Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 22 de Noviembre de 2021
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

A Margarita Debayle

Margarita, está linda la mar, 
y el viento 
lleva esencia sutil de azahar; 
yo siento 
en el alma una alondra cantar; 
tu acento. 
Margarita, te voy a contar 
un cuento. 
         Este era un rey que tenía 
un palacio de diamantes, 
una tienda hecha del día 
y un rebaño de elefantes. 
Un kiosko de malaquita, 
un gran manto de tisú, 
y una gentil princesita, 
tan bonita, 
Margarita, 
tan bonita como tú. 
        Una tarde la princesa 
vio una estrella aparecer; 
la princesa era traviesa 
y la quiso ir a coger. 
        La quería para hacerla 
decorar un prendedor, 
con un verso y una perla, 
una pluma y una flor. 
        Las princesas primorosas 
se parecen mucho a ti. 
Cortan lirios, cortan rosas, 
cortan astros. Son así. 
        Pues se fue la niña bella, 
bajo el cielo y sobre el mar, 
a cortar la blanca estrella 
que la hacía suspirar. 
        Y siguió camino arriba, 
por la luna y más allá; 
mas lo malo es que ella iba 
sin permiso del papá. 
        Cuando estuvo ya de vuelta 
de los parques del Señor, 
se miraba toda envuelta 
en un dulce resplandor. 
         Y el rey dijo: "¿Qué te has hecho? 
Te he buscado y no te hallé; 
y ¿qué tienes en el pecho, 
que encendido se te ve?" 
         La princesa no mentía, 
y así, dijo la verdad: 
"Fui a cortar la estrella mía 
a la azul inmensidad." 
          Y el rey clama: "¿No te he dicho 
que el azul no hay que tocar? 
¡Qué locura! ¡Qué capricho! 
El Señor se va a enojar." 
          Y dice ella: "No hubo intento: 
yo me fui no sé por qué; 
por las olas y en el viento 
fui a la estrella y la corté." 
          Y el papá dice enojado: 
"Un castigo has de tener: 
vuelve al cielo, y lo robado 
vas ahora a devolver." 
         La princesa se entristece 
por su dulce flor de luz, 
cuando entonces aparece 
sonriendo el buen Jesús. 
         Y así dice: "En mis campiñas 
esa rosa le ofrecí: 
son mis flores de las niñas 
que al soñar piensan en mí." 
         Viste el rey ropas brillantes, 
y luego hace desfilar 
cuatrocientos elefantes 
a la orilla de la mar. 
         La princesa está bella, 
pues ya tiene el prendedor, 
en que lucen, con la estrella, 
verso, perla, pluma y flor. 
         Margarita, está linda la mar, 
y el viento 
lleva esencia sutil de azahar: 
tu aliento 
         Ya que lejos de mí vas a estar 
guarda, niña, un gentil pensamiento 
al que un día te quiso contar 
un cuento.

Rubén Darío (1867-1916)
Poesías. 
Edición de Ernesto Mejía Sánchez. 
Estudio preliminar de Enrique Anderson Imbert. 
FCE, México, 1952.

Martes

Nocturno

Pues bien, yo necesito decirte que te quiero,
decirte que te adoro con todo el corazón.
Que es mucho lo que sufro, que es mucho lo que lloro,
que ya no puedo tanto y al grito en que te imploro
te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión.
         Yo quiero que tú sepas que ya hace muchos días
estoy enfermo y pálido de tanto no dormir;
que ya se han muerto todas las esperanzas mías,
que están mis noches negras, tan negras y sombrías
que ya no sé ni dónde se alzaba el porvenir.
         De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada
las formas de mi madre se pierden en la nada
y tú, de nuevo, vuelves en mi alma a aparecer.
         Comprendo que tus besos jamás han de ser míos,
comprendo que en tus ojos no me he de ver jamás,
y te amo, y en mis locos y ardientes desvaríos
bendigo tus desdenes, adoro tus desvíos
y, en vez de amarte menos, te quiero mucho más.
          A veces, pienso en darte mi eterna despedida,
borrarte en mis recuerdos y hundirte en mi pasión;
mas, si es en vano todo y el alma no te olvida,
¿qué quieres tú que yo haga, pedazo de mi vida?,
¿qué quieres tú que yo haga con este corazón?
           Y luego que ya estaba concluido tu santuario,
la lámpara encendida, tu velo en el altar,
el sol de la mañana detrás del campanario,
chispeando las antorchas, humeando el incensario,
y abierta, allá a lo lejos, la puerta del hogar.
          ¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo!
Los dos unidos siempre, y amándonos los dos;
tú, siempre enamorada; yo, siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un sólo pecho
y, en medio de nosotros, mi madre como un Dios.
          Figúrate qué hermosas las horas de esa vida.
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida,
y al delirar en ello, con alma entristecida
pensaba yo en ser bueno por ti, nomás por ti.
          Bien sabe Dios que ese era mi más hermoso sueño,
mi afán y mi esperanza, mi dicha y mi placer.
Bien sabe Dios que en nada cifraba yo mi empeño
sino en amarte mucho bajo el hogar risueño
que me envolvió en sus besos cuando me vio nacer.
           Esa era mi esperanza. Mas, ya que a sus fulgores 
se opone el hondo abismo que existe entre los dos,
adiós, por la vez última, amor de mis amores,
la luz de mis tinieblas, la esencia de mis flores,
mi lira de poeta, mi juventud, ¡adiós!

