Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria
Lunes
Ramón López Velarde (1888-1921) escribió “La suave patria” en el año de su muerte, cuando se cumplía el primer centenario de la consumación de la Guerra de Independencia. Nadie ha presentado una visión del país más rica ni más sugerente. En el sordo optimismo de los versos de López Velarde, que describen una patria entrañable y tangible, tal vez reside la fascinación creciente que este poema causa entre los lectores. Hay motivos para el desaliento, pero también para la esperanza. Hay también una nueva manera de hacer poesía: sobre los hombros de López Velarde y de José Juan Tablada se alzan todos nuestros poetas hasta este día.
La suave patria
Proemio
Yo que sólo canté de la exquisita
partitura del íntimo decoro,
alzó hoy la voz a la mitad del foro,
a la manera del tenor que imita
la gutural modulación del bajo
para cortar a la epopeya un gajo.
Navegaré por las olas civiles
con remos que no pesan, porque van
como los brazos del correo chuan
que remaba la Mancha con fusiles.
Diré con una épica sordina:
la patria es impecable y diamantina.
Suave patria: permite que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.
Primer acto
Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tu cielo, las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.
El Niño Dios te escrituró un establo
y los veneros del petróleo el diablo.
Sobre tu capital, cada hora vuela
ojerosa y pintada, en carretela;
y en tu provincia, del reloj en vela
que rondan los palomos colipavos,
las campanadas caen como centavos.
Patria: tu mutilado territorio
se viste de percal y de abalorio.
Suave Patria: tu casa todavía
es tan grande, que el tren va por la vía
como aguinaldo de juguetería.
Y en el barullo de las estaciones,
con tu mirada de mestiza, pones
la inmensidad sobre los corazones.
¿Quién, en la noche que asusta a la rana,
No miró, antes de saber del vicio,
del brazo de su novia, la galana
pólvora de los fuegos de artificio?
Suave patria: en tu tórrido festín
luces policromías de delfín,
y con tu pelo rubio se desposa
el alma, equilibrista chuparrosa,
y a tus dos trenzas de tabaco sabe
ofrendar aguamiel toda mi briosa
raza de bailadores de jarabe.
Tu barro suena a plata, y en tu puño
su sonora miseria es alcancía;
y por las madrugadas del terruño,
en calles como espejos, se vacía
el santo olor de la panadería.
Cuando nacemos, nos regalas notas,
después, un paraíso de compotas,
y luego te regalas toda entera,
suave patria, alacena y pajarera.
Al triste y al feliz dices que sí,
que en tu lengua de amor prueben de ti
la picadura del ajonjolí.
¡Y tu cielo nupcial, que cuando truena
de deleites frenéticos nos llena!
Trueno de nuestras nubes, que nos baña
de locura, enloquece a la montaña,
requiebra a la mujer, sana al lunático,
incorpora a los muertos, pide el Viático,
y al fin derrumba las madererías
de Dios sobre las tierras labrantías.
Trueno del temporal: oigo en tus quejas
crujir los esqueletos en parejas,
oigo lo que se fue, lo que aún no toco
y la hora actual con su vientre de coco,
y oigo en el brinco de tu ida y venida,
oh trueno, la ruleta de mi vida.
Intermedio
Cuauhtémoc
Joven abuelo: escúchame loarte,
único héroe a la altura del arte.
Anacrónicamente, absurdamente,
a tu nopal inclínase el rosal;
al idioma del blanco, tú lo imantas
y es surtidor de católica fuente
que de responsos llena el victorial
zócalo de ceniza de tus plantas.
No como a César el rubor patricio
te cubre el rostro en medio del suplicio:
tu cabeza desnuda se nos queda,
hemisféricamente de moneda.
Moneda espiritual en que se fragua
todo lo que sufriste: la piragua
prisionera, el azoro de tus crías,
el sollozar de tus mitologías,
la Malinche, los ídolos a nado,
y por encima, haberte desatado
del pecho curvo de la emperatriz
como el pecho de una codorniz.
Segundo acto
Suave patria: tú vales por el río
de las virtudes de tu mujerío;
tus hijas atraviesan como hadas,
o destilando un invisible alcohol,
vestidas con las redes de tu sol,
cruzan como botellas alambradas.
