Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido (Copiar)

Lunes, 01 de mayo de 2023
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

El baile es una cosa que, como usté no la sienta por dentro no la puede hacé. Hay que sentí unas cosquillitas por dentro y tené también unas buenas palmitas. Y tené un toquecito y un cantecito porque, sin la cuchara, el puchero no se puede comé. Ese puchero con sus fideítos, ¿se puede comé sin cuchara?, ¿verdad que no? Pues to eso hace falta pa un buen baile… (Tía Juana, “La del Pipa”)

Me casé con un hombre que era mu trabajadó y mu bueno, pero mu cerrao. Era marinero, como tantos hombres del barrio, pero, como además bebía como mis hermanos, me maltrataba y me pegaba. Y no era porque tuviera celos de que yo mirara a otros hombres, ¡no, qué va! Él tenía celos de mi familia porque decía que lo que yo ganaba era pa mi gente y él lo quería pa vino. ¡Que yo había pasao muchas duquelas [cansancio al cantar, falta de voz], ¡mu malitas! ¡Muchas fatigas! Yo estuve casá ¡treinta y cinco años!, pero me separé de él por lo menos quince veces. Y me llamaba y me juntaba porque era muy gracioso, pero ya le cogí miedo…
…Pa mí el cante es una herencia y un ambiente. Se tienen cualidades, predisposiciones, pero pa cantá bien se requiere un ambiente, un clima y un aprendizaje al lao de los mayores porque el cante, al fin y al cabo, es una transmisión oral…
…A quien me gusta cantarle es a los cristos. A las vírgenes, no. Cuando veo tantos mantos, tanto oro, tanto lujo, eso no me conmueve. A mí me gusta cantá a los cristos, con esos pies en cueros, esa carita amoratá de sufrí, esos golpes, esa cruz… ¡eso es que me muero! Yo quisiera llevármelo a mi casa, pelearme con la gente y llevármelo… (Encarnación, “La Sallago”)

…Y es que yo siempre he sío un cantaó de fiestas, de cuartos, de bodas y bautizos, y sobre to de ventas, porque yo no he salío de Jerez hasta que ya fui bastante mayó. La primera vez que canté en un teatro, si aquello se pue decí que era un teatro, era un corralón donde cantábamos y luego allí mismo encerraban las cabras… (Tío Gregorio, “Borrico de Jerez”)

…Porque, pa ganarme la vida yo tenía que hacé de to, claro. Me metía dentro de la cueva y echaba las cartas. Bueno, usté ya sabe, adivinaba lo que ca una quería que le dijera, y eso era lo que les decía. A las extranjeras les decía que iban a conocé un gitano muy guapo y que se iban a enamorá y esas cosas así. Hombre, yo intentaba decirle a ca uno lo que yo creía que le gustaba. Además, les decía que lo que yo les había adivinao no deberían decírselo a nadie, pues si lo decían no se cumpliría el sueño…
…nosotros vivíamos de lo que ganaba mi marío, vendiendo con la borriquilla, o en los tratos, o de las lechuguillas que vendía con vinagre pa los que subían a las cuevas. Y de lo poco que yo ganaba con las danzas, porque en las danzas pagaban mu poco… (Antonia “La Gallina”)

…Y hay letras que me hacen llorá de verdá. Y me tengo que asujetá porque se me caen las lágrimas de lo que me entra en el corazón, del desgollipamiento que me entra, porque es verdá, porque hay letras que llegan a esa cruz que yo tengo en el corazón o a esa cosa que yo tenía en mi cuerpo. Y he salío cantando y he salío llorando… (Tía Anica, “La Piriñaca”)

…Yo, con diez años, ya me buscaba la vida cantando por los bares o, si venía un circo, cantaba lo que fuera. Y así me fui haciendo en reuniones de señoritos muchas veces caprichosos, y otras, con buenos aficionaos, que respetaban a los artistas. De todo había…
…El cantaó que es aficionado de verdá canta por necesidá. Hombre, también se canta por dinero porque hay que viví, pero el cantaó cantaó canta porque lo necesita. Necesita sacá fuera lo que tiene dentro porque, verás, yo llevo desde que me puse malo hace once años ya sin cantá, bueno, pues por las noches yo canto sin pronunciá palabra, pero yo canto por dentro, porque lo necesito, porque m’acuerdo de cuando estaba en la fiesta aquella o en Los Califas, en la venta Antequera o en cualquier sitio y canto las mismas letras y con la misma gente. Y ya ves, estoy solo y sin podé pronunciá ningún cante. Canto con el pensamiento… (Perrate de Utrera)

Manuel Herrera Rodas
Flamencos. Viaje a la generación perdida
Editorial Almuzara, Córdoba, 2022.

