, con una teoría del significado en la que el lenguaje “espejea” o refleja las cosas. Pero en la segunda época la suple por la teoría del significado como uso; las palabras adquieren significado en juegos de lenguaje, y éstos surgen dentro de formas de vida. Entonces no busca resolver los problemas surgidos del lenguaje, sino disolverlos, por irreales, con una actitud “terapéutica” más que reconstructora. [18] De esta manera, puede decirse que en su primera época practica una ontología, muy univocista, deíctica, como a veces se la ha llamado. Y en su segunda época parece disolver la ontología, ya que sólo quedan los parecidos de familia, que no permiten universalidad real.
El positivismo lógico
Moore, Russell y Wittgenstein dejan sentir su influencia en el Círculo de Viena, en los años treinta, que proponía un positivismo nuevo, un neopositivismo o positivismo lógico. Sus miembros recogen el proyecto formalista y revisionista del lenguaje de Russell y del primer Wittgenstein. Moritz Schlick, el fundador, sigue muy de cerca el Tractatus: la filosofía, más que un sistema de proposiciones, es un sistema de actos, actos de análisis de las proposiciones de la ciencia, y del lenguaje ordinario, para corregirlo. Por su parte, Rudolf Carnap insiste en el análisis lógico del lenguaje desde un punto de vista empírico, pero se ocupa más de sujetar al lenguaje a un formalismo lógico. Así, muchos problemas filosóficos se mostrarán como seudoproblemas, como los de la metafísica y los de la ética, que son puramente emocionales, sin contenido cognoscitivo. Pasó de la sintaxis lógica a la semántica y finalmente a la pragmática, llegando al dominio completo de la semiótica. [19] Con ello mitigó su antimetafísica, y llegó a aceptar una ontología interna a las teorías.
Friedrich Waismann pasó por un proceso semejante. La actitud analítica se extiende a Alemania, y se hace presente en el Grupo de Berlín, de inspiración empirista, y cuyo principal exponente fue Hans Reichenbach. También llega a Polonia y a otros lugares. En Inglaterra se propaga por la divulgación que de ella hace Alfred Julius Ayer, en su obra Lenguaje, verdad y lógica (1945), quien se mostró muy antimetafísico al principio, y después sólo receloso frente a la metafísica (por ejemplo en su libro Metaphysics and Common Sense, de 1965).
Filosofía analítica
El análisis encuentra en Inglaterra dos líneas: los formalistas de Cambridge y los ordinaristas de Oxford. John L. Austin, aunque de manera bastante independiente de Wittgenstein, promueve en esta última universidad el análisis del lenguaje ordinario, con sus ideas de la fuerza ilocucionaria y perlocucionaria del lenguaje. En el sentido terapéutico de Wittgenstein, continuará Gilbert Ryle, a quien el análisis sirve para cortar discusiones, para evitar falacias y arreglar dilemas.
Por otro lado, Peter Frederick Strawson resulta difícil de ubicar en cualquiera de los bandos, revisionista u ordinarista. Parece ocupar una posición intermedia. Fue también el que, en 1959, abre decididamente la puerta a la metafísica en la filosofía analítica, con su libro Individuals. Allí señala los conceptos con los que estructuramos la realidad, y las prioridades que se dan entre ellos. Fue una aportación muy interesante, además de la que ha hecho a la filosofía del lenguaje y a la teoría de la lógica, para lo que él mismo llama “lógica filosófica”, a diferencia de la lógica matemática, en libros tales como An Introduction to Logical Theory, y Subject and Predicate in Logic and Grammar. En esta línea intermedia hay otros pensadores que adoptan una posición moderada, abordando los problemas filosóficos desde el lenguaje ordinario, y sólo corrigiéndolo en la medida en que los avances de la lógica muestran que eso es conveniente. En ella pueden señalarse a G. E. M. Anscombe, P. T. Geach y muchos otros. [20]
El análisis filosófico, tanto en su vertiente formalista como en la ordinarista, llegó a los Estados Unidos. Varios analistas europeos pasaron allá a enseñar, sobre todo a causa de la guerra; pero también surgieron filósofos analíticos norteamericanos. En la línea formalista, se presentan W. V. O. Quine y A. Church; en la línea ordinarista, J. Searle y W. P. Alston; en una línea intermedia, W. Sellars, R. Chisholm y H.-N. Castañeda. En la línea pragmatista se ve a H. Putnam; también estaba R. Rorty, pero él, así como D. Davidson, ya se acercan más a la perspectiva interpretativa o hermenéutica. [21]
La filosofía analítica muestra un proceso parecido al del estructuralismo. Antimetafísica en sus comienzos, por un nominalismo muy peculiar, fue dando cabida poco a poco a la metafísica. El lenguaje dejó entrar al ser en sus esquemas lógico-formales, mediante la semántica. Pero llegó un momento, por ejemplo con la semántica de la lógica de mundos posibles, en la que ya se sentía un esencialismo y un platonismo muy recargados. Había más metafísica de la que podía pensarse. Pero era también calcada de las formas del lenguaje, con un olvido del ser vivo, la existencia o el existente. Eso repercutió en búsquedas más recientes.
