Señor director de la Academia Mexicana,
don José Luis Martínez,
señores académicos,
amigos y amigas:
Cuando se asoma uno a la historia de la Academia Mexicana, desde su fundación en 1875, se queda uno admirado, entre otras cosas, por el gran número de altas personalidades del quehacer cultural mexicano que han formado y forman parte de ella. Y cuando una ha sido elegida para integrarse a tan venerable institución, no puede menos de sentirse pequeña y exclamar, como Cervantes: “¡Voto a Dios, que me espanta esta grandeza!” Pero acaba una aceptando, conmovida y agradecida, el honor que significa la elección y comprometiéndose a colaborar con los trabajos de la Academia en la medida de sus fuerzas.
De las treinta y seis sillas para Académicos de Número, a mí me ha caído en suerte la número XXIV, instituida en 1950. Su breve historia no deja de ser curiosa, pues la ocupó primero el Arzobispo Primado de México don Luis Martínez, y a su muerte la heredó, en 1956, uno de los grandes escritores de izquierda que ha tenido México: Mauricio Magdaleno. En su vigoroso y dinámico discurso de ingreso [1] no eludió Magdaleno el contraste ideológico entre él y su antecesor -“yo no pertenecí a su grey” (Memorias, 16, 1958, 95)-, pero a la vez reiteró enfático algo que don Alejandro Quijano había dicho tres años antes, al contestar el discurso del prelado: que la Academia Mexicana “logró siempre una vinculación tal vez única en nuestro país [entre] hombres de distinto pensar y diverso sentir (Memorias, 14, 1957, 337-338).
Por su parte, al celebrar el ingreso de Mauricio Magdaleno a la Academia, y aludiendo a tres de sus miembros más famosos, Novo, Gorostiza y Torres Bodet, dijo don Antonio Castro Leal: “Con Mauricio Magdaleno entra en la Academia Mexicana una nueva generación literaria”; “la generación […] que aprendió lecciones de rebeldía y de esperanza en José Vasconcelos” y que “volvió a sentir como llaga en carne propia, la dolorida realidad mexicana” (Memorias, 16, 1958, 109).
Mauricio Magdaleno fue académico durante tres décadas, hasta junio del 86, cuando murió a los ochenta años. A mí me honra y me complace ser ahora sucesora de ese hombre admirable, autor de la novela El resplandor y de otras ocho novelas que merecen ser más leídas y estudiadas; autor también de cuentos y de muchos e importantes ensayos; periodista, creador y promotor de teatro, guionista de gran número de películas nacionales, como las celebérrimas Flor silvestre, María Candelaria, Pueblerina… Sus intereses lo llevaron más de una vez por los rumbos del folklore poético mexicano, tema del discurso que ahora voy a leerles.
Un pulular de pájaros
Tres años antes de integrarse a la Academia Mauricio Magdaleno, o sea, en 1953, leyó Salvador Novo su propio discurso de ingreso. El tema: Las aves en la poesía castellana. Ahí se lamentaba Novo de la desaparición de los pájaros en la poesía moderna; todavía en el siglo XIX “ni la historia ni los poetas se desdeñaban […] de utilizar toda clase de pájaros en sus elaboraciones”: golondrina, ruiseñor, jilguero, tórtola, torcaz, cenzontle (pp. 122-123); pero en “nuestros días […] no hay pájaros (10): “han huido de la poesía moderna” (11). Gran contraste, decía Novo, con la poesía que canta el pueblo, pues llama la atención “con qué reiterada frecuencia ocurren todavía en las canciones populares los pajarillos” (11).
Basta, en efecto, recorrer los cinco tomos del Cancionero folklórico de México (publicado por El Colegio de México entre 1975 y 1985) para darse cuenta del pulular de pájaros en las coplas populares de nuestro país. Ahí revolotean infinidad de aves de las más diversas especies: chuparrosas, garzas, cenzontles, jilgueros, primaveras; pericos, papagayos, cotorras; cuicacoches y chachalacas; uno que otro pijul, totol, gallo; águilas reales e imperiales; mucho gavilán o gavilancillo, guacamaya, gorrioncito; el pájaro cardenal y el carpintero, el pájaro cú, el acagualero, jaralero, lagunero, manzanero, mañanero, platanero, hechicero; el pájaro colorado, el verde, el azul, el prieto, y el pájaro mulato, de color azul oscuro y antifaz negro, que sabe imitar el canto de otras aves; el pájaro paisano, el vilán, el galán, y el tildío; por supuesto, Ia paloma y el palomo, el tordo, la torcaza, la tortolita, además del tecolote, el zopilote, el querreque… Vemos a esos pájaros volando por los aires, atravesando mares, a las orillas de los ríos y en las laderas de los cerros; parados en árboles, nopales, torres, garitas; posados en Ias ramas de los limones, los olivos, los laureles o “en Ia cumbre” de una vid, un cardón, una palma. Las coplas [2] mexicanas saben evocar a las aves en medio de su entorno natural, de una manera muy gráfica:
Volaron las amarillas
calandrias de los nopales... (3-5791)
Estaba la guacamaya
parada en un carrizuelo,
sacudiéndose las alas
para levantar el vuelo. (3-5742a)
¡Ay!, revuela, vuela, vuela,
vuela, vuela para el río,
verás a la guacamaya
tirititiando de frío. (3-5872
No sólo vemos a Ias aves, sino que también Ias oímos, porque se la viven cantando y, más que nada, hablando. No es un decir: hablan “de veras”. Las coplas reproducen sus palabras y aun suelen precisar el tono de su voz:
En un ramo de laurel
estaba cantando un ave;
decía con voz placentera
y con palabras rituales:
“Muchos habrán que te quieran,
pero como yo, ¡quién sabe!“ (1-362)
En Ia torre de Tampico
cantaba un águila imperial,
y le respondió el perico
con una voz muy especial:
“Qué te podrá dar un rico
que yo no te pueda dar?“ (2-3247)
Salta a la vista que los pájaros hablan como si fueran seres humanos; y se comportan como tales: se enamoran, abandonan a quien los quiere, se emborrachan de tristeza. En Jalisco, Ia chachalaca “por las orillas del cerro / andaba de enamorada / con el pájaro jilguero” (3-6003) y “por Ias orillas del río / andaba de enamorada / con el pájaro tildío” (3-6006). “Suni, suni, suni”, decían en Guerrero por los años 30:
Suni, suni, suni, Ia zopilotita,
suni, suni, suni, se fue para el mar;
dice que al zopilotito
ya lo piensa abandonar. (3-6066)
En Nochistlán, Zacatecas:
Este cuervito
ya se emborrachó,
por una paloma
que lo abandonó. (3-6065)
Hay en el folklore mexicano muchísimas coplas que relatan un pequeño episodio entre “pajareril” y humano. Así, con el son de El palo verde se cantaba en Jalisco, hacia 1930:
Una guacamaya pinta
espiaba que amaneciera,
para darse un agarrón
con un pájaro cualquiera. (3-6039)
Y otro son abajeño incluye Ia triste historia del cuervo que en una ladera:
llora sin comparación,
porque la cuerva no quiso
vestirlo de pantalón. (3-6022)
Y sin duda recordarán ustedes el famoso son y baile del palomo y Ia paloma, que “salieron primos hermanos, / no se pudieron casar”, porque además “la paloma salió mocha / y el palomo, federal” (3-6018, 6019).