Martes

Sofía

Sofía descompuso los relojes y se nos vino encima la eternidad,
con sus demonios y sus grillos y sus lágrimas gordas y toda su pereza.
Sofía me deletrea y se equivoca,
está ebria y pregunta por mí, y nadie, ni siquiera la luna,
le responde.
El cristal que la cubre me refracta. Me estoy volviendo otro, Sofia, no me dejes aquí.
Y canta, ajena a su eternidad, joven para siempre, como un hermoso tigre disecado.

Rocío González (1962)

El animal

En el extremo ardor yo soy el animal
herido por la flecha sagrada
y él lame mi sangre en un festín
impúdico y vehemente. No hay combate.
Soy su presa y me ofrezco:
en su hambre está mi plenitud
(este hecho simple lo tambalea)
mi cuerpo, en su violenta floración
no duda, y él entiende. Cuando acepta
mi carne y se sacia, lo sabemos.
Cada uno ofrece su nombre.
EL AMOR ES UN CONOCIMIENTO ANÓMALO.

Rocío González (1962)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.

Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.

Miércoles

Las palabras XIII

Se estremece dentro el corazón
me asaltan pavores de muerte
miedo y temblor me invaden
un escalofrio atenaza
ciertamente
ellos encontraron a sus padres
extraviados.
Hasta el pajarillo ha encontrado casa.
Desdichado y agónico
estoy desde mi infancia
he soportado tus terrores
y ya no puedo más
me envuelven como el agua
todo el día.

Eduardo Mosches (1944)

XIV

Costaba respirar debido al polvo
que se levantaba
los zapatos
corrían rápidamente
ante las nubes gaseosas que se alzaban
como hongos
esparciendo a su alrededor un olor intenso y picante
Los gritos se hicieron más bruscos
empezaron a arder mis ojos
los crucé con la mano
queriendo sacarme esa especie de venda húmeda
que me hacía lagrimear.
Mirando entre rodillas
lloraba junto a otros
que intentaban levantarse.
Sonaron muchos disparos
los cuerpos se derrumbaban
buscaba la mano de mi padre perdida
sentí un fuerte golpe en el pecho
quedé sin respirar
mientras caía lento al empedrado
la sangre comenzó a invadir mi camisa
muy cálida
como leche de cabra.
Cerré mis dedos en una piedra.
Después se volvió todo
brillante y negro.
La oscuridad ganó.

Eduardo Mosches (1944)

Las palabras XIV

Confusión y verguenza sobre aquellos
que andan buscando mi vida
vuelvan atrás
y queden confundidos
los que mi mal maquinan.
¿Es que no ven
lo que hay detrás de ellos?
Pero te asombras y ellos se mofan
y cuando se les recuerda
no recuerdan.
Me golpetea el corazón
las fuerzas me abandonan
y la luz de mis ojos falta.
Abismo que llama al abismo
en el fragor de tus cataratas
todas tus olas y tus crestas
han pasado sobre mí.

Eduardo Mosches (1944)
Los tiempos mezquinos.
Prólogo de Sandra Lorenzano.
VersodestierrO, México, 2022 (2ª ed.)

Jueves

De agua

La vida no es un río sino un mar
no corre hacia ninguna parte
se mueve apenas
cuando hace viento o hay luna
nosotros navegamos a través suyo
de repente cazamos una tortuga
sin hambre
disparamos a las gaviotas
vamos diciendo adiós
Por buscar continentes perdemos islas.

