Miércoles, 09 de Noviembre de 2005

Ceremonia de ingreso de doña Concepción Company Company

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Discurso de ingreso:
El siglo XVIII y la identidad lingüística de México

Señor director de la Academia Mexicana de la Lengua Española, don José G. Moreno de Alba
Señor director honorario perpetuo, don José Luis Martínez
Señor director adjunto, don Ruy Pérez Tamayo
Señoras académicas y señores académicos
Señoras y señores:


1. PRESENTACIÓN: HUMANIDADES E IDENTIDAD

La búsqueda de identidad es consustancial al ser humano. Las preguntas ¿quiénes somos?, ¿cómo somos? y ¿por qué somos de una particular manera? ocupan sin duda el centro de reflexión de la mayoría de las disciplinas humanísticas; son el objeto de estudio inmediato de algunas de ellas, como la filosofía, la historia, la literatura o la filología, y muy posiblemente esas mismas interrogantes constituyen un telón de fondo en el quehacer disciplinario cotidiano de algunas ciencias, como la medicina, la bioquímica o la genética. Subyacente en esas preguntas está el fin último de conocernos mejor como seres humanos, en nuestras similitudes y diferencias con los otros, esto es, de tener conciencia de lo propio. La consecución de ese fin es parte inherente y definitoria de las Humanidades.

El Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española en su vigésima segunda edición define identidaden sus acepciones 2 y 3, como, respectivamente, el “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás” y “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Estas dos definiciones guiarán el discurso al que damos ahora comienzo.

Una manera inequívoca de conocer el conjunto de rasgos propios de una colectividad es observar cómo se expresa y mediante qué rutinas o hábitos lingüísticos lo hace, o lo ha venido haciendo por siglos, ya que el uso de las formas lingüísticas está anclado y determinado en gran medida por la forma de percibir, de sentir y de conocer de los pueblos. No cabe duda de que la lengua es el sistema que mejor permite acercarse, si bien nunca de manera directa, a la organización conceptual del ser humano y a su visión de mundo, y, en efecto, a través del estudio lingüístico se pueden hacer evidentes, a la vez que matizar, aspectos culturales no fácilmente aprehensibles a primera vista. La lengua es patrimonio cultural intangible del ser humano. Otros patrimonios menos intangibles, como las diversas manifestaciones de las artes plásticas, la música o, por qué no, la gastronomía, son también testimonio directo de la identidad de un pueblo.

Un gran intelectual e ilustre mexicano, don Rubén Bonifaz Nuño, quien ocupara por 34 años la silla V de esta sabia y honorable corporación —silla que hoy inmerecidamente se me concede, y el adverbio en este caso tiene pleno contenido, no es un mero efecto retórico—, ha dedicado toda su vida, desde la palabra grecolatina, desde las artes plásticas prehispánicas y desde la palabra creativa del poeta, a reflexionar sobre la identidad de México y a aportar en una vastísima obra interpretaciones originales e iluminadoras sobre ella. Como traductor de la cultura clásica grecolatina, como ensayista y hermeneuta de la cultura prehispánica, como creador poeta, como universitario cabal y como maestro de generaciones, la obra toda de Rubén Bonifaz Nuño ha estado al servicio de un mejor conocimiento del México actual, a través de sus raíces y de sus fundamentos históricos. La palabra es para Bonifaz portadora de identidad y de placer; ella ha sido su herramienta en su largo caminar filológico y creativo y ella ha sido también su principal objeto de estudio.

Su obra filológica se centra en dos de las civilizaciones que, junto con la hispánica, nutren la esencia de la cultura mexicana: el mundo clásico grecolatino y el mundo prehispánico mesoamericano. Como traductor, ha vertido al español más de una docena de nuestros antiguos clásicos y algunos de ellos en varias de sus obras e incluso en sus obras completas: Virgilio, César, Lucrecio, Catulo, Ovidio, Horacio, Homero, Eurípides y un largo etcétera. Sus traducciones, siempre acompañadas de largas, sabias y eruditas introducciones y notas críticas, además de haber merecido reconocimiento internacional, son empleadas como base de investigación y como libros de texto en numerosas instituciones de educación superior de México y del extranjero. Posiblemente, de mayor trascendencia para la cultura mexicana que sus traducciones mismas es el hecho más que notable de que el estilo y normativa de traducción de Bonifaz Nuño han creado una escuela en traducción, la de la literalidad, escuela ya de larga tradición y con muchos seguidores, en la cual el traductor se propone conservar el espíritu y el ritmo de la lengua clásica vertidos en la sintaxis normal de la lengua española para que aflore el espíritu de aquella. Como ha dicho un estudioso de su obra, y discípulo suyo, Bulmaro Reyes, [1] las traducciones de Bonifaz Nuño constituyen por sí mismas un ars poetica en lengua española, cuyo objetivo es, en palabras del propio Bonifaz, “dar a la máxima elaboración literaria la apariencia del habla común; fingir la naturalidad mediante el empleo del sumo artificio; concentrar en una voz muchedumbre de sonidos y significados”. [2] En definitiva, desnudar la sintaxis para que a través de la lengua española fluya la lengua originaria.

La otra vertiente de investigación filológica de Rubén Bonifaz ha estado dedicada a la iconografía prehispánica. Sus ensayos constituyen una mirada original llena de sentido común y son sin duda un fuerte reto para el diálogo con las concepciones e interpretaciones más tradicionales del arte prehispánico. Para Bonifaz Nuño —pensemos, por ejemplo, en su interpretación de Tláloc, dios creador y unidad en la diversidad, de cuádruples y quíntuples formas—, las imágenes plásticas prehispánicas deben ser observadas e interpretadas desprovistas de la tradición textual y oral que las ha acompañado por siglos, ya que habitualmente su interpretación había dependido de los testimonios literarios novohispanos. La razón, nos dice Bonifaz, es obvia: [3]

Por razones evidentes, tales textos o fuentes deben ser considerados dudosos. Todos ellos son posteriores a la conquista, y contienen datos proporcionados a los conquistadores —soldados o frailes— o consignados por indios ya sometidos y aculturados por ellos. En cambio, los monumentos plásticos, grandes y pequeños, están libres de cualquier sospecha de contaminación. [...] Me parece evidente que el vencido no está nunca dispuesto a entregar secretos, aquellos que para él constituyen en mucho la raíz de su existencia.

Es claro a mi entender que existe un paralelismo conceptual y metodológico entre su acercamiento a los clásicos —desnudar la palabra— y su acercamiento a la iconografía prehispánica —desnudar las imágenes—. Los dos quehaceres filológicos participan de una misma actitud científica en este sabio mexicano, a saber, la capacidad de observar con mirada virgen el objeto de estudio y el atrevimiento, bastante doloroso las más de las veces, de caminar sin muletas en la búsqueda de la verdad, ello con el fin de que los resultados y el posterior diálogo académico puedan verdaderamente enriquecer el entendimiento de nuestras raíces a través del entendimiento de los seres humanos que crearon esos objetos, llámense textos, llámense imágenes. De nuevo las palabras del propio Bonifaz Nuño son mucho más elocuentes que cualquier posible interpretación sobre su obra: [4] "La base de toda investigación seria consiste en la desconfianza con que ha de ser visto todo cuanto existe, en palabras o en imágenes, con respecto al objeto que se investiga. No es posible encontrar una verdad si no se desconfía radicalmente de la cultura existente, inclusive la propia".

En Bonifaz Nuño esa mirada virgen ha ido siempre de la mano de una actitud de humildad explícita ante el objeto de estudio, ya que solo así quedarán resquicios por donde asomarse de nuevo a él y solo así quedará abierta la capacidad de seguir aprendiendo. Alumno siempre para poder ser maestro. Las palabras de Bonifaz en su introducción a las Geórgicas ayudan a iluminar este punto: [5] "Comprendo que mi versión puede ser mejorada en gran manera, pero también admito que soy incapaz de hacerlo. Lo público tal cual está, solo porque la considero fruto de una labor asidua, humilde y honrada".

No sería posible hablar de Rubén Bonifaz Nuño sin mencionar que ha sido siempre un gran universitario y que a lo largo de casi 70 años de vida universitaria en la Universidad Nacional Autónoma de México ha llevado a cabo una importantísima obra fundacional en forma de institutos, seminarios y colecciones de publicaciones, espacios todos de proyección nacional e indispensables para alentar la reflexión y el análisis sobre nuestra cultura e identidad. Pero hoy quiero señalar que tan importante como haber sido el coordinador de Humanidades por muchos años, haber dirigido también por años la Dirección General de Publicaciones, haber creado el Instituto de Investigaciones Filológicas, haber creado el Seminario de Estudios para la Descolonización de México y haber fundado y alimentado con sus propias traducciones una de las colecciones clásicas más extensas e importantes en el mundo, la Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana, es el hecho de que Rubén Bonifaz, entre tanta actividad de funcionario, no haya abandonado nunca su compromiso de maestro y formador de futuras generaciones. Y tan importante o más que ello es, a mi sentir, que Rubén Bonifaz Nuño logró convertir cada uno de los espacios por él fundados y dirigidos en una continuidad de nuestra casa, en un verdadero segundo hogar, donde —literal y metafóricamente— tuvo siempre abiertas las puertas de su despacho y nos mostró con su ejemplo que la vida afectiva, la vida profesional y la vida institucional son en realidad una sola. Desde aquí vaya mi reconocimiento, Rubén, por haber abierto las puertas de Filológicas para esta becaria hace ya muchos años y por aquel ambiente fantástico hogareño que teníamos. Sobra decir que no es posible suceder a este profundo intelectual y ser humano, pero que es un altísimo honor para mí ocupar esa misma silla y que ello me compromete aún más con este país.

Otros mexicanos académicos ilustres que ocuparon esta silla V en el siglo pasado aportaron también lo mejor de su pensamiento y de su obra en la búsqueda de los identificadores de nuestra cultura. Baste mencionar, por ejemplo, al oaxaqueño José Vasconcelos con su concepción sobre el mestizaje y la raza cósmica, sobre el hispanoamericanismo de la cultura mexicana y sobre el valor fundamental de la educación y la cultura para alcanzar la libertad del espíritu. [6]

Hoy hablaremos también de identidad, pero desde la historia de la lengua, concretamente desde la sintaxis histórica y desde la filología, las disciplinas que han ocupado mis intereses desde mis tiempos de estudiante y las que, desde hace ya no pocos años, han constituido mi quehacer profesional cotidiano. Intentaré exponer a ustedes la serie de razones lingüísticas e históricas que indican que el siglo XVIII novohispano constituye un periodo clave en la conformación lingüística de nuestro país. Se acumula en ese siglo un concentrado importantísimo de microquiebresfuncionales o pequeños cambios, ya sea en forma de incrementos notables de frecuencia de empleo, ya sea en forma de primeras documentaciones, que sugiere que ese periodo fue un parteaguas gramatical entre el español peninsular y el mexicano, ya que a lo largo de él tomó carta de naturaleza, esto es, se volvió parte del habla cotidiana del pueblo, un buen número de formas de expresión que constituyen caracterizadores dialectales del español de México hoy en día.

Presentaré en primer lugar, capítulo 2, el concepto de lengua y cambio lingüístico que conducirá esta exposición, los criterios para establecer qué es un mexicanismo, así como las construcciones sintácticas y formas léxicas que se concentran en el siglo XVIII novohispano, con un breve análisis de cada una. En segundo lugar, capítulo 3, haré una comparación de cuatro de esas construcciones, dos del sintagma nominal y dos del sintagma verbal, entre el español mexicano y el español peninsular, con el fin de mostrar cuáles son los rasgos semánticos y sintácticos que se ponen de relieve en uno y otro dialecto y que constituyen la causa, al menos una de las causas, de la identidad lingüística del español de nuestro país y, por tanto, de la diferenciación dialectal entre esas dos variedades. En un cuarto y último capítulo intentaré establecer algunos vínculos entre la historia interna de la lengua española en el XVIII novohispano y los acontecimientos históricos de México en ese siglo, vínculos que a mi parecer son claros y, sobre todo, determinantes de la actual configuración lingüística de México, pero que suelen pasar desapercibidos en los estudios de gramática histórica.

El corpus en que se basa esta exposición está constituido por documentos novohispanos no literarios, de carácter coloquial, que pueden definirse como documentación informal y semiinformal, tales como cartas privadas, notitas, recados, peticiones e informes de particulares, así como testimonios de particulares en juicios de carácter no administrativo, ya que, en conjunto, ellos permiten un mayor acercamiento —en la medida en que puede hacerlo un texto escrito— a la lengua hablada en el virreinato de la Nueva España. Integran también el corpus de esta investigación, aunque en menor medida, algunos materiales hemerográficos, tales como las primeras gacetas y periodiquillos que empezaron a publicarse en México a partir de la segunda década del siglo XVIII. La documentación está geográficamente circunscrita a la zona del Altiplano central, y refleja en buena medida la diversidad étnica y social de los novohispanos de aquella época. Procede esta documentación de seis fondos: el Archivo General de la Nación, el Archivo General de Indias, el Archivo Histórico del Distrito Federal, el Archivo Histórico de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, el Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional y el Fondo Reservado de la Hemeroteca Nacional. [7]

Es importante insistir en el carácter no literario de los documentos base del corpus, ya que ellos nos permitirán aproximarnos algo más a la vida cotidiana de los hombres y mujeres comunes que integraban la sociedad novohispana. En efecto, en la documentación no literaria, no obstante estar condicionada por el formato textual del sistema jurídico y administrativo del virreinato, no existe una conciencia o voluntad folclórica o costumbrista, por lo cual no aparecerán hipercaracterizados ni distorsionados los usos lingüísticos más frecuentes, tal como sí suele suceder en las literaturas costumbristas o casticistas nacionales. Además, es sabido que la literatura colonial, hasta bien entrado el siglo XIX siguió modelos peninsulares, por lo que difícilmente deja aflorar las peculiaridades morfosintácticas americanas, ello aunado al hecho de que en toda creación literaria existe una reflexividad y revisión por parte del autor que, por lo regular, inhibe o retrasa el empleo e integración de innovaciones lingüísticas.

2. EL SIGLO XVIII Y ALGUNOS CARACTERIZADORES DIALECTALES MEXICANOS

2.1. Cambio lingüístico y el concepto de mexicanismo

Es conveniente definir qué es un cambio gramatical, qué es un mexicanismo lingüístico y cuáles son los criterios para su identificación antes de mostrar el concentrado diacrónico de cambios ocurridos en el siglo XVIII en México.

La esencia de las lenguas es su continuidad, garantizándose con ello que el sistema sigue operando. Sin embargo, paradójicamente, consustancial también a ellas es el hecho de que cambian constante e imperceptiblemente. Un cambio lingüístico es una transformación, un microquiebre funcional, un pequeño reajuste en un sistema dado que garantiza que la lengua siga manteniendo su función básica, la comunicación. Cuando se acumulan varios de esos microquiebres casi imperceptibles en una determinada zona gramatical o construcción, se produce un cambio diacrónico o una escisión dialectal, los cuales se manifiestan, las más de las veces, como alteraciones —incrementos o decrementos— en las frecuencias relativas de uso de las formas o construcciones ya existentes, o bien como creación de nuevas construcciones, o bien, más raramente, como pérdida de formas o construcciones ya existentes. Los cambios diacrónicos crean un proceso dinámico constante nunca concluido, cuyo resultado es la variación sincrónica y diatópica, puesto que en cualquier etapa de lengua coexisten, a veces bajo un mismo exponente formal, usos innovadores y usos conservadores o etimológicos, a la vez que esa variación sincrónica y diatópica modela y condiciona la evolución histórica de las lenguas. En otras palabras, sincronía y diacronía se condicionan mutuamente. Asimismo, conservación e innovación son inherentes al funcionamiento de la lengua. Cualquier lengua o dialecto será conservador en muchos de sus usos, según el principio del cambio lingüístico de que las lenguas hijas, o dialectos hijos, reflejan en gran medida a la lengua madre —estabilidad que garantiza que la comunicación siga operando generación tras generación—, pero al mismo tiempo será innovador en otros de sus usos, para garantizar también flexibilidad y adaptabilidad a nuevas situaciones. Toda lengua supone un balance dinámico entre innovar y conservar viejas estructuras y expresiones, y como tal se conforma también la historia del español de México.

En líneas generales, a lo largo de la historia de la lingüística ha habido dos conceptos del cambio lingüístico: a) una postura que podríamos llamar tradicional, derivada del estructuralismo, que considera que un cambio es una descompostura o un desajuste en el sistema, [8] y b) un enfoque mucho más reciente, que considera que un cambio lingüístico es una innovación creativa que logra éxito comunicativo, eficiencia comunicativa, y que garantiza que se preserve la comunicación entre los grupos sociales y las distintas generaciones. [9] Nosotros adoptaremos esta segunda posición, ya que, como veremos, todos los cambios tienen una motivación sintáctica y semántica y conducen a sistemas mejor adaptados a las nuevas necesidades sociales y culturales de la comunidad lingüística usuaria del dialecto o variante en cuestión. [10]

Operaremos, por tanto, con un concepto dinámico de sistema y uno de cambio como innovación creativa, ya que solo así se puede conciliar la estaticidad y acronía que se desprenden de las lenguas como diasistemas con el hecho esencial de que ellas cambian constantemente, y porque solo así se da cabida a la ambigüedad, la polisemia, la redundancia, la inestabilidad y las inconsistencias propias de las lenguas naturales, las cuales son necesarias para que se produzcan cambios lingüísticos, puesto que a través de ellas se generan permanentemente pequeños reajustes y microquiebres imperceptibles que terminan incidiendo en la estabilidad global del sistema.

Un acercamiento de este tipo permite estudiar la variación como transformación dinámica propiamente y no solo como un cambio cumplido, resultado de comparar dos sistemas, dos sincronías en sí mismas cerradas y bien formadas. Dado que la variación dialectal, y en general la variación lingüística, se manifiesta como dijimos en forma de pequeños microquiebres dentro de un sistema esencialmente estable, consideramos que es imprescindible estudiar las frecuencias relativas de uso de las diferentes distribuciones sintácticas o contextuales de una forma, ya que ellas son muchas veces el único síntoma de que el sistema se está deslizando y de que se está produciendo un cambio lingüísticamente relevante desde el punto de vista dialectal o histórico.

Entenderemos por mexicanismo lingüístico, retomando la definición de identidad del DRAE expuesta en el capítulo anterior, el conjunto de voces, formas o construcciones que son caracterizadoras del habla urbana, popular o culta, o ambas, de este país en la variedad del Altiplano central —recordemos que de esta zona procede la documentación colonial base del análisis— y cuyo uso muy frecuente y cotidiano distancia la variante mexicana respecto del español peninsular, dialecto que hace 500 años se constituyó en la lengua madre del español americano. [11] Con frecuencia, los mexicanismos son formas y construcciones compartidos por otras variedades del español americano, al punto de que pueden constituir un panamericanismo; tal es el caso, por ejemplo, de la pronominalización “anómala” eso se los dije.

En perspectiva sincrónica, resultado del acontecer diacrónico del español en México, pueden identificarse tres tipos de mexicanismo lingüístico: [12]

1) Formas o construcciones empleadas en el español mexicano inexistentes en el español peninsular general. Es el caso de la duplicación posesiva su novia de mi primo, su casa de Juansu conferencia de usted, con doble mención del poseedor en el mismo sintagma nominal, bastante productiva en México desde el siglo XVI, pero que ha desaparecido del español general peninsular urbano al menos desde el siglo XIX. [13] En la sintaxis es un tipo de mexicanismo muy poco común en cuanto que son escasísimas las estructuras no compartidas con el español peninsular general. El léxico es sin duda el nivel de lengua donde más comúnmente aflora este tipo de mexicanismo; pensemos, por ejemplo, en los indigenismos de uso cotidiano solo empleados en el español de México, tales como itacate apapachar, entre muchos otros.