Suave patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como a niña que asoma por la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.
Inaccesible al deshonor, floreces;
creeré en ti, mientras una mexicana
en su tápalo lleve los dobleces
de la tienda, a las seis de la mañana,
y al estrenar su lujo, quede lleno
el país del aroma del estreno.
Como la sota moza, Patria mía,
en piso de metal, vives al día,
de milagro, como la lotería.
Tu imagen, el Palacio Nacional,
con tu misma grandeza y con tu igual
estatura de niño y de dedal.
Te dará, frente al hambre y al obús,
un higo San Felipe de Jesús.
Suave Patria, vendedora de chía:
quiero raptarte en la cuaresma opaca,
sobre un garañón, y con matraca,
y entre los tiros de la policía.
Tus entrañas no niegan un asilo
para el ave que el párvulo sepulta
en una caja de carretes de hilo,
y nuestra juventud, llorando, oculta
dentro de ti el cadáver hecho poma
de aves que hablan nuestro mismo idioma.
Si me ahogo en tus julios, a mí baja
desde el vergel de tu peinado denso
frescura de rebozo y de tinaja,
y si tirito, dejas que me arrope
en tu respiración azul de incienso
y en tus carnosos labios de rompope.
Por tu balcón de palmas bendecidas
el Domingo de Ramos, yo desfilo
lleno de sombra, porque tú trepidas.
Quieren morir tu ánima y tu estilo,
cual muriéndose van las cantadoras
que en las ferias, con el bravío pecho
empitonando la camisa, han hecho
la lujuria y el ritmo de las horas.
Patria, te doy de tu dicha la clave:
sé siempre igual, fiel a tu espejo diario;
cincuenta veces es igual el Ave
taladrada en el hilo del rosario,
y es más feliz que tú, patria suave.
Sé igual y fiel; pupilas de abandono;
sedienta voz; la trigarante faja
en tus pechugas al vapor; y un trono
a la intemperie, cual una sonaja:
la carreta alegórica de paja.
Ramón López Velarde (1888-1921)
Martes
¿Recuerdas cómo era la lluvia…?
¿Recuerdas cómo era la lluvia
cuando aún no nos besábamos?
Era julio
y el moribundo cielo
se rasgaba.
Nos miramos tras la reja
muchas veces,
antes de que el fruto
se abriera.
Nos subimos al puente del aroma
para probar el naranjo
en nuestra sed,
y no saciaba.
No saciaban los hielos
en el vaso
ni el cántaro de vino
ni la miel.
Nos bebíamos el filo
de la lluvia
en la ropa,
en el paraguas,
y el clamor no cesaba.
Recorrimos las calles,
los planetas,
buscando el vértica
del agua.
No la hallamos.
Intentamos la espuma,
la neblina,
el vidrio de la madrugada,
las fibras del rocío,
la escarcha,
la vibración de la nieve…
Nada.
Ni una gota que calmara
la fiebre.
No hubo otro modo:
cerramos los ojos
y dejamos que el beso
nos llamara.
Ethel Krauze (1954)
Se llama…
Se llama, llama, amor, esta dulzura
que pacífica enciende nuestras sienes
y se vuelve voraz, mientras sostienes
el temblor que revela mi cintura.
Se nombra, lumbre, amor, esta locura
de sabernos heridos y sin bienes,
pero ricos en sendos parabienes
que en el cuerpo y el alma hacen hondura.
Se dice, dicha, amor, a este tormento
que se pasa enlazando tu figura
al follaje febril de mi premurar,
donde apenas te alcanzo y no te tiento.
Se abraza, amor, la brasa eterna, pura,
y no admite razón por argumento.
Ethel Krauze (1954)
También nosotros hablamos de la rosa…
También nosotros hablamos de la rosa,
no de la rosa de los vientos
ni la celeste rosa de la aurora,
sino la rosa que abrimos
con nuestros cuerpos unidos en el agua,
en los pétalos del agua que yacen bocarriba,
bocabajo,
coloreando las ventanas del mundo.
La nuestra es una rosa de agua
y de cuerpos atados en secreto mientras alguien la sueña.
