Lunes
Pueblerina
Al volver la cabeza sobre el lado derecho para dormir el último, breve y delgado sueño de la mañana, don Fulgencio tuvo que lacer un gran esfuerzo y empitonó la almohada. Abrió los ojos. Lo que hasta entonces fue una blanda sospecha, se volvió certeza puntiaguda.
Con un poderoso movimiento del cuello don Fulgencio levantó la cabeza, y la almohada voló por los aires. Frente al espejo, no pudo ocultarse su admiración, convertido en un soberbio ejemplar de rizado testuz y espléndidas agujas. Profundamente insertados en la frente, los cuernos eran blanquecinos en su base, jaspeados a la mitad, y de un negro aguzado en los extremos.
Lo primero que se le ocurrió a don Fulgencio fue ensayarse el sombrero. Contrariado, tuvo que echarlo hacia atrás: eso le daba un aire de cierta fanfarronería.
Como tener cuernos no es una razón suficiente para que un hombre metódico interrumpa el curso de sus acciones, don Fulgencio emprendió la tarea de su ornato personal, con minucioso esmero, de pies a cabeza. Después de lustrarse los zapatos, don Fulgencio cepilló ligeramente sus cuernos, ya de por sí resplandecientes.
Su mujer le sirvió el desayuno con tacto exquisito. Ni un solo gesto de sorpresa, ni la más mínima alusión que pudiera herir al marido noble y pastueño. Apenas si una suave y temerosa mirada revoloteó un instante, como sin atreverse a posar en las afiladas puntas.
El beso en la puerta fue como el dardo de la divisa. Y don Fulgencio salió a la calle respingando, dispuesto a arremeter contra su nueva vida. Las gentes lo saludaban como de costumbre, pero al cederle la acera un jovenzuelo, don Fulgencio adivinó un esguince lleno de torería. Y una vieja que volvía de misa le echó de esas miradas estupendas, insidiosa y desplegada como una larga serpentina. Cuando quiso ir contra ella el ofendido, la lechuza entró en su casa como el diestro detrás de un burladero. Don Fulgencio se dio un golpe contra la puerta, cerrada inmediatamente, que le hizo ver las estrellas. Lejos de ser una apariencia, los cuernos tenían que ver con la última derivación de su esqueleto. Sintió el choque y la humillación hasta en la punta de los pies.
Afortunadamente, la profesión de don Fulgencio no sufrió ningún desdoro ni decadencia. Los clientes acudían a él entusiasmados, porque su agresividad se hacia cada vez más patente en el ataque y la defensa. De lejanas
tierras venían los litigantes a buscar el patrocinio de un abogado con cuernos.
Pero la vida tranquila del pueblo tomó a su alrededor un rimo agobiante de fiesta brava, llena de broncas y herraderos. Y don Fulgencio embestía a diestro y siniestro, contra todos, por quítame allá esas pajas. A decir verdad, nadie le echaba sus cuernos en cara, nadie se los veía siquiera. Pero todos aprovechaban la menor distracción para ponerle un buen par de banderillas; cuando menos, los más tímidos se conformaban con hacerle unos burlescos y floridos galleos. Algunos caballeros de estirpe medieval no desdeñaban la ocasión de colocar a don Fulgencio un buen puyazo, desde sus engreídas y honorables alturas. Las serenatas del domingo y las fiestas nacionales daban motivo para improvisar ruidosas capeas populares a base de don Fulgencio, que achuchaba, ciego de ira, a los más atrevidos lidiadores.
Mareado de verónicas, faroles y revoleras, abrumado con desplantes, muletazos y pases de castigo, don Fulgencio llegó a la hora de la verdad lleno de resabios y peligrosos derrotes, convertido en una bestia feroz. Ya no lo invitaban a ninguna fiesta ni ceremonia pública, y su mujer se quejaba amargamente del aislamiento en que la hacía vivir el mal carácter de su marido.
A fuerza de pinchazos, varas y garapullos, don Fulgencio disfrutaba sangrías cotidianas y pomposas hemorragias dominicales. Pero todos los derrames se le iban hacia dentro, hasta el corazón hinchado de rencor.