Por ahí se llega fácilmente a cruces aún más curiosos entre el mundo de las aves y el de los hombres. El socarrón son huasteco de El querreque incluye esta quintilla que se recogió el año de 1967 en Tepehuacán de Guerrero, Hidalgo:
El querreque está perdido
por andar de enamorado:
tiene el corazón herido
que todito le causa enfado
por una mujer que ha querido. (3-6063)
El mismo son trae sextillas como ésta, recogida en Tlahuitepa, Hidalgo:
Una querreca anidó
y en la cerca de mi casa;
salieron tres querrequitos,
salieron de mala raza;
como no los educó,
hoy son rebeldes sin causa. (3-6053)
Evidentemente los querrequitos heredaron al papá, el cual en otra copla hidalguense es un delincuente hecho y derecho:
Un querreque allá en Tampico
se mantenía de ratero;
se encontró con un viejito
que andaba de carbonero;
le robó su carboncito
y todito su dinero. (3-6041)
El pájaro carpintero, que ha dado pie a deliciosas coplas “albureras”, es el gran enamorado:
El pájaro carpintero
siempre vive apasionado;
áhi le responde el jilguero:
“Hombre, vive con cuidado,
que, siendo yo carbonero,
una mujer me ha tiznado”. (2-5 140)
Aquí presenciamos un encuentro de dos pájaros y, como suele ocurrir en estos casos, aparece primero un pájaro que no habla y en seguida otro, de especie siempre diferente, que le dice o “responde” tal o cual cosa. ¿Qué es lo que le dice el segundo pájaro al primero? A veces es una declaración de amor:
Del solar a una garita
una paloma voló,
y le respondió el gorrión
con una voz muy clarita:
“¡Qué volar de palomita!,
¡cómo la cogiera yo!“ (3-6145c)[3]
O, de manera aún más humanizada,
Y en la cumbre de un ocú,
cantaba una primavera,
y le respondió el pijul,
diciendo de esta manera:
“Joven, queriéndome tú,
aunque tu mamá no quiera”. (1-1896)
Otras veces el segundo pájaro lanza una provocación: [4]
Una calandria en Tampico
solita se iba embarcando,
y le gritaba un perico:
“¡Caray, me la vas ganando!
Me la ganarás en pico,
pero en lo ganchudo, ¡cuándo!“ (3-6174) [5]
Pero lo más frecuente, con mucho, es que el pájaro diga una máxima, generalización o consejo:
Un gorrión en una rama
estaba dando de gritos;
le respondió la calandria:
“¿Por qué lloras, pajarito?
El que tiene chiche mama,
y el que no, se cría solito”. (3-6154)
La vena sentenciosa, tan extendida en el cancionero popular panhispánico, en México se da a menudo asociada al mundo de los pájaros parlanchines:
Estaba un perico real
dándole consejo a un loro,
y decía en su relatar
que en este mundo hay de todo,
que hasta para enamorar
busca el pobre su acomodo. (2-4461)
Citaba Novo el poema Tristissima Nox de Gutiérrez Nájera:
A la voz de la alondra, en los encinos
los zenzontles contestan: los pinzones
con las tórtolas charlan en los pinos,
y en el fresno rebullen los gorriones;
y elogiando al poeta por la “plena abolición” del adjetivo, decía Novo: “En vez de calificar extáticos [sic] pájaros, el poeta los pone a hacer lo que saben, lo que él sabe que saben. Contestan, charlan, rebullen” (130). Cosa curiosa: es eso exactamente lo que hacen los pájaros a cada paso en nuestra poesía folklórica; sólo que ella no se limita a mencionar su charla, sino que, reproduciéndola, Ia convierte en voz.
Surge Ia pregunta: ¿por qué hablan los pájaros? ¿Por qué se comportan como seres humanos? ¿Será que son sólo hombres disfrazados de aves? ¿Será que las aves cumplen una función metafórica? Veamos una sextilla de San Salvador Huixcolotla, Puebla:
En estos árboles verdes
se oye un pájaro que trina,
y en sus cantos claro dice:
“¡Qué linda estás, Carolina,
para besar tu boquita
y seguirte hasta la esquina!” (1-238)
Aquí se diría que el pájaro que trina, más que pájaro, es el galán enamorado de la tal Carolina; lo sustancioso en Ia copla se concentraría entonces en su declaración de amor, mientras que los árboles verdes pasarían a ser, a lo sumo, un trasfondo visual de la escena.
Pero, ¿es eso lo que ocurre realmente, aquí y en otros casos? Pienso que en la mayoría de Ias coplas mexicanas de pájaros, por más que actúen y hablen como seres humanos, no dejan de ser pájaros: son una guacamaya pinta, un gorrión de voz clarita y un cuervo llorón; son un querreque y los querrequitos. Compárense dos coplas muy parecidas; una dice:
Un gorrión entre claveles
me dijo en cierta ocasión:
“No te creas de Ias mujeres,
porque las mujeres son
redomas de todas mieles
y amantes de la traición”. (2-4827)
La otra declara simplemente:
No hay que creer en Ias mujeres,
porque las mujeres son
cucharas de todas mesas
y validas de la ocasión. (2-4826)
Quienes percibieran como virtualmente iguales esos dos textos tendrían que concluir que el gorrión entre claveles de la primera no le añade nada de importancia. Pero, frente a eso yo arguyo que el gorrión entre claveles es una presencia muy real, de gran relieve, y que, por lo tanto, entre ambas versiones hay una diferencia de peso. Pienso que eso mismo sienten quienes cantan y escuchan las canciones mexicanas y que para nada se les ocurriría prescindir mentalmente de la flora y la fauna que pueblan los comienzos de Ias coplas.