Es la rosa ciega de los ríos sin salida,
la rosa penetrada,
labrada,
imán de la hondanada,
oscurecida por el mosto de amor
con que se riegan los párpados nacientes,
la salada rosa de los labios abiertos
bajo el botón del ombligo.
Asómate ahora a tu jardín,
verás con cuanto ardor te mira.
Ethel Krauze (1954)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.
Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.
Miércoles
Primer día de vacaciones
Nadaba yo en el mar y era muy tarde,
justo en ese momento
en que las luces flotan como brasas
de una hoguera rendida
y en el agua se queman las preguntas,
los silencios extraños.
Había decidido nadar hasta la boya
roja, la que se esconde como el sol
al otro lado de las barcas.
Muy lejos de la orilla,
solitario y perdido en el crepúsculo,
me adentraba en el mar
sintiendo la inquietud que me conmueve
al adentrarme en un poema
o en una noche larga de amor desconocido.
Y de pronto la vi sobre las aguas.
Una mujer mayor,
de cansada belleza
y el pelo blanco recogido,
se me acercó nadando con brazadas serenas.
Parecía venir del horizonte.
Al cruzarse conmigo,
se detuvo un momento y me miró a los ojos:
no he venidoa buscarte,
no eres tú todavía.
Me despertó el tumulto del mercado
y el ruido de una moto
que cruzaba la calle con desesperación.
Era media mañana,
el cielo estaba limpio y parecía
una bandera viva
en elmástil de agosto.
Bajé a desayunar a la terraza
del paseo marítimo
y contemplé el bullicio de la gente,
el mar como una balsa,
los cuerpos bajo el sol.
En el periódico
el nombre del ahogado no era el mío.
Luis García Montero (1958)
Los espejos
A Luis Muñoz
No importa si has dormido poco o mucho,
los espejos del hotel nunca perdonan
y son como animales de montaña
que no aceptan el trato de los hombres.
La luz de los espejos familiares
se apiada de nosotros, sin embargo,
nos ayuda a fingir, y por afecto
o por costumbre llega a perdonarnos.
Yo sé que los espejos son el agua
estancada de un río que se mueve.
Y he visto cómo el sol que reverbera
puede ocultar el cieno de las sombras.
Pero quien mira al fondo de sus ojos
ve las grietas del tiempo, las arañas
de un pasado que surge de improviso
en mañanas de hotel y nos ofende.
Para qué contestar. Cierra los ojos,
porque no hay otra cosa que envejezca
peor que tu mirada.
Luis García Montero (1958)
El lugar del crimen
Más allá de la sombra
te delatan tus ojos,
y te adivino tersa,
como un mapa extendido
de asombro y de deseo.
Date por muerta
amor,
es un atraco.
Tus labios o la vida.
Luis García Montero (1958)
Antología poética
(1980-2005)
Universidad de las Américas,
Puebla, 2006.
Jueves
Pasos de cristal, albahaca
y yerba santa
A Emilio Fuego
I
Es el tiempo del aroma de la albahaca.
Nace de mis manos el cenzontle
su vuelo dibuja señales:
manto de pétalos.
Los ángeles rojos
muestran el filo de sus alas,
sus abanicos.
Aroma en los pliegues de la noche.
El oído despierto
avanza por remolinos y puentes
hasta llegar a la orilla del cielo.
Ahí, arde la piel, no distingue
lagarto de tigre, quetzal de guanábana
porque toca con los ojos.
La noche también se quema,
incendia de alborozo el cuerpo.
Las gotas rojas se hacen pétalos,
llovizna sobre la cabellera.
Del roce del silencio
nace el árbol de las garzas.
II
Mis hombros: dos remos
me llevan hasta la orilla
cerca del brillo del agua sobre la roca.
Desde la barca, contemplo
un semblante de niña
esperando la caricia de una voz,
un silabeo.
Albahaca y yerba santa,
aromas del camino de agua.
III
De la orilla
nacen lirios para el tacto,
cenzontles,
alabanzas para la lengua.
Traigo luz en las manos.
Me enciendo porque me place.
Tan cerca de la voz del viento
la voz del tigre que hoy se vuelve
de papel humedecido.
