"El poeta de todos", por Herman Bellinghausen

Lunes, 10 de Febrero de 2014
"El poeta de todos", por Herman Bellinghausen
Foto: Academia Mexicana de la Lengua

De los tres grandes polígrafos de nuestro siglo XX (siendo los otros dos Alfonso Reyes y Octavio Paz) José Emilio Pacheco fue siempre el que estuvo más cerca de su público, dentro de lo posible en un país donde pocos leen. Si alguna obra literaria contemporánea merece el abusado calificativo de entrañable, está en sus narraciones de infancia, que también sirven de puerta a sus otros libros para las generaciones recientes. Y su labor de historiador–divulgador–antologador lo vuelve maestro nacional a la altura de sus admirados Altamirano, Prieto, Zarco, Riva Palacio; su legado es pertinente y generoso con los autores pasados y los lectores futuros; su viaje a bibliotecas y archivos lo realizó con sabiduría y corazón. Pero el motor de su obra formidable es la escritura poética, principio y fin. Algo indica que trabajara tan interminablemente en los Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot, su piedra filosofal.

Mucho se escribe estos días sobre Pacheco. Desde recuerdos personales (cuánta gente guarda uno, o varios, prueba de que el presunto misántropo era un animal social, divertido además, contra lo que sugeriría la sucesión de versos apocalípticos y descorazonados que son su sello), hasta valoraciones hiperbólicas (poeta nacional le han dicho). Por no repetir sobre mojado, se cita aquí la sensata caracterización apuntada por Jorge Fernández Granados (Confabulario, suplemento de El Universal, 2/02/2014) sobre el desarrollo de una de las obras poéticas más influyentes de México:

“No me preguntes cómo pasa el tiempo fue un autoexamen, giro de 180 grados que declaró al poeta y a su obra como subproductos de una fuerza mayor: la historia. Responder a la pregunta acerca del verdadero lugar de la poesía, con la franqueza necesaria y, al mismo tiempo, renovarla en ese replanteamiento, parece el derrotero que toma su obra poética a partir de entonces. Libro que parece formado de retazos y aforismos, de apuntes e instantáneas, inaugura un amplio ciclo, decisivo, que se prolongará en Irás y no volverás (1973), Islas a la deriva (1976), Desde entonces (1980) y Los trabajos del mar (1983)”.

El mismo autor opina: El tono conversacional de algunos poetas norteamericanos, la antipoesía de Nicanor Parra, el coloquialismo de Jaime Sabines y la crónica colectiva de Ernesto Cardenal o Enrique Lihn están más cerca de esta nueva voz de Pacheco, entre cuyos indudables méritos se cuentan la transparencia comunicativa, la exactitud, la ironía y la erudición revertida a la cotidianidad que hace de todas las venas literarias que lo alimentan una sola voz con capacidad a veces narrativa, a veces alegórica, a veces aforística; lenguaje extremamente cultivado que, sin embargo, produce la impresión de un habla llana.

Aún más, Fernández Granados identifica un tercer y último ciclo, a partir de Miro la tierra (1986), que incluye Ciudad de la memoria (1989), El silencio de la luna (1996), La arena errante (1999), Siglo pasado (desenlace) (2000), La edad de las tinieblas (2009) y Como la lluvia (2009): La tematización sobre el mal de la historia, el recurrente drama humano y la nostalgia de lo perdido ocupan el centro de su atención. La crónica se funde con la poesía y la poesía se sincroniza con la historia. La idea del devenir como desintegración cede su sitio a la del devenir como gran teatro de alegorías que se reiteran o se multiplican de manera a veces grotesca.

Ello, cabe agregar, convierte la poesía de José Emilio en algo menos lírico y más prosaico, cerca de la paráfrasis o el hallazgo semántico. Eso le permitió expandir al público lector, que encontró espejos, gratificaciones, iluminaciones, y experimentó el principio del placer que nos encamina a los territorios (que muchos creen difíciles) de la poesía. Es el mismo JEP divulgador y pedagógico de Inventario. El José Emilio democrático que cree, como Carlos Monsiváis, que el conocimiento, la cultura, la literatura y la historia son patrimonio común, origen y destino de lo que se escribe. Prometeo Pacheco.

Más poeta que Reyes, y de signo distinto al de Paz, José Emilio abandonó la métrica y se arriesgó, aún más que éste, a una suerte de música del pensamiento que unas veces es poema en prosa y otras máxima, epigrama, aproximación, viñeta, minihistoria, pero con los hallazgos de sentido y belleza que sólo la poesía y nada más.

En 2004 la revista Letras libres se aventó una encuesta sobre los diez mejores poetas vivos. Con las limitaciones y sesgos de un ejercicio así, el primer lugar no recayó en un autor afín a esa casa editorial y sus ramificaciones, sino en Pacheco. Si el sondeo hubiese alcanzado una población más plural de personas lectoras, quizás tendríamos el mismo campeón, aunque para negarle una entrevista a George B. Moore se desdibujara postulando: Si le gustaron mis versos/¿qué más da que sean míos/de otros/de nadie?/En realidad los poemas que leyó son de usted:/usted, su autor, que los inventa al leerlos.

Para leer la nota original, visite:

http://www.jornada.unam.mx/2014/02/10/cultura/a10a1cul


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