Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 17 de Febrero de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

Lunes

Fe mía

No me fío de la rosa
de papel,
tantas veces que la hice
yo con mis manos.
Ni me fío de la otra
rosa verdadera,
hija del sol y sazón,
la prometida del viento.
De ti que nunca te hice,
de ti que nunca te hicieron,
de ti me fío, redondo
seguro azar.

Pedro Salinas (1891-1951)
En Antología poética de la
generación del 27
Selección, estudio y notas
por Manuel Cifo González
Santillana, Madrid, 2002

Martes

Las sirenas

En las ondas del verde caimanero,
estiradas de luz en áureas venas,
un grupo bullicioso de sirenas
juega y canta su canto lisonjero.
Es la luna de nácar un venero,
y al bañar ese nácar las serenas
extensiones del golfo, de iris plena,
finge hervores de perlas cada estero.
Dos sirenas del coro se retiran:
se quieren y se atraen; tornan, giran,
se besan en los labios escarlata,
sumérgense abrazadas en las olas,
y resurgen unidas en sus dos colas
como una lira trémula de plata.

Amado Nervo (1870-1919)
Poesías completas,
Biblioteca Nueva, Madrd,1935

Miércoles

Río

XLI
Bracea
recio
el faro
en el chapopotado
aguaje de la noche
En mohosa palmera de la orilla
cual eléctrico sapo
un cuervo croa
Y un trasatlántico atraca:
visible nada más por su contorno
a hilo pespunteado
por finas bordadoras
que guiñan lentejuelas
a cada raudo hilván
La hélice
en su giro que agoniza
recalca los tiznosos mogotes de los pinos
(mechones apresados por la mano
firme del peluquero
que
tijeras en alto
se apresta a acometer con su habitual fiereza)
Se apagan los luceros
bajo la llama
que da una mano de lechoso
cemento al horizonte
donde flamea
a la distancia
un hilero de pozos de petróleo…

José Luis Rivas (1950)
La Palabra y el Hombre, núm. 100, 1996
Universidad Veracruzana, Xalapa

Jueves

De “A ojo de pájaro”

II
No sé cuándo el cristal rompió tu mirada
oscureciendo tus ojos, destruyendo tu casa.
Me di cuenta cuando enterraste a tu Dios,
y pusiste en entredicho tu fe y su existencia:
éramos dos niñas llorando al padre.
¡Yo estaba allí! Todo era silencio e incierto.
¿Por qué te quedas callada? ¿Por qué no dices nada?
Íbamos de cabeza a no sé qué senda
arrastradas por un camino de hormigas,
tal vez a un exterminio de flores,
¡vayamos a correr a casa de la abuela!
Nuestros ojos disipaban en ninguna parte,
no sabía si estaba viva o muerta,
me conformaba con ver tu sombra al lado mío,
quizá para no sentirme sola
hasta que aprendimos a cargar con un féretro dentro de uno más grande.

Sulma Jiménez (1988)
En Astilo, antología poética. Selección
de Óscar Oliva y Julio Solís. Cultura,
Dirección de Publicaciones del Coneculta
Chiapas, Guadalajara, 2017

Viernes

Búsqueda, I

Ahora
que encamino mis pasos hacia el alto crepúsculo,
cadáveres de sueños siembran su cal inútil
a lo largo del día.
Mi devoción frustrada no acierta ni siquiera
a imaginar un súbito color entre la sombra.
¡Esta tarde, como todas las tardes,
he perdido una estrella!
Apareció de pronto flotando sobre el río
y fue como nenúfar transitorio
su anunciación insólita.
Su nombre de rocío
dejó en mis labios avidez lacustre;
y al fin, celeste y evasiva,
se diluyó en derroche de iluminada espuma.
Vino después a mis hambrientas playas
y era un pez rutilante en mis redes de asombro;
pero sobre la arena se deshizo
su inusitada piel de azogue.

Margarita Paz Paredes (1922-1980)
En Las avenidas del cielo. Muestrario
poético de Aguascalientes y Guanajuato
Benjamín Valdivia, editor.
Metepec, Estado de México, 2018

Sábado

A una niña

En vereda nunca hollada
y en valladar muy lejano,
descubrí la flor nevada,
flor que no ha sido arrancada
jamás por ninguna mano.
Cáliz de misión incierta
que imágenes mil despierta…
Es un cirio en la penumbra,
copa, si está entreabierta,
y si está cerrada, tumba…
Si pudiera la aldeana
cortarla del valladar,
la llevaría al altar
de la ermita más cercana.
Yo a mi casa la trajera,
porque ha de llevar ventura;
y luego… ¡que yo la viera
junto de mi sepultura!...
¡Oh, flor aromosa y blanca!
Ninguna mano la arranca
porque es alto el valladar!
… Si aciertas, niña, a pasar
junto de esa flor tan bella,
que es envidia de la estrella,
de la fuente y del bambú,
reconoce tu alma en ella,
porque esa flor eres tú…

María Enriqueta (1872-1968)
Rosas de la infancia, Libro IV
Ilustraciones de A, Gedovius
Librería de la Vda. de Ch. Bouret,
París - México, 1922

Domingo

La viuda

1
La viuda se leía como título, y era, apenas,
un haz de veinte trazos. Era una hoja arrancada
de un cuaderno. Imaginé el cuaderno igual al tuyo,
Isabel, la vieja que no conocí: ese cuaderno
que acabó en mis manos. Sus hojas amarillentas
olían a desvelo; su grafito, a medio borrarse,
olía a piedra mojada. Era un cuaderno Scribe,
de arillo de plástico y tapa de cartón suave.
El dibujo era, apenas, un haz de veinte trazos,
En una hoja arrancada (mal arrancada)
que bien pudo ser de ese mismo cuaderno.

2
La viuda se leía como título, y más pudo
haberse llamado Isabel, la viuda de sí misma.
Vieja de chongo, cara dura, sentada al pie de una cama
que imagino de latón a medio oxidamiento.
Sobre la cama, descubre la sábana corta
unos pies incapaces ya del frío, aunque lo causen.
Ya lo sé: nunca enviudaste, Isabel, en un sentido
estricto, pero hay más cosas que la muerte
para hacernos claudicar como a esa vieja de chongo,
cara dura, al lado de esos pies amortajados.
O si se quiere: hubo otras muertes, menos
definitivas, ante las que el casi cadáver de una vela
te acompañó y te alumbraba el rostro endurecido.

Emiliano Álvarez (1987)
Sólo esto
Premio Nacional de Poesía
Joven Elías Nandino, 2017
Cultura, Tierra Adentro,
México, 2017


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