2) Construcciones compartidas, en forma y significado, con el español peninsular, pero que muestran en México una mucho mayor frecuencia de empleo y generalización. A este rubro pertenece la pronominalización “anómala” de objetos en la oración bitransitiva:eso ya se los dije a los alumnos, el uniforme ya se los compré a mis hijos, en lugar de la pronominalización etimológica eso ya se lo dije a los alumnos, clitización anómala que constituye un rasgo panamericano, pero que no es exclusivo de este continente ya que lo comparte el español de Canarias, español atlántico al fin y al cabo, y de otra manera, con clitización leísta, el español de Aragón: el cesto ya se les he comprado a los niños.[14] También es mexicanismo de este segundo tipo el mayor empleo de los usos concordantes del verbohaber existencial, tanto concordancia de número con la frase nominal adyacente: han habido problemas últimamente, van a haber muchas lluvias este año, como, sobre todo, concordancia de persona:habemos muchos que no lo sabíamos, esta última especialmente identificadora, al parecer, del dialecto mexicano. Este segundo tipo de mexicanismo es quizá el más común como caracterizador del español de México: una fisonomía propia basada en la mayor frecuencia relativa de uso de una construcción. Los casos de menor frecuencia de una construcción en México que en España, como sería el escaso uso del leísmo, bien pudieran también ser considerados mexicanismos de este segundo tipo.

3) Voces y construcciones formalmente compartidas con el español peninsular, pero que han desarrollado en México valores semánticos propios. Este tercer tipo de mexicanismo atañe fundamentalmente a estructuras que involucran preposiciones y cierto tipo de adverbios temporales y locativos, los cuales con frecuencia muestran en el español de México valores semánticos diferentes de los usuales en el español peninsular, por lo cual exhiben en cada una de esas dos variedades una distribución y selección contextual diferente, y en esta selección diferente reside precisamente su carácter de mexicanismo sintáctico y no léxico. El significado divergente de algunos verbos puede ser considerado también mexicanismo de este tercer tipo. Son mexicanismos de esta clase, por ejemplo, el valor de límite temporal inicial de la preposición hasta sin concurrencia con negación:el doctor llega hasta las tres ‘llega a partir de las tres’, los usos de ciertos cuantificadores temporales adverbiales:siempre no lo voy a hacer‘definitivamente no lo voy a hacer’, cada que lo veo, me dice lo mismo ‘siempre que lo veo’, recién me di cuenta del problema ‘apenas me di cuenta’. La resemantización de ciertos verbos, como coger en la acepción de ‘realizar el coito’, pararse ‘ponerse de pie’, etc., entraría también bajo esta tercera clase de mexicanismo.

2.2. Mexicanismos léxicos y sintácticos en el siglo XVIII

Pasemos, ahora sí, a analizar algunos mexicanismos léxicos y sintácticos que surgen como primeras documentaciones o cuya frecuencia de empleo se activa en el siglo XVIII en los corpus analizados. Algunos de los mexicanismos que se manifiestan con especial fuerza en el último siglo del virreinato son: notable incremento de indigenismos léxicos, importantísimo aumento de diminutivos, primera documentación de la resemantización del verbo coger, primera documentación de las pronominalizaciones del tipo eso se los dije, proliferación de pronombres posesivos, incremento significativo de sintagmas posesivos con doble mención del poseedor, su casa de mi prima, y generalización del pretérito simple a expensas del pretérito compuesto. El punto de partida es que el paralelismo cronológico de estos cambios —todos concentrados en el siglo XVIII; algunos pocos en la primera década del XIX— no puede deberse al azar o a mera coincidencia, sino que requiere de una explicación, que creemos que debe ser buscada en la historia social, étnica y económica de México en ese periodo, explicación respaldada y motivada, sin lugar a dudas, por el proceso interno, lento y gradual propio de cualquier cambio lingüístico. Nos detendremos en algunos de ellos en este capítulo; otros serán tratados en el siguiente.

2.2.1. Cambios en el léxico

1) Indigenismos léxicos. Es bien sabido que el léxico es el nivel más externo o superficial de la estructura lingüística y que por ello es el nivel más permeable a ser modificado como consecuencia del contacto lingüístico derivado del contacto cultural. Es bien sabido también que el léxico de cualquier lengua constituye un sistema básico de organización conceptual que refleja de manera bastante directa los aspectos culturales que son relevantes para una determinada comunidad lingüística. El léxico del español fue desde luego modificado con la incorporación de voces indígenas, como resultado de la necesidad de nombrar la nueva realidad americana con la que entraron en contacto los primeros españoles arribados a este continente en el siglo XVI, nueva realidad que supuso una profunda reorganización conceptual, la cual quedó plasmada en buena medida en el léxico del español, especialmente en el del español americano.

Para el español general, la mayor incorporación de vocablos indígenas tuvo lugar, como es lógico, en los momentos de los primeros contactos del español con las lenguas indígenas insulares y mesoamericanas, esto es, en el siglo XVI; voces como huracán, canoa, cacao, caimán, cacique, etc., aparecen ya documentadas en los testimonios literarios y no literarios de ese periodo y continúan en uso hasta el día de hoy en cualquiera de sus dialectos. La integración de indigenismos en el español general decreció en los siglos coloniales subsecuentes, y es prácticamente nula en el español actual. [15]

Para el español de México, sin embargo, el proceso de incorporación de indigenismos léxicos no parece haber seguido la misma trayectoria diacrónica del español general. Contra lo que hubiera sido esperable, en la documentación colonial novohispana no literaria, el momento de mayor entrada de nuevas voces procedentes de las lenguas indígenas de adstrato es el siglo XVIII y no el XVI, a la vez que son los siglos XVII y XVIII los que reflejan una mayor frecuencia en el empleo recurrente de indigenismos. La gráfica 1 abajo, ápud Reynoso, [16] muestra de manera clara que para el español de México la incorporación de indigenismos fue un proceso gradual y progresivo a lo largo de los tres siglos del virreinato, pero con incrementos notorios de siglo a siglo, especialmente entre el XVI y los dos siglos siguientes, con su mayor auge precisamente en el último siglo novohispano. En el corpus Documentos lingüísticos de la Nueva España (DLNE), base del estudio de Reynoso, la frecuencia de uso de indigenismos en el siglo XVII se incrementa, como se aprecia en la gráfica, a más del doble respecto de la del siglo XVI y se mantiene con una muy elevada frecuencia en el XVIII; y, lo más importante para nuestro análisis, la frecuencia léxica, esto es, la incorporación de nuevas voces indígenas, tiene el mayor número de registros en el siglo XVIII. Los DLNE arrojan un total de 391 indigenismos, con 129 entradas léxicas diferentes, de las cuales 31 corresponden al siglo XVI, 39 al XVII y bastantes más, 59, al XVIII. Cabe señalar que este corpus tiene un universo de palabras similar para cada uno de los tres siglos, unas 100 000 por periodo, de manera que el incremento de indigenismos observable en la gráfica se debe al comportamiento mismo de la lengua y no a posibles diferencias cuantitativas en la estructuración del corpus.

GRÁFICA 1 . Indigenismos en el español novohispano. Frecuencia en léxico y en uso

El proceso de adaptación o integración a la lengua española de esos indigenismos es también revelador de que en el siglo XVIII las nuevas voces indígenas ya no eran tan nuevas, sino que estaban perfectamente adaptadas tanto a la vida cotidiana como a la estructura del español. Cuando se comparan las estrategias discursivas empleadas en la adaptación de indigenismos en el siglo XVI y en el XVIII, es posible percatarse de que en el primer periodo junto al indigenismo aparece con frecuencia una explicación o una equivalencia en español, como se muestra en (1a), mientras que en el último siglo del virreinato los indigenismos suelen emplearse solos (1b), sin establecer un paralelismo lingüístico con realidad alguna de la lengua española. Es decir, la paráfrasis explicativa del primer siglo indica que los indigenismos nombraban una realidad nueva y ajena y requerían por ello de un apoyo, a manera de traducción, con los recursos léxicos y gramaticales de la lengua que los tomaba en préstamo; en cambio, para fines de la Colonia esas voces referían ya a entidades conocidas, perfectamente acopladas a la vida cotidiana de aquellos hispanohablantes, y solían, por tanto, emplearse solos. El mecanismo discursivo de apoyo se emplea únicamente cuando la voz indígena aparece mencionada por primera vez en la documentación colonial, en las menciones siguientes aparece ya integrada, sin apoyo discursivo alguno. Reynoso, [17] al analizar las estrategias de adaptación de indoamericanismos léxicos, aporta las siguientes cifras: 25% de las voces indígenas de los DLNE se emplea en el español del siglo XVI con un apoyo discursivo, mientras que solo 11% de los nuevos vocablos, menos de la mitad de la frecuencia del primer siglo, requiere de tales giros explicativos en el XVIII. Sin duda, un caracterizador del dialecto mexicano es el empleo en el léxico cotidiano de palabras de origen indígena no compartidas por el español general, ni por el peninsular ni por los otros dialectos americanos. Una buena parte de esos indigenismos del habla cotidiana actual entraron en el siglo XVIII. Son mexicanismos lingüísticos del tipo 1.

(1) a. y beven vino de España con mejor voluntad que el pulcreque ellos tienen por vino, que pareçe un poco a çerveza, aunque no es tal DLNE,1525, 1.27) [18]

vino un señor que se dice el casulçinel mayor despues del grand señor Moteçuma (LHEM, 1529, s.v. caltzoltzin)

dos barras y maiz y cacaoque son unas almendras que ellos usan por moneda (LHEM, 1555, s.v. cacao)

b. echandole agua y atole caliente y injuriandola sumamente (LHEM, 1736, s.v. atole)

le a dado a sus yndios para que se casen siete pesos y medio de derechos, como es costunbre, para vestuario de ambos, que se compone de naguashuepil y paño para la muger, calsones, tilma, coton y sombrero para él (DNLE, 1741, 206.516)

por haver hallado en nuestra casa una ollita también de tepache (DNC, 1771, 32).

2) Diminutivos. La proliferación de diminutivos ha sido señalada en un buen número de estudios como un caracterizador dialectal del español de México y se ha llegado incluso a sugerir como causa de este elevado empleo la posible influencia de adstrato de las marcas de reverencialidad del náhuatl y de otras lenguas indígenas mesoamericanas. [19] Frente a tal “abuso”, el español peninsular castellano parece caracterizarse en este punto por la “austeridad” con que emplea las marcas de disminución. Se trataría de un mexicanismo lingüístico del tipo 2.

En perspectiva diacrónica, la trayectoria del diminutivo vuelve a poner de relieve el último siglo del virreinato como un periodo clave en la conformación de la identidad lingüística mexicana, ya que es el momento del español colonial con la mayor documentación de marcas sufijales dedisminución. Como se observa en la gráfica 2, ápud Reynoso, [20] a lo largo del periodo colonial se produjo un constante incremento en el empleo de diminutivos con notables quiebres cuantitativos de frecuencia de siglo a siglo: el XVII triplica la frecuencia léxica y quintuplica la frecuencia de uso registradas en el siglo previo, a la vez que el siglo XVIII multiplica con creces tanto el uso de diminutivos cuanto la introducción de nuevas voces sufijadas diminutivas. Los DLNE, base del análisis de Reynoso, arrojan un total de 322 diminutivos, con 214 entradas léxicas diferentes, de las cuales 19 corresponden al siglo XVI, 66 al XVII y 129 al XVIII.

GRÁFICA 2 . Diminutivos en el español novohispano. Frecuencia en léxico y en uso

Los datos procedentes de la literatura popular novohispana del siglo XVIII confirman que, en efecto, el elevado empleo de diminutivos es un identificador del español mexicano desde las etapas de conformación dialectal, y que debía ser explotado ampliamente por la literatura popular de la época. Por ejemplo, uno de los testimonios irónico-eróticos procedente del ramo Inquisición en el Archivo General de la Nación, recogido por Georges Baudot y María Méndez, [21] las Décimas a las prostitutas, que data de 1782, contiene 96 diminutivos en 92 décimas, con un promedio de un diminutivo cada 48 palabras. [22] En (2) puede verse el impresionante concentrado de diminutivos empleado por el autor de estas coplas picarescas.

(2) La Conguito, con su modito / provoca a todo varón, / que es más chusca que este son, / sí, por cierto, La Conguito. / Por gozar de su estilito, / los moritos se convocan, / hacen mal, si se provocan,/ porque no baila esta hembrita, / tan solo una piececita, / al son baila que le tocan (décima núm. 47).

Tan interesante como el incremento cuantitativo del último siglo virreinal es la flexibilización cualitativa categorial de la disminución. En este periodo se empiezan a documentar marcas de diminutivo sufijadas a bases léxicas categoriales que son poco comunes de ser disminuidas en otras variedades dialectales hispanohablantes, por ejemplo adverbios de tiempo y de modo, entre otras razones porque, desde un punto de vista estricto de semántica denotativa, el tamaño de la base de esos referentes, el tiempo y el modo, no puede ser objetivamente disminuido. Así, adverbios de tiempo, ahora: ahorita, de modo, presto: prestito, adjetivos y pronombres indefinidos, algo: alguito, tanto: tantito, todo: todito,además de gran cantidad de adjetivos y sustantivos, concretos y abstractos, de los más diversos campos semánticos pueden emplearse con marcas sufijales de disminución en el español de México y son, sin duda, un identificador lingüístico de este país. Un buen número de documentaciones de esas categorías léxicas innovadoras en cuanto a la sufijación diminutiva se registra a fines del virreinato y algunos ya desde el siglo precedente. En (3) se muestran algunos ejemplos de español novohispano con diminutivos de distintas bases categoriales, y puede verse en ellos el elevado número de marcas de disminución que aflora también en la prosa no literaria novohispana.

(3) Y que les dixo: “¿cómo os tardasteis tanto que yo de prestito me confessé?” (DLNE, 1621, 86.256)

le dio a ésta unos polbos blancos y un pajarito pintadito, muerto y amarrado con un listonçito, diçiéndola que aquellos polbos le echase al dicho hombre en el chocolate y que el pajarito lo traxese consigo (DNC, 1706, 3)

Yo no sé quién tendra la culpa. Si fueres tú, me la pagaras todita (DLNE, 1790, 258.611)

Yo, a que te llegues y a que estes aqui pegadita, y tú, a retirarte, peloncita, ¿ya me ves bien, hijita mia? ¿Le has dado a tu niño [Jesús] muchos abrazos y muchos vesos? [...] lo estrechas entre tus pechos. Y que cuando se retiraba y se ponia a verla, le decia: “vosotras tanprendiditas, que aunque soys mugeres como las otras, no andais como ellas que parecen bacas, como ya os haveis acostumbrado a traerlos [los pechos] ajustaditos y andar ajuntaditas” (DLNE, 1797, 261.628).

3) Resemantización del verbo coger. Sin duda, un identificador léxico del español mexicano es el desplazamiento semántico del verbo coger, que derivó desde el etimológico colligere ‘reunir con la mano’, ‘juntar’,‘asir’ y ‘comprender’ hacia el sentido sexual de ‘realizar el coito’. Este desplazamiento tuvo lugar también en algunas otras variedades dialectales hispanoamericanas, como es el caso del español rioplatense, pero es totalmente desconocido en el español peninsular, aunque en opinión de Corominas (s.vcoger) “en el sentido sexual coger es ya antiguo y fue corriente aun en España”, [23] si bien no aporta ejemplo castellano alguno; por su parte, el Diccionario de autoridades (s.vcoger), de inicios del XVIII, 1726, no registra la acepción sexual, ni tampoco la recoge Cuervo en su Diccionario de construcción y régimen (s.v. coger). [24]  Parece claro que el cambio semántico tuvo lugar mediante un proceso inferencial de base metonímica, por el cual una acción física realizada con la mano sobre un objeto particular pasa a predicarse de seres humanos en su totalidad. Se trata de un mexicanismo lingüístico del tipo 3.

Por razones obvias de pudor, es evidente que es dificilísimo, si no es que imposible, tener testimonios de esta acepción innovadora en la lengua escrita. No obstante, en la documentación del español novohispano, y de nueva cuenta en el siglo XVIII, más concretamente en su segunda mitad, pueden encontrarse algunas evidencias indirectas, pero muy claras, de que este verbo tenía ya en la vida cotidiana de fines del virreinato un significado sexual. Por lo tanto, vuelve a surgir el siglo XVIII como un momento clave en la configuración de la actual fisonomía del español mexicano.

Las tres evidencias aparecen ejemplificadas en (4), (5) y (6). La primera de ellas corresponde a un documento de 1799, a primera vista carente de interés filológico. Sin embargo, como puede apreciarse en (4), la clave para percatarnos de este cambio semántico reside en la repetición y el lugar anómalo de la frase de la mano. En el original, las dos expresiones de la mano aparecen en letra más pequeña, con tinta más tenue que el resto del documento, subrayadas e interlineadas: la primera entre cogió a la declarante, y sobre esta última palabra, la segunda repetición. No es difícil imaginarse la situación: el escribano asentó de corrido el testimonio del joven testigo, pero al releerlo para dárselo a firmar se dio cuenta de que podría malinterpretarse —esto es, cogió a la declarante ‘tuvo relación sexual con ella’, no ‘agarró a la declarante’—, por lo cual, para evitar un grave malentendido, regresa al locus criticus,ciertamente problemático para el testigo, y con la tinta de la pluma un tanto seca ya hace la aclaración pertinente asentando dos veces la expresión de la mano sobrescrita ligeramente por encima de la caja del renglón. Arrepentimiento que constituye una evidencia filológica indirecta, y preciosa, de que ya a fines del siglo XVIII —y muy probablemente dos o tres generaciones antes, dado el carácter conservador de la lengua escrita— el español de México había realizado esta innovación semántica.

(4) Y que al instante se apeó dicho muchacho del burro y cojiode la manoa la declarantede la mano, diciendole que a ónde estaba el medio que llebaba (DLNE, 1799, 272.657).

La segunda evidencia indirecta es el empleo frecuente de los verbos tomar (5a) y agarrar (5b) a fines del XVIII e inicios del XIX como sustitutos de coger en contextos sintácticos en los que sin duda la variedad peninsular castellana emplearía este último verbo, sustitución verbal que pone de manifiesto que el uso del verbo coger debía ser ya un tabú lingüístico.

(5) a. Siempre que se lo permitia la ocasion se tomavan las manos (LHEM, 1798, s.vtomar)

El Santo Tribunal hacía mal en tomarse los bienes de los reos (LHEM, 1805, s.vtomar)

b. alcansó a Nieves de los cavellos, asi a la puerta, por lo que agarró Apolinario a Domingo (LHEM, 1813, s.vagarrar).

La tercera y última evidencia —bastante menos indirecta que las anteriores— procede de la literatura popular picaresca de fines del XVIII. En una décima de 1782, [25] puede entreverse, o ya verse, la nueva acepción sexual. Se trata de un contexto polisémico, en el que el autor juega con el doble sentido que ya debía tener el verbo coger, y donde el desplazamiento de la relación biunívoca entre el significante y el significado hace posible el albur, tan característico de la cultura mexicana.

(6) ¿qué diré / de mujer de quien me espanto? / [...] / Desde que empezó tal fue, / y hasta la presente lo es, / que he de decir esta vez,/ q ue más hombres la cogieron, / que indios bárbaros murieron / cuando conquistó Cortés (décima núm. 59).

Hemos visto, por tanto, tres cambios en tres zonas del léxico de la lengua española, los tres, característicos del español mexicano y los tres coinciden cronológicamente en mostrar el siglo XVIII como un periodo clave en el que afloraron algunos de los rasgos idiosincrásicos del español de este país. Pasemos ahora a la sintaxis.

2.2.2. Cambios en la sintaxis

4) Pronominalización “anómala” de pronombres objeto en oraciones bitransitivas. La pronominalización ortodoxa del español, por la cual los clíticos de objeto directo y objeto indirecto deben concordar con sus referentes en número y persona —y el directo también en género—, es casi sistemáticamente alterada en el español mexicano cuando se cumplen dos condiciones: ambos pronombres aparecen en secuencia inmediatamente antepuestos o pospuestos al verbo bitransitivo que los rige, y el objeto directo tiene un referente singular mientras que la referencia del objeto indirecto es siempre plural, bien segunda personaustedes, bien tercera persona, ellos-ellas. El cambio, como se ve en (7) con datos del siglo XX, consiste en que el clítico de objeto directo singular exhibe una marca morfológica “anómala” de plural, que corresponde al referente del clítico dativo, el cual, dada su invariabilidad morfológica en se, es incapaz de indicar rasgo léxico o morfológico alguno de su referente. En los ejemplos se señala en cursivas el nominal que debiera controlar la concordancia singular del clítico acusativo.