Su grueso cuello de Miura hacía presentir el instantáneo fin de los pletóricos. Rechoncho y sanguíneo, seguía embistiendo en todas direcciones, incapaz de reposo y de dieta. Y un dia que cruzaba la Plaza de Armas, trotando a la querencia, don fulgencio se detuvo y levantó la cabeza azorado, al toque de un lejano clarín. El sonido se acercaba, entrando en sus orejas como sua tromba ensordecedora. Con los ojos nublados, vio abrirse a su alrededor un coso gigantesco; algo así como un Valle de Josafat lleno de prójimos con trajes de luces, La congestión se hundió luego en su espina dorsal, como una estocada hasta la cruz. Y don Fulgencio rodó patas arriba sin puntilla.
A pesar de su profesión, el notorio abogado dejó su testamento en borrador. Alli expresaba, en un sorprendente tono de súplica, la voluntad postrera de que al morir le quitaran los cuernos, ya fuera a serrucho, ya a cincel y martillo. Pero su conmovedora petición se vio traicionada por la diligencia de un carpintero oficioso, que le hizo el regalo de un ataúd especial, provisto de dos vistosos añadidos laterales.
Todo el pueblo acompañó a don Fulgencio en el arrastre, conmovido por el recuerdo de su bravura. Y a pesar del apoge luctuoso de las ofrendas, las exequias y las tocas de la viuda, el entierro tuvo un no sé qué de jocunda y risueña mascarada.
Juan José Arreola (1918-2001)
Narrativa completa.
Prólogo de Felipe Garrido.
Alfaguara, México, 1997.
Martes
Kenopsia
I
Dicen que cuando te toca, ni aunque te quites y cuando no, ni aunque escarbes donde antes hubo, donde antes el Hades, ahora el humo abotargado y tranquilo centellea. Los lugares se mueven, no es el agua la que corre sino el lecho. No las lianas que lamen la sal de las paredes sino paredes las que ceden y se derrumban por los siglos hasta una imagen titulada "lugares abandonados". Y esto, al parecer, nos pone muy tristes.
II
Mi padre muerto vino el otro día.
Me dejó dos cobijas y una almohada
y se volvió a morir como solía.
Hernán Bravo Varela
Vacía. La calle está vacía, vaciada la gente tras los muros, bajo tierra o en ovillos al cuenco de un manantial de lluvia. Echa giros de nube, la gente, que en la banqueta solía, en la esquina de la plaza, espera, las plazas no tienen esquinas, pero ahora tan incierto el tiempo la temperatura la templanza que éstas nacen. Solía, dije, la gente. Andar. Ahora el silencio, ese armadillo, persigue. Murmura, muerde, ladra en las hojas abiertas, en las pústulas. Plantas. De luz y verde antiguo. Brotan del concreto, abren las banquetas, forran bancas, aceitan pipas, taggean con salitre las paredes, bailan sobre la cornisa, gritan por los tragaluces, descansan a la sombra de una barra, donde gente solía, donde trabajo y desempleo, donde también hay sol y revienta, donde algunas, muy pocas, irrigan populosas cuentas de Instagram con balcones diamantinos, desde los cuales veces, a lo lejos se alcanza a ver, con una jornada que se extiende como pitayas rondando por el suelo hasta una hora incalculable, a una mujer que acomoda en su chiquihuite los días. Hechos a mano, bien tiernitos. A diez pesos la bolsa o llévese dos por quince, ya para terminar.
III
Entre tantos oficios ejerzo éste que no es mío.
Juan Gelman
Mi camino es el mismo que el del panadero
el del alfilador
el de la secretaria
y ahora me lleva
a la tarde.
Harto ya
Seguramente
de mi croar sin rumbo
un día me llevó
a un supermercado.
Allí estaba Juan Gelman
sosteniendo un frasquito
transparente
como el mal que estaba a punto
de quebrarle el cuerpo.
Con la voz rota
de quien ha practicado
su debut en el Bar Chapala
y lo arruinó, le dije
Maestro.
Él sonrió y me preguntó:
¿Vos también escribís?
El lugar estaba a reventar de huesos.
Una lágrima arrojada al escenario
dio las gracias
y ambas salimos corriendo
a alcanzar el camino,
quien se quedó mirando
hacia la noche
mientras pensaba y a ésta
qué mosca le picó.
IV. Ante la ley
El metrobús me escupió
en alguna calle de la Roma.
Efraín González Luna aún trabajaba
en mi cabeza su traducción de Kafka:
"Ante la ley se yergue el guardián de la puerta".