Agustín Cadena (1963)

Temascal

Al principio había humedad, paños blancos,
hacía frío.
Al final de un túnel estaba la vida.
Todo era negro pero dorado,
naranja en las rodillas y en las sienes,
y olía a sangre, a jugos,
a vida nunca derramada.
Al fondo de aquello estaba la energía,
los ojos del jaguar detrás del agua.
La oscuridad era pequeña y sin fronteras.
Vertimos en nuestros cuerpos flores blancas,
el agua caliente del pulso solar.
Sonaban metales dentro del mundo,
murciélagos rojos, palomas abrasadas.
Se sentía la carne de la tierra.
Ahí dentro nació la primavera.

Agustín Cadena (1963)

Chacala

Abril llegó con un collar de lágrimas y flores.
Los demás se fueron antes.
Dejaron su ropa a los cangrejos y se fueron;
no esperaron aquella última luna.
La playa fue más grande y alguien dijo:
"No es cierto, nadie vuelve".
Quiero recordar tu ser de marzo,
tan diferente, por inmenso, al de otros meses:
tu voz fluyendo con la vida,
tu corazón mojando con su sangre; las hamacas;
la cocina de madera llena de frutas,
el pescado para el día en el fregadero,
bajo el chorro de agua.
Fuimos casi los últimos en irnos.
La hierba había borrado los caminos.
Nadie subió más a las palmeras.

Agustín Cadena (1963)
Orgía de palomas.
UNAM, México, 1993.

Viernes

ix

Un día me escribió:

[…]
¿Sabes?: el llanto es una de las formas de decirte lo feliz que soy, que me has hecho sentir mujer desde el fondo de mi ser y que soy tuya nada más.
No se cómo expresarme y hacerte comprender lo profundo, intenso y maravilloso que es amarte, tocarte, sentirte, tenerte, besarte. Eres... ¿Qué más?
Estoy enamorada de ti.
Yo

xiii

Desde que partió me han parecido siglos de ausencias. El caleidoscopio de mi vida se ha convertido en tonos grises que giran caprichosos en cada espacio de mi existencia. Paso por lugares que fueron nuestros y ella, simplemente, no está. Hay momentos en que el vacío se llena de lágrimas que corren, cansadas, a esconderse en las tardes silenciosas.
Todo acabó. Es la historia de amor mil veces repetida.
Se llevó mis tardes, se llevó mis latidos, se llevó mi esencia.
Aquí estoy, solo, rodeado por mi propio silencio.

Eduardo Matos Moctezuma (1940)
Erectario
Cuadernos del Armadillo
Tacámbaro y México / mmxxii

Sábado

El descenso

TE PALPO, te toco, y las yemas de mis dedos,
habituadas a seguir siempre las tuyas, sienten en la
oscuridad que descendemos. Han cortado todos los
puentes y las cordilleras se hunden, el Pacífico se
hunde, y sus restos caen ante nosotros como caen
los restos de nuestro corazón. Frente a la muerte
alguien nos ha hablado de la resurrección.
¿Significa eso que tus ojos vaciados verán? ¿que mis
yemas continuarán palpando las tuyas? Mis dedos
tocan en la oscuridad tus dedos y descienden como
ahora han descendido las cumbres, el mar, como
desciende nuestro amor muerto, nuestras miradas
muertas, como estas palabras muertas. Como un
campo de margaritas que se doblan te palpo, te
toco, y' mis manos buscan en la oscuridad la piel
de nieve con que quizás reviviremos. Pero no,
descendidas, de las cumbres de Los Andes sólo
quedan las huellas de estas palabras, de estas
páginas muertas, de un campo largo y muerto de
flores donde les cordilleras como mortajas blancas,
con nosotros debajo y aún abrazados, se hunden. 

EL PACÍFICO se desprende de la línea de la costa y
cae. Fue primero la cordillera y ahora es el mar que
cae. Desde la costa hasta el horizonte cae. En una
tierra enemiga es cosa común que los cuerpos
caigan, que el mar se desprenda de la costa y caiga
como las margaritas que gimen escuchando a las
cordilleras hundirse donde el amor, donde tal vez
el amor Zurita gime llorando porque en una tierra
enemiga es cosa común que el Pacífico se derrumbe
boca. abajo como un torso roto sobre las piedras.