Porque ya es hora de recordar que en tales comienzos no sólo hay pájaros: también hablan en ellos otros animales favoritos de nuestro folklore y hasta flores, frutos, astros, convertidos todos en mitad seres humanos:
“¡Upa, upa!“, dice la tuza
al pie de la mata de caña:
“ ¡Qué triste se pone el hombre
cuando la mujer le engaña! “ (2-4643a)
Estando yo recostado
sobre la media arena,
sale un pescado y me dice:
“No siembres en tierra ajena,
porque te ha de costar caro
el querer a esa morena”. (2-4696)[6]
Una perfumada rosa
conversó con la azucena,
y también dijo otra cosa:
que toda mujer morena
es simpática y hermosa. (2-4590)
Una naranja madura
le dijo a Ia verde verde:
“si es cierto que tú me quieres,
¿por qué no has venido a verme?” (1-1383)
La mar canta sus querellas,
el cielo, al oír sus cuitas,
y decía con frases bellas,
con palabras exquisitas:
“Si tú me [das] tus estrellas,
yo te ofrezco mis conchitas”. (4-8581)
El universo entero se pone a conversar en las coplas mexicanas. A veces se oyen voces misteriosas:
En una mansión oscura
oí una voz en la altura,
que estas expresiones daba:
“El que ama con más ternura
con desprecio se le paga”. (2-4641)
Al pasar por un reloj
yo oí resonar mi nombre,
y me respondió una voz:
“No te asustes, no te asombres,
que Ia mujer la hizo Dios
para regalo del hombre”. (2-4557)
Otras veces los locuaces son la sirena, Salomón o Cupido, que en Ias coplas siguientes prefieren conversar por escrito:
De Ia mar yo recibí
una carta de sirena,
y en la carta me decía:
“Quien tiene amor tiene pena”. (2-4592)
Salomón hizo una carta,
la cual era para Cupido,
donde le mandó decir:
“Mi muy estimado amigo,
vale más saber sentir
y no darse por sentido”. (2-4703)
Cupido, antes de morir,
me dejó escrito en papeles
que si no quería sufrir
prisiones entre paredes,
que me fuera yo a vivir
donde no hubiera mujeres. (2-4823)[7]
La fantasía de los cantantes no para ahí, porque
Barrabás le dijo a Gestas,
y por eso no fue santo:
“¡Qué hermosas son las trigueñas!,
¡con razón las quiero tanto!“ (1-2596)
Estarán ustedes de acuerdo conmigo en que descalificar como prescindibles esos variadísimos y pintorescos comienzos, silenciar todo ese vocerío y reducir la sustancia de las coplas a la declaración o la generalización en la que desembocan, sería mutilarlas, dejarlas, por así decir, en los puros huesos. Tanto la presencia como la voz de esos animales, plantas y seres fantásticos desempeñan un papel importante en Ia economía de las coplas. Casi diría yo que en sus comienzos se concentra lo más sabroso, su lado más sensual y gozoso, aunque, sin duda, es la combinación de las dos partes, la visual-auditiva y la discursiva, lo que les da su gracia, su “chiste”, a muchos de esos poemitas. A veces lo más divertido es que tal o cual animal o personaje diga precisamente lo que dice: que a Barrabás se le ocurra confesarle a Gestas su afición por las trigueñas; que el pequeño perico le diga a la gran águila imperial parada en la torre: “¿Qué te podrá dar un rico / que yo no te pueda dar?” (2-3247); que el idílico jilguero adopte un tono tabernario, diciendo “que siendo yo carbonero, / una mujer me ha tiznado” (2-5140)... ¿No tendría esto en mente Gabriel Zaid cuando, en la hermosa reseña que hizo del Cancionero folklórico de México, escribió: “es una maravilla para leer”, “las coplas que reúne son un verdadero tesoro de la poesía mexicana” (35)?
La imaginación fabuladora
Si bien lo miramos, las coplas que hemos venido citando nos sitúan en plena imaginación fabuladora. Indiferente a la verosimilitud o en rebeldía contra ella, el poeta inventa escenas, situaciones que se le ocurren y que lo divierten:
La golondrina en el viento
platica con el avión,
le cuenta los sentimientos
que abriga su corazón. (3-6060)
¿Por qué no?
Otro coplero imagina la siguiente experiencia:
Viniendo de mar afuera,
me encontré un viento muy fiero;
vide venir la sirena
navegando por’l estero,
cantando esta "Petenera"
y hablándole a un marinero. (3-5974)
La imaginación huye de la tierra: levanta el vuelo, busca Ias alturas, se desplaza hacia Ias lejanías, se sumerge en Ias profundidades del mar:
Donde habita una sirena
hay una hondura en el mar;
un marinero, al pasar,
víspera de Nochebuena,
dice que la oyó cantar
“La pena y Ia que no es pena”. (3-5977a)
Todo es posible en esos ámbitos; hasta Ias apariciones milagrosas:
En una nube azuleja
áhi vide a mi amor llegar:
llegando, me dio una queja:
que no hay que demorar
con amor que no empareja. (2-4711)
Cuando escuchamos y cantamos esas coplas, generalmente ni cuenta nos damos de Ia irrealidad en Ia que nos colocan. ¿Acaso sabemos lo que estamos diciendo cuando cantamos:
L’águila, siendo animal,
se retrató en el dinero;
para subir al nopal
pidió permiso primero (3-6043)?
Si nos detenemos a analizar esta famosa copla, debemos confesar que no entendemos nada: ¿por qué, siendo animal, el águila fue y se tomó la foto? ¿Por qué “se subió” al nopal, si se supone que llegó a él volando? Y sobre todo, ¿a quién o por qué tuvo que pedirle permiso? Si no tiene otro misterio -por ejemplo, que ya estuviera de por medio el congreso estadounidense-, detrás de esta copla adivinamos a un inventor burlón, que fabula a su arbitrio y nos lleva tras sí.