¿Lo tradujo del inglés o del francés?
Del alemán no porque no sabía.
En eso más o menos andaba
cuando un estacionamiento me habló:
¡Señorita!
Ya nadie me dice así.
Señorita, disculpe.
Siguiendo ese milagro
llegó otro: Lyn May
tras la reja
agitaba las uñas y giraba instrucciones
breves y precisas,
amabilísima
y absoluta.
Soy fan de su trabajo,
atiné.
Gracias, linda.
¿Puedes timbrar en el cuatro
y decirles que si me abren?
Timbré.
Un hombre atendió.
Buenas tardes,
dice la señora que si le abren.
Obnubilada por mi triunfo
--salvé la vida de Lyn May—
seguí mi camino
sin siquiera detenerse a observar
cómo una mujer que ha esperado
toda una vida
a cruzar por esa puerta
la miraba ahora cerrarse para siempre.
V
Resulta que al vidrio le ha dado
por amarme.
Un día estuve en una calle de Berlín.
Al transitarla, una ventana
estalló como un fresno de lluvia
sobre mi cabeza.
Me sentí bendecida.
Hágase en mí
según tu palabra.
Yo venía de haber tirado
una lámpara de lava
en una juguetería.
Contra todo pronóstico
el tubo explotó
en la alfombra
y compradores
y empleados
se incendiaron un momento
como si nunca
se hubiera quebrado algo
en Alemania.
Yo los vi, divertida,
y pagué, menos divertida,
16 euros con las manos
astilladas por los copos
de la tarde.
Geraldine metió la Luna
a un barecito y la estrelló
contra el techo,
nos devolvió algo
de su cara oculta.
Cuando volví a casa,
los 126 tragaluces protestaron
y descendió
su aliento de nube
condensada
como granizo
en mi escritorio.
Incluso dejaron
una hiedra
suspendida.
Hoy rompí la pantalla
del celular al tirarla
sobre la banqueta.
Dio en un punto
estratégico.
La foto donde salimos
tú y yo haciendo radio
parece de pronto vieja
y doblada
y a punto
de desaparecer
como si estuviéramos
transmitiendo
con voz rota
la noticia sobre
un satélite
que explotó
tras su despegue,
pero en realidad
esa imagen
sigue intacta a diferencia
del Centenario.
Xitlalitl Rodríguez Mendoza (1982)
Poesía morosa
Prositas de amor contra el SAT
Ícaro Ediciones
Chilpancingo, 2022.
Miércoles
La cierva
Soñé que el ciervo ileso pedía perdón
al cazador frustrado.
Nemen Ibn el Barud
De pronto
tú recostada en un claro del bosque
manjar sereno
¿Intacto?
Tensé el arco
y disparé
sobre ti
rápidas palabras
red para cazar lo inasible.
Pero ninguna letra
fue salpicada por tu sangre:
entre un adjetivo y otro
saltaste
más veloz que la luz de la flecha.
Una vez más
mi palabra no alcanzó a la Poesía.
Ilesa,
sobre la rama de un árbol
pero con lágrimas en los ojos,
me suplicas:
"inténtalo de nuevo,
inténtalo de nuevo".
Tentaciones de san Héctor
Señor:
He pecado.
La culpa la tiene Santa Dionisia,
la secretaria de mi devoción,
quien día a día
me exhibía sus piernas
—la más fina cristalería—
tras la vitrina de seda.
Pero cierta vez
Santa Dionisia llegó sin medias,
dejando el vivo cristal al alcance de la mano.
Entonces las niñas de mis ojos
—desobedeciendo la ley divina—
tomaron una copa,
quedando ebrias en el acto.
¡Qué ardor sentí
al beber
con la mirada
el vino de esas piernas!
Por eso, Señor,
no merezco tu paraíso.
Castígame; ordena que me ahogue
en el fondo de una copa.
La comezón del séptimo año
[Tentaciones en el cine]
Señor:
devuélveme la luz
a cualquier precio.
Mira:
una noche
descendí
a la noche de un cine.
La imagen que allí se apareció
era más bella que la virgen:
irradiaba tanta luz
que causó la envidia de la copa
—su vestido.
Dos gardenias (sentadas junto a mí) se marchitaron.
¿Por qué los pies brillaban más
que el charol de los zapatos?
Los subtítulos decían:
Si roca de cristal no es de Neptuno,
Pavón de Venus es, cisne de Juno.