Pasa lo que pasa, más allá de mi deseo,
albahaca y yerba santa
yerbas buenas.
El agua del río parece la misma de siempre
llora porque las piedras no se ablandan.
El ruido del tren alegra.
La bruma estremece el cuerpo.
El agua pierde su forma
se desborda y ahoga lo que a su paso crece.
IV
Muero bajo la sombra de un árbol.
Recibo la pregunta de los pájaros.
Las rocas responden.
Sobre mi cama duerme una nube
la observo desde el techo de mi habitación
aroma de yerbabuena…
Una corteza azul se abre, ilumina de amarillo
la punta de mi lengua.
Camino con rostro de luna llena.
Entro por los bordes del cielo,
danzo, canto,
recibo alimentos azules.
Eurídice Román de Dios (1959)
En Marco Antonio Acosta,
Nueva antología de poetas tabasqueños
contemporáneos. Tomo II.
Universidad Juárez Autónoma
de Tabasco, México, 2006.
Viernes
Bellísima
Y si uno de esos ángeles
me estrechara de pronto sobre su corazón,
yo sucumbiría ahogado por su existencia
más poderosa.
Rilke, de nuevo
Óigame usted, bellísima,
no soporto su amor.
Míreme, observe de qué modo
su amor daña y destruye.
Si fuera usted un poco menos bella,
si tuviera un defecto en algún sitio,
un dedo mutilado y evidente,
alguna cosa ríspida en la voz,
una pequeña cicatriz junto a esos labios
de fruta en movimiento,
una peca en el alma,
una mala pincelada imperceptible
en la sonrisa…
yo podría tolerarla.
Pero su cruel belleza es implacable,
bellísima;
no hay una fronda de reposo
para su hiriente luz
de estrella en permanente fuga
y desespera comprender
que aún la mutilación la haría más bella,
como a ciertas estatuas.
Eduardo Lizalde (1929-2022)
Caza mayor / XIX
Silla, no me engañas;
estás ahí,
me espías.
Conoces mis debilidades,
sabes lo que soy,
que pienso, que camino,
pertenezco a un género de bestia
que necesita a ratos
sentarse,
que soy mortal en suma,
estoy tocado,
que los dioses no requieren de sillas.
Silla, tú también cazas,
tú eres también la muerte,
contigo misma me domas
y te parapetas contra mí
como en el circo se hace con caducos leones.
Pero yo lo sé, vigilo, duermo de pie,
bebo en la barra, estoy alerta.
Eduardo Lizalde (1929-2022)
Caza mayor / XXIV
Los tigres mueren
pero las ratas proliferan, bullen y dan flor
(hay cinco por cada hombre, seiscientas mil
por cada tigre).
Pero pronto el mar será de ratas, mar de pelo
y no de agua:
asaltarán todas las torres, Edgar,
una gran turbonada, una ola negra,
el mar en una ola
de viscosas, grasas, enceguecidas,
salvajes, espantosas, persistentes, fuertes ratas
cubrirá todas las playas y serán pasto suyo
las ciudades
–se fraguan, concreto armado, las alucinaciones de Camus–;
las urbes trémulas verán caer ganados, hombres,
trigos, pájaros, libélulas.
Y a distancia, la Tierra será un blanco, bello ovoide,
una madeja de huesos,
como ciertas rosas o esferas de marfil
talladas finamente por los chinos.
Eduardo Lizalde (1929-2022)
Los fulgores del tigre
Lectorum, México, 2019.
Sábado
El limonero lánguido suspende
El limonero lánguido suspende
una pálida rama polvorienta,
sobre el encanto de la fuente limpia,
y allá en el fondo sueñan
los frutos de oro...
Es una tarde clara,
casi de primavera,
tibia tarde de marzo
que el hálito de abril cercano lleva;
y estoy solo, en el patio silencioso,
buscando una ilusión cándida y vieja:
alguna sombra sobre el blanco muro,
algún recuerdo, en el pretil de piedra
de la fuente dormido, o, en el aire,
algún vagar de túnica ligera.
En el ambiente de la tarde flota
ese aroma de ausencia,
que dice al alma luminosa: nunca,
y al corazón: espera.
Ese aroma que evoca los fantasmas
de las fragancias vírgenes y muertas.