(7) Se los conté a mis hermanas y lo creyeron a pies juntillas (Habla culta de la Ciudad de México, 143) [26]

En estos días que él no va a pasar la charola [...] Qué bien pero los empresarios no necesitaron que se las pasara para llenarla a priori ( El Financiero, junio 2000)

¿Dónde está? Dímelo. Te juro que lo mato. —¡No seas ridícula! —Está bien —aceptó muy tranquila. Se los dije, es mentira. ¡También él dijo que tenía veinte años [...]! (CREAGustavo Sáinz, Gazapo). [27]

Es una innovación sintáctica compartida por todas las variantes del español americano, por lo cual puede otorgársele el estatus dialectal de panamericanismo y en todos esos dialectos constituye ya la pronominalización estándar, mientras que la clitización conservadora se lo-se la se encuentra en franco retroceso: en promedio, 92% de pronominalización innovadora frente a 8% de la conservadora etimológica. [28] Por el contrario, en el español peninsular castellano es prácticamente desconocida esta pronominalización, pero se puede llegar a documentar, aunque muy ocasionalmente. [29]

Este americanismo sintáctico muestra una cierta profundidad histórica, y para el caso de México el siglo XVIII vuelve a ser el momento clave de la documentación del cambio. Está atestiguado por lo menos desde el siglo XVI: el Corpus Diacrónico del Español (CORDE) de la RAE registra un caso, ejemplificado en (8a); en el siglo XVII es todavía muy esporádico (he podido encontrar un ejemplo (8b), en documentación jurídica procedente de Ecuador), [30] y a partir de fines del siglo XVIII es ya relativamente frecuente documentarlo incluso en la literatura. Para México se encuentran ya testimonios (9) en los periódicos y gacetillas de fines del XVIII e inicios del XIX. Es de notarse que el ejemplo de (9a) corresponde a la Gazeta de México, 1795, publicada durante años, y escrita en buena parte por el cultísimo don José María Alzate, y ello quiere decir que el cambio ya había tomado carta de naturaleza en los registros elevados de la lengua novohispana del último siglo del virreinato, al punto de que el cambio se puede atestiguar también en la literatura de inicios del XIX, como muestra el ejemplo (9c) procedente del Periquillo sarniento. [31]

(8) a. tenían de meter los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar a los de Culúa, entendieron que querían matar a los españoles, o los engañó quien se los dijo [los: lo dicho anteriormente] (CORDE, 1538, López de Gómara, Historia de la conquista de México)

b. les hazen daño sin que los dueños de los ganados se los hayan satisfecho a los vezinos (Ecuador, 1668)

(9) a. todos tres enfermos quedaron en mucha debilidad [...]: seis papeles [...] con un grano de tártaro emético mixturado, y esto se los daba por delante en los primeros días (LCM, Gazeta de México, 1795, 57)

b. ordena que vuestra reverencia proceda a recoger el dicho libro del modo más quieto y prudente [...] Podrá vuestra reverencia examinar por sí y ante sí a las religiosas que lo han visto [...] y hacer que de­claren lo que contiene el dicho libro, quién se los prestó (AGN, 1816, Inquisición 1463, exp. 5, f. 62)

c. Después entró el cirujano y sus oficiales, y me curaron en un credo; pero con tales estrujones y tan poca caridad que a la verdad ni se los agradecí [el hecho de haber sido curado] (CORDE, 1802, Fer­nández de Lizardi, Periquillo sarniento).

La motivación del cambio tiene un origen multicausal, como sucede con la mayoría de innovaciones morfosintácticas. El objeto indirecto está codificado en estas oraciones bitransitivas mediante un pronombre invariable se que carece de morfología y es, en consecuencia, totalmente opaco para el número y la persona del referente: se tanto para singular como para plural, tanto para tercera persona como —más tardíamente con la creación del pronombre usted(es)— para segunda de cortesía: se paraél-ellos, para ella-ellas, y para usted-ustedes. Se conoce en la gramática tradicional como se espurio, ya que, como resultado de su evolución, llegó a ser homónimo del pronombre se, etimológicamente reflexivo, procedente del latino se.

La invariabilidad del clítico dativo se illi(s) creó tanto problemas morfológicos como sintácticos y semánticos. En la morfología, la forma dativo se es el único pronombre átono de tercera persona que no es transparente para el número de su referente; todos los demás clíticos de tercera persona son transparentes en cuanto al número, e incluso el género, del referente; por lo tanto, el pronombre dativo sesufre aislamiento paradigmático. En la sintaxis, la homonimia con el reflexivo se genera una incómoda ambigüedad en la interpretación de ciertas oraciones que contienen la secuencia sintagmática se lo(s)-se la(s); por ejemplo, una oración como Juan se las debe puede tener tanto una lectura reflexiva: Juan se debe [a sí mismounas vacaciones > Juan se las debe, cuanto una lectura bitransitiva:Juan debe unas vacaciones a sus hijas > Juan se las debe. Finalmente, existen también problemas semánticos. La secuencia bitransitiva ortodoxa eso se lo dije a ellos / a ustedes exhibe una situación desequilibrada también desde el punto de vista semántico, situación que podría ser calificada de contradictoria: el participante objeto indirecto, pronombre dativo, ocupa en una jerarquía semántica un estatus mayor que el objeto directo, ya que aquel es prototípicamente humano, individuado y definido, mientras que este refiere, por lo regular, a entidades inanimadas; sin embargo, el participante más importante, dativo, tiene a su disposición menos morfología —de hecho, carece de morfología— que el participante semánticamente menos importante, el objeto directo, pronombre acusativo, que tiene, en cambio, toda la morfología a su servicio. El cambio aquí analizado solucionó en parte este desequilibrio: el hablante codifica la entidad más importante asignándole una marcación morfológica propia, de manera que el dativo abandona su estatus oculto y muestra su prominencia utilizando al acusativo como huésped morfológico. La pronominalización se los, se las se comporta como una forma inanalizable, selos, selas, en la que los hablantes solo reconocen ya una estructura simple con un solo argumento, el objeto indirecto. [32]

La pronominalización innovadora eso se los dije codifica la pluralidad del objeto indirecto pero codifica también, simultáneamente, el carácter humano de este argumento; es decir, el morfema -s de se los es una marca tanto de pluralidad como de animacidad. Prueba de ello es que cuando el objeto indirecto es inanimado, en el español mexicano no surge la pronominalización innovadora, sino que se prefiere emplear un solo pronombre, el de dativo; en efecto, oraciones como ¿ya les echaste agua a las macetas?, ¿ya les pusiste agua a los coches? tienen, por lo común, como respuesta espontánea sí, ya les eché, ya les puse, y no la secuencia con doble clítico se los eché, se los puse.

5) Proliferación de pronombres posesivos y duplicaciones posesivas. Uno de los rasgos que de manera más notoria caracteriza la sintaxis del español de México es la abundancia con que se emplean los pronombres posesivos. Pues bien, también este identificador dialectal empieza a manifestarse con una mayor frecuencia a partir del siglo XVIII.

Una variada gama de construcciones posesivas contribuye a esta configuración de exceso de posesivos. Por una parte, son sintagmas nominales con duplicación de la referencia del poseedor. Están marcados formalmente con un posesivo, pero por tener muy próxima la referencia al poseedor, muchas veces dentro de su misma frase nominal, han debilitado la fuerza anafórica del pronombre posesivo, además de que producen una apariencia de redundancia y sobreespecificación posesiva en la sintaxis del español mexicano, como se ve en los ejemplos de (10), tomados tanto del español novohispano como de la literatura mexicana del XIX y del habla espontánea de mexicanos, la mayoría cultos, del siglo XXI. Pueden ser bien duplicaciones posesivas con mención del poseedor en una frase prepositiva adnominal pospuesta (10a), bien duplicaciones en un sintagma posesivo que contiene la segunda mención del poseedor en unaoración adjetiva relativa especificativa (10b), [33] o bien, con cierto tipo de verbos, fundamentalmente psicológicos, la mención del poseedor aparece inmediatamente antes en forma de un argumento clítico dativo, en el papel semántico de experimentante o receptor, y reaparece en el pronombre posesivo introductor del sustantivo poseído, como en (10c). Las construcciones de (10a) y (10b) serían mexicanismos del tipo 1; las de (10c), del tipo 2.

(10) a. una llerba que en la bolsa traía buena para sanar de sus picadas de ormigas (DNC, 1705, 1)

y que le iba a dar un bocadito y la halló muerta; que luego le abisa­ron a Victoriano Hernandes, su hijo de la difunta (DNC, 1781, 44)

Es que yo creo que en esa escena entiendes su importancia de las imágenes anteriores [34]

b. que el motivo de no irse a dormir a la casa de su hermano es por sus trastes que tiene en la pulquería (DNC, 1789, 62)

que primero me quite Dios la vida, que consentir en que se empañe el honor de mi apellido que me legaron mis padres, y lo trans­mitiré aunque pese al mundo entero (Luis G. Inclán, Astucia, 202-203) [35]

pobre guaje, con una sopita de su propio chocolate que le he dado, se va a quedar a la luna de Valencia (Luis G. Inclán, Astu­cia, 294)

c. la havía atajado en el camino, y haziéndole fuerza con un quchillo en la mano, le havía quitado su virginidad (DNC, 1775, 34)

¡Cómo me duelen mis piecitos!, me caminé todo el Centro

Estoy muy contento, le dieron su mención honorífica

Vamos a ponerle su salsita.

Otra manifestación de este cambio global es el mucho mayor empleo de los pronombres posesivos en general, como se aprecia en (11), no necesariamente en construcciones duplicadas o sobreespecificadas, tanto con poseedores humanos como no humanos. Suelen en el español de México aparecer presentadas con posesivo entidades que difícilmente se marcan con posesivo en el español de otras variedades, por ejemplo, en el peninsular, y en esos casos el pronombre posesivo parece ser innecesario, bien porque es obvia la relación posesiva, como sucede con la edad (11a) fórmula que, por cierto, es la usual en los obituarios novohispanos del XVIII—, bien porque se trata de entidades difícilmente poseíbles, como el tiempo (11b), bien porque en realidad las dos entidades no contraen una relación de dependencia posesiva, como en (11c), ya que los granitos de sal no pertenecen propiamente a las migasni la rebanada pertenece todavía al potencial comprador. La abundancia de pronombres posesivos en el español mexicano es tal que, en ocasiones, puede llegar a afectar el anclaje anafórico usual del español de distancia deíctica mínima entre poseedor y poseído, como se ve en el ejemplo de (11d) de inicios del siglo XVIII, ya que en él es el sustantivo locativo ciudad el que controla el anclaje del posesivo y no el más cercano muger. Son mexicanismos del tipo 2.

(11) a. El 27 falleció a los 63 años de su edad la señora doña María Anna Gómez de Cervantes (LCM, Gazeta de México, 1734, 14)

b. D. Juan Fernández de Oraz y D. Manuel Rodríguez Pedrozo, quienes, arreglándose a las órdenes de S. Exc. Ilma., saldrán a su tiempo de esta capital para el pueblo de Xalapa (LCM, Gazeta de México, 1736, 17)

c. Quando comienzen a dar señales de madurez [las viruelas], se pue­de ir dando al enfermo un poco demigas de pan bien cocidas y con sus granitos de sal (DNC, 1779, 40)

¿Cómo quiere su rebanada, gruesa o delgada?

d. Es indecible el concurso, que el día 30 inundó las anchurosas calles acostumbradas de esta ciudad,para veer a una muger, que se ajusti­ció en su plaza principal (LCM, Gazeta de México, 1728, 7).

La generalización de posesiones de naturaleza léxica abstracta y débil de (11) junto con la sobreespecificación y proximidad sintagmática del poseedor, vistas en los ejemplos de (10), produjeron en el español mexicano —y también en el de otras variedades hispanoamericanas— un claro debilitamiento anafórico del pronombre posesivo que lo aproximó funcionalmente a un artículo, con un valor más gramatical, y menos semántico, de simple actualizador. [36] Aunque todas las construcciones ejemplificadas en (10) y (11) son arrastres del español medieval, varias de ellas, como veremos en el siguiente capítulo, realizaron una recategorización semántica importante respecto de su valor medieval, por lo cual, más que una retención, creemos que deben ser consideradas una innovación. [37]

El momento clave del cambio, esto es, el inicio de su mayor difusión, es, de nueva cuenta, el siglo XVIII, con un aumento sostenido en el siglo XIX y otro incremento importante en el siglo XX; todas las estructuras posesivas continúan con elevada productividad hasta la fecha. El último siglo del virreinato vuelve a surgir, por tanto, como un periodo clave en la configuración de la identidad lingüística de nuestro país. Los datos proporcionados por Huerta [38] sobre la diacronía del posesivo en México y España (véase cuadro 1 abajo), sobre un corpus cuantitativamente similar en ambos dialectos, son más que elocuentes de que la multiplicación de marcas de posesión es, en efecto, un identificador dialectal del español mexicano. Se puede observar que la variedad mexicana (datos del Altiplano central) emplea mucho más el posesivo que el español peninsular castellano en todos los periodos, al punto de que en los siglos XIX y XX aquella dobla ampliamente a este. Sin duda, el mayor uso de pronombres posesivos provocó que estos se extendieran en el dialecto mexicano a todo tipo de poseídos, incluidos los abstractos, y coadyuvó a la abundancia de frases nominales posesivas duplicadas y sobreespecificadas en el habla cotidiana del español de México. [39]

Cuadro 1. Diacronía de los posesivos en México y España

 

Español mexicano                                                                       Español peninsular

XVIII                              55% (423/766)                                                                            45% (343/766)

XIX                                66% (501/759)                                                                            34% (258/759)

XX                                 68% (670/992)                                                                            32% (322/992)

 

6) Mayor empleo del pretérito simple y retraimiento del pretérito perfecto. El español de México difiere cuantitativa y cualitativamente del español peninsular castellano en el empleo y valores que asigna al pretérito perfecto simple y al pretérito perfecto compuesto o antepresente; es un identificador lingüístico compartido con todos los dialectos hispanoamericanos, con excepción posiblemente del español de Bolivia, que hace un uso mayoritario del pretérito perfecto compuesto, tanto para valores temporales próximos al presente como distantes de él. [40] Se trata de un mexicanismo sintáctico del tipo 2.

Desde un ángulo cuantitativo, España emplea mucho más el pretérito perfecto compuesto y mucho menos el pretérito simple; son significativos los datos de Otálora para el siglo XX: [41] 2160 pretéritos compuestos frente a 1 056 pretéritos simples (67% frente a 33%), respectivamente, mientras que el español mexicano hace un uso abrumadoramente mayor del pretérito simple y, a manera de contrapeso, hace un escaso empleo del compuesto: 404 pretéritos compuestos frente a 1871 pretéritos simples (18% frente a 82%), respectivamente, acorde con los datos de Moreno de Alba. [42]

Cualitativamente, el empleo del antepresente en el español de México es de tipo esencialmente pragmático y aspectualmente imperfectivo, y la diferencia con el pretérito simple no es temporal sino aspectual-pragmática: se emplea un pretérito perfecto compuesto cuando desde la perspectiva del hablante siguen teniendo relevancia presente, o aun futura, los hechos significados por la forma verbal. Así, un mismo evento pasado será codificado con un pretérito simple si el hablante mexicano considera que es un hecho concluido (12a) y (13a), o será codificado con un pretérito perfecto compuesto (12b) y (13b) si, desde la perspectiva y valoración del hablante, el fenómeno o sus consecuencias siguen vigentes, o tiene relevancia en el presente o se puede repetir en el presente o en un futuro. [43] Volveremos sobre este punto en el siguiente capítulo.

(12) a. Este año llovió mucho [se espera que no siga lloviendo, ya no hay lluvias]

b. Este año ha llovido mucho [se espera que sigan las lluvias]

(13) a. No se casó [ni se casará, no importa la edad, puede ser joven]

b. No se ha casado [posiblemente todavía se case, no importa la edad, puede tratarse de una persona mayor].

Diacrónicamente, no parece constituir el siglo XVIII un microquiebre estructural importante para esta zona de la gramática, sino que más bien se observa a partir del siglo XVI novohispano, acorde con los datos proporcionados por Moreno de Alba, [44] que toman como base los DLNE, un crecimiento sostenido de pretéritos simples a expensas del pretérito perfecto compuesto y de otros tiempos para señalar acciones o estados relacionados con el presente, incluso inmediatez al presente: ¡ya acabé!, ¡ya estuvo!, para mañana ya acabé, y en el siglo XIX queda más o menos fijado el sistema de oposiciones del español mexicano actual.

7) Otros identificadores dialectales. Existen otros caracterizadores dialectales morfosintácticos que contribuyeron a distanciar el dialecto mexicano del peninsular originario, pero de los que, al momento presente, carecemos de estudios que nos informen de su trayectoria diacrónica. Es, sin duda, una importante tarea pendiente en la historia del español en México.

Algunos de ellos son: la pérdida de todas las formas integrantes del paradigma pronominal-adjetivo devosotros y, en consecuencia, la pérdida de la morfología verbal de segunda persona de plural, cantáis, decís, paralelas ambas a la generalización de ustedes como única forma de tratamiento para referir a los interlocutores en plural; el empleo más frecuente de usted como forma de tratamiento respetuosa; el notable alargamiento discursivo y mayor complejidad estructural de las construcciones empleadas para la interacción pragmática con el interlocutor, por ejemplo la disminución del modo imperativo a expensas del paralelo incremento de oraciones que son gramaticalmente interrogativas pero pragmáticamente exhortativas, como se aprecia en (14a), cuyos correspondientes en el español peninsular castellano serían oraciones exhortativas, casi siempre averbales, y que contendrían únicamente el referente sustantivo y la fórmula de cortesía por favor: un poco de salsa, por favor; un vaso de agua, por favor; [45] el frecuentísimo empleo, ya desde el español colonial, de pronombres dativos en posiciones no argumentales, dativos éticos, o de débil argumentalidad, con una rica gama de significados pragmáticos, como se ejemplifica en (14b), los cuales debieron coadyuvar a la creación del dativo intensivo mexicanoándale, híjole; la preferencia por codificar el agente responsable de una acción no como un sujeto, perdí las llaves, sino como un oblicuo en forma de dativo (14c), o incluso con la desaparición total del posible agente, es decir sin pronombre átono dativo alguno en la oración (14d).

(14) a. ¿Lo podría molestar con un poco de salsa, por favor?

Disculpe ¿no sería tan amable de regalarme un vaso de agua?

Si no fuera mucha molestia ¿me podría prestar un cuchillo?

Señor, ¿lo molesto si me regala un poco más de café?

b. Que esta dicha Tereza jure y declare con todo rigor [...], conpeliendo­mela a que me dejen perfecto (DLNE, 1748, 231.565)

Se arrojó a mi casa dando vozes y golpeandome las puertas (DLNE, 1806, 298.696)

Me guarde la ymportante vida de v. m. (DNC, 1791, 69)

Me sacó diez la niña

c. Se me perdieron los lentes

d. Señora, se rompió el jarrón.

El concentrado de aumentos de frecuencia de uso y primeras documentaciones de cambios que tuvieron lugar en el siglo XVIII novohispano, vistos en este capítulo, son indicadores de que el último siglo virreinal fue un momento clave, un verdadero parteaguas en el desarrollo de las variantes lingüísticas mexicanas. Dado el carácter conservador de la lengua escrita, incluso de la no literaria, la documentación del cambio no debe interpretarse como el inicio del fenómeno, sino más bien como que en los registros menos conservadores de la lengua ese fenómeno estaba ya muy difundido y generalizado. Por ello, habrá que suponer que una buena parte de esos identificadores lingüísticos comenzó a ser empleado en la lengua oral tres o cuatro generaciones antes de las fechas de documentación. Es decir, las últimas décadas del siglo XVII y las primeras del XVIII son, a mi entender, el momento central en que la idiosincrasia lingüística de México tomó carta de naturaleza en la vida cotidiana de los hombres y mujeres comunes novohispanos.

