"Guía para un español sin uniforme", por Javier Rodríguez Marcos

Domingo, 12 de Octubre de 2014
DRAE
Foto: Fuente e imagen: RAE

¿Qué puede llevar a subtitular en español una película hablada en español? La risa. En septiembre de 2000, durante la proyección en el Festival de San Sebastián de la mexicana La perdición de los hombres, el productor José María Morales reparó en una paradoja: los españoles no se reían; los extranjeros que seguían los subtítulos en inglés, sí. La cinta ganó la Concha de Oro y Morales la llevó a las salas subtitulándola en español de España. Director de Wanda Films y exvicepresidente de la Federación Iberoamericana de Productores Cinematográficos y Audiovisuales (FIPCA), Morales explica aquella decisión: “Lo importante es que las películas viajen. A Ripstein [el director] y a Paz Alicia Garciadiego [guionista] les pareció bien”. Con un recurso tan poco habitual trataba de sortear la barrera de los arcaísmos mexicanos de la película. “Para el productor de títulos como La teta asustada (Perú) o XXY (Argentina), “los modismos son una riqueza; estoy en contra de uniformar la lengua. ¿La solución? Para las obras más autorales, subtítulos. Para las destinadas a un público general, promoción. Antes había más semanas de cine en español. Eso ayudaría a que el espectador se adaptara”.

El mes pasado, el argentino Damián Szifron llevó al mismo festival Relatos salvajes, escrita y dirigida por él y producida por El Deseo, la factoría de los hermanos Almodóvar. Sabiendo que su película tendría una vida internacional, ¿evitó los localismos? “Las particularidades de los idiomas me resultan atractivas”, responde Szifron. “Mientras imagino, permito que los personajes se expresen con libertad olvidándome de que se trata de una película”. Reconoce, eso sí, que cuando la productora española se involucró en el proyecto, él volvió sobre el guion: “Lo leí cuidadosamente para cerciorarme de que la incomprensión de alguna frase central no interrumpiera la fluidez de las historias”. No cambió nada: “Tanto a Pedro y Agustín [Almodóvar] como a Esther García [la directora de producción] les pareció que las pequeñas extrañezas de nuestra forma de hablar incluso enriquecían la experiencia del espectador”. ¿Y qué le parece la solución de los subtítulos? “No estaba al tanto de que se hacía”, dice. “Mientras se pueda evitar, mejor. El cine narra con muchas herramientas. El diálogo es fundamental, pero hay otras, y las expresiones de los actores, por ejemplo, completan el sentido de las oraciones. Si bien puede haber alguna pérdida, me parece tolerable; sucede cada vez que leemos un libro traducido o vemos una película doblada. Algo ganamos y algo perdemos. Pero es cierto que cuando se habla muy cerrado o en jerga, el espectador ajeno a esos códigos lo puede padecer”.

Pese a lo chocante del recurso, los subtítulos son una excepción. Lo habitual es que los padecimientos de los espectadores queden mitigados por el contexto gracias a la homogeneidad del español. Cuando el lingüista mexicano Juan Manuel Lópe Blanch comparó el léxico del D. F. con el de Madrid llegó a la conclusión de que el 97% de las palabras eran comunes. Lo cuenta Darío Villanueva en su despacho de la Real Academia Española. La corporación de la que es secretario y la asociación que reúne a las 22 academias de América y Filipinas lanzarán el próximo jueves una nueva edición del Diccionario de la lengua española. La última apareció en 2001. Con 93.111 artículos (por 84.431 de la anterior) desplegados en 2.376 páginas y a un precio de 99 euros, será la 23ª desde que en 1780 el primer repertorio de uso relevara a los seis tomos del venerable Diccionario de autoridades, de 1726. Dejando a un lado que incluya términos como tuitear, feminicidio, precuela, hacker o externalizar, ¿qué lo hace especial? Al menos tres cosas: que si la RAE nació en 1713 (con 8 miembros, hoy son 46) fue para hacer un diccionario con criterios modernos, que no será el último en papel, pero sí el último pensado para aparecer antes en papel que en versión electrónica, y que será el más panhispánico: 19.000 de sus casi 200.000 acepciones son americanismos.

Claves del nuevo diccionario

Palabras admitidas. Precuela, interactuar, tuit, tuitear, serendipia, impasse, multiculturalidad, feminicidio, hacker, externalizar y spa son algunos de los términos admitidos en la nueva edición del DRAE, la 23ª.

Palabras en espera. Link, cronopio, clicar, teocentrismo, identitario, choni, retroalimentar, vintage, pibón y táper tendrán que esperar para, según la RAE, confirmar si su uso es efímero o si se consolidan.