Lo que Ias coplas folklóricas mexicanas relatan una y otra vez son sucesos tan imaginarios como fantasiosamente divertidos, de doble sentido unas veces, inocentes otras:
Desde Veracruz salió
una ballena arponeada;
cuando a Tampico llegó
le dijo al pez de espadas:
“Ya Ia sirena cantó
y una preciosa tonada”. (3-5976)
En Ia medianía del mar
le dijo Cupido a Venus:
“De un rayo te escaparás,
pero de mí, lo veremos”. (2-4354a)
Los sones jarochos y los sones huastecos constituyen un campo fecundo para estas fabulaciones. Hay uno, bien conocido, de la Huasteca hidalguense y potosina, El caimán, que es una mina de mezclas curiosísimas:
El caimán cuando soltero
era muy enamorado,
y como tenía dinero,
nunca era despreciado;
se mantenía en el estero
comiendo puro pescado. (3-5987)
El caimán que no es de acuerdo
donde quiere ha de perder;
yo lo vide en el Mar Negro
y a aquello de amanecer,
peleándose con el suegro
por culpa de la mujer. (3-6028)
Yo me embarqué en un chalán
pa saber a la Huasteca,
y al pasar el río Jordán
me dijo una chichimeca:
“Por aquí pasó el caimán
con una patita chueca”. (3-5766)
Decía Jacques Le Goff que “lo maravilloso compensa Ia trivialidad y la regularidad cotidianas” (14). En el folklore poético de nuestro país “lo maravilloso” se da sobre todo en esas disparatadas fantasías que, por un momento permiten a trovadores, cantantes y escuchas inventar la vida, lanzar el vuelo hacia dimensiones que los alejan de Ia prosaica y muchas veces miserable existencia de todos los días. Recuerdo a este propósito un diálogo náhuatl del año 1490, en que el señor de Huexotzinco, Tecayehuatzin, pregunta “cuál puede ser el significado más hondo de flor y canto”, o sea, de la poesía y su música. Los invitados, maestros de Ia palabra, van contestando, y uno de ellos dice lo siguiente, en Ia traducción de Miguel León-Portilla:“flor y canto es, al igual que los hongos alucinantes, el mejor medio para embriagar a los corazones y olvidar aquí a la tristeza” (León-Portilla, 122).
He dicho antes “disparatadas” fantasías, y es que Ias mezclas estrafalarias que hemos venido viendo tienen mucho que ver con una antigua tradición europea: Ia del género que en la España del siglo XVI se llamó disparate y en la Francia medieval y renacentista, fatras o fatrasie. Se trata de una poesía dominada por lo irracional y lo absurdo, que rompe con los modelos literarios canónicos, deleitándose en el non-sense, en el sin sentido. La han estudiado el gran medievalista Paul Zumthor y, para España, Blanca Perillán. El disparate español, que parece haber surgido con Juan del Encina, floreció en el siglo XVI, y tuvo varias modalidades: la descripción de una “serie infinita de disparatados objetos” (Periñán, 61) puestos en venta o enumerados en un testamento; la enumeración caótica de perogrulladas; Ia narración de sucesos fabulosos, como de “mundo al revés”, que muchas veces, con un vi, vide…, el narrador afirma haber visto él mismo, etcétera. Varias de esas modalidades sobrevivieron en el folklore de los países hispánicos, y en México tenemos, por ejemplo, Ias fantásticas bodas de animales, como aquella extensa del huitlacoche con Ia urraca famosa, o la condensada en una sextilla que se cantaba en Tamazunchale con el son de El Caimán:
El caimán ya está muy viejo,
pero así se anda casando;
orillas de un pueblo viejo
la boda está festejando;
en la casa del cangrejo
Ias jaibas están guisando. (3-6029)
La poesía popular mexicana tiene especial preferencia por Ias historias de animales absurdas e hiperbólicas (Magis, 293), con o sin la fórmula vide. [8] Me interesa ahora especialmente una glosa en décimas publicada por nuestro gran folklorista Vicente T. Mendoza. El pie dice “Me dio un perro una mordida, / un burro me dio una coz, / mi mujer se fue con otro: / sea por el amor de Dios!“. Y una parte de Ia glosa reza:
—Un burro me dio una coz,
decía cierta golondrina,
y un macho cabrío le dice:
— ¡Quién te manda ser catrina! [...]
—Amigo, no tenga afán,
le dice una guacamaya,
yo también me encuentro triste,
porque no tengo pitaya. [...]
— ¡Sea por el amor de Dios!,
exclama un quebrantahuesos,
y un gavilán riendo dice:
—Como máiz [y] tengo pesos.
—Dame mi pico, mis besos,
una tórtola decía
a un orangután que entonces
tocaba la chirimía;
y de toda esta monserga
una pípila reía.
(Mendoza, 1957, 306-308)[9]
En el disparate, afirma Blanca Periñán, “los animales se intercambian cualidades y acciones [...] o cumplen funciones propias de seres humanos” (45) y “todo aparece mezclado, revuelto” (44); porque el disparate es “una forma literaria de la locura”: “la locura del mundo se refleja [. . .] en las locuras del texto; las desinhibitorias transgresiones de la lógica desatan una eclosión de la fantasía” (43-44).
En México, las coplas locas de animales, sirenas, cupidos no llegan generalmente al absurdo total; pero lo que las define sí es la “eclosión de la fantasía” característica del antiguo disparate hispánico y europeo. Ahí, sin duda, están sus raíces, o más bien, parte de sus raíces; Ia otra parte hemos de buscarla en otro lado.
Las canciones populares de España, de Portugal, de los países iberoamericanos -y vuelvo al tema principal de nuestra charla- presentan pajarillos, con funciones parcialmente parecidas a Ias que hemos visto en México.[10] Por algo nos suenan familiares estrofas como éstas, recogidas en la provincia española de León:
El pajarito en las flores
ya cantaba y ya decía:
“En el juego del amor
no se gastan fantasías”.
Vuela, vuela la paloma
por encima el palomar,
y en su lenguaje decía:
“¡Vivan los de este lugar!”
(Manzano, I, 2:369 y II, 2:49)
O véanse éstas, de La Rioja, Argentina:
Una palomita
en el palomar
le dijo al palomo:
“Vamos a volar”.
Un jilguero apasionado
se lo pasaba cantando;
por culpa’e una golondrina
ahora vive llorando.
(Magis, números 1835, 1836)
En materia de pájaros tenemos, pues, una base heredada del folklore hispánico. Sin embargo, por lo que he podido ver, en otros países de habla española y portuguesa casi siempre las aves se nos presentan, no con su propia identidad de pájaros, sino como clara metáfora del hombre o de la mujer, [11] y además el repertorio de pájaros y de situaciones protagonizadas por ellos es mucho más limitado. Ciertamente, en Ia Península Ibérica no existe, ni de lejos, Ia enorme abundancia y variedad de coplas con pájaros que hemos podido comprobar en el folklore poético mexicano, ni el relieve y la personalidad que en ellas tienen las aves, ni el regodeo en sus colores. ¿Cómo explicar todo esto?
Parece que no hay más que una explicación posible: la herencia indígena. Aquí vienen en nuestro auxilio dos miembros ilustres de esta Academia, en cuyas obras comprobamos que en los antiguos cantares mexicanos “las aves y las flores [tuvieron] un papel predominante” (Horcasitas, 557), asociadas casi siempre a la poesía y al canto. Cito del poema, traducido por el padre Garibay, que León-Portilla editó con el título Principio de los cantos. Habla el cantor:
Consulto con mi propio corazón:
¿Dónde tomaré hermosas fragantes flores?