3. LA SEMÁNTICA DE LOS CARACTERIZADORES LINGÜÍSTICOS DE MÉXICO

Dado que una buena parte de los identificadores dialectales mexicanos analizados en el capítulo anterior es compartida con el español peninsular castellano, puesto que se trata de diferencias en la frecuencia relativa de uso de las formas y construcciones y no tanto presencia o ausencia de tales construcciones, las preguntas obligadas ahora son: ¿en qué radica la diferencia?, ¿en qué consiste esa mexicanidad lingüística? Intentar contestar esas interrogantes, aunque sea muy parcialmente, es el objetivo de este capítulo.

El punto de partida es que la semántica es un nivel esencial de la codificación sintáctica y la sintaxis es no solo el resultado de la operatividad de reglas automáticas, sino que es en gran parte resultado de elegir o poner de relieve ciertos rasgos semánticos y pragmáticos contra otros. En esta capacidad de elección, ya sea de seleccionar un rasgo semántico contra otro, ya sea de optar por una estrategia gramatical contra otra, reside la esencia misma de la variación lingüística, sincrónica y diacrónica, y en esa libertad de elección reside también la creatividad de la sintaxis.

La semántica de cualquier lengua puede ser definida como el conjunto de rasgos denotativos y connotativos que le permiten a un hablante identificar y valorar una entidad dada, es decir, hablar de ella, y a un oyente comprenderla. Los rasgos semánticos denotativos identifican o ubican una entidad, un referente, en un eje espacio-temporal dado, y constituyen la semántica referencial de una lengua; los rasgos semánticos connotativos aportan valoraciones sobre ese referente y constituyen, por tanto, susemántica pragmática relacional. En resumen, la semántica es un nivel de lengua complejo integrado por, al menos, dos subconjuntos: semántica referencial + semántica pragmático-relacional. [46] En un sentido lato, podría decirse que la primera es más objetiva o externa al hablante, en cuanto que describe a la entidad per se, mientras que la segunda es más subjetiva o interna, en cuanto que atiende a la valoración que el hablante hace de ella.

Los datos del corpus indican que, aunque el español de España y el español de México comparten en lo esencial una misma sintaxis, se ha producido entre ellos una escisión dialectal sintáctica debido, en gran parte, a la selección de diferentes rasgos semánticos para codificar una misma área nocional funcional; esto es, cada uno de estos dialectos comunica una “misma” situación desde diferentes perspectivas semánticas, cristalizándose dos distintas sintaxis, y ello hace que se constituyan en dialectos diferentes. El español de España y el español de México gramaticalizaron varias zonas de sus respectivos sistemas siguiendo dos pautas distintas de hacerlo, las cuales obedecen a una distinta selección o codificación formal de un mismo sistema semántico: los rasgos semánticos externos o referenciales el primer dialecto; los rasgos internos, relacionales o valorativos el segundo.

El español peninsular castellano, como veremos enseguida, gramaticaliza más las características referenciales de las entidades en juego, esto es, las propiedades semánticas observables de las entidades, mientras que el español de México gramaticaliza las valoraciones que el hablante realiza sobre esas entidades y las relaciones que esas entidades contraen dentro del discurso. Esto es, el español de España parece haber seguido una dinámica semántica de tipo referencial; el español de México, en cambio, siguió una dinámica semántica de tipo pragmático-relacional. En líneas generales, el español de España muestra en varias y distintas zonas de su gramática una codificación motivada por los rasgos léxicos referenciales de las entidades involucradas, tales como el género, el número, el tamaño, la animacidad, el tiempo, y en general rasgos que o bien permiten una identificación clara, no ambigua, del referente, o bien ubican el momento de realización de la predicación. Por el contrario, la sintaxis del español de México en esas mismas áreas refleja una codificación motivada por factores que atañen a la capacidad relacional de esas entidades, tales como, entre otros, la dinamicidad de las entidades en su relación con el verbo, su grado de afectación a consecuencia de la transitividad del verbo, su grado de proximidad al dominio de otra entidad, el carácter aspectual télico o atélico del verbo y de la predicación, y desde luego también la relevancia pragmática y cultural que el hablante otorga a esa entidad en un contexto dado o la relevancia y actualidad de la situación comunicada en cuestión.

La suma de las dos clases de rasgos semánticos, referenciales y pragmático-relacionales, crea un conjunto semántico cohesionado que caracteriza a una entidad dada en su uso sintáctico, pero la sintaxis del español peninsular enfatiza un subconjunto de esos rasgos y debilita u opaca el otro subconjunto semántico, mientras que la sintaxis del español de México pone de relieve el otro subconjunto, opacando o debilitando el que se enfatiza en el dialecto peninsular. Ambos dialectos operan con el mismo espacio semántico, el del español general, pero cada uno de esos dos dialectos resalta un subconjunto semántico distinto y construye su gramática guiado por una distinta selección semántica. Esta diferente puesta en relieve queda reflejada, como veremos, en una diferente frecuencia de uso de las formas o construcciones en los dos dialectos estudiados. En el esquema 1 puede verse representada la distinta selección de rasgos semánticos para actualizar estas dos gramáticas distintas.

Esquema 1. Estrategias semánticas del español de México y del español de España

3.1. La semántica de cuatro mexicanismos 

Para intentar comprobar el planteamiento que acabamos de exponer, analizaré cuatro caracterizadores dialectales del español mexicano, tres de ellos vistos en el capítulo anterior, en los dos dialectos, español del Altiplano central de México y español peninsular castellano, en una comparación estricta, cuantitativa y cualitativamente, y en corpus comparables. Dos son estructuras nominales y dos corresponden a la frase verbal.

3.1.1. Las duplicaciones posesivas

Las construcciones posesivas del tipo su mujer de Juan, su novio de mi prima tienen dos valores en todas las épocas y textos del español en las variedades que documentan esta construcción:

a ) Duplicación referencial o desambiguadora. En un contexto próximo hay dos entidades nominales capaces de funcionar como el poseedor de la entidad poseída, tal como se aprecia en los ejemplos de (15); la presencia de una duplicación posesiva está motivada por una necesidad de desambiguar entre los dos posibles poseedores. Dos factores motivan esta desambiguación; por una parte, la falta de transparencia del pronombre su(s) en cuanto a rasgos del poseedor, ya que su(s) es invariable y totalmente opaco en su referencia al poseedor —tanto de él, como de ella, de ellos de ellas, de usted ode ustedes—, y, por otra, el hecho de que la referencia posesiva, debido a esa opacidad, se rige por un principio de deixis de distancia mínima, y se ancla en español en el constituyente más próximo a su(s),anafórico o catafórico, capaz de operar como poseedor.

(15) a. Nunca te oí dezir mejor cosa. Mucha sospecha me pone el presto conceder de aquella señora y venir tan aína en todo su querer de Celestina (La Celestina, 11.192) [47]

b. Pero que él tenía en su tierra del dicho Cacamazin muchas per­sonas principales que vivían con él y les daba su salario (Cortés, Cartas, 1.68). [48]

c. Nuestro Señor, que lo ordenó ansí, debía ver ser mijor. Puestas todas las cosas en sus manos, sus deseos de vuestras mercedes y los mios, pues, todos van guiados para gloria suya (Santa Teresa,Escri­tos, Cartas, 6.6b). [49]

d. aora no lo ago porque no sé si se dilatará v. y sean los gastos de val­de, y más quando se an aunado con Vernardo, pues ya también dise no bengan a su casa de v. md. por nada (DNC, 1781, 47)

e. Me pasaron a la sala; ahí estaban las dos hermanas, me parece que su papá de él, [...] no, su papá, no; las dos hermanas y esa Lo­lita que fue mi madrina (Habla culta de la Ciudad de México, 7).

Las duplicaciones posesivas de (15) tienen la función de desambiguar quién es el poseedor de la entidad poseída; en efecto, si en esos ejemplos no se especifica el poseedor en su mismo sintagma nominal, se interpretaría, acorde con el principio de anclaje referencial de distancia mínima, que la entidad poseída por el clítico su(s) pertenecería a otro poseedor, los nominales resaltados en cursivas:aquella señora y no Celestina en (15a), él y no Cacamazin en (15b), Nuestro Señor y no vuestras mercedes en (15c), Vernardo y no v. md. en (15d) y las dos hermanas y no él en (15e).

Se trata de una duplicación no redundante, sino justificada por el contexto, motivada por un conflicto en el discurso entre posibles poseedores. En todos los ejemplos de (15), la presencia pospuesta del poseedor tras la entidad poseída está justificada, por lo tanto, por la necesidad de aclarar la referencia del poseedor. Por ello, el parámetro que hemos denominado referencial o externo guía la aparición de este primer tipo de duplicaciones posesivas.

b ) Duplicación no referencial o no desambiguadora. Este tipo de duplicación no está guiado por un parámetro referencial, ya que su uso no está motivado por la necesidad de desambiguar la referencia del poseedor. Aparece en esta segunda clase un sintagma posesivo duplicado no obstante que no existen cerca en el discurso otros posibles poseedores de la entidad poseída. Puede verse en los ejemplos de (16) que se emplea un poseedor pospuesto aun cuando no existe duda alguna de quién es el poseedor, ya que ha sido nombrado varias veces antes, como en (16a); y en muchos ejemplos de esta segunda clase de duplicación la frase nominal posesiva duplicada ocupa una posición inicial absoluta o casi absoluta (16b), funcionando el poseedor como la entidad tópico de la que se viene hablando o escribiendo líneas atrás.

(16) a. ¿Quieres tú hacer creer a éstos lo que los padres predican e dizen? ¡Engañado andas! Que eso que los frayles hazen es su oficio dellos hazer eso (AGN, 1539, Inquisición, f. 436)

Realmente sí, hoy la maternidad es un problema para las mujeres, la maternidad entra en conflicto con sus responsabilidades de las mujeres en este nuevo rol social que les toca ejercer

b. Su padre de un mi amante, que me tenía tan honrada, vino a Marsella, donde me tenía para enviarme a Barcelona, y por mis duelos grandes vino el padre primero (La lozana andaluza, 8.200). [50]

Sus papás de Maru viven ahora en Chapultepec.

Las dos clases de duplicación tienen, como vemos, una misma manifestación formal pero su funcionamiento discursivo obedece a razones distintas: en un caso depende de la opacidad referencial desu(s) en cuanto a rasgos del poseedor; en el otro, la ambigüedad referencial no cuenta para que aparezca una duplicación posesiva.

Lo relevante para sostener que el español de México opera sobre un parámetro semántico más relacional que el español peninsular, el que arribó a México en el siglo XVI, es que el dialecto mexicano ha realizado un cambio importante en la motivación del empleo de una duplicación posesiva, a saber, ha disminuido las duplicaciones que desambiguan la referencia del poseedor y ha incrementado notablemente el empleo de estas expresiones posesivas con fines no desambiguadores. En el cuadro 2, abajo, se comparan las frecuencias de duplicación posesiva en tres periodos del español, siglos XV-XVI, tanto textos escritos desde España como desde la Nueva España, XVIII novohispano y XX mexicano; puede verse que las frecuencias de duplicaciones desambiguadoras y no desambiguadoras han ido progresivamente invirtiéndose, al punto de que el español mexicano actual es una imagen de espejo respecto del que arribó a la Nueva España a inicios del XVI, ya que se aprecia un incremento sostenido hacia valores de tipo pragmático. En los siglos XV-XVI hay un 65% de duplicaciones posesivas motivadas por un conflicto de posibles poseedores en el contexto próximo, pero en el español del XX solo tenemos 22% de duplicaciones motivadas con ese mismo propósito de desambiguar la referencia del poseedor, con el siglo XVIII como un puente hacia el nuevo valor innovador de la duplicación. Es decir, la necesidad de aclarar los rasgos referenciales del poseedor sigue siendo una causa para la aparición de una duplicación posesiva en el español mexicano actual, como lo era en el temprano español novohispano, pero está ya sumamente debilitada. En otras palabras, el dialecto mexicano actual emplea una duplicación con fines comunicativos distintos de la desambiguación referencial. [51]

Cuadro 2. Diacronía de la duplicación posesiva en el español de México: referencial-desambiguadorafrente a no referencial-no desambiguadora

Referencial                                                         No referencial

    XV-XVI                                          65% (103/158)                                                      35% (55/158)

    XVIII                                              42% (32/76)                                                          58% (44/76)

    XX                                                 22% (38/169)                                                        78% (131/169)

 

El cuadro 2 indica que el español de México realizó un cambio semántico en el valor de las duplicaciones posesivas, que evolucionaron hacia un valor menos externo, menos referencial y más pragmático-relacional. El español del siglo XVI cargaba el peso de la duplicación en la opacidad referencial del pronombre posesivo, y el español mexicano actual, como se ve en el promedio del siglo XX en el cuadro 2, arriba, no depende de esa opacidad para posponer un poseedor tras su entidad poseída.

¿Cuál es ese nuevo valor de la duplicación posesiva en el español de México? Un hablante mexicano emplea una duplicación posesiva cuando entre poseído y poseedor se establece desde la perspectiva valorativa del hablante una relación intrínseca o inherente de tipo inalienable. Con estas frases posesivas el hablante indica que el poseedor es una entidad relevante, importante dentro de un determinado discurso, suele ser el tópico de la conversación, indica también que el poseído se encuentra muy cercano al dominio del poseedor, que constituye una parte importante de él y que los dos miembros de la relación posesiva contraen una relación de inherencia y de proximidad conceptual, como se observa en los ejemplos de (17), donde los sustantivos poseídos caja ‘ataúd’, vida estado de ánimo constituyen conceptos inalienables para los respectivos poseedores. Cuanto más prominente sea el poseedor dentro de la situación comunicativa y más estrecha e indispensable la relación y proximidad conceptual entre poseído y poseedor, más probabilidades habrá de que se emplee una construcción posesiva duplicada en el español actual de México. Es decir, el empleo de una duplicación está motivada en este dialecto por la semántica relacional de poseído y poseedor y por la valoración que el hablante hace de esa relación, y no por la necesidad de desambiguar textual o discursivamente la referencia del poseedor, tal como ocurría en el español llegado a México en el siglo XVI.

(17) Ayúdenos, porque nos falta dinero para su caja [ataúd] de mi mamá que se acaba de morir aquí en Zaragoza [hospital de Zara­goza]

Se la pasa toda su vida ahí, en la misma empresa haciendo dibu­jos, pintando, haciendo proyectos, formando programas. Ésa es su vida de Ramón. Tiene hermanas casadas, pero él no se ha casado (Habla culta de la Ciudad de México, 29)

Definitivamente sí; el ciclo hormonal influye en su estado de áni­mo de la mujer; en cambio el hombre no es tan dependiente de las hormonas.

El nuevo significado adquirido por las duplicaciones posesivas en el español de México supone un tipo de gramaticalización conocida como subjetivización, [52] o modalidad en la gramática tradicional, ya que son las valoraciones del hablante las que cuentan para la codificación sintáctica y no tanto el significado léxico de las entidades involucradas en la relación posesiva ni el conflicto entre posibles poseedores. El cambio supuso también un desplazamiento del foco de atención en cuanto al protagonista del discurso: del oyente o lector (duplicación referencial desambiguadora) hacia el hablante (duplicación no referencial). Responde este cambio a la tendencia señalada en lingüística histórica de que los cambios semánticos se deslizan con el transcurso del tiempo hacia motivaciones más internas o más pragmáticas. [53] El cambio semántico aparece sintetizado en el esquema 2,

Esquema 2. Diacronía semántica de la duplicación posesiva

La abundancia general de marcas de posesión (ejemplos 10c y 11), vista en el capítulo anterior, es también consecuencia, según creo, de esa semántica relacional y no referencial preferida por el español de México para algunas zonas de su gramática. No interesa vincular un referente con otro ni establecer el dominio real del poseedor respecto de su poseído; lo que interesa es integrar o vincular solidariamente al oyente en la escena comunicativa.

3.1.2. Los diminutivos

Desde la lengua madre latina, el diminutivo es una forma altamente polisémica que puede expresar tanto un valor referencial: la disminución del tamaño de la base (18), cuanto significados pragmáticos valorativos de distinta índole, tales como la proximidad afectiva, la ironía, el respeto, la humildad, el desprecio o la conmiseración (19). Esos dos significados han convivido por siglos bajo un mismo exponente formal a lo largo de toda la historia del español. [54] Puede verse en los ejemplos de (18) que en la disminución referencial suele aparecer en el contexto una referencia de algún tipo a la entidad base con respecto a la cual opera la disminución (piedra, mostrador diminuto)mientras que los diminutivos pragmático- relacionales carecen de este que podríamos llamar anclaje textual y el único punto de referencia es el propio hablante, que proyecta con un diminutivo su actitud hacia lo comunicado.

(18) Sin embargo, la droga siempre les es insuficiente, pues una piedra [una dosis] se consume en una fumada y, entonces, comenzarán a buscarse en las bolsas del pantalón, la camisa, en el suelo. Todos en busca de residuos [...] dirigen la vista a las bolsas, a algún lugar donde pudieron haber guardado aunque sea una piedrita. Se incli- nan para ver si encuentran un punto blanco en el piso que pudiera ser fumable (E l Financiero, septiembre de 2001)

Se abrió la puerta y entramos. Aquello no era un bar propiamente dicho, había una especie de vestibulito, un mostrador diminuto, como en algunos restaurantes chinos (Madrid, Grandes, Las edades de Lulú, 99) [55]

(19) siempre que mencionaba en el confesionario alguna parte de la declarante era con diminutivos, comotu boquita, tus manitas LHEM, 1797, s.v. boca)

Estimada Marta: devuelvo los platitos con un bocadito de pesca- do para que v. md. le guste (LEHM,1805, s.vbocado)

Comencé a invocar a la virgen de Guadalupe. Ay, qué más te da —le decía— ayúdanos a meter un gol. A ti no te cuesta nada, y para nosotros en estos momentos es importantísimo. Mira, cuando Bernal esté muycerquita de la portería como que distraes al portero italiano. Ay, de favorcito haz como que le hablas y verás que en estos momentos, la pelotita entra y ¡listo! [...] ¡Gooool! [...] ¡Milagro, milagro!, comencé a gritar como loquita en tanto que daba de brincos (México, Loaeza, Obsesiones, 38) [56]

El caso es que Susana se ha vuelto muy formalita de un tiempo a esta parte, era la más guarra del curso (Madrid, Grandes, Las edades de Lulú, 148).

Al igual que ocurría en el área nominal examinada en el apartado anterior, de nuevo aquí el español de México suele emplear el diminutivo no por razones de semántica referencial externa, esto es, no suele usarse el diminutivo para indicar el menor tamaño de la entidad base, sino para significar diversas valoraciones de tipo pragmático que el hablante proyecta sobre esas entidades en una determinada situación comunicativa, y, por el contrario, en el español castellano no predominan los significados pragmáticos en el empleo de un diminutivo, ya que en esta variedad, como veremos, el valor referencial de disminución del tamaño del referente compite, y predomina ligeramente, con los valores no referenciales o pragmáticos. Esta zona gramatical indica que cada dialecto realiza elecciones semánticas distintas, que cristalizan en variación gramatical; las dos diferentes elecciones semánticas no parecen estar contrapuestas, sino que más bien uno de los dialectos: el castellano parece ser no marcado, o solo lo es ligeramente, en cuanto a la elección de alguno de los subconjuntos semánticos, y opera con los dos parámetros, referencial y pragmático-relacional, mientras que el otro dialecto, el mexicano, está claramente marcado para operar sobre un parámetro relacional. Esto es, mientras que el español mexicano parece estar polarizado para una semántica relacional, el español peninsular castellano parece ser indiferente a un tipo específico de elección, y valores referenciales y relacionales se complementan para construir ese espacio gramatical en este dialecto.

El cuadro 3, ápud Reynoso, [57] muestra el empleo de diminutivos en estas dos variedades dialectales en su uso actual en lengua escrita, en un amplio corpus de lengua narrativa, oral y escrita.

