Bazar de asombros: "Memoria de Al Mutanabbi (II y último)", por Hugo Gutiérrez Vega

Domingo, 15 de Junio de 2014
Hugo Gutierrez Vega
Foto: Fuente: La Jornada Semanal. Fotografía: Suena México

La prepotente cultura occidental cristiana olvida siempre que gracias a los pueblos árabes se salvó el incalculablemente rico tesoro del pensamiento griego y grecolatino. Córdova fue la capital intelectual de la península ibérica y, junto con Bagdad, guardó celosamente los manuscritos de la Antigüedad clásica y sentó las bases de la cultura islámica. La lista de filósofos, científicos, médicos, especialistas en hidráulica, arquitectos, pedagogos e historiadores que dieron una resplandeciente vida intelectual a Córdova es impresionante. Los occidentales soslayan estos hechos culturales y, con soberbia imperialista, califican de bárbaros e incultos a los pueblos que vienen de la tradición cultural islámica.

Sigo con mi homenaje al poeta nacional de la lengua árabe, Al Mutanabbi. Consiste en dos poemas que intentan recuperar algunos de los temas del Diván del gran poeta. 

Variaciones sobre una “Mujtathth” 

de Al-Sharif Al-Radi

Pasaré la noche con el inmenso desierto 

que hay entre mí y el estar contigo.

Era el tiempo en que se nos abría el paraíso

en todos los minutos del día.

Días de minutos largos,

de palabras recién conocidas.

El ojo de la magia les daba una iluminación irrepetible.

Y sucedió después que el paraíso era un engaño de la luz,

que a los amigos les bastaba un segundo para morirse,

que los amores llevaban dentro una almendra agria.

En la noche el paraíso sigue abriendo su rendija,

un fantasma de la luz,

el que hace que los amigos estén siempre aquí,

que los amores se conformen con su almendra agria,

que el corazón no rompa a aullar en la montaña.

*

Esa noche escuchamos el graznido de los cuervos del destino presagiando la partida.

Esa noche que, aunque siendo de verano, nos impidió pasar las horas en el terrado 

escuchando la voz del poeta joven.

Esa noche los lobos anduvieron cerca de la casa y al inicio de la madrugada

las flechas sombrías se clavaron en la puerta.

Se escuchó el gemido de las gacelas perseguidas por la sombra

y se agrió la leche en los pechos de las madres.

Rodearon los presagios el lecho de la madrugada y el nuevo día nació llorando.

El viento dijo que la separación se acercaba a la puerta.

Los cuervos no graznaron en vano:

antes de que el sol descubriera una pequeña parte de su rostro la casa quedó vacía.

Desde el terrado te vi correr hacia la montaña. Se fue perdiendo la música de tus ajorcas.

Ahora la pena ocupa nuestro lecho.

Cómo encontrar reposo durmiendo sobre los guijarros de la soledad no deseada.

Cómo vivir con la certidumbre de que la ausencia ha puesto sitio a nuestra casa

ya en sombra.

(I de II)

En estos días se está celebrando en varias universidades de los países árabes una serie de coloquios, conferencias y lecturas de quien debe considerarse el poeta nacional de la lengua árabe, Al Mutanabbi. Hace muchos años estudié su obra en Londres y escribí un homenaje que reúne el pensamiento filosófico con la luminosidad lírica. Según afirma Fitzgerald, su Diván (así se le llama a la obra poética reunida), presenta dificultades derivadas de los arcaísmos que utiliza y de las palabras nuevas que inventa, cuando el tesoro tradicional de la lengua no le entrega lo que necesita. Clásico e innovador, ha sido convertido en un maestro de vida y algunos fragmentos de sus obras han pasado al terreno de la pedagogía y al mundo de las reflexiones sobre la vida humana.

En su homenaje publico estos dos poemas:

Poema para el Diván de Al Mutanabbi

para Carlos Monsiváis

Acusado de profeta a pesar de que siempre dijiste que sólo

podías cantar lo presente.

Recibiste los dones de Hamdanind Sayf al-Daula 

y más tarde recorriste a pie y con los ojos cubiertos de

arena el camino de Egipto.

Fueron pequeños los grandes deseos en la época

de tu grandeza

y grandes los deseos pequeños en el último tramo

de tu desolación.

Quedó enterrado tu corazón joven en el camino de Shiraz.

Para encomiar tus cantos aúlla en la noche el chacal de

los deseos pequeños.

Sumergido tu corazón joven en el río de las sombras.

Samarcanda

1

La ciudad azul y blanca

bajo la luna de los mongoles.

Aquí no se mira la luna.

El palacio del emperador inmortal

aparece en la claridad de la tarde.

Estamos parados cerca de las tumbas;

comemos higos con una especie de ansiedad.

Samarcanda tiene un jardín por inventar.

–Ginsberg vio un jardín semejante

entre las piedras negras de México–.

Se puede inventar un poema del tamaño del jardín,

comer dátiles y echar los huesecillos

en la tumba del emperador que va a vivir siempre.

Las tumbas no están frías.

En una de ellas cabe la cópula

de un joven y una mujer madura

–pelo blanco y grupa de galera fenicia–.

Fuera del palacio los uzbekos venden

semillas de girasol, panalitos, higos.

Desde aquí se levantan el grito de los buitres 

     del profeta y la torre de Bujara.

Igual que en México, 

en China y el Perú,

aquí las voces humanas son huecas

como los caracoles donde el mar se finge mar

en las playas de Cozumel.

2

Uluj-Beg para ver las estrellas

abrió un profundo camino

al centro de la tierra.

3

El muecín me dijo en su cansancio:

escribirá un poema sobre nuestra ciudad;

dirá que nos conoce al darse cuenta

de que nunca estuvo entre nosotros.

Como respuesta abrí la boca

y devoré un racimo de uvas amarillas.

En la noche soñé que ni el muecín ni yo

podíamos inventar plegarias nuevas.

4

A las cinco de la mañana

caminé por el corredor del templo Scha-sinda.

La luna estaba en Dushambé.

Soñé bajo un pedazo de cielo abierto.

La estrella bajó la vista.

Me recorrió el calosfrío claro.

5

Hablar de la ciudad-camino.

¿Quién me dice que estuve?

Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2014/06/15/sem-bazar.html


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