[o sea, poemas, cantares]
¿a quién lo preguntaré? .
¿Lo pregunto, acaso, al verde colibrí reluciente,
al esmeraldino pájaro mosca? ¿lo pregunto,
acaso, a la áurea mariposa?
Sí, ellos lo sabrán: saben en dónde abren sus
corolas las bellas olientes flores.
[. . .]
Aquí sin duda viven: ya oigo su canto florido,
cual si estuviera dialogando la montaña;
aquí, junto a donde mana el agua verdeciente
y el venero de turquesa canta entre guijas,
y cantando le responde el sensonte, le responde
el pájaro-cascabel,
y es un persistente rumor de sonajas el de las
diversas aves canoras...
(León-Portilla, 122-123)
Del cantar intitulado Las aves sagradas:
De donde arraiga el Árbol Florido [.. .]
venís acá, aves áureas y negras,
venís, aves pardas y azules,
y el maravilloso quetzal.
Todas venís desde Nonohualco:
país junto al agua, los que sois aves preciosas
del Vivificador.
Sois creaturas suyas.
Venís acá, aves áureas y negras,
venís, aves pardas y azules
y el maravilloso quetzal.
Del florido azulejo el penacho está allí [...]
Ya te despiertan tus preciosas aves,
ya te desmañana el dorado tzinizcan,
el rojo quechol [la guacamaya] y el pájaro
azul que amanece gritando.
Hacen estrépito las aves preciosas,
que llegan a despertarte.
El dorado zacuan y el tzinizcan,
el rojo quechol y el pájaro azul que amanece
gritando (125).
Las representaciones prehispánicas y el teatro náhuatl del siglo XVI convertían en espectáculo visible lo que en los cantares era visión audible. A base de muchos testimonios describía Fernando Horcasitas los bosques artificiales de ese teatro: entre “montañas, rocas, ríos, bosques, desiertos, nubes y peñones”; entre árboles, plantas y flores de todo tipo; junto a “coyotes, ocelotes, conejos, liebres, perros, venados, culebras”, “hay lechuzas, halcones, cuervos, pericos, aves de rapiña, pavos monteses, pajaritos pequeños”, ya naturales, ya de oro y plumería. (111) Debemos imaginarnos el múltiple, riquísimo, colorido de todo ello y la polifonía de los pájaros...
No es cuestión aquí de los funestos pájaros agoreros de que nos habla Sahagún y que ha recogido Alfredo López Austin en sus Augurios y abusiones, sino de pájaros multicolores y bullangueros asociados a ciertas fiestas y celebraciones rituales. Son éstos también los que aparecen en el llamado Monólogo de travesuras, que, al decir de León-Portilla, “recoge los dichos de un cómico o especie de bufón”, que se iba “poniendo diversas máscaras”, de hombre, de mamíferos y de aves, según las iba nombrando (242-243). He aquí algunos pasajes de este texto apasionante:
Mi gran jefe, llego: yo vengo a reír.
Soy cara traviesa, flor es mi canción.
[. . .]
En pie está el Árbol Florido [...]
Hemos venido en Ia entrada de la lluvia del
dios único,
en sus ramas andas tú, Faisán Precioso,
andas cantando: Iyao, iyao jama jama joy.
Me responde: Mi casa está llena de rumores,
y yo estoy bailando delante de los hombres;
Aya, fofo huehue an.
[...] Yo soy el cara traviesa,
soy tordo de cuello rojo y ya grita mi cantar:
jojojon jojojon [...]
[. . .]
[...] Soy ave quetzal y vengo volando,
entre pasos difíciles vengo de junto a la guerra.
Soy precioso tordo de rojo cuello,
vengo volando: vengo a convertirme en flor,
yo en Conejo ensangrentado.
[. . .]
Vengo ya, otra vez vengo,
soy el Loro parlanchín. Ya canto:
oíd mi canto que lo estoy esparciendo,
.ya parototeo con mi sobrino [...]
Sóy el Loro parlanchín: allá voy a tomar mi canto …
(León-Portilla, 265-267)
Metiéndonos en ese mundo poético, atisbamos imágenes que pudieron quedar resonando en el interior de quienes, después del siglo XVI, han mantenido vivas muchas de sus antiguas tradiciones. Es importante tener en cuenta que las coplas que hoy se cantan en todo el mundo hispánico no se remontan más allá del siglo XVIII, o, si acaso, de la segunda mitad del XVII. Sería entonces cuando comenzarían a penetrar en ese género popular hispánico los ecos de aquel exuberante pulular de aves de las culturas indígenas; los recuerdos remotos del verde colibrí, de las aves pardas y azules, la roja guacamaya, el precioso tordo de cuello rojo que grita al cantar, las reminiscencias del loro parlanchín, que contagió a sus congéneres con su elocuencia, haciendo brotar un “estrépito de las aves preciosas”. Ahora esas aves se pondrían a hablar en la nueva lengua y en un molde poético importado de España. Híbridos de ave y ser humano, los pájaros del folklore poético mexicano lo son también de dos culturas que, en ellos, se conjugaron asombrosamente.
Con ésta, y no digo más,
como dijo un pajarito;
ya me voy a retirar:
ya los divertí un ratito... (3-7693)
BIBLIOGRAFÍA DE OBRAS CITADAS
CHENCINSKY, Jacobo. “El mundo metafórico de la lírica popular mexicana.” Anuario de Letras (México), 1 (1961) : 113-147.
FRENK, Margit, coordinadora. Cancionero folklórico de México. 5 vols. México: El Colegio de México, 1975-1985. [1. Coplas del amor feliz, 1975; reimp.1986. 2. Coplas del amor desdichado y otras coplas de amor, 1977; reimp. 1986. 3. Coplas que no son de amor, 1980. 4. Coplas varias y varias canciones , 1982. 5. Antología, glosario, índices, 1985.]
GARCÍA MATOS, Manuel, Cancionero popular de la Provincia de Madrid. Ed. Marius Schneider y José Romeu Figueras. 3 vols. Barcelona-Madrid:CSIC, Instituto Español de Musicología, 1952.
HENESTROSA, Cibeles. Las canciones que cantaba mi papá, Andrés Henestrosa. México: Aseguradora Hidalgo, 1993.
HORCASITAS, Fernando. El teatro náhuatl. Épocas novohispana y moderna. Primera parte. Pról. Miguel León-Portilla. México: UNAM, 1974.
LE GOFF, Jacques. “Lo maravilloso en el Occidente medieval.” En Lo maravilloso y lo cotidiano en el Occidente medieval . Trad. Alberto L. Bixio. 2a. ed. Barcelona: Gedisa, 1991. pp. 9-24.