 

Valor referencial tamaño                                              Valor relacional pragmático

    Español peninsular                   58% (338/586)                                                               42% (248/586)

    Español mexicano                    28% (397/1434)                                                              72% (1037/1434)

 

Puede verse en el cuadro 3 que los dos valores que venimos analizando como estructuradores de un mismo espacio categorial están activos en ambos dialectos; sin embargo, las diferentes frecuencias relativas de uso de un subconjunto semántico con respecto al otro indican que existen diferentes motivaciones semánticas para que aflore un diminutivo, distinta motivación que genera de nueva cuenta una escisión dialectal en la gramática: el español de México casi no emplea marcas de disminución para significar el menor tamaño de una entidad, es decir, casi no opera el parámetro referencial o externo (solo un 28%), sino que es una motivación semántica de tipo pragmático valorativo la que motiva de manera mayoritaria la aparición de un diminutivo en esta variedad dialectal (72%). Por el contrario, en el español peninsular las frecuencias de uso están bastante más equilibradas, y se emplean diminutivos tanto para significar valores referenciales de disminución (58%) cuanto valores pragmáticos relacionales (42%), si bien el parámetro referencial o absoluto juega un papel mucho más importante en el dialecto castellano, al igual que sucedía en la otra área gramatical examinada. Y, en efecto, en México lagordita siempre será referida en diminutivo, así pese muchísimos kilos; el muerto es por respeto elmuertito; o se dirá por ahí tengo un terrenito, aun cuando este mida varias hectáreas; o tenemos una dudita, cuando en realidad no se trata de una verdadera pregunta sino de solicitar una aclaración al interlocutor.

Es de notarse también que, desde un punto de vista cuantitativo, el español de México casi dobla al español castellano en usos no referenciales del diminutivo (72% frente a 42%). Se observa además en el cuadro 3 que en términos absolutos hay diferencias cuantitativas importantes entre el español de México y el español de España, ya que el primero emplea bastantes más diminutivos que el segundo, algo más del doble de usos en el dialecto mexicano (1434 frente a 586) —el análisis está basado en corpus cuantitativamente similares—, lo cual respalda la caracterización tradicional, comentada en el capítulo precedente, de que este dialecto hace un empleo mucho mayor, “abusa” de las marcas de disminución.

Un lugar común de la bibliografía especializada sobre diminutivos, comentado en el capítulo anterior, es que el abundante empleo de diminutivos en el español de México se debe a un fenómeno de contacto cultural y contacto de lenguas; en concreto, a la influencia de adstrato de la lengua náhuatl y otras lenguas mesoamericanas que hacen uso de marcas de reverencialidad, las cuales suelen ser traducidas al español por los propios hablantes indígenas como diminutivos. Sin embargo, el cuadro 4, ápud Reynoso, indica que este cambio del español de México parece deberse a una motivación interna propia, ya que el español hablado por indígenas está en frecuencias de uso bastante alejado del español urbano de la Ciudad de México, e incluso se aproxima algo más en el empleo de estos dos valores, referencial y relacional, al español peninsular castellano.

Cuadro 4. Valores del diminutivo en tres dialectos del español

 

            Valor referencial tamaño                                         Valor relacional pragmático

    Español peninsular                    58% (338/586)                                                                42% (248/586)

    Español indígena                       45% (387/856)                                                                55% (469/856)

    Español mexicano                     28% (397/1434)                                                              72% (1037/1434)

 

Los datos de las dos zonas de la gramática nominal que acabamos de examinar permiten adelantar ciertas conclusiones respecto de la relación entre la lengua y aspectos cognitivos y culturales. Parece indudable que los distintos comportamientos gramaticales de los dos dialectos estudiados reflejan visiones de mundo bastante diferentes. El español de México, al menos en las áreas base del análisis, sugiere que sus hablantes están más motivados por su propia relación (psicológica, moral, apreciativa, etc.) con las entidades y con los eventos que por las entidades mismas; esto es, parecen estar interesados en hablar de cómo ellos ven la realidad y no en hablar o describir la realidad misma; casi no emplean esas formas para indicar valores referenciales, sino que podría decirse que la lengua mexicana se sitúa en un proceso de subjetivización. Por lo contrario, el comportamiento gramatical del español de España sugiere en cambio que los hablantes adoptan preferentemente un plano más objetivo o distante y codifican las entidades atendiendo más a sus propiedades referenciales que a la relación que los hablantes contraen con ellas y con el discurso comunicado; es decir, los españoles, a diferencia de los mexicanos, prefieren describir la escena comunicativa más que aportar su propia visión y valoración al respecto.

3.1.3. La ausencia de leísmo referencial

La muy escasa frecuencia de la pronominalización de objetos directos con clíticos de dativo, le(s), es decir, el escaso empleo de leísmo, ha sido uno de los rasgos aducidos recurrentemente en todo tipo de estudios como manifestación del carácter conservador del español en México, rasgo este compartido por la mayoría de variedades americanas. El leísmo es, ciertamente, esporádico en el español mexicano, aunque no es desconocido. Por contraste, el español peninsular de Castilla se muestra en este aspecto innovador en extremo, ya que ha difundido ampliamente la pronominalización no etimológica, al punto de que, como se sabe, para ciertas entidades objeto el uso canónico con clítico acusativo lo(s)- la(s) ha quedado completamente desplazado. Lo relevante, sin embargo, para mostrar la identidad lingüística del español mexicano, no es tanto la mayor o menor presencia de leísmo en uno u otro dialecto, sino la diferente motivación, referencial frente a pragmática-relacional, que subyace a los usos leístas en cada uno de estos dialectos.

En general, el leísmo se muestra como un fenómeno diacrónica y diatópicamente complejo en el que intervienen tanto aspectos sintácticos: el número de participantes en la oración, cuanto léxico-semánticos: características referenciales de la entidad objeto, particularmente género y número, y también rasgos semántico-pragmáticos relacionados de manera global con la predicación y con las relaciones que el objeto directo contrae con su verbo, tales como, entre otros, el grado de transitividad del verbo, el grado de afectación del objeto, el grado de agentividad del sujeto, el carácter aspectual télico o atélico del verbo y otros matices aspectuales del evento, así como la prominencia y respeto que, desde la perspectiva del hablante, tenga la entidad dentro de una situación comunicativa dada. Una estrecha interacción entre la sintaxis, la semántica léxica y la semántica pragmática parece motivar la codificación de un objeto directo en forma de dativo, le, o mantener una codificación etimológica en acusativo lo / la. Este imbricado juego de factores parece haber estado presente en todas las etapas del leísmo, incluso desde las primeras manifestaciones del cambio. [58]

Sin embargo, el español castellano y el español mexicano han generado en esta zona de la gramática una frontera dialectal, guiada, al igual que los cambios anteriores, por dos pautas distintas de gramaticalización. Estos dos dialectos difieren notablemente en cuanto a cuáles de los factores semánticos arriba señalados son los responsables inmediatos de que aparezca un uso innovador leísta. El leísmo en la variante mexicana está motivado por factores relacionados con la semántica pragmática de la oración, tales como el grado de afectación, la valoración y prominencia del objeto, o el significado aspectual (a)télico, virtual o real del verbo, mientras que el leísmo en el español peninsular castellano parece que está más motivado, podríamos decir que de manera casi exclusiva, por factores semántico-referenciales, como el género y el número, específicamente la masculinidad y la individuación del objeto directo. Esto es, en el mismo espacio funcional los dos dialectos hacen un distinta elección semántica: el castellano focaliza a la entidad per se, atendiendo a sus rasgos referenciales: masculino y singular, mientras que el español de México enfatiza las relaciones que la entidad objeto contrae con su verbo y las valoraciones que sobre ella proyecta el conceptualizador.

Para mostrar estas dos diferentes elecciones semánticas, compararé la pronominalización de objetos directos en un determinado estado de lengua de estas dos variedades dialectales, el siglo XVIII, periodo en que, como vimos, el español mexicano muestra ya una caracterización propia y la innovación leísta está ya muy difundida en el español de Castilla. Los datos proceden de los DLNE, en el corpus correspondiente a la segunda mitad de ese siglo, y del español castellano representado en el teatro de Moratín, escrito entre 1790 y 1805. [59] Examinaré en primer lugar la referencialidad de la entidad objeto directo y en segundo lugar los significados relacionales.

La comparación en la zona semántica prototípica del leísmo, señalada en todos los estudios como la más motivadora para una pronominalización no etimológica, esto es, aquella que pronominaliza entidades masculinas singulares, cuadros 5 y 6, ápud Flores, [60] nos muestra que el leísmo mexicano no obedece, u obedece mínimamente, al género y al grado de individuación léxico-semántica de la entidad pronominalizada como objeto directo, ya que estos no influyen de manera importante en la elección de un clítico le para objeto directo. Esos mismos cuadros indican que en el dialecto peninsular contemporáneo del novohispano las características referenciales de la entidad pronominalizada sí eran, por el contrario, decisivas para que aflorara un uso no etimológico leísta. La frecuencia relativa de uso reflejada en el cuadro 5 indica también que el leísmo es casi categórico con masculinos singulares en los textos españoles del XVIII (99%), a la vez que los índices de asociación, odd ratio, del cuadro 6 nos muestran que género y número tienen pesos diferentes en el español peninsular: el primero dispara el leísmo mucho más que el segundo, pero ambos muestran la misma asociación y son de baja incidencia en el español mexicano novohispano. El balance general que estos dos cuadros reflejan es que la vinculación a rasgos referenciales del objeto es muy fuerte en el texto peninsular, 100% de asociación con género masculino y algo más de 50% con individuación, pero que los rasgos referenciales del objeto, en cambio, motivan mínimamente la aparición de un leísmo en el dialecto novohispano contemporáneo del peninsular.

Cuadro 5. Proporción de leísmo con entidades masculinas singulares

DLNE-XVIII                              27% (54/199)

MORATÍN                                 99% (95/96)

 

Cuadro 6. Índices de asociación del leísmo con los rasgos referenciales del objeto

Género masculino                                       Número singular

    DLNE-XVIII                                                 5.59                                                                 5.12

    MORATÍN                                                   100                                                                  50.06


Si atendemos a la entidad objeto no de manera aislada, esto es, no en sus características referenciales, sino en sus relaciones con los otros constituyentes de la oración y con la predicación en su totalidad, es posible percatarse de que el español mexicano y el español peninsular muestran una muy distinta selección de esas relaciones. En el cuadro 7 que sigue, ápud Flores, aparecen concentrados los índices de asociación del leísmo con diversos factores relacionados con la transitividad de la oración. Puede verse que en el español de México existe una fuerte asociación entre la clase aspectual del verbo y la aparición de leísmo: este se presenta con verbos imperfectivos, que implican además un menor grado de actividad, ie. verbos de no realización, y que existe una muy fuerte asociación con la animacidad y agentividad del sujeto de la oración transitiva. El mismo cuadro nos muestra que, por el contrario, el leísmo en los textos de Moratín no obedece a los factores semánticos que hemos venido llamando pragmático-relacionales —solo hay ligera asociación con la copresencia de un sujeto agentivo—, y que, por lo tanto, ni la dinámica del evento ni las relaciones del verbo con sus participantes son decisivas para que aflore una pronominalización innovadora leísta en el español peninsular del siglo XVIII.

Cuadro 7. Asociación del leísmo con factores que intervienen en la transitividad

 

Animación del sujeto       Virtualidad del evento       Verbo de no realización       Imperfectividad del evento

    DLNE-XVIII             15.8                                    1.33                                  10.99                                         6.8

    MORATÍN                1.85                                      0                                         0                                             0 

Acorde con lo reflejado en los cuadros, puede afirmarse que el español mexicano y el español peninsular, en su variante castellana, operan de nuevo en esta zona de la gramática bajo parámetros distintos, relacional el primero, no relacional el segundo: la semántica asociada a la transitividad del evento y a la pragmática de la entidad en el dialecto mexicano; la referencialidad en el dialecto peninsular. Español de México y español de Castilla generaron dos rutinas gramaticales distintas vía una diferente puesta en relieve de la semántica de las entidades involucradas: el primer dialecto gramaticaliza los rasgos que no dependen de las características observables, externas, referenciales de la entidad objeto, sino aquellos que están más apegados a la capacidad relacional de la entidad y a su valoración por parte del conceptualizador. El segundo dialecto pone énfasis en las características de la entidad de manera absoluta, con una casi total independencia de sus relaciones con los otros constituyentes de la oración.

Los ejemplos que siguen muestran las distintas motivaciones del leísmo en uno y otro dialecto. En (20) se ejemplifica una alternancia común en el español de México; la diferente pronominalización, lfrente a le,viene dada por una distinta valoración de la entidad objeto por parte del narrador: pronominalización leísta (20a) cuando hay mayor distancia social y respeto entre los interlocutores, no importa si la entidad objeto directo es masculina o femenina, se suele denominar leísmo de respeto, pronominalización no leísta (20b), cuando hay mayor proximidad social o cuando el hablante ocupa una situación jerárquica superior al oyente. Por su parte, en (21a) el referente ha perdido toda posibilidad de actividad, está altamente afectado por la transitividad del verbo, es alguien socialmente degradado, y, en consecuencia, surge un clítico etimológico lo; en cambio, en (21b) el referente del clítico objeto aparece conceptualizado como una persona común, alguien no afectado por la acción del verbo, el impacto de la transitividad sobre ese objeto es menor y, en consecuencia, surge un dativo len el papel de objeto directo. Los ejemplos de (22)[61] muestran empleos leístas comunes en el español de Castilla; en ellos son fundamentalmente los rasgos referenciales inherentes de la entidad en cuestión los que hacen aflorar un uso leísta: el carácter masculino del referente, ya sea este animado o no, y, en menor grado, la individuación, apareciendo incluso el clítico dativo con verbos que implican alta transitividad y alta afectación del objeto, como matar.

(20) a. Maestra, ¿le ayudo con los libros?

Maestro, ¿le ayudo?

Me da mucho gusto saludarle [puede ser hombre o mujer el refe­rente]

Primero que nada, permítame felicitarle [puede ser hombre o mu­jer el referente]

b. Lulú, ¿no quiere que la ayude? ya casi llegan los niños de la escuela

(21) a. Lo llamólo convenció y aún algo lo abochornó (DLNE, 1808, 304.704)

b. Oyó de repente que por detrás le chiflaba un hombre, y volviendo la cara vio que le llamaba (DLNE,1799, 270.652)

(22) Al niño le llevaron al hospital

El cerdo le sujetamos entre varios y le matan. Después le limpia­mosle colgamos le abrimos

El tractor hace tiempo que le vendimos para desguace.

Pasemos al último caracterizador dialectal del español de México para mostrar que en él también opera la misma dinámica de selección semántica.

3.1.4. El pretérito perfecto compuesto

El pretérito perfecto compuesto o antepresente es, como ha sido señalado en numerosos estudios, una forma verbal polisémica, de significación temporal compleja, que indica la existencia de un lapso indeterminado en su extensión, por lo que referencialmente invade el pretérito y el presente, pudiendo proyectarse incluso hacia el futuro, y de una significación aspectual también compleja, ya que engloba tanto valores perfectivos cuanto imperfectivos, ambos, a su vez, con una amplia gama de matices semántico-pragmáticos, tales como imperfectividad actual, imperfectividad habitual, relevancia presente, perfectividad de pasado próximo, perfectividad durativa, perfectividad puntual, etcétera.

Cualitativamente, difieren los dos dialectos en cuanto que uno de ellos, el peninsular, selecciona preferentemente valores temporales para la significación de esta forma verbal, mientras que el otro, el mexicano, selecciona valores de tipo aspectual, es decir no temporales. En el español de Castilla, como señala Moreno de Alba, [62] “la característica principal del antepresente es su valor temporal, su aproximación al presente gramatical, [...] si la acción tuvo su perfección en el presente ampliado aparece el antepresente”, es decir, se trata esencialmente de una forma que indica un valor temporal: eventos concluidos en un antes próximo al presente, es decir, ‘antepresente’, como la denominara Bello. [63] En el español de México, por el contrario, “la diferencia [entre pretérito perfecto y pretérito simple] es esencialmente aspectual. [...] Si la significación verbal no se considera como concluida, sino en proceso, es decir si la acción o serie de acciones, iniciada en el pasado, continúa o puede continuar en el ahora o en el futuro se usa el antepresente”; [64] es decir, se trata de una forma que no indica si el evento tuvo lugar próximo o distante del presente, sino que indica si el evento, desde la perspectiva del hablante, sigue teniendo relevancia en el momento de la enunciación, esto es, son valores no temporales los aportados por el pretérito perfecto compuesto en el dialecto mexicano.

Si definimos los valores que indican tiempo como referenciales y los aspectuales o no temporales como no referenciales o pragmático-relacionales, es posible observar que también en esta zona de la gramática, al igual que en las otras áreas analizadas, cada dialecto pone de relieve valores distintos dentro de un mismo espacio semántico: el español de España construye su gramática sobre un parámetro referencial, tiempo inmediato anterior al presente, mientras que el español de México la construye sobre un parámetro no referencial o más relacional: evento concluido o no respecto de la perspectiva del hablante.

Lo interesante para la configuración dialectal del español mexicano es observar cómo ocurrió el cambio y cómo las frecuencias relativas de uso, diacrónicas y diatópicas, apoyan la naturaleza esencialmente pragmático-relacional del español de este país. Si dinamizamos los datos dialectales del siglo XX (véase más abajo cuadro 9) y los comparamos con el uso y valor que el pretérito perfecto compuesto tenía en la segunda mitad del siglo XV e inicios del XVI —el momento previo a la gran escisión dialectal del español— es posible percatarse de que cada dialecto gramaticalizó uno de los valores que estaba en competencia en ese periodo y debilitó el otro valor. Veamos.

El pretérito perfecto compuesto a fines del siglo XV e inicios del XVI tenía cuatro valores: temporal referencial de antepresente, aspectual o no referencial de pretérito abierto, temporal de pasado pero no en el ámbito de un presente, y temporal de posterioridad a un presente, [65] pero solo los dos primeros eran valores básicos en cuanto que, juntos, constituían algo más del 90% de las frecuencias de uso de esta forma verbal en ese periodo, tal como se aprecia en el cuadro 8.

Cuadro 8. Valores del pretérito perfecto compuesto a fines del siglo XV e inicios del XVI

 

Antepresente                            Pretérito                                      Otros

58% (158/272)                     35% (94/272)                              7% (20/272)

 

Estos dos valores fundamentales tenían el siguiente significado:

a ) Antepresente. Cuando el pretérito perfecto compuesto tiene este valor, la acción se inicia y se concluye en el pasado, pero este pasado que marca el límite de la acción está próximo al momento del habla, tal como se ejemplifica en (23); es un valor fundamentalmente temporal que hace referencia al presente ampliado dentro del cual ocurre la predicación. Suele haber indicaciones contextuales (se marcan en cursivas en los ejemplos) que permiten localizar temporalmente la acción como próxima al presente, bien un verbo en presente del cual depende el pretérito compuesto, bien participios absolutos que enmarcan temporalmente el evento, bien modificadores adverbiales.

(23) Tú, Pármeno, ¿qué te parece de lo que oy ha passado? (La Celestina, 2.133)

más aun porque les toman aquel agua para los molinos que es la con que regavan sus labranças y sementeras los pobres jndios. [...] Y lo mesmo ha hecho el licenciado Delgadillo que en el pueblo de Tacuba ha tomado un çercado grande de huerta (DLNE, 1529, 7.79).

b ) Pretérito abierto. La acción se inicia en el pasado pero sus efectos, desde la perspectiva del hablante o narrador, continúan abiertos en el momento de la enunciación y en algunos casos pueden perdurar en el futuro, como se ve en los ejemplos de (24). En este segundo significado la forma verbal conserva parte del valor resultativo de presente que originariamente tenía el auxiliar latino habere; de ahí que se indiquen mediante la forma verbal los efectos duraderos del evento en el momento del habla. Posiblemente, más que de un valor aspectual imperfectivo, como suele ser identificado en la bibliografía especializada, es más adecuado considerarlo como un valor de tipo pragmático-relacional, en cuanto que el significado de relevancia actual no viene dado tanto por el valor intrínseco de la forma verbal, sino por la valoración que hace el conceptualizador, hablante o narrador, respecto de la relevancia del evento en el momento en que este está siendo enunciado.

