Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 23 de Septiembre de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

El Congreso de Chilpancingo

I
“Morir o salvar la patria”
fue el sublime pensamiento
con que el héroe convocó
aquel famoso Congreso
que, en acta inmortal, eterna,
a la faz del universo
consagró la libertad
e independencia de un pueblo.
          Demócrata cual ninguno,
fue su ideal, era su anhelo
establecer en su patria,
como único gobierno,
el creado por el voto
unánime de los pueblos;
y apóstol de la igualdad,
desdeñando privilegios
rechazó con energía
el pomposo tratamiento
que conferirle acordaron
los miembros de aquel Congreso.
         Y se escuchan todavía,
y los hombres recogieron,
sus palabras rebosantes
de patriotismo sincero:
          “No soy más, el héroe,
“que de la nación, el siervo,
“pues sólo en ella reside
“inalterable y eterno,
“el principio de que emanan
“soberanías y derechos.”

II
El imponente clamor
de las tropas y del pueblo,
a la América anunciaba
que en la sacristía del templo
parroquial de Chilpancingo
instalábase un congreso,
al cual iba a sancionar,
inconmutable y austero,
la santa revolución,
el heroico movimiento
que en Dolores iniciara
un sacerdote modesto.
Las campanas del lugar
echadas todas a vuelo
y el majestuoso rugir
de cañones y morteros
con su fragor saludaba
el histórico momento:
las músicas recorrían
las calles todas del pueblo
entusiasmando las almas
con sus acordes guerreros:
y por encima de todo
levantándose hasta el cielo,
el grito de ¡viva América!,
¡muera el déspota gobierno!

Rafael Ruiz Rivera (1865-1932)
Romancero de la guerra de Independencia
Tomo I
Edición facsimilar de la
de Victoriano Agüeros, México, 1910
Prólogo de Adolfo Castañón
Conaculta, México, 2010

Martes

Los mis ojos de amor, al no mirarte

Los mis ojos de amor, al no mirarte
Vuelven al fondo azul –no mar, no cielo–
Donde yacen ingrávidas, en vuelo
Apacible, imágenes que el arte
Más noble jamás podría describir.
Y en ese arcano misterioso
–Jardín de la inocencia o foso
De la poesía infernal– vivir
Sin verte sería como desear
Que encendiera sus luces la noche
En pleno mediodía. ¡Oh noche
Inaccesible y total, guerrear
Será de mi alma oscura el estandarte,
Contra la luz, hasta instaurarte!

Óscar González
Daguerrotipos
Gobierno del Estado de México,
Toluca, 1977

Miércoles

Las alamedas

Árboles gigantescos, centenarios
testigos de la cita para el beso
y del hiperestésico proceso
con que discurren ocios dromedarios.
         Alameda virtual, los mercenarios
nada saben del mágico embeleso
en que el tiempo fugaz se queda preso,
por descifrar tus verdes temerarios.
         Viéndote –diaconisa del pasado,
cimera iconoclasta del presente–,
con tu rubio esqueleto indomeñado
         en tu valiente oficio de Cruzado,
el alma se me vuelve adolescente
para hacerte un soneto enamorado.

Beatriz Quiñones (1926-2010)
En Galería de gobernadores del soneto.
Introducción, selección y notas
de Otto-Raúl González
Instituto Mexiquense de Cultura, Toluca, 2002

Jueves

Manantial

No sé dónde el reloj se detuvo
a contemplarnos,
en qué páramo,
en qué sitio desolado nos desnuda,
nos baña con escombros
en este manantial que es la tristeza.
          Amanezco en tu sueño, casi diáfana,
descubro que el tiempo no acepta la desdicha.

Estrella del Valle (1971)
En Árbol de variada luz. Antología de
la poesía mexicana actual, 1992-2002
Estudio preliminar, selección
y notas de Rogelio Guedea
Universidad de Colima, Colima, 2003

Viernes

Salmodia, sin gracia ni ritmo

Sé muchas cosas alrededor
de mí. Sé que yo no me visto
de crepúsculos para dormir. Añoro
esas viejas andanzas de tanto
vate insigne. Mas sin embargo
sólo me pongo la piyama
y un par de medias en los pies.
Tampoco veo cosas misteriosas,
ni las intuyo, ni me importan.
Me basta con que el cielo siga
todos los días, sin más perendengues,
y que tus caricias sean eso
y no vehículos para llegar
a las esferas celestiales. Juro
que Dios, Libertad y otros no son más
que la estupidez diaria de tener
que vivir cansada y de no llegar
a conocerlos nunca, que son palabras
con mayúscula y objeto
de gentes sin oficio. Y cómo no,
reconozco que me gusta el aguardiente
y no los néctares sagrados.
Después de todo,
malvivo mi vida, como usted.

María Mercedes Carranza (1945-2003)
Poesía joven de Colombia
Selección y prólogo de
Gilberto Abril Rojas
Siglo XXI, México, 1975

Sábado

Ombligo de Venus

Herbácea,
sonriente encanto del Olimpo,
meces tus formas
a merced del tiempo y el deseo,
ofreces los sabores
de tu vaina fresca y dispuesta,
ésa que resguardan tus carnosos pecíolos,
tus voluptuosos receptáculos.
Planta suculenta y atemporal,
follaje de placer
perfume de madrugada.

Violeta Lara
Edrielle. Antología poética
Mar Barrientos y Daniel San Mateo
Concierto para solistas, México, 2014

Domingo

La majestad de la poesía

Hace años, tantos que prefiero no recordar cuántos, escribí en el prólogo o dedicatoria a uno de mis libros que la poesía es “el acto de atender en toda su pureza”. La formulación es bien escueta, pero, al menos para mí, sugiere mucho, más de lo que pudiera explicar racionalmente. Desde entonces he vuelto una y otra vez a rondar la puerta así entreabierta, sin acabar nunca de adentrarme en ella.
               Está claro, por de pronto, que la formulación hecha al azar de la tiniebla propia no se refiere a la poesía que se escribe y publica y forma parte de la historia de las literaturas. Puesto que todos somos capaces de una concepción más amplia que hace de la poesía una experiencia esencial y común a la totalidad de la especie humana, y la convierte en supuesto de su ulterior expresión a través de las distintas vías abiertas al proceso de comunicación por el arte. No postula, me parece, que esta comunicación sea indispensable a la experiencia en sí.
               Una breve mirada en torno nuestro bastaría a convencernos de la petulancia oculta en la idea, muy extendida, de que sólo los poetas con obra bien y más que bien escrita son sensibles a la poesía –de que ésta es el privilegio de una élite de privilegiados. ¿Dónde quedan, entonces, los que una arcaica tradición universal llama santos, o sabios, y dónde los héroes? Muchos de ellos nunca sintieron necesidad de escribir poemas, o, lo que es más significativo, los compusieron ocasional o marginalmente, como el espléndido Cántico del hermano sol, por ejemplo. Sería pueril suponer que su autor, o cualquiera de los otros grandes místicos de Europa o Asia que prefirieron el silencio, eran insensibles a la poesía o incapaces de proyectarse al exterior si se lo hubiesen propuesto.
              Tanto como lo sería sentenciar que lo son esos hombres y mujeres sencillos, algunos faltos de letras, cuyas vidas nos sobrecogen por su sola, imponente majestad.

Eliseo Diego (1920-1994)
Libro de quizás y de quién sabe
UNAM, México, 1993

 


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