LEÓN-PORTILLA, Miguel, ed. Literatura del México antiguo. Los textos en lengua náhuatl . Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1978.
LÓPEZ AUSTIN, Alfredo, ed. Augurios y abusiones. México: UNAM, 1969.
MAGIS, Carlos Horacio. La lírica popular contemporánea: España, México, Argentina . México: El Colegio de México, 1969.
MANZANO, Miguel. Cancionero leonés. 6 vols. León: Diputación provincial, 1988-1991.
Memorias de la Academia Mexicana.
MENDOZA, Vicente T., ed. La décima en México. Glosas y valonas. Buenos Aires: Instituto Nacional de Ia Tradición, 1947.
—, ed. Glosas y décimas de México. México: Fondo de Cultura Económica, 1957.
Novo, Salvador. Las aves en Ia poesía castellana. Discurso leído ante la Academia Mexicana correspondiente de la Española, el día 8 de septiembre de 1952 [...] Contestación del académico de número Carlos González Peña. México, 1953.
PERIÑÁN, Blanca. Poeta ludens. Disparate, perqué y chiste en los siglos XVI y XVII. Estudio y textos. Pisa: Giardini, 1979.
ZAID, Gabriel. “Sobre el Cancionero folklórico de México.” Diálogos (México), no. 81 (mayo-junio, 1978), pp. 33-35.
[1] Intitulado “El compromiso de las letras” y publicado en Memorias, 16 (1958). En adelante, todas las referencias bibliográficas aparecen simplificadas y remiten a la bibliografía que figura al final; en el texto sólo se darán (entre paréntesis) los números de las páginas, salvo para las coplas (ver notas siguiente).
[2] Llamamos coplas a las estrofas de cuatro, cinco o seis versos generalmente octosílabos que, como unidades autónomas, se van cantando con la música de los sones y otros tipos de canciones básicamente líricas. Ver sobre esto el Prólogo al tomo I del Cancionero folklórico de México (abreviaré CFM y, tras cada cita, remitiré entre paréntesis al número del tomo y al de la copla). Para Ia consulta de las coplas y canciones se recomiendan los varios índices contenidos en el tomo 5, sobre todo el “Índice descriptivo de canciones” (pp. 85-309), elaborado por María Teresa Miaja y Jas Reuter. Para los nombres mexicanos de aves, véase el “Glosario [de] voces y construcciones regionales y de cultura rural” de Ma. Ángeles Soler de la Cueva (tomo 5, pp. 55-83). Al elaborar este trabajo, he contado además, para mi fortuna, con Ia concordancia que se hizo por computadora de todas Ias coplas del Cancionero y cuya utilización debo a Ia propia Ángeles Soler.
[3] Cf. del Pájaro cú: “Ya la calandria voló / de un solar para una higuera, / y le respondió el gorrión: / "Qué volar de primavera !" (3-6144); una estrofa suelta: “En la rama de aquel árbol / cantaba una tortolita; /le arremedó un gorrión: / '¡Ah, qué muchacha bonita!/ Quisiera ser tiburón / para tragármela enterita'” (1-830).
[4] Lo que el segundo pájaro dice puede ser, de hecho, casi cualquier cosa: “El pajarillo hechicero / le dice al madrugador: / «No mates al carpintero, / porque es el que cuida mi amor» (3-6149); “En Ia rama de un limón/ un pájaro me ha silbado; / áhj le contestó un gorrión: /‘Todos vengan bien parqueados, / porque dice Ia canción: / Ya llegó Juan Charrasqueado»” (3-6810). Algunas veces se entabla un diálogo entre dos coplas: “En Ia cumbre de una palma / cantaba el guaquito Chano: / « ¡Qué bonita guacamaya / para cantar a su lado! » / La guacamaya contesta: / «Por toda la serranía / no te acerques, guaco Chano: / me quiero hacer de Ias mías»” (3-6168).
[5] Misma idea, en 3-6173: “En la jaula de Tampico / un pájaro se paró, / y le respondió el perico: / «Éste sí que me ganó / a tener más largo el pico, / pero retorcido, no»”. Cf. “—Quisiera ser pavo real / pa tener plumas bonitas. / Le respondió el cardenal: / —Yo Ias tengo más bonita, / yo también pa namorar / no más abro mis alitas” (3-6140).
[6] Cf. “Estando yo recostado / en lo fresco de la arena, / oí la voz de un pescado / que le dijo a la sirena: / qué trabajos he pasado / por amar a una morena” (2-3527). Y ver 3-6183.
[7] Cf. “Me dio un consejo Cupido / antes que fuera ermitaño: / «Si te vieres abatido, / déjalo de ese tamaño, / que la mujer siempre ha sido / del hombre carta—de engaño»” (2-4832); “Cupido me dijo a mí / que no me malbaratara, / que primero andara el mundo / y después que me casara” (2-4677) ; “Cupido, siendo mi amigo, / sólo un consejo me dio: / que quisiera y que adorara, / pero que rogara, no” (2-4704); “Cupido a mí me regaña / porque a las mujeres quiero: / 'Cabrón, olvida esa maña, / procura tener dinero; / mujer donde quiera se halla'” (Henestrosa, 168; cf. CFM, 2-4821).
[8] Como esta glosa en décimas, de una hoja suelta: “Yo vide a un triste zancudo / una torre fabricando; / con su azadón en Ia mano / estaba desquelitando. // Vide un mayate escribiendo / en una boda una noche, / vi cantar a un cuitlacoche / con las alitas bullendo; / !Vide una liebre moliendo / en un cuarto muy oscuro; / también, guisando menudo, / tina rana en su cazuela, / cantando con su vihuela / yo vide a un triste zancudo” (Mendoza, 1947, 574). Reproducido en el CFM, t. 4, p. 290, no. 124. Cf., en CFM, 3-5956, “A Ia medianía de un llano / vide aullando un coyote; / le dije: 'AnimaI tirano, / ¿por qué no te vas al trote? / Tú no tienes quién te arree / ni tienes quién te eche azotes'.
[9] Recogido en CFM, t. 4, p. 292, no. 127. Ver ahí mismo las historias de animales números 121 a 123, 125, y 128 a 135. Ver también Mendoza, 1947, 519-520, 570-571, y Magis, 292-294.