Manuel Acuña (1849-1873)
Obras. Poesía y prosa.
Edición, prólogo y notas
de José Luis Martínez.
Instituto Coahuilense de 
Cultura, Saltillo, 2000.

Miércoles

Reír llorando

Viendo a Garrick, actor de la Inglaterra,
el pueblo al aplaudirlo le decía:
Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz.
Y el cómico reía.
       Víctimas del spleen los altos lores,
en sus noches más negras y pesadas,
iban a ver al rey de los actores
y cambiaban su spleen en carcajadas.
       Una vez ante un médico famoso,
llegose un hombre de mirar sombrío:
–Sufro –le dijo– un mal tan espantoso
como esta palidez del rostro mío.
        Nada me causa encanto ni atractivo;
no me importan mi nombre ni mi suerte;
en un eterno spleen muriendo vivo,
y es mi única pasión la de la muerte.
        –Viajad y os distaeréis. –Tanto he viajado
–Las lecturas buscad. –Tanto he leído.
–Que os ame una mujer. –¡Si soy amado!
–Un título adquirid –Noble he nacido.
–¿Pobre seréis quizá? –Tengo riquezas.
–¿De lisonjas gustáis ? - ¡Tantas escucho!
-¿Que tenéis de familia?... –Mis tristezas.
–¿Vais a los cementerios?... –Mucho, mucho.
        –¿De vuestra vida actual tenéis testigos?
–Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
        –Me deja –agrega el médico– perplejo
vuestro mal, y no debo acobardaros;
tomad hoy por receta este consejo:
sólo viendo a Garrick podéis curaros.
        –¿A Garrick ? –Sí, a Garrick... La más remisa
y austera sociedad lo busca ansiosa;
todo aquel que lo ve muere de risa;
¡tiene una gracia artística asombrosa!
         –Y a mí me hará reir? –Ah, sí, os lo juro!;
él, sí, nada más él... Mas ¿qué os inquieta?...
–Así –dijo el enfermo– no me curo:
¡Yo soy Garrick! Cambiádme la receta.
         ¡Cúantos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reir como el autor suicida
sin encontrar para su mal remedio!
         ¡Ay ! ¡Cuántas veces al reír se llora!..
Si se muere la fe, si huye la calma,
si sólo abrojos nuestras plantas pisan
lanza a la faz la tempestad del alma
un relámpago triste: la sonrisa.
          El carnaval del mundo engaña tanto;
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.

Juan de Dios Peza (1852-1910)
Antología general de la poesía mexicana:
de la época prehispánica a nuestros días,
Selección, prólogo y notas de 
Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2012.

Jueves

1
Eres un insulto disfrazado de juglar y de diamante. Oficio insobornable. Por eso ni el amor ni el arte ni la vida te soportan.

2
¿Matamos lo que más amamos? O simplemente, ¿amamos sólo lo que matamos?

3
Amor mío, yo sé que los iluminados barajan siglos, años luz, eras. Pero yo soy humana –vous savez que je suis une pauvre femme–, y que el transcurso de una sola noche en espera de tuvoz consumía todas mis reservas de tiempo, al punto que el amanecer me encontraba anciana, decrépita de amargura, el cabello blanco, la lengua costrosade llantos lodosos…
¿Por qué esperaste tantos años?