Postestructuralismo y postanalítica. La convergencia en la hermenéutica
Y con ello podemos aludir, para finalizar, a un grupo de estudiosos del lenguaje que adoptan una perspectiva hermenéutica o interpretativa. Muchos vienen del estructuralismo, otros de la analítica; por eso se puede hablar de una filosofía del lenguaje postestructuralista y postanalítica. También tiene sus raíces en la fenomenología y el existencialismo. Así, Martín Heidegger resalta el carácter hermenéutico del ser humano y lo allega a la poesía. En seguimiento de él, Hans-Georg Gadamer profundiza la noción de horizonte hermenéutico, sobre todo dentro de una tradición, y la posibilidad de fusión de horizontes mediante el diálogo. Paul Ricoeur llama hacia la ontología. Otros, como Gianni Vattimo, creen que sólo se puede tener una ontología débil. [22] Pero otros más, como Eugenio Trías, esperan reconstruir una ontología que sea atenta al lenguaje y a la simbolicidad que él comporta.
CONCLUSIÓN
En esta pugna entre el ser y el lenguaje, es de esperar que se llegue a una conciliación o reconciliación. Ya desde los filósofos presocráticos se dio su embate y combate. Y toda la historia de la filosofía del lenguaje ha sido el proceso de sus encuentros y desencuentros, de sus acuerdos y desacuerdos. Pero, me parece que el ser será siempre el contenido del lenguaje, y el lenguaje será siempre la voz del ser. Por ello, me anima una gran esperanza de que lleguen a su lugar de encuentro, a su límite analógico, en el que hallen su proporción, esto es, la porción que le corresponde a cada uno, de modo que vivan en completo acuerdo.
[1] Gorgias, Encomio de Helena, 8, en H. Diles y W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Dublín-Zúrich, Weidmann, 1966 (12a. ed.), vol. II, pp. 15 ss y 290.
[2] De hecho, Aristóteles pintaba a Cratilo, tan exagerado, que ya había renunciado a hablar, y solamente señalaba con gestos las cosas, de manera puramente deíctica.
[3] Platón, Cratilo, 383a-384d, trad. U. Schmidt, México, UNAM, 1988.
[4] Aristóteles, Peri hermeneias, 1, 16a6-8, ed. L. Minio-Paluello, Oxford, Clarendon Press, 1960.
[5] Orígenes, Contra Celsum, I, 24; A. C. Lloyd, “Grammatic and Metaphysics in the Stoa”, en A. A. Long (ed.), Problems in Stoicism, Londres, 1971, p. 71.
[6] San Agustín, Del maestro, trad. J. R. Sanabria, México, UIA, 1979, p. 17.
[7] Santo Tomás, Summa Theologiae, I, q. 13, a. 1, c.; De Potentia, q. 7, a. 6, c.
[8] G. de Ockham, Ockham’s Theory of Terms. Part I of the «Summa Logicae», tr. M. J. Loux, Notre Dame y Londres, University of Notre Dame Press, 1974, p. 198.
[9] J. Locke, An Essay Concerning Humane Understanding, Londres, Thomas Basset, 1690, pp. 361-362.
[10] W. G. Leibniz, Dissertatio de arte combinatoria, ed. C. I. Gerhardt, Die philosophischen Schriften von G. W. Leibniz, Berlín, Weidmann, 1875, vol. IV, pp. 27-102.
[11] U. Eco, La búsqueda de la lengua perfecta, Barcelona, Grijalbo-Mondadori, 1994, pp. 166 y ss.
[12] J. Derrida, “La lingüística de Rousseau”, introducción a J. J. Rousseau, Ensayo sobre el origen de las lenguas, Buenos Aires, Calden, 1970, pp. 7-36.
[13] F. de Saussure, Curso de lingüística general, 3a. ed., México, Fontamara, 1988, pp. 42-43.
[14] J. Searle, La revolución de Chomsky en lingüística, Barcelona, Anagrama, 1973, pp. 21 y ss.
[15] R. Xirau, “El estructuralismo, ¿un nuevo discurso filosófico”, en R. Xirau, Palabra y silencio, México Siglo XXI, 1973, pp. 102 y ss.
[16] E. A. Rabossi, Análisis filosófico, lógica y metafísica, Caracas, Monte Ávila, 1975, pp. 81-100.
[17] J. A. Robles, «Introducción» a B. Russell, Antología, I, México, SepSetentas, 1982, pp. 11-28.
[18] A. Tomasini Bassols, Lenguaje y anti-metafísica. Cavilaciones wittgensteinianas, México, Interlínea-Conaculta-INBA, 1994, pp. 11-38.
[19] V. Kraft, El Círculo de Viena, Madrid, Taurus, 1966; F. Waismann, Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena, México, FCE, 1973.