Entradas. El nuevo diccionario tiene 93.111 entradas (unas 9.000 más que el anterior), recoge 195.439 acepciones (entre ellas cerca de 19.000 americanismos) y ocupa 2.376 páginas. Costará 99 euros y tendrá, según la RAE, una tirada en España de 55.000 ejemplares. Su redacción ha tenido en cuenta la Nueva gramática, la Ortografía y el Diccionario de americanismos.

Digital ma non troppo. El DRAE anterior data de 2001. Desde 2003 tiene una versión electrónica gratuita que ha sido objeto de 21.000 actualizaciones. Recibe de media 1,3 millones de consultas diarias. La mayoría llega desde España, México, Argentina, Estados Unidos y Colombia. La nueva edición que se presenta la semana que viene no estará, por ahora, disponible en la Red, solo en papel.

Si el futuro de los repertorios lexicográficos es digital —Villanueva dirigirá en noviembre un simposio internacional sobre lo que él llama “casi una refundación” del diccionario—, el futuro del español es americano. Mucho ha llovido desde que a finales del siglo XV Nebrija incluyera en su vocabulario hispanolatino la primera palabra americana del castellano: canoa. ¿Cuál ha sido el principal factor de cohesión del español? ¿Por qué no ha reproducido las diferencias que una lengua tan cercana como el portugués tiene con su equivalente brasileño? “En portugués”, explica el secretario de la RAE, “no existe una norma ortográfica unificada. Además, está la dimensión demográfica. Hoy la cohesión del español viene de un mundo empequeñecido gracias a los medios de comunicación y a los movimientos de las personas en ambas direcciones”.

A los factores del presente se le suman además los del pasado. A partir de 1820, con las independencias de las repúblicas americanas, algunos le auguraron al castellano una fragmentación similar a la del latín. Pese a extravagancias como la de proponer el francés como lengua oficial para Argentina, lo cierto es que el español sirvió como elemento de cohesión de los Estados recién nacidos: en muchos de ellos, la dispersión de las lenguas indígenas hacía necesaria una común. Con todo, el presidente argentino Domingo F. Sarmiento promovió una ortografía que reflejara, por ejemplo, el seseo mayoritario en América: en lugar de ceniza se escribiría senisa. Por entonces, y para atajar el cisma, la RAE nombró académicos correspondientes al otro lado del Atlántico y animó la creación de sus academias. La primera, en 1870, la colombiana. La ecuatoguineana está hoy en fase de constitución en África. “Con las academias de América”, explica Villanueva, “se estabiliza la norma gramatical y ortográfica, que luego, y esto es clave, se difunde en el sistema educativo”.

No obstante, el español de España siguió funcionando como patrón de prestigio. Hasta 1934 no se permitió sustituir patata por papa en documentos oficiales argentinos. Tal vez por eso José Antonio Pascual habla de la importancia de las mentalidades. Además de vicedirector de la RAE, Pascual es el responsable del Diccionario histórico, una obra exclusivamente digital que ha completado 1.000 de sus 75.000 entradas (que podrían llegar a 150.000). La falta de medios hace ser pesimista a Pascual, un erudito bienhumorado que colaboró con Joan Coromines en su mítico diccionario etimológico. “En el Histórico trabajan tres personas”, dice. “A 200 palabras por persona y año, calcula”. Dado que su trabajo consiste en seguir el rastro a todas las palabras que han existido en español —“las que encontremos”, matiza él—, ¿podría decirse que ese idioma es más global que nunca? “Sí”. Tras evocar la globalización de la aldea hispana, Pascual añade una razón: “Ahora estamos a favor”. Y se explica: “No hay nada en la lengua que no exija una adaptación mental. Pensemos que la gramática recomendaba en los años treinta evitar el seseo, ¡el seseo! Yo mismo hace años corregí en mi ejemplar de una novela de Vargas Llosa la expresión ‘de rompe y raja’ tomándolo por un error. La literatura hispanoamericana, su calidad y su difusión, ha ayudado mucho. Y la televisión. En Salamanca puedes oír chévere por influencia de los culebrones”. La lengua, dice Pascual, se ha vuelto más homogénea y más “distinta” a la vez: “Hoy la norma no tiene un solo foco”. Hay además palabras de ida y vuelta. “Ahora se usa en informática, pero los de mi generación empezamos a oír amigable por las traducciones chilenas y argentinas de las novelas policiacas”, cuenta. “En España se decía amistoso, que es más reciente, lo tradicional aquí era amigable. Como se sabe que coger es un tabú en ciertos países, muchos hablantes tienden a evitarlo. Por cierto, es un verbo que se usaba mucho en las definiciones de los diccionarios y ahora tratamos de corregirnos”

Para leer la nota original, visite: http://cultura.elpais.com/cultura/2014/10/09/babelia/1412869988_743855.html


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