4
Las vírgenes no son puras. Son intactas, accidente biológico que puede llegar a convertirse en inexpugnable callo del alma.
La pureza, ves, es este canto rodado que siglos de manoseo fluvial han convertido en esfera perfecta.

5
“Si tú eres verdad, yo no soy mentira”, decías.

6
Sólo aquellos a quienes de pronto, sin saber por qué, asalta el recuerdo de un adolescente de ojos torvos encaminándose a la gran caverna escarlata, y no contentos con el delirio insisten en encontrarle significado, sufren. Sufren por el niño cuyo nombre no recuerdan, por lo que de ellos pereció en el niño, por el secreto torvo en sus ojos, y por la caverna que acecha como una madre, inmensamente abierta al reingreso del odio. Y porque todo eso parece no tener significado.

7
Desde mi ventana veo alzarse tres eucaliptos muy altos: como tú, han debido ascender por un largo, larguísimo tronco desollado antes de darse el lujo de un follaje de platinos punzo-cortantes.

8
¿Cuál de los tres eres tú? Son dos ladrones y un Visionario. Dos visionarios y un Ladrón.

9
Amor mío, amor mío violáceo y cenizo, corteza desollada que se contrae en jirones cilíndricos, en futuras flautas de Marsias que no conocerán en primavera el aguijón de los retozos pánicos… Amor que de muerte a muerte sólo dejas al descubierto una nueva carne plateada, vulnerable y tierna… ¿De dónde te viene, di, esa prodigiosa capacidad de renacer?

Tita Valencia (1938)
Minotauromaquia.
Joaquín Mortiz, México, 1976.

Viernes

El campo de huizaches

¡Elena!
Oigo mi nombre, me busco.
¿Sólo esta oreja queda?
¿Ésta que oye mi nombre en un llano de huizaches?
¿Mi nombre, gritado así, a los cuatro vientos,
de noche, en el llano de la muerte?
¡Elena!
Es raro que descuartizados
mis miembros avancen por el llano de huizaches.
El nombre ya no los une ni los nombra.
Es raro que sigan avanzando
y que en el centro esté la boca del vacío.
Ahora los llama mi nombre:
¡Ven aquí, nariz de Elena!
¡Ven aquí, brazo de Elena!
Sólo la bacinica sigue firme cubriendo la cabeza
que sonámbula rueda en el valle de huizaches.
¿Hay todavía un puntapié sobrante?
¿Ya nadie llega a jugar a la pelota?
¿Nadie olvidó un buen escupitajo de colmillo
para la cabeza que rueda entre huizaches?
¡Elena!
Los llama mi nombre:
¡Vengan aquí, mano pierna pescuezo!
Hace años que bailan separados
en la tierra de los escupitajos.
¿Hay alguien que guarde todavía un gargajo
para ese ojo cerrado a gargajazos?
¡Elena!
La voz viene del centro profundo de mi ombligo.
Hay quien vive adentro del ombligo y me llama.
La voz corre para atrapar los pies que corren
entre huizaches
y las manos que bailan el baile loco de los dedos locos
sin pizarra, sin lápiz, sin niño, sin amante.
Me busco. Me encuentro.
Colgado de una rama seca está uno de mis labios.
Y ahora por allí corre la lengua
que recitaba las lecciones del colegio:
Rosa, rosae…
¿Qué hará allí, tan lejos del pizarrón,
tirada en el valle de huizaches?
¡Elena!
Me busco. Me encuentro.
Nadie levanta la bacinica que cubre paisajes,
pájaros vistos en deslumbrantes copas,
el pico de la estrella de la cual colgaba yo
y las sílabas de mi nombre meciéndome hacia un pasado
y un futuro los dos de oro
antes de estar aquí, gritándote a ti mismo
en los huizaches.
Tampoco hay que mirar por el agujero de la aorta.
¡Señores, un mecate para ligarlo bien!,
para que nunca más se llegue al centro de ese corazón
que yace luna roja caída en el llano de huizaches
¿Les gustará a las damas y a los caballeros
tumbado, iluminando de rojo a los huizaches
en el valle en el que rueda mi ombligo
como antes rodaron canicas llamándome?
¡Clic! !Clic! !Clic!
¡Elena!
Mi espinazo blanco avanza como víbora
hacia el pozo negro del vacío.
¿Hay algún tacón de raso,
de esos piadosos tacones de raso que llevan las señoras
para que aplaste su cabeza?
¡Rosario y decencia en mano, hubo damas!
¡Chequera y decencia en mano, hubo caballeros!
El llano, este llano, es para los pelados.
Las damas y los caballeros viven en avenidas
de cartón y beben sangre de indio.
¡Elena!
Me busco. Hay tiempo, el pozo está lejos todavía.
Los dientes separados de la encía avanzan a saltitos.
Hasta que caiga el último de ellos,
hasta que caiga la solemne campanilla que presidió
al paladar y a la palabra, no podré responderte.
¡Elena!
Te digo que me busco, que me encuentro.
Espera hasta que llegue al pozo negro la última de las uñas.
¡Es largo el llano de huizaches!
¡Es ancho el llano de huizaches!
¡Se tarda uno siglos en cruzarlo!