(24) aunque ella no me conosce, por lo poco que la serví y por la mu- dança que la edad ha hecho (La Celestina, 1.109)

y alli lo sacrificaron a sus ydolos, y de los de más no dexaron hombre a vida [...] Han puesto, muy catholico señor, tanto dolor y tristeza en los vasallos de vuestra magestad estas nuevas y muerte del dicho gobernador y cristianos, que no ha podido ser más (DLNE, 1525, 1.25).

Si observamos los efectos diatópicos en el siglo XX de aquella gran escisión dialectal, cuadro 9, [66] es posible percatarse de que cada dialecto generó su gramática poniendo de relieve una de las posibilidades del sistema antiguo y minimizando la otra posibilidad, y, desde luego, esta especialización modificó profundamente el sistema global de valores del pretérito perfecto compuesto. De nuevo, en esta zona de la gramática, al igual que ocurría con las otras tres áreas examinadas, el español peninsular enfatizó la referencialidad del evento, en este caso la temporalidad de pasado próximo al presente (84%), y degradó el empleo del valor pragmático-relacional; por lo contrario, el español de México puso de relieve el valor aspectual, generalizando valores pragmáticos, aspectualmente de tipo imperfectivo (96%), y minimizó casi por completo el valor temporal.

El español de España vuelve a situarse, por tanto, en un plano o ángulo más objetivo, más referencial, el tiempo per se, para generar una gramaticalización, a la vez que se muestra más flexible en su codificación ya que no desechó totalmente el otro valor, mientras que el español mexicano se sitúa de nueva cuenta en un plano más interno, más relacional o pragmático, a la vez que menos flexible, ya que gramaticalizó la valoración del hablante sobre el evento e hizo un muy escaso empleo de la referencialidad temporal del evento mismo.

Cuadro 9. Valores del pretérito perfecto compuesto en el siglo XX

 

Referencial-temporal                                       Pragmático-aspectual

    Español peninsular                           84% (253/300)                                                   16% (47/300)

    Español mexicano                             4% (18/404)                                                       96% (386/404)

 

Se observa en el cuadro 9 que los hispanohablantes de los dos dialectos pueden emplear, y de hecho emplean, los dos valores; por ello son variantes de un mismo español general, pero las frecuencias relativas de uso indican que siguen pautas de gramaticalización diferentes y que, en consecuencia, construyen sus respectivas gramáticas sobre ejes o parámetros muy distintos. Para España, es un ámbito eminentemente temporal: se emplea el antepresente para indicar que un hecho está concluido en el presente ampliado; tanto el perfecto compuesto como el pretérito simple son perfectivos en este dialecto, la diferencia es temporal: próximo frente a distante, respectivamente, como se ejemplifica en (25). Para México en cambio el empleo del antepresente es un hecho esencialmente pragmático y aspectualmente imperfectivo, y la diferencia con el pretérito simple no es temporal sino de tipo aspectual-pragmático; en este dialecto se emplea un pretérito perfecto compuesto cuando desde la perspectiva del hablante siguen teniendo relevancia presente, o aun futura, los hechos significados por la forma verbal, [67] tal como indican los ejemplos de (26). Así, una misma situación pasada próxima al presente —que sería codificada con un pretérito perfecto compuesto en el español peninsular— es codificada con un pretérito simple si el hablante considera que es un hecho concluido (26a), o será codificada con un pretérito perfecto compuesto (26b), si desde la perspectiva y valoración del hablante el fenómeno o sus consecuencias siguen vigentes, o tienen relevancia en el presente o se pueden repetir en el presente o en un futuro. Los ejemplos de (27) muestran el carácter aspectual del pretérito perfecto compuesto en el español de México.

(25) Bueno, cuando has dicho clubs ¿a qué te estabas refiriendo? (Ha­bla culta de Madrid, 193)

Cuando he llegado esta mañana, me dice: “Ah, pues esta tarde te­nemos un compromiso” (Habla culta de Madrid, 424)

(26) a. Este año llovió mucho [se espera que no siga lloviendo, ya no hay lluvias]

b. Este año ha llovido mucho [se espera que siga lloviendo]

(27) Y su mamá ¿cómo está? Pues ha estado mala [se entiende que si­gue enferma] (Habla culta de la Ciudad de México, ápud Colombo) [68]

Y ese cambio en la evolución de la especie ha dado por resultado un mayor volumen de cerebro (Habla culta de la Ciudad de México, ápud Colombo)

He ido muy seguido a Acapulco [...] sí por cuestiones de trabajo.

3.2. Balance de cambios: una escisión dialectal del español

Hemos analizado cuatro distintas zonas de la gramática del español que tienen un comportamiento similar, a la vez que diferente, según se observe el español mexicano o el español peninsular, pero vimos que tales diferencias no radican en la apariencia externa formal de las construcciones, sino en sutiles diferencias semánticas solo observables a través de la diferente frecuencia relativa de uso de las formas en uno frente a en el otro dialecto. Un mismo conjunto de motivaciones semánticas, referenciales y pragmático-relacionales, articula un único espacio gramatical funcional, pero tales motivaciones operan con dinámica diferente en cada dialecto y generan gramáticas diferentes. En la difusión del cambio cada dialecto privilegió un subconjunto de esos rasgos, debilitando u opacando el otro subconjunto, y realizó por tanto una diferente gramaticalización de ese espacio. Dos puestas en relieve que operan bajo dos parámetros: referencial o externo en España / relacional-pragmático en México.

La diferente selección de rasgos semánticos provocó una importante frontera o distanciamiento dialectal, frontera que debió iniciarse en etapas inmediatamente previas al fin del virreinato, esto es, en las últimas décadas del siglo XVII e inicios del XVIII como sugiere la diacronía de los mexicanismos analizados en el capítulo anterior.

El comportamiento gramatical semejante de posesivos, diminutivos, leísmo y pretéritos perfectos compuestos al interior de cada uno de los dialectos parece sugerir que se produjo una gran escisión dialectal, articulada a partir de la distinta selección de rasgos semánticos para comunicar una “misma” realidad, es decir, a partir de una diferente explotación de la semántica y la pragmática.

La gráfica 3 resume los cuatro cambios analizados y permite visualizar el contraste existente entre los dos dialectos. Puede verse en ella que efectivamente México y España están contrapuestos en cuanto a la selección de rasgos semánticos en esas cuatro zonas gramaticales. Se ve en la gráfica que las dos modalidades dialectales construyen de hecho una imagen de espejo en esas cuatro áreas: aquella zona puesta de relieve por un dialecto, la referencialidad (sombreada en gris oscuro) en España, aparece minimizada por el otro dialecto, el mexicano, que pone sistemáticamente de relieve una semántica de naturaleza relacional-pragmática (sombreada en gris claro).

La sistemacidad del contraste entre el español peninsular castellano y el español mexicano que refleja la gráfica anterior admite, a mi manera de ver, una lectura en términos de la relación entre lengua y con ceptualización, o, de una manera más general, entre lengua y cultura.

Gráfica 3. Escisión español peninsular frente a español mexicano. Contraste dialectal generado por diferente selección semántica.

Parece claro que los distintos comportamientos gramaticales de los dos dialectos estudiados reflejan visiones de mundo bastante diferentes. En efecto, se observa una consistente preferencia del español peninsular por manifestar su gramática —al menos en las áreas base del análisis— expresando los rasgos externos o referenciales de las entidades, y la misma consistencia del español mexicano por hablar de las entidades no por sí mismas sino en cuanto a su capacidad relacional y a las valoraciones que sobre ellas realizan los hablantes. Es decir, los hablantes mexicanos están más motivados por su propia relación con las entidades y el mundo, y por proyectar sus propias valoraciones sobre esas entidades, que por las entidades mismas, esto es, parecen estar más interesados en hablar de cómo ellos ven la realidad y no de la realidad misma. Ya hemos dicho que la lengua mexicana se sitúa con frecuencia en un proceso de subjetivización, y ello podría ponerse en relación, a mi modo de ver, con el amplio desarrollo de la cultura barroca en este país, que permea todos los ámbitos de su vida cotidiana.

El comportamiento gramatical del español de España sugiere, en cambio, que los hablantes adoptan preferentemente un plano más objetivo o distante y codifican más las entidades por sus propiedades referenciales o externas que por la relación que los hablantes contraen con ellas y con el discurso comunicado; están más interesados en describir el mundo —por más que esta descripción pueda en sí misma ser subjetiva— y no tanto en expresar cómo ellos lo perciben y lo valoran.

Merece la pena traer aquí a colación la caracterización lingüística común, y bastante estereotipada, que realizan los hispanohablantes de cada uno de estos dialectos respecto del otro grupo. Para los mexicanos, los castellanos son muy directos y bruscos en su modo de expresión, y, en contrapartida, para los castellanos, los mexicanos son muy corteses y dan muchos rodeos para decir algo. La lengua, al menos en las áreas analizadas, parece respaldar esta recíproca, pero no similar, visión del otro. La frontalidad y los rodeos son, en buena parte, lingüísticamente traducibles en términos de, respectivamente, una selección semántica referencial frente a una relacional-pragmática.

Inicié este discurso tomando como punto de partida la definición del DRAE de identidad y afirmando que la lengua es el sistema que mejor permite acercarse a la organización conceptual del ser humano y a su forma de percibir, de sentir y de conocer, es decir, a su visión de mundo. Los datos aquí expuestos, creo, permiten establecer información de interés respecto de la identidad lingüística de México, esto es, respecto del “conjunto de rasgos propios [...] de una colectividad que los caracterizan frente a los demás”. Creo que permiten establecer también vínculos interesantes respecto de la relación entre la lengua y los diversos aspectos cognitivos y culturales en cada uno de los dos dialectos analizados.

4. LA HISTORIA, COMPAÑERA DE LA LENGUA: LA HISTORIA EXTERNA

Elio Antonio de Nebrija en el Prólogo a su Gramática, dirigido a la Reina Católica, apuntaba la famosa frase de que la lengua es compañera del Imperio; pues bien, hoy me he permitido la licencia de parafrasear esta idea ya que, esta vez, la historia de México es la que, a mi ver, acompaña a la historia de la lengua. No puede deberse al azar la convergencia cronológica de cambios gramaticales y léxicos, y no debe ser fruto de la casualidad el funcionamiento de una misma semántica en áreas tan distintas de la gramática. A mi ver, los acontecimientos sociales, culturales y económicos ocurridos durante el siglo XVIII en este país pueden ayudarnos a comprender mejor por qué en ese periodo hubo tal concentrado de cambios lingüísticos y por qué se prefirió una semántica más relacional y pragmática, y menos referencial o externa, para codificar la gramática.

De los hechos históricos relevantes para la historia de la lengua española en México, unos atañen a la población indígena y otros conciernen al efecto ideológico y cultural de las reformas borbónicas en la población criolla. En cuanto a los primeros, el hecho fundamental es la migración masiva de indígenas a los núcleos urbanos, motivada por distintas causas; en cuanto a los segundos, las reformas borbónicas —conducentes a un mayor control centralizador por parte de la Corona y a la eliminación de privilegios separadores— hicieron que los novohispanos criollos de la época tomaran conciencia plena de su distanciamiento respecto de España.

Examinemos brevemente los primeros. En el siglo XVIII se produjeron en el Altiplano de México varios fenómenos relacionados que afectaron profundamente la conformación de la población indígena: eliminación administrativa de los pueblos de indios y de los cargos oficiales dependientes de ellos, eliminación total del sistema de repartimientos, notable aumento demográfico de los indígenas, consecuente escasez en el reparto de tierras comunales y, en consecuencia, migración masiva de indígenas a las ciudades; es decir, se produjo la ciudadanización del indígena.

Se ha señalado que durante el siglo XVI la división de la población en dos repúblicas, de indios o naturales, o pueblos de indios, y de españoles, condujo a mantener, hasta donde era posible, una continuidad funcional de las formas de vida prehispánicas y al aislamiento de la población indígena respecto de la española; los pueblos de indios, sin duda, constituían un modo de mantener la vida autónoma de los indígenas y de continuar la estructura social prehispánica, a la vez que se cumplía con uno de los propósitos de los conquistadores “reunir para controlar y separar para preservar”. [69] “En más de un sentido —señala García Martínez— [70] se trataba de formas [las nuevas disposiciones jurídicas] o instituciones que solo tocaban la superficie de las cosas sin llegar a las entrañas de los pueblos, donde seguían vigentes normas y prácticas tradicionales que no incumbían ni afectaban a los españoles”. Por su parte, las encomiendas y doctrinas, las células habituales de la vida social de los indígenas en las primeras décadas del virreinato, ayudaron sin duda a la segregación de indios y españoles. Si a esto añadimos la drástica disminución de la población indígena durante ese siglo, a raíz de la conquista, casi del 90%, señalada por todos los historiadores, todo ello nos permite entender por qué, por ejemplo, la frecuencia de indigenismos léxicos en el primer siglo virreinal es relativamente baja comparada con la de los siglos subsiguientes.

En la segunda mitad del siglo XVII inicia la recuperación de la población indígena, que llega a su nivel demográfico más alto a inicios del XVIII, periodo en que los indígenas componían en las ciudades algo más del 60% de la población total, mientras que las castas integraban el 20%, y el resto correspondía a criollos y extranjeros. [71] El crecimiento demográfico de los indígenas hizo escasear las ya de por sí escasas tierras comunales, pues se volvieron insuficientes para sostener a la creciente población, además de que estaban ya mermadas a causa de la usurpación y las ventas a españoles, y obligó a aquellos a emigrar a los núcleos urbanos y a emplear su mano de obra en busca de mejores condiciones de vida en la ciudad. El desplazamiento a las ciudades estuvo motivado también en gran medida, por una parte, por varias terribles epidemias, sucedidas a fines del siglo XVII y primera mitad del XVIII, [72] que hacían más vulnerables a los habitantes de zonas rurales, y, por otra, por el desmantelamiento definitivo en el siglo XVIII del sistema administrativo colonial inicial de los pueblos de indios, que acaba con los funcionarios a ellos adscritos —alcaldes mayores, repartidores y otras autoridades menores—, los cuales servían de intermediarios entre españoles e indígenas, y que coadyuvaban, por tanto, a la separación de los dos grupos étnicos. Se eliminan de manera definitiva en el último siglo virreinal las disposiciones legales que tendían a separar a los indígenas como un grupo étnico-social con una jurisdicción particular, eliminación que propició tanto el desplazamiento de indígenas fuera de sus lugares de origen cuanto la mayor convivencia de estos con los otros grupos étnico-sociales existentes en la Nueva España. [73]

Se produce por tanto en el siglo XVIII un gran cambio en la configuración poblacional de las ciudades novohispanas motivado fundamentalmente por la ciudadanización del indígena, cambio que conllevó a su vez una participación mucho más directa de este grupo étnico y social, tanto en los mercados urbanos, como en la vida cotidiana pública, calles y plazas, de la ciudad, como en la vida privada, en las casas de criollos, cuanto en el intercambio comercial y racial, alentándose con ello un mayor mestizaje, étnico, cultural y, por ende, lingüístico. No sería lógico pensar que la gran afluencia indígena a las ciudades no hubiera incidido en alguna medida en los usos lingüísticos.

De la separación y el aislamiento de los indígenas en las primeras décadas de la Colonia, se pasa, a partir de fines del siglo XVI y durante gran parte del XVII, a una integración débil o minoritaria del indígena en ámbitos hispanizados, criollos y españoles, a través de las haciendas y los obrajes, y se llega a una integración, convivencia y mestizaje intensos a partir de fines del XVII y durante el siglo XVIII. [74] Se puede decir que el último siglo virreinal constituye, a través de los profundos cambios demográficos urbanos y las reconformaciones sociales ocurridas, uno de los periodos de mayor integración y aculturación recíproca, si no el que más, de indígenas y españoles durante el virreinato en la convivencia diaria. [75]

¿Cuál es la relación de estos cambios de la historia de México con los cambios lingüísticos internos analizados en los capítulos precedentes? A mi entender, el gran flujo poblacional indígena a las ciudades en el último siglo virreinal y las décadas previas inmediatas motivó o activó dos hechos lingüísticos. Por una parte, el empleo de nuevas voces para nombrar la realidad —de ahí la mayor incorporación, uso y plena adaptación de indigenismos léxicos en el siglo XVIII—, así como la convivencia de hispanismos e indigenismos léxicos para nombrar un mismo referente, o incluso la sustitución de aquellos por estos, como apapachar, elote, achichincle, [76] molcajete, tatemar y un largo etcétera (junto a, o en lugar de,mimar, mazorca, ayudante de algún superior, almirez mortero, quemar); y, de hecho, algunos conceptos no tienen propiamente una equivalencia en lengua española, como es el caso de, entre otros,itacate comal. Por otra parte, la renovada mayor presencia indígena en las ciudades motivó el empleo de codificaciones gramaticales y estrategias comunicativas que hicieran viable, en una sociedad multiétnica y multicultural, una convivencia cotidiana respetuosa y exitosa para efectos sociales y laborales, y para lograrlo se requería de la activación o reactivación de modos de expresión que funcionaran como atenuadores comunicativos, como es el caso de los diminutivos, o que, en general, favorecieran una codificación distanciada, menos directa y menos referencial-externa, como lo sería el leísmo de respeto, la recategorización semántica de la antigua duplicación posesiva, el empleo preferentemente aspectual de los pretéritos o el alargamiento discursivo de las fórmulas de cortesía, tan característico de este país. No hay que olvidar, sin embargo, que todo cambio lingüístico, aún más el morfosintáctico, es un proceso interno, gradual e inconsciente que requiere de varias generaciones de hablantes para su total aclimatación en la lengua general, y que, por ello, la convergencia de los cambios en el XVIII no fue sino el resultado, visible, de un lento desarrollo secular; desde luego, el proceso de configuración dialectal del español de México, como el de cualquier otra modalidad, sigue siendo un hecho dinámico —y al mismo tiempo muy estable— que continúa a la fecha, mediante pequeños microquiebres funcionales imperceptibles, a la vez que nuestro dialecto sigue compartiendo con las otras modalidades hispanohablantes una misma gramática, la del español general.

La gramaticalización de tales estrategias lingüísticas atenuadoras, que se constituyen como identificadores del español de México, no fue, en mi opinión, resultado del contacto lingüístico, ni de la interferencia lingüística ni, mucho menos, fruto de un préstamo lingüístico de las lenguas mesoamericanas de adstrato, sino que se trató de un proceso de confluencia cultural y comunicativa [77] que exigió aprovechar al máximo recursos ya existentes en la lengua española general y otorgó un perfil más relacional y menos referencial a varias zonas de la gramática del español mexicano. Ese aprovechamiento innovador estuvo motivado, eso sí, por la necesidad de convivencia e interacción con seres humanos de otras lenguas y otras culturas.

Examinemos el segundo hecho histórico, el efecto de las reformas borbónicas. Ha sido ampliamente señalado por los historiadores [78] que la progresiva pérdida de los privilegios económicos y la autonomía de que gozaban las élites criollas y el control centralizador que ejerció la Corona sobre el virreinato de la Nueva España, especialmente a mediados del siglo XVIII y durante toda su segunda mitad, consecuencia de la aplicación de las reformas borbónicas, fueron un germen importantísimo de la independencia de este país. Al mismo tiempo, la Audiencia de México adquiere en ese siglo una autonomía administrativa y una suficiencia jurídica de que carecía en los siglos precedentes. [79] En la lengua, esa conciencia de independencia y autonomía debió de tener un paralelo en una mayor toma de conciencia del distanciamiento cultural e ideológico entre ambos territorios, la cual debió de ir de la mano, sin lugar a dudas, del desarrollo, afianzamiento y difusión de usos lingüísticos que ya eran propios o estaban en germen en la Nueva España; estos, a su vez, generaron una mayor diferenciación progresiva y una escisión dialectal entre España y México. Esa conciencia criolla estaba presente ya, como ha sido señalado en numerosos estudios, desde la segunda mitad del siglo XVII en los intelectuales y hombres de letras de la Nueva España, quienes hicieron, por ejemplo, uso de voces indígenas en sus escritos y ponderaron en ellos la calidad de su patria, además de afirmarse en su origen americano, [80] pero se manifestó en la vida lingüística cotidiana, esto es, llegó a la lengua hablada por los hombres y mujeres comunes de todos los días, unas dé cadas más tarde, durante el último siglo del virreinato.