[10] También aparecen en todas partes las aves en funciones y contextos que, por Ia economía de este discurso, no menciono aquí: el pájaro como mensajero, por ejemplo, o el ave de presa que la hace de enamorado jactancioso y machista —“Soy un gavilán de gusto / en cosas del corazón: / a Ia polla que le busco / se enferma del corazón / o se amansa con el susto” (1-2722 bis; ver Magis, no. 1887); este último tipo de coplas es muy frecuente en México y deriva a menudo en los característicos juegos de dos sentidos o “albures”: “Soy pájaro pinto y pardo / que [en] los tomillos me siento; / las maduras me Ias como, / las verdes Ias echo al viento; / a veces la picoteo, / para el que sea más hambriento” (Henestrosa, 169). Véase el estudio pionero de Chencinsky. En todos los países encontramos el esquema “Quisiera ser pajarito para. . .“ (Magis, números 2410, 2418, 2419) —aunque es verdad que no me he encontrado en otros lugares con Ia extravagante fantasía de: “Quisiera ser guacamaya, / pero de Ias más azules, / para pasearme contigo / sábado, domingo y lunes. // Quisiera ser guacamaya, / pero de las verdes, verdes, / para sacarte a pasear / sábado, domingo y viernes (1-804a, 807).
[11] Véase esta admirable cuarteta cantada en la provincia de Madrid: “Eres paloma torcaz / que anda por los olivares, / y yo soy el alcotán / que me muero por tu sangre” (García Matos, 2: 110).
Señor director de la Academia Mexicana,
don José Luis Martínez,
señora académica, señores académicos,
señoras y señores.
I
Con una piedrecilla blanca debe marcarse esta sesión en Ia cual ingresa a Ia Academia Mexicana doña Margit Frenk. Que con un calculus albus señalaban los romanos los días o los acontecimientos faustos. Y éste lo es para nuestra Academia, pues a lo grato de todo ingreso de un nuevo académico se añade al de hoy el que sea una dama quien pase a ocupar la silla XXIV.
Esa piedrecilla blanca la ponemos también porque Ia nueva académica es la tercera mujer que honra a nuestra corporación.
II
Doña Margit Frenk obtiene su Maestría en Letras en nuestra Universidad Nacional y su doctorado en Lingüística y Literatura Hispánica en El Colegio de México. Entre ambos grados sigue cursos en Bryn Mawr College, en Ia Universidad de California en Berkeley, donde alcanza una Maestría en Artes, en la Sorbona y en el Collège de France. Como yo llegué a enseñar a Bryn Mawr un año después de que abandonó sus aulas, tuvo Ia buena fortuna de no padecerme en alguna de ellas. En cambio, entre los grandes maestros que la han formado sobresalen “dos Maestros con M mayúscula” -lo afirma ella misma-: José F. Montesinos y Raimundo Lida.
Desde hace veintisiete años enseña en la Facultad de Filosofía y Letras de nuestra universidad. De 1986 a 1994 fue coordinadora del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de Ia misma casa de estudios.
Otras instituciones han tenido Ia buena fortuna de contar con ella en su cuerpo docente: la Universidad de California —dos años en el campus de Berkeley y, posteriormente, cinco en el de San Diego—; el Mexico City College y el Middlebury College de Vermont; Ias universidades de Heidelberg, Harvard y Hamburgo.
Además, ha dado cursillos y conferencias en México, los Estados Unidos, España, Gran Bretaña, Japón, Filipinas y la India.
Es directora de la revista Literatura Mexicana que publica el Centro de Estudios Literarios del antes mencionado Instituto de Investigaciones Filológicas. Y todavía se da tiempo para participar en los consejos de redacción del Bulletin of Hispanic Studies, de Liverpool; de Ibero-Romania, de Tübingen -Tubinga en nuestra lengua-; de Romance Philology, de Berkeley; del Journal of Hispanic Philology, de Florida; del Journal of Hispanic Research, de Londres y, en México, de Medievalia.
III
A MEDIADOS DEL SIGLO XIV, EL RABÍ DON SEM TOB DE CARRIÓN ESCRIBÍA AQUELLO DE:
Quanto más va tomando
con el libro porfía,
tanto irá ganando
buen saber toda vía.
[. . .]
Por ende tal amigo
non hay como el libro:
para los sabios, digo,
que con los torpes non libro.
Gran lectora y sabia, que no torpe ni bibliófaga, doña Margit Frenk libró bien. En efecto, no se atiborra de lecturas sin ton ni son. Lleva siempre como brújula aquella gran verdad que dejó asentada Ortega y Gasset, en París y en mayo de 1935, al final de su discurso inaugural ante el Congreso Internacional de Bibliotecarios. A saber, que “cuando se lee mucho y se piensa poco el libro es un instrumento terriblemente eficaz para la falsificación de la vida humana”.
La nueva académica, con sus ricas lecturas de libros y manuscritos, no ha falsificado su vida ni las de sus lectores. Antes bien, las ha enriquecido con Ia sabiduría que da el asiduo y prudente comercio con lo escrito. Lo leído por ella ha tomado cuerpo en más de un centenar de libros originales o traducidos del alemán y del inglés; de estudios, ensayos y reseñas. Los libros salen de editoriales mexicanas, españolas, inglesas, alemanas, venezolanas, argentinas. Revistas de México, España, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia, el Canadá, Venezuela, Santo Domingo, Puerto Rico, los Estados Unidos dan acogida a sus estudios, ensayos y reseñas.
Mentecatez sería el dar aquí su nómina. El discreto e interesado lector la puede consultar en las tres columnas -de apretada letra- que dan Ias páginas 221 y 222 del tomo segundo del Diccionario de escritores mexicanos. Salió este año al cobijo de nuestra Universidad Nacional Autónoma. Y tiene todavía en prensa varios libros y estudios en México, España, Francia, los Estados Unidos, Italia, Alemania y la Argentina.
IV
Con todo, doy tres botones de muestra. El primero. Después del descubrimiento de Ias jarchas mozárabes por el desaparecido hebraísta Samuel Mikios Stern, cuyo nombre “queda inscrito con letras de oro en Ia historia de la literatura española” como con justicia afirmó Dámaso Alonso; después de los estudios del hebraísta José María Millás Vallicrosa, del arabista Emilio García Gómez, de Ramón Menéndez Pidal, de Dámaso Alonso, de Theodor Frings, de Leo Spitzer, parecía que todo estaba dicho al respecto.
Pues no. Doña Margit Frenk nos da en 1954 una extensa reseña sobre el libro de Stern en la Nueva Revista de Filología Hispánica. Pero antes, en 1952 y 1953, había publicado en esa misma revista y en Cuadernos Americanos sendos estudios sobre las jarchas. Sigue con el tema en el telar y en 1975 -con reimpresión diez años después- El Colegio de México le publica Las jarchas mozárabes y los comienzos de Ia lírica románica. Libro que ha merecido encomiásticas reseñas de Richard Hitchcock, de Reinhold Kontzi, de Walter Mettmann, de Frank H. Nuessel, Jr. De Robert Ter Horst; muy especialmente, del profesor Peter Dronke de la Universidad de Cambridge, autor de The Medieval y Lyric que en Londres y en 1968 le publicó Hutchinson. Afirma él que en ese libro “se nos da la exposición más sensible y más autorizada hasta ahora sobre el problema de Ias jarchas”. Tal afirmación puede leerse en el tomo I de 1984 de El Crotalón, Anuario de Filología, que se publicaba en Barcelona.