LOS ANDES son estrellas muertas en el fondo del
mar de piedras. El Pacífico también es una estrella
muerta en el fondo del mar de piedras. Debajo de
las piedras el sepulcro del mar y de las cordilleras
es como una noche cuajada de margaritas y
estrellas muertas. Las estrellas muertas de Los Andes
y del Pacífico se cruzan en el fondo de las piedras.
Las margaritas se doblan ante la cruz y gimen. En
una tierra enemiga es cosa común que las estrellas
formen una cruz sobre nuestras caras muertas.

ESTÁN LA CORDILLERA de Los Andes y el Pacífico
abrazados debajo de las piedras. Las margaritas
crecen en la primavera. Tal vez la primavera crezca.
Tal vez las montañas y el océano abrazados se
levanten desde debajo de las piedras y sean las
margaritas de la nueva primavera. Bruno, Susana,
tal vez sus cuerpos se levanten desde debajo de las
piedras. En una tierra enemiga es cosa común que
las margaritas sostengan la nieve que quedó de los
caídos cuerpos en la primavera. 

TE PALPO, te toco, y las yemas de mis dedos buscan
las tuyas porque si yo te amo y tú me amas tal vez
no todo esté perdido. Las montañas duermen abajo
y quizás las margaritas enciendan el campo de
flores blancas. Un campo donde Los Andes y el
Pacífico abrazados en el fondo de la tierra muerta
despierten y sean como un horizonte de flores
nuestros ojos ciegos emergiendo en la nueva
primavera. ¿Será? ¿será así? las margaritas continúan
doblándose sobre el mar difunto, sobre las grandes
cumbres difuntas y en la oscuridad, descendidos,
como dos envanecidas pieles que se buscan, mis
dedos palpan a tientas los tuyos porque si yo te
toco y tú me tocas tal vez no todo esté perdido y,
todavía, podamos adivinar algo del amor. De todos
los amores muertos que fuimos y de un campo de
flores que crecerá cuando nuestras mortajas blancas,
cuando nuestras mortajas de nieve de todas las
montañas hundidas nos besen boca abajo y nos
vuelvan para arriba las erizadas pestañas.

Raúl Zurita (1950)
Mi mejilla es el cielo estrellado. Antología
Prólogos y selección por
Jacobo Sefamí y Alejandro Tarrab
Editorial Aldvs, México, 2004.

Domingo

De “Poesía de anticipación”

4. Pajarera

Alas rojas– temblaron tus labios
en el cielo
rojo
de mi rojo anhelo,
y roja una bandada de ósculos
batió su revuelo
en el rojo limbo
de mi corazón;
trinaron los pajaros
rojos –en el tul de venas tejidas
que borda la plata
de mi carne azul–
su gorjeo escarlata...
y quedaron cautivos y opresos
mis gestos de amor,
en el aire cantor
y en la pluma de luz de tus besos.

Arturo Rivas Sainz (1905-1985) 

9. Perspectiva

Dentro de pocos años
he de volver mi vista hacia el presente
y he de reírme... ¡Qué
miniados se ven desde la altura
los nudos de cristal de la corriente
que amarran los vellones
de la espuma
en un enlace azul de corazones!
¡Como nudos de seda
se enredan en ovillos
las hojambres de mínima arboleda!
Pero ahora siento
inmensamente:
en mi alma se tamiza
la ráfaga del viento,
y recojo los zumos del relente
en la nieve de luz de tu sonrisa.
Todo es ahora grande y soberano:
el pulso azul del cielo
descargado
en la mejilla de verdor del llano,
y el índice azulenco del riachuelo.
Ahora tengo el pecho
colmado a borbotones
de colores, perfumes
y canciones;
pero un día
dentro de pocos años,
rebasaré sus tenues aledaños
y... he de reírme.

Arturo Rivas Sainz (1905-1985) 

12. Close up

Yal arrojar los pétalos
de la estrujada rosa,
volaron de tus manos
mil palomas
ingrávidas
y rojas
y húmedas
y temblonas,
con alas
como hojas
escarlata
que parecieran plétora de plumas
pringadas de luciêrnagas de grana.

Arturo Rivas Sainz (1905-1985)
Poesía de la poesía
Prólogo de Ricardo Castillo
UdeG / FCE, Guadalajara, 1998.


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