¿Cuál es la historia de la palabra mexiquense para referirse a los habitantes del Estado de México?

En la historia de los gentilicios de nuestro país llama la atención uno que ha tenido un proceso particular, no por su formación gramatical, la cual obedece perfectamente a las reglas morfológicas del español, sino por el proceso de dispersión y asentamiento. Tal es el caso de mexiquense.

A inicios de 1967, casi siglo y medio después de la fundación del Estado de México (establecido oficialmente en 1824), el Congreso de la Unión de esta entidad federativa se encontraba en la disyuntiva sobre cuál era el gentilicio que le correspondía a sus habitantes. El comisionado para solventar este tema fue Mario Colín Sánchez, reconocido abogado, escritor y político oriundo de dicha localidad, quien en ese momento ocupaba el cargo de diputado en la XLVI legislatura, y quien envió una misiva al entonces director de la Academia Mexicana don Francisco Monterde solicitando orientación con respecto tanto al gentilicio apropiado para los habitantes del Estado de México, como para 120 municipios de dicha entidad. En aquella comunicación señalaba Colín “indistintamente, se han mencionado para el estado las denominaciones de mexiquensesmexicas y mexicanenses”.

La labor de solventar esta solicitud fue encomendada al académico Daniel Huacuja, quien a mediados de ese año entregó un inventario de gentilicios para los municipios solicitados, no sin advertir que era una tarea aventurada “designar por un gentilicio hasta hoy no empleado ni siquiera por los habitantes de aquellas comarcas, por lo que, bautizarlos arrimándoles la nominación que consideramos adecuada, tal vez resulte inútil empeño”, así como sobre el hecho de que es propiedad de esta clase de palabras “el haber surgido espontáneamente y sin tropiezos como producto del general consenso”. Dentro del abanico de propuestas emitidas no se encontraba ninguna recomendación para el Estado de México, por lo que un mes más tarde el diputado Colín volvió a enviar esta petición.

En respuesta, el pleno de la Academia Mexicana en su sesión del 8 de septiembre de 1967, en la que se encontraban don Francisco Monterde, don José Ignacio Dávila Garibi, don Antonio Gómez Robledo, don Francisco Fernández del Castillo, don José Rojas Garcidueñas, don Miguel León-Portilla, don Andrés Henestrosa, don Efrén Núñez Mata y don Daniel Huacuja, recomendó el empleo de mexicanense.

Sobre dicha resolución, el diputado Colín replicó que era de su conocimiento que se empleaba mexiquense, junto con la petición de sancionar esta voz. A fines de ese mismo año, el director Monterde respondió que los habitantes del Estado de México estaban en libertad de emplear mexiquense, aunque esta institución prefería mexicanense. El diputado Colín expresó su beneplácito por el trabajo de esta corporación, el cual señaló sería publicado en la colección Biblioteca Enciclopédica del Estado de México; el opúsculo se publicó en 1968 bajo el título: Gentilicios del Estado de México.

Dieciocho años después de la primera consulta, en 1985, el gobernador del Estado de México, Alfredo del Mazo González, solicitó nuevamente a la Academia Mexicana de la Lengua un dictamen en el que se sancionara mexiquense como un gentilicio válido para autodenominarse, el cual gozaba ya de un uso más extendido en la población, tal como lo describe el propio Alfredo del Mazo:

Durante mi campaña como candidato del Partido Revolucionario Institucional a la gubernatura de mi Estado, reiteramos la consulta y propiciamos el uso de la voz mexiquense, que finalmente elegimos en ejercicio del arbitrio que nos fue concedido por la Academia. Hoy, a más de tres años de distancia, el nombre de mexiquense ha probado ser una nominación adecuada, utilizada espontáneamente y sin tropiezos como producto del general consenso, admitida en el uso diario, que toma robustez a través del tiempo con la aquiescencia de todos y que se lega a los pósteros como herencia tradicional", características éstas de cualquier gentilicio genuino, como escribiera el propio don Daniel Huacuja, en el dictamen de referencia” (Carta de Alfredo del Mazo González a don José Luis Martínez Rodríguez, 22 de enero 1985).

En la sesión del pleno de la AML del 24 de enero, se encomendó esta tarea a don José G. Moreno de Alba, quien con toda diligencia emitió el dictamen el 28 de enero de 1985, y se le informó al Gobernador del Mazo la aprobación del término mexiquense para referirse a los nacidos en el Estado de México. Posteriormente, Moreno de Alba  publicó en forma casi íntegra el documento enviado al gobierno del Estado de México en su libro Minucias del lenguaje (México: FCE, 1992).