Pero aunque el ángel era custodiado
por arcángel de saco y sombrero,
el Diablo —disfrazado de viento—
metió sus dedos
debajo de la falda,
que luego levantó
para mostrarnos
el incendio
del templo.
Tanto ardían las desnudas columnas
que el pequeño cardenal
que siempre me acompaña
se puso aún más rojo
…a noticia de todos llegó que era el día del Juicio, fue a ver cómo los lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos, por no llevar al tribunal testigos contra sí…
y yo a gatas buscaba, entre carcajadas y aplausos…
la salida del infierno.
Palabra de corrector
Señor:
Bendice a los redactores improvisados,
bendice también los dedos de las tipógrafas
que bailan sobre las teclas;
bendice, especialmente, a los escritores sin ortografía,
porque gracias a ellos existimos los correctores.
Señor, hiciste un mundo apresurado.
Ninguna obra maestra, debes saberlo,
se escribe en siete días.
Por si decides corregir tu creación
te dejo mi tarjeta.
Héctor Carreto (1953-2024)
Antología general de la poesía mexicana.
Poesía del México actual.
De la segunda mitad del siglo XX
a nuestros días.
Selección, prólogo y notas
de Juan Domingo Argüelles.
Océano, México, 2014.
Jueves
Trilingüe
(al menos en un poema)
¿Cuál es la tendencia de moda?
What's the trending topic on Twitter?
I'm not saying I will go on it and follow everybody around.
Lo que quiero decir es que nunca supe
el significado de ‘popular’.
Lo que quiero decir es que no me interesa saber
cuál es el tema actual porque probablemente
no me interesa.
¿Apático? Sí.
Así nos decía un profesor en la secundaria,
Y el de matemáticas nos decía holgazanes.
¿Holgazanes? Tal vez, no me molesto en buscar
la definición porque no tengo tiempo.
En la película francesa ‘Amélie’, una chica
ya no busca el amor, simplemente vive la vida,
y una serie de sucesos desafortunados,
que me recuerda a una tragicomedia que se llama vida.
Todos somos ‘Amélie’, o tenemos un amigo
o una amiga como Amélie.
Tu mon amie,
Petite Amélie.
J’adore Paris, J'adore Amélie.
Then I remember Mrs. Cherry taught me French
for only a semester, but she taught me English
long enough to learn it.
And I was never a popular kid in school,
I never tried to be.
Y recuerdo que olvidé dos contraseñas
de mi cuenta en Twitter, y entonces me di cuenta
lo inútil que es si puedo leer The New York Times
o cualquier otra fuente de información.
Lo que quiero decir es que para Amélie,
quien vive sola, es más interesante observar
a los vecinos desde la ventana,
y es más interesante que un vecino te diga
a dónde ir cuando estás perdido.
Yo saludo por la mañana a los pequeños ingenuos
diciendo: ‘Salut! Comment ça va?’
Pero, ¿te digo un secreto?
Je ne parle pas français!
Molly Brown y el señor azul ficticio
conversan de todo y nada frente a mi neuralgia
La visión corta empieza a fallarme.
Desfallezco en la hora menos pensada.
Me pregunto si te preguntas lo mismo.
Redundo,
consciente o inconscientemente, qué más da.
Mis manos fotogénicas reniegan del resto,
y de la neuralgia.
Pienso en la cadena alimenticia de la clase de ciencia.
Productor y consumidor.
—¿Qué ve? Digame.
—¡Peligro!
Me hago a la mar con un talismán de jade.
La inhundible Molly Brown intenta rescatarme.
El señor azul ficticio intenta cooperar,
pero la visión corta aún me falla.
Conversamos.
Me pregunto si Molly sabe que el señor azul es ficticio.
Mis manos fotogénicas reniegan del ruido,
exigen silencio.
Pienso en la cadena alimenticia,
en el depredador.
Redundo.
Molly y el señor azul ficticio parecen rendirse.
Reímos y suplico:
dejemos la comedia para los comediantes,
que yo dejaré la poesía para los poetas.
Está lloviznando
Está lloviznando en la casa,
los jarrones se han llenado de nostalgia,
cuelga un recuerdo en la pared.
Está lloviznando bajo la mesa.
¿Dónde se escondió el gato para comer?