Pero doña Margit Frenk no da de mano su interés por las jarchas. Para el Diccionario de literatura española e hispanoamericana, que cataloga más de 50000 títulos y que acaba de publicar Alianza Editorial en Madrid, contribuye con un estudio sobre jarchas y lírica popular.
Lírica popular que es el segundo botón. La lírica popular en los siglos de oro, tal fue el tema de una tesis suya en 1946. Fiel a ello, ha seguido dándonos primores en varios libros y estudios recogidos en México, España, la Argentina y el Canadá.
No puedo dejar pasar en silencio su opus magnum: el Corpus de la antigua lírica popular hispánica, Siglos XV a XVII, que sacó a Ia luz la editorial Castalia de Madrid en 1987 y reeditó en 1990. La misma editorial le publicó el año último un Suplemento. Recoge el Corpus, en sus 1244 páginas, 2383 textos castellanos, gallegos, catalanes y portugueses. Y ellos acompañados de un nutrido aparato crítico, a la vez que de una amplia información complementaria, con una erudita introducción de 58 páginas. Por ello, nada menos que Rafael Lapesa hace hincapié en “lo ingente de Ia bibliografía manejada, en el rigor con que registra las diversas versiones, en la insuperable exposición y, sobre todo, en la perfecta organización, fruto de una mente privilegiada”. Eso y más dice en la reseña que publicó en el número 19 de noviembre de 1988 de Ia madrileña revista Saber leer. El título de Ia reseña: “El mundo de la antigua lírica popular hispánica en orden suyo y nuevo”.
Tercer botón de muestra: los cinco volúmenes que de 1975 a 1985 editó El Colegio de México con el título de Cancionero folklórico de México. Varios fueron los colaboradores, pero el alma, doña Margit Frenk. Nuestro colega, el académico don Gabriel Zaid publicó en las páginas 33 a 35 del número 81 de Diálogos(mayo-junio de 1978) una reseña sobre los primeros tomos. Insiste en Ia seriedad crítica; en que nunca se había tratado así a Ia poesía popular de México. Dice que es un documento historiográfico y una maravilla para leer, pues no hay página por donde se abra el Cancionero que no dé placer.
V
Esta erudita charla de pájaros con que nos ha regalado la nueva académica está en Ia buena compañía -por el contenido y el buen decir- de lo escrito por un mexicano, un español y un chileno.
Como la nueva académica dejó dicho, Salvador Novo escogió por tema de su discurso de ingreso en Ia Academia Mexicana en 1952 Las aves en Ia poesía castellana. Al año siguiente lo recogió en el número 10 de la colección Letra Mexicanas del Fondo de Cultura Económica. Algún posible menguado lector de ambos discursos -cuando se publique el que acabamos de escuchar- podría aventurarse a hablar de un plagio de tema. Ello sería mezquindad imperdonable, pues no hay tal plagio. Yo diría -sacando un poco de su contexto aquello tan conocido de Leibniz- que es mera “armonía preestablecida”. Sé por conversación con la autora que sólo cuando estaba escribiendo su discurso conoció el del autor de la Nueva Grandeza Mexicana .
Otra “armonía preestablecida” la hallo con Los pájaros en la poesía española de José Manuel Blecua Teijeiro. Trabajó él con entusiasmo en la selección de los textos antológicos y en el prólogo. En éste juntó doctrina, nunca farragosa, y acertada orientación del gusto. Al igual lo ha hecho la mexicana, gran conocedora de Ia lírica hispánica, tanto la culta como Ia popular.
Y una tercera “armonía preestablecida” Ia veo con el encantador Arte de pájaros de Pablo Neruda. “Poeta pajarero” se llama a sí mismo en uno de los versos. La editorial Losada de Buenos Aires publicó en 1973 una preciosa edición de homenaje póstumo al Premio Nobel. Va enriquecida con ilustraciones de Julio Escámez y de Héctor Herrera. Quiero pensar que doña Margit Frenk hará suyos estos versos del poeta de Ia Isla Negra:
Por eso yo profeso
Ia claridad que nunca se detuvo
y aprendí de Ias aves
Ia sedienta esperanza,
Ia certidumbre y Ia verdad del vuelo.
Impertinencia mía sería glosar el discurso. Sólo lograría matar el buen sabor que nos ha dejado. Únicamente quiero recordar lo atinado de la comparación con canciones populares de España, de Portugal y de los países hispanoamericanos. Señalar también la importancia del entronque que estableció con Ia poesía indígena y de la verdad que dijo al terminar: “Híbrido de ave y ser humano, los pájaros del folklore poético mexicano lo son también de dos culturas que, en ellos, se conjugan asombrosamente”.
VI
Varias distinciones se le han ofrecido a la nueva académica. Fue becaria de la John Simon Guggenheim Foundation. Desde 1987 es “Investigadora Nacional, nivel III” del Sistema Nacional de Investigadores y desde 1993, Investigadora Emérita del propio Sistema. Se la ha honrado con la presidencia de la Asociación Internacional de Hispanistas. También es miembro de Ia Asociación Internacional Siglo de Oro, de la Asociación de Lingüística y Filología de América Latina. Es “Honorary Senior Research Fellow” del Institute of Romance Studies de la Universidad de Londres y, a partir de 1991, miembro correspondiente de la British Academy. En 1989, con José Amezcua y Evodio Escalante como editores, Ia Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad Autónoma Metropolitana publicaron en coedición el volumen de Homenaje a Margit Frenk. Fue un homenaje en reconocimiento a su labor de más de cuarenta años en el campo de la filología hispánica.
Su sólida y amplia cultura, sus virtudes humanas e intelectuales le abrieron el 28 de enero de este año las puertas de nuestra casa como académica electa. Esta noche, por el docto y ameno discurso, es la académica de número que ocupa la silla XXIV honrada antes por Mauricio Magdaleno.
Muy grato es para mí decir a doña Margit Frenk, a nombre de todos sus colegas, que había un vacío en la Academia Mexicana. Vacío que ella ayuda a llenar. Los académicos todos nos congratulamos por su ingreso y le damos una cordial acogida.
Bienvenida, Margit.
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
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