Cabe en este punto añadir que existen diversos registros que atestiguan el uso institucional de mexiquense desde antes de su aprobación por esta corporación: […] de la transformación del derecho universitario en los últimos años y las aportaciones que en ello ha tenido ese universitario mexiquense [Humberto Lira Mora, Autonomía constitucional, Toluca: Universidad Autónoma del Estado de México, 1980]; Por eso es necesario que nos identifiquemos y entender que formamos una gran familia: la familia mexiquense [Alfonso Sánchez García, Historia elemental del Estado de México, Toluca: Gobierno del Estado de México, 1983], así como para nombrar a la televisión del estado, TV Mexiquense, a la Sociedad Mexiquense de Cronistas Municipales, lo que promovió la apropiación de los hablantes del Estado de México.

Esta cronología da cuenta de las fases más tempranas del asentamiento de un gentilicio, pocas veces documentable, así como del proceso de estandarización que experimento mexiquense. Como vimos, inicialmente, ante la coexistencia de varios gentilicios —fenómeno común en muchas regiones—: mexiquensesmexicas y mexicanenses (todos ellos morfológicamente correctos y producto de la creatividad léxica de una comunidad hablantes), la variante que se consolidó como la más prestigiosa fue aquella que se acució desde el gobierno local, ante un claro y legítimo propósito de nominarse, autoidentificarse y diferenciarse, la cual es una indiscutible función social de los gentilicios.

A continuación se adjunta el documento que en torno al gentilicio mexiquense  elaboró don José G. Moreno de Alba  (Minucias del lenguaje, México: FCE, 1992):

Mexiquense

I

Recientemente ha venido apareciendo, sobre todo en el lenguaje periodístico, el neologismo mexiquense, con función de gentilicio para designar a los originarios del Estado de México o a lo perteneciente o relativo a ese estado de la Federación. Explicablemente esto ha provocado algunas discusiones. Convendría tener en cuenta, al menos, algunas precisiones, unas de carácter lingüístico o filológico y otras que quizá podrían denominarse históricas o sociológicas.

No debe olvidarse, ante todo, que son sólo los hablantes los verdaderos reguladores de la lengua. Los lingüistas y filólogos son solamente observadores de los fenómenos lingüísticos y descubridores y descriptores de los sistemas y estructuras que subyacen en todo acto de comunicación humana. Los puristas, por su parte, no son tampoco reguladores de la lengua, sino en todo caso tratan (casi siempre en vano) de privilegiar alguna de las variantes lingüísticas sobre otras en razón del prestigio de quienes las usan, aunque algunas veces también lo hacen para evitar imprecisiones y lograr un discurso más inteligible.

Es la lingüística, en efecto, la que nos enseña que una cosa es la innovación y otra el cambio. Es la primera un simple acto puramente individual de un hablante. La innovación se convierte en cambio si es adoptada por un importante grupo de hablantes y puede así hacerse después norma válida dentro de una comunidad lingüística. El cambio puede ser fonético, morfosintáctico, léxico o semántico. Puede ser condicionado o espontáneo, según tenga o no referencia con el contenido. Así, no es lo mismo una sonorización de t en d (incondicionada) que una etimología popular del tipo vagamundo por vagabundo (cambio condicionado).

En el caso que nos ocupa, se trataría de una innovación en el inventario de los adjetivos gentilicios usados por los hablantes de México. A reserva de analizar más adelante la propiedad de esta nueva palabra, este neologismo o innovación, lo que me interesa ahora destacar es lo inobjetable del hecho de que “alguien haya inventado el término”, pues toda innovación tiene por definición el carácter de individual. Dejará de serlo, pasará a ser hecho comunitario, cuando obtenga el rango de cambio lingüístico, cuando los hablantes, en su mayoría o en un buen número, la hagan suya, cuando sea normal, esto es, perteneciente a la norma, que, de acuerdo con las ideas de Eugenio Coseriu, puede entenderse como suma de hablas individuales. Es así como se puede hablar de “norma mexicana” como la suma de las hablas de los mexicanos, o de la norma de Ciudad de México como la suma de las hablas de sus habitantes. Es un concepto eminentemente relativo y de gran utilidad para los lingüistas y dialectólogos.

La voz mexiquense puede pasar a formar parte de la norma mexicana cuando un buen número de los hablantes de este país la incorpore a su léxico. Véase que, por ejemplo, la designación hidrocálido, para nombrar al originario del estado de Aguascalientes, tuvo también sin duda su origen en una innovación individual (el término y su aplicación fueron "inventados" por alguien) y después fue adoptada por los hablantes y hoy es quizá tan común como otras designaciones recomendadas por los gramáticos, como aguascalentense o aquicalidense, que no tienen además el carácter de voz híbrida (latín y griego) del término hidrocálido, a pesar de lo cual se impuso sobre ellas o al menos convive con ellas en la norma del español mexicano.

Aclarado ya que la voz mexiquense, como gentilicio para designar a los originarios del Estado de México, recién introducido, podrá pasar a formar parte de nuestro léxico sólo si así lo determina el uso de los hablantes, convendría detenerse un poco a examinar la propiedad o impropiedad del mecanismo que se utilizó para su formación y la justificación que puede encontrarse al neologismo.