Está lloviznando en el cuarto de María,
y el agua corre por las escaleras,
mientras una cucaracha
vuela a su guarida.
Está lloviznando
cuando hay sol afuera,
y María reniega
de la luna llena.
El desierto
El desierto no sabe la hora,
gira en forma centrifuga bajo la constelación de Orión.
Los rayos ultravioleta desnublan cada capa.
Un águila avanza en espiral-fósil con la corriente ascendente
de aire caliente, masa de antaño.
El desierto no sabe la hora, y sin embargo, la hormiga trabaja de sol jasombra!
El desierto no sabe la hora, pero la sombra de un cardenche gira en espiral
descendente.
El desierto no sabe la hora,
pero un irritila observa la constelación de Kesíl,
y sabe que el tiempo es obsidiana.
El desierto no sabe la hora, pero sabe algo que la luna calla.
El desierto sabe de mareas,
en el eco de las pisadas de cada ser vivo
de flora y fauna.
Eder E. Rangel
Indemorfable
El Astillero Libros
Torreón
Groppe Imprenta,
Guadalajara, 2022.
Viernes
Rima IV
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas, pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
Continúa el mismo asunto
Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;
pues ambos atormentan mi sentido;
aqueste con pedir lo que no tengo
y aquel con no tener lo que le pido.
Sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695)
Telegramas1
Quiero pensarte muerta
y que tu muerte sea
un plagio de mi canto2
Como los niños:
a jugar con barro.
Pondremos
las lágrimas tú y yo.
No habrá escasez de polvo.3
Al arder inventamos las cenizas.4
Tienes la edad del mundo
y ni un minuto menos
pero te ves más joven.5
Estar solo es perder el sitio
andar a la intemperie.
Dame un aquí en tu cuerpo.6
Muchacha desnuda
te voy a escribir
un poema-guante.7
En tu prisa por crecer
echaste alas y raíces
qué vas a hacer?
Ulalume González de León (1932-2009)
Frente al mar
1
¿La ola no tiene forma?
En un instante se esculpe
y en otro se desmorona
en la que emerge, redonda.
Su movimiento es su forma.
2
Las olas se retiran
¿ancas, espaldas, nucas?
pero vuelven las olas
¿pechos, bocas, espumas?
3
Muere de sed el mar.
Se retuerce, sin nadie,
en su lecho de rocas.
Muere de sed de aire.
Octavio Paz (1914-1998).
Sábado
¿Sabes por qué se queman los periódicos sobrantes?
—para que no haya prueba—,
igual que incineran a las que no aparecen,
rengas dejan las versiones.
¿En el principio fue el verbo?
¿Después la carne?
Sí,
porque primero hablaron
y después vino el cuello.
¡El cuerpo de la mujer fue hallado sin vida!
¡El cuerpo de la mujer fue hallado sin vida!
Así una y otra vez
se repite el encabezado del periódico.
¿Fue hallada sin vida?
duda que no alcanza
chayote,
pan,
hueso,
huesitos,
no.
¿Dónde todas?, ¿dónde acomodan la ropa?
la lavada,
la planchada,
despercudida
que desde hace años
venimos guardando.
Y va de nuevo el voceador:
¡El cuerpo de una mujer fue hallado sin vida!
y el sujeto activo de esa oración
¿Dónde?
¿A qué hora?
¿Quién le da rostro?
¿Nosotras?
En las calles,
planchando el miedo,
cuidándonos los pasos.
No aparece nadie a corregir la nota
antes de que se vaya a prensa.
¿Cómo se pronuncia la palabra impunidad?
sin que se escupa saliva al término de gesticular dos D seguidas.
Se atropella la palabra desde la lengua como no queriendo salir.
¿Cómo se dibuja el miedo?
para mí son un montón
de cruces rosas adornando las calles,
se escribe así: feminicidio.
Pero así no se pronuncia,
es mejor decir: se calló,
se tropezó al cruzar la calle,
se degolló a sí misma,
se le escapó una bala,
se desmembró
porque ya le cansaba el peso de las piernas,
de los pechos,
de la cara.
Se dice así,
y se coloca en la sección de nota roja,
después es número que difuminan para no alterar.
Hoy es uno de esos días en los que no cabemos,
ni siquiera en este arenoso terreno conocido
podemos nombrarnos,
—preguntar—,
¿qué lugar ocupo en estos números?
