Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 07 de Octubre de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Insectario 1
(mariposa nocturna)

I
Tapada, bajo el edredón y ahí estaba
hablando conmigo
hoja cíclope pegada en mi almohada
Sabe de mi tierno temor,
sabe que en tres segundos
yo también apostaré por mis alas
Saldré a la oscuridad, asomaré la cabeza
y ella se habrá ido, cubierta de mi contemplación infantil.

II
Como esmeralda, coronada de mis miedos
brillante, casi fluorescente me mira con su ojo saltón
extiende las alas, me patea los nervios
observa anclada en el techo, laureles en las antenas
No dejaré que se alimente de mi néctar, esta vez no
fingiré que duermo, que soy jorobada, que soy de espinas
que me salen plumas, que soy colibrí, fingiré que no huyo.

III
Vuelve a casa bailando con su jade
mis manos se desvanecen
Perdóname, no habrá más episodios nocturnos
Estoy sentada, observando por la ventana mi lencería
ella se transforma en yedra, avanza por la pared
su ojo me mira y se impregna en la corteza de un árbol
textura de piedra, asombro
se viste de gesto, nostalgia, de letra.

Fabiola Amaro
Insectum
Secretaría de Cultura de San Luis Potosí /
Conaculta / Editorial Ponciano Arriaga
San Luis Potosí, 2013

Martes

Elegía interrumpida

Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al primer muerto nunca lo olvidamos,
aunque muera de rayo, tan aprisa
que no alcance la cama ni los óleos.
Oigo el bastón que duda en un peldaño,
el cuerpo que se afianza en un suspiro,
la puerta que se abre, el muerto que entra.
De una puerta a morir hay poco espacio
y apenas queda tiempo de sentarse,
alzar la cara, ver la hora
y enterarse: las ocho y cuarto.
          Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
La que murió noche tras noche
y era una larga despedida,
un tren que nunca parte, su agonía.
Codicia de la boca
al hilo de un suspiro suspendida,
ojos que no se cierran y hacen señas
y vagan de la lámpara a mis ojos,
fija mirada que se abraza a otra,
ajena, que se asfixia en el abrazo
y al fin se escapa y ve desde la orilla
cómo se hunde y pierde cuerpo el alma
y no encuentra unos ojos a que asirse…
¿Y me invitó a morir esa mirada?
Quizá morir con otro no es morirse.
Quizá morimos sólo porque nadie
quiere morirse con nosotros, nadie
quiere mirarnos a los ojos.
          Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Al que se fue por unas horas
y nadie sabe en qué silencio entró.
De sobremesa, cada noche,
la pausa sin color que da al vacío
o la frase sin fin que cuelga a medias
del hilo de la araña del silencio
abren un corredor para el que vuelve:
suenan sus pasos, sube, se detiene…
Y alguien entre nosotros se levanta
y cierra bien la puerta.
Pero él, allá del otro lado, insiste.
Acecha en cada hueco, en los repliegues,
vaga entre los bostezos, las afueras.
Aunque cerremos puertas, él insiste.
         Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
Rostros perdidos en mi frente, rostros
sin ojos, ojos fijos, vaciados,
¿busco en ellos acaso mi secreto,
el dios de sangre que mi sangre mueve,
el dios de yelo, el dios que me devora?
Su silencio es espejo de mi vida,
en mi vida su muerte se prolonga:
soy el error final de sus errores.
        Hoy recuerdo a los muertos de mi casa.
El pensamiento disipado, el acto
disipado, los nombres esparcidos
(lagunas, zonas nulas, hoyos
que escarba terca la memoria),
la dispersión de los encuentros,
el yo, su guiño abstracto, compartido
siempre por otro (el mismo) yo, las iras,
el deseo y sus máscaras, la víbora
enterrada, las lentas erosiones,
la espera, el miedo, el acto
y su reverso: en mí se obstinan,
piden comer el pan, la fruta, el cuerpo,
beber el agua que les fue negada.
Pero no hay agua ya, todo está seco,
no sabe el pan, la fruta amarga,
amor domesticado, masticado,
en jaulas de barrotes invisibles
mono onanista y perra amaestrada,
lo que devoras te devora,
tu víctima también es tu verdugo.
Montón de días muertos, arrugados
periódicos, noches descorchadas
y amaneceres, corbata, nudo corredizo:
“saluda al sol, araña, no seas rencorosa…”
       Es un desierto circular el mundo,
el cielo está cerrado y el infierno vacío.

Octavio Paz (1914-1998)
Libertad bajo palabra
Obra poética (1935-1957)
Fondo de Cultura Económica, México, 1970

Miércoles

Envío

Vamos a trabajar
el pan de este poema.
Hay que traer un poco de alegría;
que cada quien tome su cesta.
La noche gira sobre la esperanza
y desgasta sus párpados la estrella.
Surgen las graves letanías del trigo
por los labios abiertos de la tierra.
Las espigas se desnudan sobre el aire
y el agua suelta sus cadenas.
Con un poco de esfuerzo y de ternura
vamos a trabajar
el pan de este poema.