Los historiadores del español en América han explicado la conformación del español en este continente como un largo proceso de koineización o nivelación lingüística, ocurrida sobre todo en el primer siglo de la conquista, consecuencia de los sucesivos flujos migratorios, de la diversidad dialectal de los primeros pobladores y de la convivencia de estos con los habitantes originarios. [81] Pues bien, para el español de México, los cambios lingüísticos analizados en los capítulos precedentes, y sobre todo su manifestación en términos de mayor frecuencia de uso y primeras documentaciones, junto con los acontecimientos históricos, sugieren que a la koineización lingüística de los orígenes debe añadirse un segundo periodo de reactivación de esa koiné, el siglo XVIII, en que se manifiestan nuevos rasgos, nuevas construcciones e innovadores significados que contribuyeron de manera importante a la actual configuración e idiosincrasia dialectal de México. En tal renivelación lingüística confluyeron varias causas concurrentes: la ciudadanización del indígena, el distanciamiento ideológico y cultural respecto de España por parte de los criollos y, desde luego, el avance progresivo interno, lento y gradual, de los cambios lingüísticos que se venían gestando en la lengua novohispana desde algunas generaciones atrás.

5. AGRADECIMIENTOS

Este breve recorrido por la historia del español en México no hubiera sido posible si hombres generosos, una institución generosa y un país por demás generoso no me hubieran abierto sus brazos y sus puertas hace ya muchos años y me hubieran acompañado y cobijado a lo largo de mi recorrido personal mexicano. Debo emplear varias veces el adjetivo generoso, a riesgo de un texto mal escrito, porque generosidad es lo que ha caracterizado la relación de este país y su gente para conmigo.

Me congratulo por ser una persona muy afortunada ya que hay muchos hombres y mujeres a quienes puedo, y debo, darles las gracias. Vaya mi agradecimiento inicial a tres académicos de la lengua, al finado don Salvador Díaz Cíntora, a don Gonzalo Celorio y a don Vicente Quirarte, por la confianza y la generosidad de haber propuesto mi nombre a esta ilustre y noble corporación. Mayor generosidad todavía hubo en que el pleno de la Academia Mexicana de la Lengua Española haya respaldado esa propuesta y haya considerado que mi trabajo puede ser de alguna valía. Es un gran privilegio para mí sentarme ahora al lado de ellos y poder aprender de ellos.

La UNAM ha sido siempre una segunda casa generosa que me ha permitido dedicarme a lo que me gusta —que no es poco— y transmitirlo, que me ha alentado en el diálogo académico, el crecimiento y las iniciativas. No es hoy la primera vez que digo que en la UNAM comprendí, desde mis épocas de estudiante de licenciatura, lo que era un Maestro, con mayúscula, en el mejor sentido socrático de la palabra. Cuatro me dejaron especial huella y gratísimos recuerdos de sus clases, dos de ellos son hoy académicos; doble privilegio para mí estar hoy con ellos en esta nueva casa: José Moreno de Alba me enseñó gramática del español y la organización gramatical de la lengua; Margo Glantz me enseñó a entender la literatura y no simplemente a contar el argumento de las novelas; con Dolores Bravo aprendí que el mundo colonial novohispano es verdaderamente fascinante, y Jorge Suárez, un hombre muy sabio y muy generoso, además de enseñarme lingüística, quiso llevarme de la mano para mostrarme también los pasos del oficio. Vaya desde aquí mi reconocimiento y mi gratitud a todos ellos. No puedo dejar de lado en esta mi querida UNAM a mis alumnos, posiblemente de quienes, y con quienes, más he aprendido. Algunos de ellos son hoy ya colegas, y amigos, ocupados también en la historia lingüística de nuestro país. Muchas gracias por la oportunidad de dialogar y compartir con ellos.

México ha sido el país que generosamente me acogió, pero ha sido, sobre todo, el país que, nada más y nada menos, me ha dado una familia y me ha dado también amigos. Para mí, el día de hoy es, por supuesto, motivo de gran alegría y honor, pero es, por sobre todas las cosas, motivo de un alto compromiso con este generoso país, el compromiso de que seguiré siempre trabajando e investigando en los hilos de su historia.




 

[1] Del poeta humanista Rubén Bonifaz Nuño, México, Cromocolor, 2005, p. 14.

[2] Quinto Horacio Flaco, Sátiras, introd., versión rítmica y notas Rubén Bonifaz Nuño, México, UNAM, 1993, p. VII. (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana.)

[3] Imagen de Tláloc. Hipótesis iconográfica y textual, México, UNAM, 1986, pp. 20-21.

[4] Imagen de Tláloc, p. 23.

[5] Publio Virgilio Marón, Geórgicas, introd., versión rítmica y notas Rubén Bonifaz Nuño, México, UNAM, 1963, p. 23. (Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexicana.) Véase el artículo de su discípula Patricia Villaseñor, “Una asidua y honrada labor: la obra filológica de Rubén Bonifaz Nuño”, en A. Vigueras (ed.), Homenaje a Rubén Bonifaz Nuño. Treinta años del Instituto de Investigaciones Filológicas, México, UNAM, 2005, pp. 139-150, especialmente p. 143, para que el lector pueda apreciar que esta cita no es un ejemplo aislado en la obra de Bonifaz Nuño, sino una constante que permea todo su trabajo filológico.

[6] Cf., por ejemplo, los discursos reunidos y editados por Javier Sicilia en José Vasconcelos y el espíritu de la Universidad, prefacio y selección de textos J. Sicilia, México, UNAM, 2001.

[7] Las referencias bibliográficas de los corpus novohispanos son: Concepción Company Company,Documentos lingüísticos de la Nueva España. Altiplano central, México, UNAM, 1994 (será citado comoDLNE); Concepción Company y Chantal Melis, Léxico histórico del español de México. Régimen, clases funcionales, usos sintácticos, frecuencias y variación gráfica, México, UNAM, 2002 (citado como LHEM); Belem Clark de Lara y Concepción Company Company,Lengua y cultura en el siglo XVIII en México. Materiales para su estudio, en proceso (citado como LCM); Paloma Reyna Vázquez, Documentación novohispana coloquial del siglo XVIII. Transcripción, edición crítica y estudio filológico, tesis de licenciatura inédita, México, UNAM, 2005 (citado como DNC).

[8] Cf., por ejemplo, Leonard Bloomfield, Language, Chicago, Chicago University Press, 1985 [1933], especialmente los caps. 18 y ss.

[9] Cf., por ejemplo, Rudi Keller, “Towards a theory of linguistic change”, en Th. T. Ballmer (ed.),Linguistic Dynamics. Discourses, Procedures and Evolution, Berlín-Nueva York, Walter de Gruyter, 1985, pp. 211-238; John Haiman, Natural Syntax. Iconicity and Erosion, Cambridge, Cambridge University Press, 1985.

[10] El cambio fónico escapa ligeramente a una definición de cambio como innovación creativa, ya que uno de los grandes agentes lingüísticos erosionadores del sistema gramatical es precisamente el cambio de sonido, por lo cual se aviene mejor con la primera acepción de cambio. Por ejemplo, una buena parte de las formas lingüísticas puede ser explicada históricamente como compromisos entre cambios de sonido, que erosionan, desequilibran el sistema y crean irregularidad morfológica, y, a manera de contrapeso, reajustes gramaticales diversos que permiten recuperar una relación transparente entre los signos y su valor funcional.

[11] Para fines operativos del análisis deben ser excluidos de esta definición empleos dialectales rurales aislados así como construcciones empleadas por hablantes bilingües de lengua materna indígena, resultado del contacto o del aprendizaje deficiente del español.

[12] En esencia los mismos tres criterios son válidos para caracterizar un americanismo sintáctico; cf. Concepción Company, “Aportaciones teóricas y descriptivas de la sintaxis histórica del español americano a la sintaxis histórica del español general”, en J. L. Girón y J. J. Bustos (eds.), Actas del VI Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, Madrid, Arco Libros, en prensa. Para una panorámica dialectal del español americano y los problemas que ha suscitado su caracterización, cf. José G. Moreno de Alba, El español en América, México, FCE, 2001 [1988].

[13] Se mantiene en España de manera muy esporádica en áreas rurales, restringida a poseedores de segunda persona de respeto: su casa de usted(es). Todavía en el español peninsular culto de inicios del siglo XX se empleaban, como demuestra el epistolario de, nada más y nada menos, Menéndez Pidal: “su fecunda idea de vd. aparece admirablemente desarrollada” (p. 245), “Mil gracias, don Hugo, por su estudio sobre el vasco de Sara, que me trae noticias de su salud de usted ” (p. 254); cf. B. Weiss, “Cartas de Ramón Menéndez Pidal a H. Schuhardt”, Revista de Filología Románica, 63, 1983, pp. 236-255.

[14] Samuel Gili Gaya, Curso superior de sintaxis española, Barcelona, Vox, 1970 [1943], p. 234.

[15] Cf. Humberto López Morales, La aventura del español en América, Madrid, Espasa-Calpe, 1998, cap. 1; también Moreno de Alba, El español en América, pp. 86-87, antes citado.

[16] Jeanett Reynoso, “Desarrollos paralelos en el contacto español-lenguas indígenas: indigenismos léxicos y diminutivos”, Anuario de Lingüística Hispánica, 17-18, 2001-2002, pp. 111-128.

[17] Los indigenismos léxicos en el español del Altiplano mexicano durante la época colonial, tesis de licenciatura inédita, México, UNAM, 1994.

[18] En los ejemplos, el primer número corresponde al año, el segundo al número de documento asignado en el corpus en cuestión y el tercero, en caso de corpus ya publicados, a la página. En los ejemplos procedentes del Léxico histórico del español de México (LHEM) solo se consigna el año, además, claro está, de la entrada léxica.

[19] Cf. J. Ignacio Dávila Garibi, “Posible influencia del náhuatl en el uso y abuso del diminutivo en el español de México”, Estudios de Cultura Náhuatl, 1, 1959, pp. 91-94. Para un análisis del diminutivo en el español actual y, en particular, para una revisión de las diferentes opiniones en torno a su elevada frecuencia de empleo en México, cf. Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada, tesis de doctorado inédita, México, UNAM, 2001; para el desarrollo histórico de los diminutivos en el español novohispano, cf. Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español de México. Estudio histórico, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 1997.

[20] Los diminutivos en el español de México. Estudio histórico, citado en la nota anterior.

[21] A m o r e s prohibidos. L a palabra condenada en el México de los virreyes. Antología de coplas y versos censurados por la Inquisición de México, México, Siglo XXI Editores, 1997, especialmente pp. 166-186.

[22] El poema completo tiene 920 versos con cinco palabras promedio cada uno, es decir, un total de 4 600 palabras aproximadamente.

[23] Cf. Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico, con la colaboración de J. A. Pascual, Madrid, Gredos, 1980-1984.

[24] Real Academia Española, Diccionario de Autoridades. Edición facsímil, Madrid, Gredos, 2002 [1726]; Rufino José Cuervo, Diccionario de construcción y régimen, revisado y completado por el Instituto Caro y Cuervo, Barcelona, Herder, 1998.

[25] Cf. Baudot y Méndez, Amores prohibidos, p. 181.

[26] Juan M. Lope Blanch (coord.), El habla de la Ciudad de México (Habla culta). Materiales para su estudio, México, UNAM, 1971.

[27] C o r pus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española [en línea] http://www.rae.es

[28] Cf. Concepción Company, “The interplay between form and meaning in language change. Grammaticalization of cannibalistic datives in Spanish”, Studies in Language, 22, 3, 1988, pp. 529-565.

[29] Héctor Piera y Soledad Varela (“Relaciones entre morfología y sintaxis”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe y RAE, 1999, p. 4399) caracterizan este cambio como un fenómeno dialectal común, aunque no especifican el ámbito geográfico en que opera: “Dialectalmente es posible encontrar la marca de plural del clítico dativo bajo la forma de un plural en el acusativo”. Por su parte, Rafael Lapesa, Historia de la lengua española, Madrid, Gredos, 1981, p. 588, ubica la pronominalización se los-se las en el capítulo correspondiente al español americano. En el Habla culta de Madrid, coordinación de Manuel Esgueva y Margarita Cantarero, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1981, se documenta un caso: “hemos vivido en esa libertad. Hemos sabido conseguírselas a ellos porque la hemos vivido” (muestra 11, p. 187).

[30] Cf. Juan P. Sánchez Méndez, Aproximación histórica al español de Venezuela y Ecuador durante los siglos XVII y XVIII, Valencia, Universitat de València, 1997, p. 173.

[31] El cambio debía tener ya estatus de panamericanismo, o casi, a mediados del siglo XIX, como prueba la crítica de Bello a esta práctica lingüística en su Gramática (§ 946, n. 2): “Pero cuando es plural [el dativo], se pone en plural el acusativo que sigue, aunque designe un solo objeto [...]. Es preciso evitar cuidadosamente esta práctica”, reprensión que constituye una señal inequívoca de que el cambio estaba muy difundido en el español de América ya en época de Bello. Para fines de ese siglo, esta innovación debía ya constituir la norma en el uso, si atendemos a las palabras de Rafael Ángel de la Peña en suGramática teórica y práctica de la lengua castellana, que data de 1898: “al paso que le,lalo reproducen una sola persona o cosa, y por lo mismo deben hallarse en número singular, sin embargo por uso vicioso, muy generalizado, se comete el solecismo de ponerlos en plural” (§1599) (México, UNAM, 1985) (las cursivas en ambas citas son mías); obsérvese la expresión muy generalizado. La rapidísima difusión de este cambio, contra la típica lentitud en la progresión de los procesos sintácticos, solo puede ser explicada, a mi parecer, por el hecho de que la forma innovadora resultante se los -se las es formalmente idéntica al pronombre acusativo etimológicamente plural los-las; de ahí que la innovación esté, de alguna manera, camuflada y pase, por ello, desapercibida, por lo cual se propagó muy rápidamente.

[32] Para un análisis diacrónico más extenso, y su relación con otros cambios sintácticos, véase Concepción Company Company “El objeto indirecto”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica de la lengua española. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 6. Para la lexicalización de la secuencia como un solo pronombre selosselas, cf. George de Mello, “Se los for se lo in the spoken cultured Spanish of eleven cities”, Hispanic Journal, 13:1, 1992, pp. 165-179, en particular p. 171.

[33] Construcción esta que suele ser consignada como agramatical en algunas gramáticas de referencia de la lengua española, ya que se suele establecer una incompatibilidad estructural entre posesivos y oraciones relativas especificativas en el español. Resulta evidente que tal incompatibilidad no existe en el español mexicano. Cf. Carme Picallo y Gemma Rigau, “El posesivo y las relaciones posesivas”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe y RAE, pp. 973-1023, especialmente p. 979. Debe decirse que la construcción cuenta con una antigua raigambre medieval; es muy común, por ejemplo, en la prosa alfonsí: “Et Hercules era dante que alli uiuiesse muy nombrado por todas las tierras por sos fechos grandes e marauillosos que fazie” (General estoria. Segunda parte, 28.11b).

[34] Los ejemplos carentes de referencia entre paréntesis corresponden a datos de habla es­pontánea de español mexicano actual, la gran mayoría de registro culto, recogidos en los últimos cinco o seis años.

[35] Astucia. El jefe de los hermanos de la hoja o los charros contrabandistas de la rama, México, Po­rrúa, 1996 [1865].

[36] Cf. Concepción Company, “Cantidad vs. cualidad en el contacto de lenguas. Una incursión metodológica en los posesivos redundantes del español americano”, Nueva Revista de Filología Hispánica, 43: 2, 1995, pp. 305-340. De hecho, la mayor frecuencia de sintagmas posesivos de anaforicidad débil en países de una fuerte presencia indígena, como Perú o México, ha motivado una intensa polémica respecto al estatus de préstamo o no de estas construcciones. Para el posesivo con valor de artículo, cf. Company, “Gramaticalización, debilitamiento semántico y reanálisis. El posesivo como artículo en la evolución sintáctica del español”, Revista de Filología Española, 81, 1-2, 2001, pp. 49-87.

[37] Cf. C. Company, “Old forms for new concepts. The recategorization of possessive duplica- tions in Mexican Spanish”, en H. Andersen (ed.), Historical linguistics 1993, Amsterdam, John Benjamins, 1995, pp. 77-93. No es, por lo tanto, una construcción arcaica, como suele ser calificada, sino una construcción ciertamente conservadora en la forma, arrastre del español medieval, pero totalmente innovadora en su semántica; véase más adelante §3.1.1.

[38] Norohella Huerta, Diacronía del posesivo en el español. Un proceso de gramaticalización múltiple, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 2004.

[39] La construcción ejemplificada en (10a) suele estar estigmatizada, ya que su empleo es mucho más frecuente en hablantes no cultos, en muchos casos de extracción rural indígena; sin embargo, surgen también, y con no poca frecuencia, en hablantes cultos en registros cuidados, como muestran precisamente los ejemplos de (10a).

[40] Cf. José G. Moreno de Alba, “Los tiempos pasados del indicativo”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica de la lengua española. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 1.

[41] Graciela Otálora, “El perfecto simple y compuesto en el español actual peninsular”, Español Actual, 16, 1970, pp. 24-28.

[42] Va l o r e s d e las formas verbales en el español de México, México, UNAM, 1978.

[43] Cf., entre otros, Fulvia Colombo, El subsistema de los tiempos pasados de indicativo en el español de México, tesis de maestría inédita, México, UNAM, 2003, y el trabajo de Moreno de Alba, “Los tiempos pasados del indicativo”, ya citado.

[44] “La oposición pretérito indefinido / pretérito perfecto compuesto en documentos novohispanos de los siglos XVI-XIX”, en C. García Turza et al. (eds.), Actas del IV Congreso Internacional de Historia de la Lengua Española, Logroño, Universidad de La Rioja, 1998, pp. 619-629, particularmente p. 628.

[45] Peticiones corteses que suelen tener un promedio de 10 u 11 palabras en la variante mexicana frente a cinco o seis en la peninsular.

[46] Este capítulo reproduce, en lo esencial, con más ejemplos y nueva evidencia cuantitativa, mi trabajo “Gramaticalización y dialectología comparada. Una isoglosa sintáctico-semántica del español”, Dicenda. Cuadernos de Filología Hispánica, 20, 2002, pp. 39-71.

[47] Fernando de Rojas, La Celestina, ed. crítica Dorothy Severin, Madrid, Cátedra, 1987.

[48] Hernán Cortés, Cartas y documentos, ed. Mario Hernández Sánchez Barba, México, Porrúa, 1963, pp. 3-202.

[49] Escritos de santa Teresa , Cartas, 1-12 (1562-1568), ed. Vicente de la Fuente, Biblioteca de Au­tores Españoles, tomo LV, Madrid, Rivadeneira, 1862; reimpr.: Madrid, Atlas-RAE, 1952.

[50] Francisco Delicado, Retrato de la Lozana andaluza, ed. crítica Claude Allaigre, Madrid, Cá­tedra, 1985.

[51] Por lo que respecta al español peninsular actual, si bien carecemos de datos comparables ya que han desaparecido las duplicaciones con poseedor de tercera persona, el hecho de que solo se conserven esporádicamente en áreas rurales duplicaciones para poseedores de segunda persona de respeto, su casa de usted(es), apuntaría a una motivación más referencial. Dado que la referencia de su(s) es usualmente, y etimológicamente, de tercera persona, se hace necesario hacer explícito al poseedor en el dialecto peninsular cuando el posesivo no tiene esa lectura originaria y puede generarse una ambigüedad entre el interlocutor, segunda persona, usted(es), y otro posible poseedor; cf. C. Company, “El costo gramatical de las cortesías en el español americano. Consecuencias sintácticas de la pérdida devosotros”, Anuario de Letras, 35, 1997, pp. 167-191.