Se llama cáncer pero no se multiplica vía sanguínea,
con esta enfermedad hay que caminar de puntitas,
viajar de ilegal por aquello que fue arteria.
Recuerdas: ¿para qué se queman los periódicos?
Sí, para borrar expedientes
¿clínico, penal?
Por eso lo único que sabes de la muerte de los próceres es:
"Falleció en aquella ciudad tal día,
sus restos descansan en la Rotonda de los Hombres Ilustres".
Anarquistas,
rebeldes,
montón de señores dadores de patria.
¿Patria?
Próceres fallecidos de forma natural,
otros de angina de pecho,
envenenamiento prolongado,
igual a cáncer de páncreas,
hígado,
leucemia.
El bien morir es derecho de pocas,
si eres revoltosa nada se sabrá de tus cueros.
Nunca se supo de qué murió Ricardo un telegrama anunció:
"Ricardo Flores Magón murió repentinamente
a las cinco de la mañana de enfermedad cardiaca".
Librado Rivera murió de tétanos,
Daniel Cabrera, hemiplejía.
Entre uno y otro nadie
sabrá si murieron de cancer o de espera.
Pero, ¿de qué murieron ellas?
Juana
María
Andrea
Sara
Margarita
Elisa Dolores
Barremos sus tumbas como quien desempolva
actas de defunción que no han sido levantadas.
Entumidas husmeamos las razones del deceso,
separamos con alfileres los sumarios rancios,
la necropsia no varía de una a otra,
manchas del Padre que nadie borró.
Sin darnos cuenta cavamos la fosa en cada marcha,
mítines que disimulan el golpe.
Enamorarse al filo de los treinta,
mientras mi madre agonizaba.
La sujetaba del brazo y leía tu carta
en la que tiras todas las piedras sin esconder la mano.
Pero no, no atiné a recoger ninguna,
las dejé rodar por las calles de una ciudad que se hunde.
Y así me hundo,
aunque camino por la orilla de este lago,
me hundo.
De nada sirve nadar,
este charco no camuflajea los temblores.
Mi madre murió, y te conté,
era mi forma de decir: así ando descalza por la casa.
Entiendo muy poco del cáncer, también del amor.
Pero ambos van de cerca,
recorren los mismos vasos sanguíneos
y al final ni el naproxeno ni la morfina
calman las fiebres que comparten.
Entiendo poco de estas dos enfermedades
como tampoco entiendo
por qué me calma pasar mis manos por tu cabello,
poner mi cara sobre tu barba,
porque no sé si nombrar a las muertas
es regresar a los locales que ya manoseamos.
Pronunciamos a las difuntas,
las contamos,
enumerarlas para decir: aquí estamos,
en otro tiempo,
pero estamos.
Ahora nos toca contar con todo lo que se tenga:
palas,
guantes,
calcetas,
zapatos,
en alguna de estas prendas se dibujará un rostro,
olfato certero que delata los harapos,
porque a veces el corazón se queda donde olvidas los aretes.
Más de una vez he mirado los rostros de las madres
buscando los gestos de sus hijas en la tierra.
Hay otras maneras de morir
pero el cáncer más largo
es el que no halla funeral para llorar,
en el sur tiene finta de coronel
que se pasea con los chivos,
barbacoa que no se come porque es pura bala,
soldaditos de plomo que corretean a las muchachas,
trueques de becerros por vestidos.
Y así nos miran sin mirar,
nos oyen sin chistar,
cuchicheo de miradas,
pestañeo que no cuenta.
Aunque sean ellos los que siembran la amapola,
aquí lo liberal nunca ha sido tan mexicano.
Yelitza Ruiz (1986)
Lengua materna
El ala del tigre 02
UNAM, México, 2020.
Domingo
Espermaceti
Para Lelé
1.
Una ballena es un país de fronteras difusas,
un país que no aparece en los mapas,
que bien podría estar inscrito
en la “Breve guía de lugares imaginarios”
entre Balnibarbi (tierra de hombres distraídos)
y Barataria (la ínsula que el Quijote encomendó a Sancho Panza).
Vista desde arriba una ballena es una isla de piedra
flotando a la mitad del océano.
2.
En el agua los cachalotes son fantasmas grises,
afuera son negros casi púrpuras con pecas amarillas.
Las ballenas tienen la barriga llena de bichos,
una ballena puede hospedar a más de siete mil.
Las ballenas también son una casa.
