Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.
Lunes
¿Para qué?
¿Para qué echar raíces?
Que ya se está acercando.
Ya oigo aullar la tormenta
que de cuajo las arrancará.
¿Para qué cantar mis canciones?
Que ya se levanta el viento,
el viento que suavemente
las habrá de dispersar.
¿Para qué plantar mis amores?
Ya habrá nacido la bella,
ya echa flor la hermosa
que me los va a robar.
Mariana Frenk-Westheim (1898-2004)
Y mil aventuras
Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1997
Martes
Para entonces
Quiero morir cuando decline el día,
en alta mar y con la cara al cielo;
donde parezca sueño la agonía,
y el alma, un ave que remonta el vuelo.
No escuchar en los últimos instantes,
ya con el cielo y con el mar a solas,
más voces ni plegarias sollozantes
que el majestuoso tumbo de las olas.
Morir cuando la luz, triste, retira
sus áureas redes de la onda verde,
y ser como ese sol que lento expira:
algo muy luminoso que se pierde.
Morir, y joven; antes que destruya
el tiempo aleve la gentil corona;
cuando la vida dice aún: soy tuya,
aunque sepamos bien que nos traiciona.
Manuel Gutiérrez Nájera (1859-1895))
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979
Miércoles
Oración del profesor
Puño de Dios, no golpees
el rincón de mi nombre donde me he pertrechado.
El día es cruel y cada hombre muerde su pan,
su anfetamina,
su perpetua oración. En los estadios
los niños derrotados aprenden a traicionar.
En aeropuertos runas de unicel nos guían
hacia el último nombre del silencio.
Y mujeres desnudas, frías como cristales
bailan decapitadas en la cresta nocturna.
Puño de Dios, mi amada duerme
en una de tus hendiduras. El trigo de sus labios
besa las manchas de nicotina de tus dedos.
Sus pechos son jarrones de miel
que endulzan tus nudillos.
Su carne es el agua que no logra apresar.
Su pensamiento es una lámpara encendida
en un hotel de paso a las afueras de tus golpes.
Puño de Dios,
mi amada es una estatua de la sal de la tierra.
No es un teléfono público.
No bastan diez centavos.
Julián Herbert (1971)
Vientos del siglo. Poetas mexicanos 1950-1982
Margarito Cuéllar, Mario Meléndez,
Luis Jorge Boone y Mijail Lamas
UNAM / UANL, México, 2012
Jueves
Ángeles guardianes
A Itzel García
Aquí nunca hubo molinos de viento
ni hombres
que se transformaban en insectos.
El viento pasaba de largo
en calles que se volvían cada vez
más pantanos.
Vimos nuestros rostros reflejados
y poco a poco,
se fueron los árboles deshojando
hasta convertirse en sillas maltrechas
donde buscar a Venus
entre cinco o seis estrellas…
una noche entera.
Vimos endurecer la tierra
en tus manos, en las mías,
en todas aquellas figuras
que sostuvieron nuestra sombra.
Los días
pasaron como el temblor de los trenes
por la mañana
cuando pensábamos
que también nos traían los atardeceres.
Aquí nunca hubo ángeles guardianes,
sólo niebla
y la ceniza de un volcán
que sin darnos cuenta
nos hizo cada día más viejos.
No, nunca hubo ángeles,
sólo sombras y manos
que nos recogían
cuando quedábamos hechos pedazos
por la calle
y como figuras de arcilla
nos volvían a formar.
Aquí se aprendió
a soplar el vidrio de los ojos,
a vivir sin luz.
Aquí se aprendió a nadar
entre las aguas que brotaban
de las coladeras
y a sonreír
cada que una ráfaga nos atravesaba el alma.
Alejandro Baca (1990)
Apertura al cielo
CCH Naucalpan, México, 2014
Viernes
Manuscrito
Las palabras
que nunca llegaron a la última versión
tal vez eran mejores.
Tienen la gracia de las cosas perdidas:
la puerta que no abrimos,
el amor olvidado.
Como flores disecadas
los vocablos encerrados en círculos
o aniquilados por un tachón violento
florecen
cuando es otro el que asoma
a la intimidad del texto
y descubre no el poema
sino el alma de atrás:
vacilaciones clandestinas,
ocurrencias podadas en retoño.
Esa caligrafía
un poco descompuesta por los años
algo ilegible
como la voz vecina que escuchamos
a través de un muro,
como mirar las manos del autor
que ya no está.
No sin culpa
El voyeurista de este manuscrito
lo siente palpitar y algo le dice
que ese desorden,
ese jardín con plagas todavía,
hierbas silvestres cubriendo la silueta
de algún árbol final
tiene el encanto de otro paraíso.
Carmen Villoro (1958)
A la sombra del tigre
Cartografía poética del mundo latino
Encuentro de poetas. Morelia 2003
Editora: Ivonne Gutiérrez Obregón
Sábado
Grupos de palomas
A la señora Lupe Medina de Ortega
1
Los grupos de palomas,
notas, claves, silencios, alteraciones,
modifican el ritmo de la loma.
La que se sabe tornasol afina
las ruedas luminosas de su cuello
con mirar hacia atrás a su vecina.
Le da al sol la mirada
y escurre en una sola pincelada
plan de vuelos a nubes campesinas.
2
La gris es una joven extranjera
cuyas ropas de viaje
dan aire de sorpresas al paisaje
sin compradoras y sin primaveras.
3
Hay una casi negra
que bebe astillas de agua en una piedra.
Después se pule el pico,
mira sus uñas, ve las de las otras,
abre un ala y la cierra, tira un brinco
y se para debajo de las rosas.
El fotógrafo dice:
para el jueves, señora.
Un palomo amontona sus erres cabeceadas,
y ella busca alfileres
en el suelo que brilla por nada.
Los grupos de palomas
–notas, claves, silencios, alteraciones–
modifican lugares de la loma.
4
La inevitablemente blanca
sabe su perfección. Bebe en la fuente
y se bebe a sí misma y se adelgaza
cual un poco de brisa en una lente
que recoge el paisaje.
Es una simpleza
cerca del agua. Inclina la cabeza
con tal dulzura,
que la escritura desfallece
en una serie de sílabas maduras.
5
Corre un automóvil y las palomas vuelan.
En la aritmética del vuelo,
los ochos árabes desdóblanse
y la suma es impar. Se mueve el cielo
y la casa se vuelve redonda.
Un viraje profundo.
Regresan las palomas.
Notas. Claves. Silencios. Alteraciones.
El lápiz se descubre, se inclinan las lomas,
y por 20 centavos se cantan las canciones.
Carlos Pellicer (1899-1977)
Hora y 20 (París, 1927)
Domingo
Me han contado
Me han contado
que es preciso resignarse
desde muy joven
a la idea
de encontrarnos
alguna vez
en un vacío ámbito
desprovisto de memoria,
a no encontrarnos pues,
mientras afuera,
en algún lado,
en todas partes,
transcurriendo indiferente
como respiraciones
iguales y distintas
que se imbrican sin saberlo,
bulle la vida
sumida hasta la médula
en sus asuntos
sin tomarnos en cuenta
la ausencia.
Eso me han contado.
Pero no sé:
eso de morirme un día
parece tan remoto,
tan historia ajena,
tan algo que sólo le ocurre a los demás…
Enrique Jaramillo Levi (1944)
Los atardeceres de la memoria (1970-1978)
Federación Editorial Mexicana, México, 1978
Donceles #66,
Centro Histórico,
alcaldía Cuauhtémoc,
Ciudad de México,
06010.
(+52)55 5208 2526
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