[52] Cf. Elizabeth C. Traugott y Richard Dasher, Regularity in Semantic Change, Cambridge, Cambridge University Press, 2001, cap. 2.

[53] Cf. Elizabeth C. Traugott: “From propositional to textual and expressive meanings. Some semantic-pragmatic aspects of grammaticalization”, en W. P. Lehmann y Y. Malkiel (eds.), Perspectives on Historical Linguistics, Amsterdam, John Benjamins, 1982, pp. 245-272.

[54] Para la amplia gama de significados pragmáticos y referenciales de los diminutivos en cuatro variedades del español, tres americanas y castellano, remito al trabajo ya citado de Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada. Véase, por supuesto, el trabajo clásico de Amado Alonso de 1951, “Noción, emoción, acción y fantasía en los diminutivos”, recogido en sus Estudios lingüísticos. Temas españoles, Madrid, Gredos, 1974, pp. 161-189. Para el panorama tipológico del comportamiento semántico de los diminutivos, cf. Daniel Jurafsky, “Universal tendencies in the semantics of the diminutive”, Language, 72, 3, 1996, pp. 535-538.

[55] Almudena Grandes, Las edades de Lulú, Madrid, Narrativa Actual, 1989.

[56] Guadalupe Loaeza, Obsesiones, México, Alianza Editorial, 1994.

[57] Los cuadros relativos a diminutivos proceden de la tesis doctoral de Jeanett Reynoso, Los diminutivos en el español. Un estudio de dialectología comparada, anteriormente citada.

[58] Para los distintos valores del leísmo y explicaciones a este cambio, cf., entre otros, Marcela Flores,Leísmo, laísmo y loísmo. Sus orígenes y evolución, tesis de doctorado inédita, México, UNAM, 1998, y “Leísmo, laísmo y loísmo”, en C. Company (dir.), Sintaxis histórica del español. Primera parte: la frase verbal, México, FCE / UNAM, 2005, cap. 8; Érica C. García, “Frecuencia (relativa) de uso como síntoma de estrategias etnopragmáticas”, en K. Zimmermann (ed.), Lenguas en contacto en Hispanoamérica,Madrid-Fránkfort, Iberoamericana-Vervuert, 1995, pp. 51-72; así como el artículo clásico de Rafael Lapesa, “Sobre los orígenes y evolución del leísmo, laísmo y loísmo”, en K. Baldinger (ed.), Festschrift W. von Wartburg, Tubinga, Max Niemeyer, 1968, pp. 523-551.

[59] Leandro Fernández de Moratín, La comedia nueva El sí de las niñas, ed. crítica John Dowling y René Andioc, Madrid, Castalia, 1975.

[60] Los datos cuantitativos de leísmo proceden de la tesis doctoral de Marcela Flores, Leísmo,anteriormente citada.

[61] Inés Fernández-Ordóñez, “Leísmo, laísmo y loísmo”, en I. Bosque y V. Demonte (dirs.), Gramática descriptiva de la lengua española, Madrid, Espasa-Calpe, 1999, pp. 1317-1398.

[62] Cf. Valores de las formas verbales, p. 57.

[63] G r amática d e la lengua castellana destinada al uso de los americanos, con notas de Rufino José Cuervo, Madrid, Edaf, 1978 [1847].

[64] Cf. Moreno de Alba, Valores de las formas verbales, p. 57.

[65] Cf. Concepción Company, “Sintaxis y valores de los tiempos compuestos en el español medieval”,Nueva Revista de Filología Hispánica, 32, 2, 1983, pp. 235-257.

[66] Los datos de México proceden del libro ya citado de Moreno de Alba, Valores de las formas verbales;los datos de España corresponden a los primeros 300 pretéritos perfectos compuestos que se registran en el Habla culta de Madrid, corpus anteriormente citado.

[67] Cf. al respecto, Moreno de Alba: “Los tiempos pasados del indicativo”, citado en la nota 40.

[68] Cf. El subsistema de los tiempos pasados, ya citado.

[69] Manuel Miño Grijalva, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, siglos XVII y XVIII,México, FCE, El Colegio de México y Fideicomiso Historia de las Américas, 2000-2001, p. 41.

[70] Bernardo García Martínez, “La creación de Nueva España”, en Historia general de México. Versión 2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 235-306, esp. pp. 254-255. Cf. también Leslie Bethell (ed.), Historia de América Latina, vol. 1: América Latina colonial: la América precolombina y la conquista, Barcelona, Editorial Crítica, 1990 [1984], cap. 7, “Los indios y la conquista española”, especialmente pp. 190-191.

[71] Miño, El mundo novohispano, pp. 25-26, 39-40, y Enrique Florescano y Margarita Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, en Historia general de México. Versión 2000, México, El Colegio de México, 2000, pp. 363-430; especialmente p. 390.

[72] Cf. Miño (El mundo novohispano, pp. 28-29) hace hincapié en que las epidemias empujaron a las gentes a las ciudades y otros núcleos urbanos grandes.

[73] Cf., entre otros, Florescano y Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, especialmente pp. 368 y 385-386; R. Douglas Cope, “Los ámbitos laborales urbanos”, en Pilar Gonzalbo (dir.), Historia de la vida cotidiana en México, vol. 2:La ciudad barroca, coord. A. García Rubial, México, FCE / El Colegio de México, 2005, pp. 407-432, especialmente pp. 421-422; Miño,El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, pp. 144, 360 y ss., anteriormente citado; Brian Hammett, A Concise History of Mexico, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, pp. 90-95, 110-115; Carmen Yuste, “Autonomía novohispana y reformismo borbónico”, en C. Yuste (ed.), La diversidad del siglo XVIII novohispano. Homenaje a Roberto Moreno de los Arcos, México, UNAM, 2000, pp. 147-162, y Pedro Pérez Herrero, “Los mercaderes novohispanos y el reformismo borbónico”, en C. Yuste (ed.), ibídem, 2000, pp. 163-176, especialmente p. 166.

[74] Cope, “Los ámbitos laborales”, pp. 408, 421, citado en la nota anterior; para otros autores, la integración del indígena en haciendas y obrajes fue un hecho que poco incidió en la configuración poblacional, frente a su integración urbana que habría sido determinante; cf. Miño, El mundo novohispano. Población, ciudades y economía, pp. 28, 141-144.

[75] Ya otros muchos autores han señalado la importancia del siglo XVIII como un momento clave en la conformación cultural del México de hoy; por ejemplo, Elias Trabulse en su “Prólogo” al libro de Baudot y Méndez, Amores prohibidos, señala la segunda mitad de ese siglo como “una transformación sin precedente de cambios en las costumbres, las ideas y las mentalidades”, p. 9; cf., también, Reynoso “Desarrollos paralelos en el contacto español-lenguas indígenas”, p. 27, ya citado.

[76] El DRAE (s.vachichincle) registra también achichinque achichintle, y considera la voz propia de México y Centroamérica.

[77] En los estudios de variación lingüística sincrónica se suelen emplear los conceptos de ‘convergencia comunicativa’ y ‘convergencia cultural’ para situaciones biculturales o multiculturales que llevan a reactivar de manera innovadora recursos formales y semánticos ya existentes en una lengua; cf., por ejemplo, Ricardo Otheguy, “When contact speakers talk, linguistic theory listens”, en E. Contini-Morava y B. Sussman Goldberg (eds.), Meaning As Explanation. Advances in Linguistic Sign Theory, Berlín-Nueva York, Mouton de Gruyter, 1995, pp. 213-242.

[78] Cf., entre otros, Florescano y Menegus, “La época de las reformas borbónicas y el crecimiento económico”, ya citado; Felipe Castro Gutiérrez, Nueva ley y nuevo rey. Reformas borbónicas y rebelión popular en Nueva España, México, El Colegio de Michoacán / UNAM, 1996.

[79] Un dato filológico interesante que respalda este aspecto histórico es que el Archivo General de Indias, que, como se sabe, contiene, en esencia, la documentación indiana generada y recibida en el Consejo de Indias, casi no tiene documentación novohispana de carácter cotidiano coloquial para el siglo XVIII, y hay que buscarla en los fondos documentales nacionales mexicanos; sí tiene, en cambio, una rica documentación cotidiana para los dos primeros siglos del virreinato. Lo anterior es prueba de que en el siglo XVIII los juicios se resolvían por lo regular en la Audiencia, y no llegaban ya al Consejo.

[80] Cf., por ejemplo, entre otros, los trabajos de María Dolores Bravo, “La fiesta pública: su tiempo y su espacio”, en P. Gonzalbo (dir.), Historia de la vida cotidiana en México, ya citado, vol. 2, pp. 435-460, e “Identidad y mitos criollos en Sigüenza y Góngora”, en María Dolores Bravo, La excepción y la regla,México, UNAM, 1997, pp. 143-152.

[81] Para una revisión de las distintas opiniones vertidas sobre este punto, cf. el cap. 1, “Los orígenes”, del libro de Moreno de Alba, El español en América, citado con anterioridad.


Respuesta al discurso de ingreso de Concepción Company Company

Señores académicos, señoras y señores:

Hace no pocos años, tuve el privilegio de conocer, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a una jovencita recién llegada de España, particularmente brillante, que formaba parte del grupo al que yo enseñaba por entonces gramática española. Concepción Company, así se llamaba esa alumna, por una parte, muy pronto decidió hacerse orgullosamente mexicana y, por otro, al paso de los años, después de estudiar, en esa misma nobilísima Universidad, la maestría y el doctorado en Lingüística, sería reconocida, muy joven todavía, como una de las más importantes filólogas del mundo hispánico. En poco tiempo, la doctora Company, aquella inteligente y dedicada discípula, se convirtió no sólo en mi muy respetable colega, en el Instituto de Investigaciones Filológicas, donde ambos seguimos trabajando, sino en mi profesora particular, a quien con frecuencia consulto sobre diversos asuntos, en particular sobre sintaxis histórica del español, disciplina en la que es una verdadera autoridad. En mi opinión, pocas experiencias en la vida universitaria resultan más gratas que esta: una joven estudiante se convierte no sólo en admirada colega sino, además, en excelente amiga. Lejos estaba yo de imaginar, en aquel curso de gramática, que Concepción, algunos años después, joven aún, pero ya cargada de méritos, sería llamada a formar parte de esta Academia Mexicana y que ello coincidiría con mi gestión como director. Por si todo esto fuera poco, ha tenido la nueva académica la deferencia de pedirme que fuera yo quien le diera la bienvenida, lo que hago ahora, con sumo placer.

Concepción Company es una filóloga erudita y una excelente profesora, rara avis, diría yo, pues los sabios, como ella, no siempre tienen la habilidad y la paciencia necesarias para transmitir conocimientos. La historia de la lengua y, en particular, el cambio lingüístico a través del tiempo es la asignatura que desde hace años viene impartiendo, brillantemente, a estudiantes de lingüística de la Universidad Nacional Autónoma de México. Añádase a esto que de ninguna manera se limita, como hace la mayoría de los profesores, a las horas de clase. Los buenos estudiantes de la profesora Company, sólo los buenos, claro está, tienen además el gran privilegio de ser encaminados por ella hacia la investigación filológica seria. No los abandona a su suerte; sigue con ellos en grupos de excelencia que se han venido constituyendo en un verdadero seminario permanente de Filología Hispánica. Es por todos sus colegas reconocida la enorme calidad de las tesis de maestría y de doctorado que dirige. Es una profesora de tiempo completo, jamás se niega a trabajar con sus estudiantes, con la explicable condición de que ellos estén dispuestos a tomar verdaderamente en serio sus estudios y sus tareas.

Los buenos profesores universitarios, como doña Concepción, están convencidos de que no podrán serlo a plenitud si su docencia no va apoyada por una vida entera dedicada a la investigación. El profesor universitario responsable no se limita a repetir lo que dicen los manuales, sino que transmite a sus estudiantes el resultado de sus propias investigaciones. El buen universitario no sólo transmite información, sino que también aumenta y acrecienta el conocimiento. A ello se debe que la doctora Company haya recibido hace ya algunos años el Premio que la Universidad de México entrega a los más destacados académicos jóvenes y que, también desde hace tiempo, posea el más alto nivel dentro del Sistema Nacional de Investigadores. En su todavía breve carrera como profesora universitaria, ha dirigido ya 17 tesis de licenciatura, ocho de maestría y cinco de doctorado. De estas, ocho han sido premiadas. En proceso tiene más de diez.

Los intereses científicos de la doctora Company pueden agruparse en dos grandes, amplias áreas: la Edad Media y la Filología. Dirige desde hace tiempo el proyecto Medievalia, en cuyo marco se publica la revista del mismo nombre, de prestigio internacional, y han visto la luz más de una veintena de monografías, hoy en día ya indispensables, en los ámbitos de la lingüística, la literatura y, en general, la cultura medieval.

Creo empero que la más importante aportación científica de nuestra flamante académica debemos buscarla en sus investigaciones sobre el cambio lingüístico y, muy particularmente, en la sintaxis histórica de la lengua española. En 1991, con el sello de la UNAM, publicó como libro su conocida tesis doctoral ( La frase sustantiva en el español medieval. Cuatro cambios sintácticos), sobre la que mucho se podría decir. Deseo empero destacar otro de sus libros, de enorme trascendencia y utilidad para los estudios sobre el español mexicano colonial. Me refiero al que se titula Documentos lingüísticos de la Nueva España. Altiplano central, también publicado por la UNAM, en 1994. La inmejorable calidad de la transcripción paleográfica de estos documentos ha convertido el libro en un verdadero paradigma. El rigor y la precisión filológica de esta edición que, además, contiene deliciosos textos informales que van del siglo XVI al XIX han sido reconocidos y apreciados por investigadores de aquí y del extranjero. Ha editado o coeditado varias obras colectivas muy importantes, tanto en el ámbito de los estudios medievales cuanto en el de la gramática histórica del español. Entre estas últimas, deseo mencionar los volúmenes de la Sintaxis histórica de la lengua española, magna obra que está a punto de salir de las prensas del Fondo de Cultura Económica y que, sin duda, vendrá a llenar un vacío en la bibliografía filológica de alta especialización.

En el momento de escribir estas notas, doña Concepción tenía publicados, en revistas científicas con estricto arbitraje, poco menos de 40 artículos y, en prensa o en proceso de dictamen, otros 15. Son muchos, evidentemente. Sin embargo, mejor que su cantidad, yo subrayaría su pareja y alta calidad científica. De ello pueden dar idea el prestigio de las revistas y obras colectivas donde han venido apareciendo: la Nueva Revista de Filología Hispánica, por ejemplo, donde han aparecido varios de sus trabajos, incluido el primero de sus artículos, publicado en 1983, y que se titula “Sintaxis y valores de los tiempos compuestos en el español medieval”. Tómese en cuenta que este ya célebre trabajo fue redactado por la doctora Company antes de cumplir 30 años de edad, antes de su examen doctoral e, incluso, antes de obtener el grado de maestría. Romance Philology, todos lo sabemos, es una de las mejores revistas de filología del mundo. Varios estudios de nuestra académica han visto ahí la luz, siendo el primero (“Estructura y evolución de las oraciones completivas de sustantivo en el español”) de 1989. Otras revistas en las que ha publicado son: la Revista de Filología Española, el Anuario de Letras, Studies in Language, Verba (Anuario Galego de Filoloxía), Dicenda (Cuadernos de Filología Hispánica), Journal of Historical Pragmatics, etcétera.

Ha participado en múltiples congresos internacionales, en varios de los cuales ha sido invitada a encargarse de ponencias plenarias. Hace apenas unos días, sea por caso, tuvo a su cargo una de las ponencias centrales en el congreso de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina (Monterrey, 17-21 de octubre de 2005). Ha sido profesora invitada en muchas universidades mexicanas (El Colegio de México, Universidad de Guanajuato, Universidad de Sonora, Universidad Autónoma de Aguascalientes, El Colegio de Michoacán) y extranjeras (Universidad de La Habana, Universidad de Salamanca, Universidad de Buenos Aires, Universidad Autónoma de Madrid, Universidad de Santiago de Compostela, Universidad Nacional de Cuyo, Universidad de Málaga, Universidad Complutense de Madrid, entre otras).

Mucho más podría decir sobre esta gran filóloga. Prefiero empero, para no fatigar a la paciente audiencia, pasar a comentar, muy brevemente, el espléndido discurso que acabamos de disfrutar. Comienzo recordando a ustedes que los manuales de historia de la lengua española suelen terminar sus explicaciones sobre evolución lingüística en el siglo XVII, como si en el XVIII ya no hubiera habido modificaciones importantes en la fonética, la gramática y el vocabulario. Por ejemplo, don Rafael Lapesa, el más importante historiador de la lengua española, en el capítulo XIV de su Historia, titulado “El español moderno”, donde atiende lo relativo al siglo XVIII, explica con su habitual maestría asuntos que tienen que ver con la fijeza lingüística, con la Academia, con ortografía, con literatura neoclásica, con la Ilustración, etc., pero nada nos dice a propósito de la fonética, la gramática y el léxico de esa centuria. Lo primero que debemos aprender del discurso de la doctora Company es que durante el siglo XVIII tuvieron lugar importantes cambios lingüísticos, que deberían estar explicados en los libros de historia de la lengua española.

No sólo eso. Como nos explica doña Concepción, pertenecen al siglo XVIII cambios de suma importancia, varios de los cuales permiten suponer que es en esa centuria cuando se fortalece, en aspectos y puntos determinados, la personalidad del español mexicano moderno. Ello resulta observable tanto en el terreno del léxico cuanto en el de la sintaxis y, sobre todo, en el de la semántica. Es precisamente en el XVIII cuando hay un apreciable ascenso en el uso de los indigenismos, de los diminutivos, de la duplicación posesiva no referencial, etc., como quedó expuesto, con nítida claridad, en el discurso que acabamos de oír.

Lo dicho hasta aquí habría sido sin duda alguna de gran importancia para la historia de la lengua española en México. Sin embargo, la nueva académica va mucho más allá. Aceptando que todos los rasgos explicados caracterizan al español mexicano, sobre todo por una frecuencia superior a la que se observa en el español europeo, se pregunta a qué puede deberse. En esta parte del discurso, en mi opinión, se pasa de una brillante exposición de hechos lingüísticos a una aún más brillante explicación de estos. Buen filólogo es el que describe con precisión los cambios, pero mucho más admirable es el que se arriesga a buscar sus causas. Concepción Company nos acaba de explicar que, en el fondo de estos cambios o, si se quiere, de las diferencias de frecuencia —particularmente en el siglo XVIII— de los fenómenos descritos está el hecho de que, mientras el español peninsular europeo gramaticaliza más las entidades lingüísticas que entran en una construcción determinada, el mexicano gramaticaliza, mejor que las entidades, las valoraciones del hablante sobre esas entidades: El doble posesivo, sea por caso, en el español europeo suele tener una función desambiguadora, aclaratoria; por lo contrario, en el mexicano, no es esta la función predominante, sino que se emplea para especificar una relación de tipo inalienable.

Esta semántica particular queda aún más evidente en el uso —muy frecuente a partir del siglo XVIII— de los diminutivos en el español mexicano. Muchos de ellos no se emplean precisamente para designar menor tamaño, como sucede en el español general, sino para otro tipo de valoraciones por parte del hablante: “En México —nos dice la doctora Company— “la gordita siempre será referida en diminutivo, así pese muchísimos kilos; el muerto es por respeto el muertito; o se dirá por ahí tengo un terrenito, aun cuando este mida varias hectáreas...”

Excelente lección esta que nos acaba de dar doña Concepción. Además de que todos aprendimos de ella muchas cosas de interés, con ella y con toda su amplísima obra, nos vino a demostrar que la Academia Mexicana de la Lengua tuvo el gran acierto de invitar a una filóloga de primer nivel, que mucho la ayudará en sus labores. Me hago voz de todos mis colegas para darle la más cálida bienvenida. Y, para terminar, vuelvo al español mexicano para decirle con suma sinceridad y llaneza: Adelante, esta es su casa.

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