Un libro de Juan Manz (II y última)

Sábado, 24 de Enero de 2015

Hugo Gutiérrez Vega
Foto: Jorge Dávila, Icoavs, AML

En el fondo de la escena, el escultor enamorado de su obra, el que gritó: “¡Habla!” a su Moisés, no puede apartar la vista de tanta perfección.

A pesar del silencio del mármol el mancebo entabla un diálogo misterioso con algunos de los que admira. Ese diálogo camina por los rumbos de la creación artística que es, ya lo decía Marx, “una dimensión esencial de lo humano”. Hay en él un susurro sobrenatural y la admiración por ese momento dorado de la humanidad que fue el Renacimiento. En él participamos todos, pero la voz predominante tiene la humildad del trabajo pastoril.

Yo quería
nada más
mi anhelo era alabarte
me contentaba la sola idea
de ser guardador de mi ganado
que es el tuyo
Como tú
sólo deseaba
pastorear a mi rebaño
llevarlo a lo más alto del otero
y trashumar la dehesa
en otros verdes.

La rogativa final del libro se dirige a Sabaoth, el Señor de los ejércitos.

Porque yo te conozco
y amo demasiado
y en Ti templo mi espíritu
sé que Tú no eres
el Señor de los ejércitos
y de ninguna manera
estás de acuerdo
en que se mate a nombre tuyo
ni de nadie.

Porque tú me conoces
y amas demasiado
y ardes con el fuego de estos versos
y pulsas cada intención
latida por mi sangre
sabes que yo iré tras mis contrarios
por mi cuenta por mi cuenta
por mi solitaria cuenta

En el mundo se va reduciendo y los misterios se entregan a quien tiene la virtud de la simplicidad.

Tú no tienes misterios
para mí Señor
eres tan tierno y pastor bueno
y niño
con rebaños nuevos

que te miro estar
ir y volver
tras la invisible comba
que salvan las ovejas
en el tráfago de claridad umbrosa
que tiembla con mi alma

ahora que la luz levanta
y sienta precedente.

Muchas gracias Juan, por este libro de alabanzas, reflexiones y ruegos. En él nos dices que la poesía es una oración lanzada a la rosa de los vientos. Por eso Díaz Mirón, con intensidad postromántica, la llama “radioso Arcángel de ardiente espada”, la espada que sella los labios del profeta, el fuego que arde en el alma de las palabras.
Para leer la nota original, visite: http://www.jornada.unam.mx/2015/01/25/sem-bazar.html


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