Víctor Sandoval (1929-2013)
Las avenidas del cielo. Muestrario
poético de Aguascalientes y Guanajuato
Benjamín Valdivia, editor.
Metepec, Estado de México, 2018

Jueves

La muchacha del Valle de los sabinos tristes

En los ladrillos sucios donde el sol
deja sus estigmas calcinantes,
la muchacha del Valle de los sabinos tristes se replegaba
contra el muro,
recelaba de la luz,
de las miradas ajenas y de todo,
oponía al cerco insalubre del olvido
una catarata de naipes inaudibles,
un gesto imaginario,
una rendición ante fantasmas:
cilindros oxidados,
montañas de plásticos y herrumbre,
basura destripada en las aceras,
juerguistas remisos y borrachos,
dioses subrepticios bajando una escalera,
perros trashumantes
y sombras en busca de otras sombras.
             Te recuerdo, muchacha del Valle de los sabinos tristes,
tus ojos emitían un gemido de gato electrizado,
sacudido contra las tuberías inhóspitas
por una gravedad enloquecida,
por un adversario sin rostro y sin contornos;
te recuerdo, muchacha rota,
tus ojos de grafito tiznaban todas las miradas,
rayaban el alma,
enturbiaban el cristal, el agua, los espejos,
recuerdo los bureles acechantes de tus ojos,
tus carbones encendidos,
tu súplica imprecisa,
tu vidriosa invitación a comer un pan amargo,
un mendrugo más dedos que pan,
y más mugre que dedos y que mano;
te recuerdo, acorralada y loca,
bajo la ofensiva luz del mediodía,
replegada contra el muro,
perdida en los intersticios del tiempo,
en el plexo eterno de un laberinto sin retorno,
ausente en la contemplación de tu extravío,
sola en tu infierno y en tu reino de los chemos;
recuerdo tus aguas empozadas,
y recuerdo, muchacha del Valle de los sabinos tristes,
un cordero azul al fondo de tus ojos.

Eudoro Fonseca (1956)
Las avenidas del cielo. Muestrario
poético de Aguascalientes y Guanajuato
Benjamín Valdivia, editor.
Metepec, Estado de México, 2018

Viernes

Del fuego

Toda la noche vi crecer el fuego.
José Emilio Pacheco

Toda la noche vi crecer el fuego
y no pude tocarlo
ni sumarme a su encuentro luminoso.
         Toda la noche supe de su danza
de su comercio con el viento
y no quise unirme a su llegada
ni celebrar su magnífico retorno.
         El fuego es la renuncia de las cosas
a su aspecto tenaz, a su dibujo.
         Toda la noche vi crecer el fuego
y no conocí su voz
ni apuré su llama.
         Y aquí estoy
en este paisaje de cenizas.

Blanca Luz Pulido (1956)
Raíz de sombras
Fondo de Cultura Económica, México, 1988

Sábado

Eclipse

El resplandor y los insectos
son peregrinos vacilantes
de la luz que escuece el páramo.
         Un tajo negro hiende el pecho del día,
la herida será un canal
donde navegaremos todos
como señales en ensueño.
         A plena mañana
vuelve la oscuridad a ras de los jardines:
se levanta el viento y el ruido de los animales.
El día toma su condición de agua
reverbera en pastos y cementos.
Entre el frío de los árboles,
se oye el murmullo ciego,
recomienza un día atravesado por la sombra.

Marianne Toussaint (1958)
Cordillera de sombras
UNAM, México, 2000

Domingo

Padre veedor

Padre veedor, padre amoroso,
guárdala, guárdala, guárdala
de sanguinoso horizonte
de nieve que besa y mata
de niebla que toma y ciega
y de las playas ensalmueradas,
y del espíritu que va en el viento
aullando oscuras palabras.
         Señor dueño de los caminos
de greda roja y de greda pálida,
que la marcha haces aérea
y liberas nuestras plantas
del filo de cuarzos crueles
y de huella ensangrentada
y el paso vuelves alácrito
o lento como la balada,
dale el ritmo del llama lento
o el de la vicuña cauta.
        Padre sin sueño como los mares
lleno de silencio o de hablas;
afina, afina, su oreja de ave
para la lenta sierpe ondulada.
Padre secreto como la mina
como el nido o como la valva;
óyele el paso cuando le falle
o le mengüe como la lágrima.
        De cuanto hiciste que alienta y corre
por serranías y por llanadas
se le parecen la golondrina,
la codorniz y la venada,
la rama dulce de la mimbrera
y la gaviota sobre la oleada.
        Mídele viento, sol, arena,
y desvíale la tornada,
y la rama del pino abájale
cuando en ella la alondra canta.
        Va caminando los tres senderos,
el del aire, la arena, el agua,
el invisible del Destino
y el inaudible de la Gracia.
        Dale el vuelo de la gaviota,
dale una mar jesucristiana,
un corro de estrechas amantes
y la canción que la lleve embriagada.
        Aunque tus ojos la conocen,
te la digo por acercártela;
ojos ha sido para una ciega
desvelo para una desvelada
oído alerto para el grito
que sueva en noche de tornada.

Gabriela Mistral (1889-1957)
Poetas de México y Latinoamérica
Universidad Veracruzana, Puebla, 2007

 


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