En cuanto a esto último, hay que recordar que el Estado de México es el único que carece de gentilicio, debido evidentemente a que la voz mexicano, que podría corresponderle, se aplica a los nacidos en los Estados Unidos Mexicanos, nombre oficial del país que es más conocido como México. Haciendo un poco de historia, el territorio del actual Estado de México perteneció primero a la provincia de México, una de las cinco provincias mayores que integraban el reino de México. Fue después la más importante de las 12 intendencias en que se organizó el Virreinato en 1786. En 1821, al consumarse la Independencia, se le reconoció como provincia de México. Cuando en febrero de 1824 se promulgó el Acta Constitutiva de la Federación, el Estado de México nació con una importante reducción de territorio en relación con el que había tenido antes. En octubre de ese mismo año se promulgó la ley que estableció el Distrito Federal. Hubo después otras mutilaciones que redujeron al Estado de México a su actual superficie de 21461 kilómetros cuadrados.

En lo que me interesa hacer hincapié es en que la designación de provincia, intendencia o Estado de México ha sido siempre la misma, desde la más antigua división de Nueva España hasta nuestros días.

No creo que sea fácil encontrar, en otros países, un caso análogo: el que la designación del país se identifique con la de uno de sus estados, departamentos o provincias; además, claro, de que también se da la identidad de designación en relación con la ciudad capital, lo que, aunque también raro, sucede con otros nombres toponímicos (GuatemalaPanamá). Recuerdo aquel viejo noticiario de televisión que anunciaba al Estado de México como “el estado que lleva por nombre el de la patria misma”.

En conclusión, si buscamos en cualquier enciclopedia o diccionario el significado de mexicano, se nos explicará: “natural de México, perteneciente o relativo a esta república de América”. Nunca se entenderá por tal ni al oriundo del Estado de México ni al natural de Ciudad de México. A éste quizá, por razones muy poco claras, se le conozca, en nuestro país al menos, como chilangocapitalino o defeño (muy reciente y, creo, aún poco aceptado); a aquél, sin embargo, no hay forma alguna de nombrarlo.

II

Debido a que los hispanohablantes hemos determinado por el uso que la voz mexicano designe sólo al “natural de México, perteneciente o relativo a esta república de América”, parece conveniente crear un adjetivo para nombrar al oriundo del Estado de México, habida cuenta sobre todo de que es el único estado de la Federación que carece de gentilicio.

Ésta es, a mi ver, la simplísima justificación que encuentro para que alguien —ignoro quién y cuándo— haya propuesto el término mexiquense. Se pudieron haber propuesto quizá otros, pero habría que decir lo mismo: el éxito de la designación depende exclusivamente de la aceptación de los hablantes. Veamos empero el mecanismo utilizado para la creación del neologismo.

Son adjetivos gentilicios, dice el Diccionario, los que denotan la gente, nación o patria de las personas, como españolcastellanomadrileño. Normalmente éstos se forman mediante la adición de determinados sufijos al nombre propio que designa el lugar (topónimo). Los sufijos gentilicios más comunes son -ano (bogotano), -eno (chileno), -ense (nicaragüense), -eño (limeño), -ero (habanero), -és (cordobés). Más raros son otros, como -eco, de origen náhuatl y frecuente en México (tamaulipeco), -in (mallorquín), -ita (israelita), etc. No faltan gentilicios especiales que a veces tienen sustento en antiguas designaciones de determinado lugar, como emeritense (de Emerita, designación latina de Mérida), vallisoletano (de Vallisoletum, nombre medieval de la actual Valladolid).

Por lo que a nuestro país se refiere, y en particular a los gentilicios de los estados de la Federación, los sufijos más comunes son, en orden decreciente: -ense (casi la mitad de los estados forma su gentilicio con esta terminación: sonorenseduranguensemorelenseguerrerense, etc.); -ano (siete estados toman este sufijo, entre ellos veracruzanopoblanocampechano); -eco (chiapanecotamaulipecoyucateco); -eño (oaxaqueño y tabasqueño); con un solo estado aparecen en la lista: -ino (potosino), -és (neoleonés) y -a (nayarita).

De manera consciente o por casualidad, quien creó el término (recientemente introducido, pero creo que hace ya tiempo inventado), no hizo otra cosa que seguir la regla morfológica al añadir al topónimo México el sufijo gentilicio -ense que es el más común en nuestro país para ser aplicado a gentilicios de estados de la Federación.

En resumen, el proponer un gentilicio para un territorio que carece de él parece justificado. Juzgo asimismo adecuado que para ello se haga uso del sufijo más común, más normal. Sin embargo es necesario repetir que a nadie, sino a los hablantes, compete la regulación de la lengua. Puede discutirse, aceptarse o rechazarse la necesidad o justificación de la voz, la conveniencia o propiedad de su formación. Independientemente de ello, el que el vocablo permanezca en nuestro léxico o tenga sólo una vida efímera es asunto que sólo a los hablantes compete.

Esta respuesta fue elaborada por la Comisión de Consultas de la Academia Mexicana de la Lengua.

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