Elena Garro (1916-1998)
Cristales de tiempo.
Poemas inéditos
Edición, estudio preliminar y notas
de Patricia Rosas Lopátegui.
Centenario del nacimiento
De Elena Garro (1916-2016)
Universidad Autónoma de
Nuevo León, Monterrey, 2016.

Sábado

Merma

Olvidé cómo eras; sólo tengo algunos
atributos de tu rostro y partes de tu voz.
Es bastante si pienso que mirarte era desafío
y que temía a tus manos. La muerte despista
a la memoria; lo que de ti recuerdo
ha ido llenándose de otras razones.
Quiero que te parezcas a mí y lo consigo;
le doy a tu severidad rasgos humanos
y a tu poder de padre, tu corazón de huérfano.
No he podido gritar desde tu muerte y
este largo silencio me ha convertido,
al fin, en hija tuya.
Me pregunto qué falta para decirte: aquí estoy,
adelgazo mis nervios para no importunar
tus manos quietas; ya no les tengo miedo
y ahora quisiera llevármelas al rostro:
ésta soy yo, papá.
Tú, en cambio, no sabes que te pienso.
No se mueven los huesos en tu tumba,
Sólo se desmoronan; se hace vieja tu muerte.
Y yo voy siendo otra, y otra.

Rocío González (1962-2019)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.
Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.

Domingo

Valium 10

A veces (y no trates
de restarle importancia 
diciendo que no ocurre con frecuencia)
se te quiebra la vara con que mides
se te extravía la brújula
y ya no entiendes nada.
El día se convierte en una sucesión
de hechos incoherentes, de funciones
que vas desempeñando por inercia y por hábito.
Y lo vives. Y dictas el oficio
a quienes corresponde. Y das la clase
lo mismo a los alumnos inscritos que al oyente.
Y en la noche redactas el texto que la imprenta
devorará mañana.
Y vigilas (oh, sólo por encima) 
la marcha de la casa, la perfecta 
coordinación de múltiples programas
–porque el hijo mayor ya viste de etiqueta 
para ir de chambelán a un baile de quince años 
y el menor quiere ser futbolista y el de en medio 
tiene un póster del Che junto a su tocadiscos–.
Y repasas las cuentas del gasto y reflexionas, 
junto a la cocinera, sobre el costo
de la vida y el ars magna combinatoria 
del que surge el menú posible y cotidiano.
Y aún tienes voluntad para desmaquillarte 
y ponerte la crema nutritiva y aún leer 
algunas líneas antes de consumir la lámpara.
Y ya en la oscuridad, en el umbral del sueño, 
echas de menos lo que se ha perdido:
el diamante de más precio, la carta 
de marear, el libro
con cien preguntas básicas (y sus correspondientes respuestas) para un diálogo
elemental siquiera con la Esfinge.
Y tienes la penosa sensación
de que en el crucigrama se deslizó una errata
que lo hace irresoluble.
Y deletreas el nombre del Caos. Y no puedes 
dormir si no destapas
el frasco de pastillas y si no tragas una
en la que se condensa,
químicamente pura, la ordenación del mundo.

Rosario Castellanos (1925-1974)
Obras, tomo II. Poesía, teatro, ensayo.
FCE, Madrid, 1974.


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