3.
Hay al menos dos ballenas blancas.
La primera navegó los océanos reales de 1820,
provocó el hundimiento del barco ballenero Essex.
Según el explorador Jeremiah Reynolds
esta ballena respiraba diferente al resto,
su chorro de agua se elevaba en otro ángulo
y llevaba una corona de percebes en la cabeza.
La segunda navega los mares imaginarios de 1851,
navega las páginas de un libro,
navega la furia de un capitán cojo,
loco, vengativo, un capitán del silencio.
4.
Dicen los libros que un cachalote pesa cuarenta toneladas.
Eso no puede ser cierto:
un cachalote es ligero y blando
como todo lo que no sabe tener dueño.
Una ballena es un país:
no pesa porque no tiene anatomía, tiene geografía.
5.
Ballena azul ballena gris ballena de Groenlandia
ballena minke ballena
piloto ballena franca
ballena jorobada
beluga
cachalote enano
pigmeo ballena
narval ballena.
Las nombramos pero no sabemos cómo son.
Las ballenas siempre están en otra parte.
6.
Nadie sabe por qué los cachalotes tienen en la cabeza una sustancia parecida al esperma. Los científicos adivinan que la voluminosa cavidad en su frente es un balastro biológico, un contendor de aceite que cambia de densidad según la temperatura. Tal vez es el centro del sistema de sonido que usan para navegar y comunicarse. O el aceite sirve a los machos para amortiguar los golpes que se dan en la cabeza unos a otros o contra los barcos balleneros.
¿Es la cabeza de las ballenas un mecanismo de flotación?
Sí.
Y es una bocina.
Y es un tope.
7.
¡Apretar, apretar, apretar, durante toda la mañana! Apreté aquel aceite de esperma hasta que casi me fundí en él, hasta que me invadió una extraña suerte de locura y me encontré, sin darme cuenta, apretando en él las
manos de los que trabajaban conmigo, confundiéndolas con suaves glóbulos.
Las ballenas también son suaves glóbulos.
8.
En 1989 los hidrófonos de la marina estadounidense
detectaron un sonido en las profundidades:
una ballena que canta a 52 hercios,
mucho más alto que otras ballenas,
un poco más alto que la nota más baja de una tuba.
Nadie responde, nadie sabe quién es.
Esta ballena está deforme,
es un híbrido, está sorda,
su canción está rota,
es una tuba.
La última ballena de su especie, ballena tuba.
No sabemos qué cosa aman las ballenas, pero sabemos
que el corazón de un cachalote es del tamaño de un coche pequeño.
9.
Las ballenas se parecen a nosotros.
Lloran cuando secuestran a sus hijos,
son 97% agua,
cada familia habla su propio lenguaje,
tiene caries, son polígamas,
permanecen horas suspendidas en diagonal,
acurrucadas unas sobre otras.
Cuando sueñan las ballenas
son delicadas flores de pétalos de carne.
10.
Hay una escultura ecuestre de Teddy Roosevelt a la entrada del Museo Americano de Historia Natural.
Cazador conservacionista, dice la placa.
¿Qué dice de nosotros que asesinemos lo que
deseamos conservar?
11.
Las ballenas fueron animales terrestres,
caminaron en tierra firme en forma de pakicétidos:
zorritos peludos con pezuñas y cola gruesa
que podían escuchar debajo del agua.
12.
No todas las ballenas tienen dientes.
Las ballenas azules no comen,
absorben, filtran,
tienen dos filas de barbas de queratina,
dos peines paralelos de cuatro metros.
Abren la boca y entra el mundo.
Rompen el mundo.
Así como nosotros tenemos muelas del juicio,
tenemos apéndice, se nos pone la carne de gallina,
ellas tienen un hueso donde estuvo alguna vez
la pelvis de sus peludos antepasados.
El esqueleto de la ballena no se parece a la ballena
Pero la diferencia no le estorba.
13.
Así como las frutas se bastan a sí mismas
las ballenas no necesitan nada que no contengan.
14.
Las ballenas no se parecen a nosotros.
Cada familia habla su propio lenguaje,
pero no cantan para lastimar.
Son polígamas, pero no saben mentir.
Sus dientes son troncos:
si cortas uno a la mitad puedes leer en él la edad de la ballena.
Las ballenas se parecen más a las secuoyas de California que a nosotros.
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