En el principio fue la Gran Boca, el hambre primigenia, el gaznate sin fondo, el vuelo y la caída: entrañas siempre vacías. Por eso surgieron las canciones. Para entretener el hambre. Canciones bárbaras. Canciones donde hacían falta pulmones y lengua y venas en el cuello que se saltaran al cantar más alto. Pero no fue suficiente. Porque no bastan la lengua ni los pulmones ni que se revienten las venas para dar gusto a los dioses. Hacen falta también las orejas, pues. De otra manera, para qué tanto esfuerzo. En un principio no había tiempo, según dicen. Luego alguien dijo que hacía falta Dios y enseguida hubo que dejar un lugar al tiempo, para medir la devoción. Luego vinieron el rayo, las panteras y los capulines. Lo siguiente que apareció fue el dinero, pero eso fue el principio del fin y obra enteramente del demonio. Ahora pensamos, con nostalgia, que lo primero fue una canción. Siempre hay alguien que nos corrige: lo primero es el hambre.
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