Sí, te recuerdo, tarde alegre y clara,
casi de primavera
tarde sin flores, cuando me traías
el buen perfume de la hierbabuena,
y de la buena albahaca,
que tenía mi madre en sus macetas.
Que tú me viste hundir mis manos puras
en el agua serena,
para alcanzar los frutos encantados
que hoy en el fondo de la fuente sueñan...
Sí, te conozco tarde alegre y clara,
casi de primavera.
Antonio Machado (1875-1939)
Poesías completas.
Editores Mexicanos Unidos,
México, 1994 (1ª reimp.)
Serenata
Por las orillas del río
se está la noche mojando
y en los pechos de Lolita
se mueren de amor los ramos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche canta desnuda
sobre los puentes de marzo.
Lolita lava su cuerpo
con agua salobre y nardos.
Se mueren de amor los ramos.
La noche de anís y plata
relumbra por los tejados.
Plata de arroyos y espejos.
Anís de tus muslos blancos.
Se mueren de amor los ramos.
Federico García Lorca (1898-1936)
Obras completas
Aguilar, Madrid, 1960.
Domingo
El puente
Me duele recordar
que invento mis recuerdos
como si fueran capítulos
de una historia de amor.
En todos estás tú,
envejeciendo,
contándome otra vez
la sorpresa de la tarde.
Y no estás porque no existes en un cuerpo.
Existes hoy y ahora en esta línea
que quiso darte forma de palabra.
Estoy sobre tu página en blanco.
Tienes un nombre y tu nombre es todo
lo que no puedo escribir. Me faltan sílabas,
no entiendo qué vocales escapan a la voz
ni qué motivos guarden en la huida.
Me duele recordar que no comprendo
de dónde vino la rutina del decir
ni el tiempo que nos cerca en esta hoja
al invento, al autor y al inventado.
Carmen Nozal (1964)
Viernes santo
La brevedad de esta sombra no le corresponde a nadie. Es una aparición en la bahía. Sale detrás del cerro como capa de rey en época de luto y avanza hasta los pies de la oración. Se repite la sombra en su trayecto sin luna ni sol que la ilumine. Todos los viernes sntos alguien la ve pasar como la sombra de un curandero.
Carmen Nozal (1967)
Puntos suspensivos
Son perdonaderas vestidas de negro que cuando arrastran los pies se confunden con el polvo. La piel del tambor se ha llenado de arrugas. Golpes de pecho escuchan las campanas. Por mi culpa. Por tu culpa. Por su culpa. Viene la procesión cantando entre el humo de la tarde mientras el maíz se muere en manos de la desconfianza.
Carmen Nozal (1967)
Celebración
El futuro se recrea:
nace de mis ojos en todo lo que veo,
en cada nube, en cada ola, en cada gota de lluvia
disolviéndose en un rostro.
A veces, lo descubro
como una pena azul en el rincón del tiempo,
apolillado de luz en el centro de la noche
con apariencia inútil pero tan necesario
para que miren los ángeles lo que sucede en la tierra.
Ojos embarazados de visiones
son estos comentarios
que viajan más adentro de lo que ven afuera
del tiempo ese ser extraño y contundente
que pudo ser llamado “Señor de la inclemencia”.
Aunque no sean los ángeles me miran los sonidos.
Los escucho
aglomerarse en las páginas
o danzar solitarios sobre un escritorio antiguo,
testigo de palabras
que no sobrevivieron a la voz de la escritura.
Flecha de doble punta en movimiento
es este mito: la eternidad
con su capa invisible
en la frente de una estatua, en manos de la vejez,
en el ombligo de la memoria,
deja su sentencia
como quien deja la tierra cuando se duerme.
No importa si mañana
amaneciera otra vez
en la herida circular
en el manantial de la sangre.
Importa el aire
y su respiración como plegaria.
Porque siempre hay otra página
en blanco como una pluma,
para dejar que las piedras salgan de nuestros ojos.
Entonces,
abriremos la puerta como abren la boca
los que acaban de nacer.
Carmen Nozal (1967)
Poesía reunida 1991-2021
Nieve de Chamoy / Mastodonte,
México, 2021.
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
(+52)55 5208 2526
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