[20] R. Rorty, “Introduction” a su compilación The Linguistic Turn, Chicago y Londres, The University of Chicago Press, 1970; J. Ferrater Mora, Cambio de marcha en filosofía, Madrid, Alianza, 1974.
[21] E. Bustos Guadaño, Filosofía contemporánea del lenguaje (semántica filosófica), Madrid, UNED, 1987; J. J. Acero , Lenguaje y filosofía, Barcelona, Octaedro, 1993.
[22] M. Maceiras y J. Trebolle, La hermenéutica contemporánea, Madrid, Cincel, 1990.
Conocí a Mauricio Beuchot en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue mi alumno y un alumno a la vez joven, maduro, perspicaz y, aun en su juventud, ya un auténtico erudito en filosofía, en lingüística y, como se habrá visto en su discurso de ingreso, en diversos campos de la historia, la cultura, el pensamiento tanto de autores clásicos como contemporáneos. Es ya hoy, Mauricio, miembro de la Academia Mexicana, y lo es por sus méritos. Excelente expositor, es hoy en día un pensador que se expresa con precisión, cosa no muy frecuente en nuestros días y aun en días pasados y antiguos. Bienvenido, Mauricio Beuchot.
Ninguno de sus amigos sabemos cómo se las arregla Mauricio Beuchot para escribir sobre tantos y tantos campos diversos además de cumplir con sus obligaciones religiosas y de escribir poesía, parte de su obra que no conozco y me gustaría conocer.
La filosofía ha sido siempre, con medidas distintas, filosofía del lenguaje desde que Heráclito —intuitivamente acaso— proclamaba la presencia del Logos, de la razón, de lo que es el Verbum cristiano.
En el siglo XX, la filosofía se ha ocupado del análisis del lenguaje en diversas escuelas, no siempre coincidentes entre sí. Esto es verdad ante todo en el mundo anglosajón. Como lo ha mostrado Mauricio Beuchot, el interés por la filosofía del lenguaje se ha desarrollado, a partir de Peirce, G. E. Moore y Bertrand Russell para proseguir en filosofías contemporáneas, muy rigurosas pero, también, hay que decirlo, con ciertas tendencias escépticas. Así, en este gran filósofo, Ludwig Wittgenstein, que inició su carrera tratando de establecer un lenguaje ideal —así lo dice Beuchot— para después sucumbir a lo que yo (no Mauricio) llamaría un mar de dudas.
Filólogo, latinista, traductor del latín al castellano de filósofos mexicanos del Virreinato, amigo de la filosofía de la ciencia y de la historia de la filosofía, Beuchot es, en el sentido más clásico de la palabra, un humanista, un practicante de las litterae humaniores. En el panorama histórico que hoy nos ha ofrecido, de Heráclito a nuestros días, se ha expresado con gran claridad, esta claridad que debería ser siempre forma y estilo de la filosofía —cosa que no siempre es—. Porque la filosofía debe ser clara por difícil que sea. Claridad aun en lo más complejo y nunca vaguedad y, aun menos, confusión.
Dos parecen ser las principales contribuciones de Mauricio Beuchot al estudio del pensamiento mexicano: sus estudios de filosofía mexicana —traducciones del latín de pensadores mexicanos como fray Alonso de la Veracruz, Eguiara y Eguren, entre otros—. Y por otra parte sus análisis sobre temas sociales que van de Bartolomé de Las Casas y los problemas de los derechos humanos, a temas como del iusnaturalismo y el iuspositivismo.
Pero hay que volver al tema de hoy, el de la filosofía del lenguaje. En este tema Mauricio Beuchot ha escrito sobre la filosofía del lenguaje en la Edad Media, y ha hecho filosofía analítica tomista, por solamente citar dos extremos. Y aquí, quiero insistir, algo muy de primera importancia. Ciertamente la filosofía del lenguaje lo es del siglo XX, a veces presentada con exceso y cierto dogmatismo. Pues bien, Mauricio Beuchot muestra cuáles son los antecedentes medievales e inmediatamente posmedievales, de toda filosofía del lenguaje y aun del análisis lingüístico. Baste aquí recordar lo que él nos ha dicho hoy no solamente de clásicos griegos, y de modernos, sino de filósofos como Tomás de Aquino, como Duns Escoto, como Ramón Llull, como Guillermo de Ockham.
Pero no quiero repetir lo que brillantemente ha expuesto hoy aquí —en su amplio panorama— el nuevo académico. Mucho se aprende al leer su obra, ya muy vasta.
Mauricio Beuchot está en esta Academia. Especialista en temas de teoría del lenguaje contribuirá sin duda a los estudios que en ella se hacen. Tenemos lingüistas. Carecíamos de un filósofo que, en buena y cierta medida, lo es del lenguaje.
Y este filósofo del lenguaje es precisamente Mauricio Beuchot, a quien recibimos con gusto y alegría y con saludos de verdadera felicitación.
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