Poema del día

Los siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 26 de Febrero de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Amanecer en Jericó

Ola sin precedentes. Pasión sin receso que viene forzando cuesta arriba su progresivo alud solar. La autora, que al fin se vuelca sobre la ciudad maldita.
Mira cómo se levanta, formidable y silenciosa. Mira cómo se yergue sobre la turbiedad del valle. Mírala, conformando acantilados traslúcidos, haciendo gala de cristalografía refleja en escolleras y bastiones para la fugaz falaz batalla: oro por oro, amor; rosetones de soldadura autógena por altos, altos hornos en campanarios que mal soportan el alto voltaje del deicidio. ¡Maldita! Colindancia beatífica.
Como si fuéramos dignos, transita el pájaro (y un arrebato fecundador que no se atreve). Transita, insomne, el grito unísono de siete mil manifestantes callejeros que han aprendido a desdeñar la cábala. Y (¡oh, ley ecuánime del eco!), transita la patrulla que en la noche brutal persiguiera al indefenso y ahora lenta, lenta, sublima una ley fuga inacabable. ¿Dónde? El rumor en reversa de pasos clandestinos arrastra un cadáver tan diáfano, tan ebrio, tan despojado y desterrado, tan descalzo de vida y suelo, que ya levita… Como si fuéramos dignos, esta luz reseña de perspectivas infructuosas. (El amor al compañero, a nuestros hijos.)
¿Es sólo la aurora?, di ¿la primera? ¿Vendrán, entonces, siete días de sitio durante los cuales siete jerarcas portadores del arca de la alianza, anunciarán con trompetas un asalto a la ciudad maldita? No lo olvides: el séptimo día siete veces habrán de presidir –paso por paso– su circunvolución callada para irrumpir en el grito criminal y catastrófico… en el grito… en setenta millones de gritos…
Ola sin precedentes. Pero que sea pasión. Y sin receso.

Tita Valencia (1938)
Austin International Poetry Festival. Festival Iberoamericano ’97. Antología
Néstor Lugones y James C. Maloney, editores
Universidad Autónoma de Nuevo León / The University of Texas Panamerican
Monterrey, México, 1999


Martes

José Martí

No ocultará por siempre a nuestra vista
tu cuerpo sacro el arenal nativo,
¡ay! sin que mi lamento fugitivo
diga el dolor que al corazón contrista.
De una Patria empeñado en la conquista,
por tu heroico ideal moriste altivo…
¡Quién pudiera volvernos redivivo
al gran poeta, al soberano artista!
En la lira de América pondremos
tu cadáver, así lo llevaremos
en nuestros propios hombros a la historia.
En la paz de tu noche funeraria
acaso, como lámpara de gloria,
brille un día tu estrella solitaria.

Justo Sierra (1848-1912)
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979


Miércoles

Cleopatra

La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta…
Estaba toda desnuda
aspirando humo de esencias
en largo tubo escarchado
de diamantes y de perlas.
Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza,
y cual el ojo de un tigre
un ópalo daba en ella
vislumbres de sangre y fuego
al oro de su ancha trenza.
Tenía un pie sobre el otro
y los dos como azucenas,
y cerca de los tobillos
argollas de finas piedras,
y en el vientre un denso triángulo
de rizada y rubia seda.
En un brazo se torcía
como cinta de centella
un áspid de filigrana
salpicado de turquesas,
con dos carbunclos por ojos
y un dardo de oro en la lengua.
Tibias estaban sus carnes,
y sus altos pechos eran
cual blanca leche vertida
dentro de dos copas griegas
convertida en alabastro,
sólida ya pero aún trémula.
¡Ah! Hubiera yo dado entonces
todos mis lauros de Atenas
por entrar en esa alcoba
coronado de violetas,
dejando con los eunucos
mis coturnos a la puerta.

Salvador Díaz Mirón (1853-1928)
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979


Jueves

En la Mezquita Azul

Vuela una paloma en la sala de oración
surca el océano azul de la mezquita

Silenciosa va
del mihrab a los pilares
de los pilares a las cúpulas
de las cúpulas a la logia
entre azulejos de Iznik

Luego inicia la ascensión

Flota hacia la cúpula mayor
Entrega su mensaje

Nada rasga este silencio
Sólo un batir de alas roza su misterio

El ave suspendida se funde con la luz

Todo es luz
Entra ya en la eternidad

Jorge Ruiz Dueñas (1946)
Diván de Estambul, Poemas de tres voces
Ediciones Papeles Privados, México, 2015


Viernes

Consolament
In memoriam
María del Consuelo
(1934-1994)

Pasan ocho pájaros, grandes. Tordos o zanates mientras el sol anaranjado ya se pone. Ocho pájaros que yo quisiera nueve. Los conté. Hace unos minutos parecía que iba a llover. Pero no, el viento se llevó las nubes hacia el poniente y por debajo apareció el sol, los pájaros. Los conté, eran ocho y no como yo quisiera nueve, el Número. La naturaleza no simula. Suma, resta. Hace unos minutos parecía. Hace unos minutos mi madre estaba viva. A la resta habrá que sumarle su ausencia. El sol se pone, qué resta. La noche es lo que resta. Tordos o zanates suman ocho y no como yo quisiera, nueve.
*
Alonso tiene cinco años. Desde ahí me dice que la palmera junto a la que juega es más alta que el edificio de espejos al otro lado de la avenida. “Es la torre más alta de Guadalajara”, recuerdo que me dijeron y le digo. Desde sus cinco, Alonso me mira, y a la palmera, y a los espejos. No sé si me cree, no le pregunto. Tampoco le pregunté a mi madre si sabía que se estaba muriendo. Hace ya muchos meses que terminaron la torre y sigue vacía. Sus muros son espejos que la protegen del otro vacío, el de afuera. A veces los lavan. Alonso juega junto a la palmera.
*
La ventana se cerró de golpe. Afuera todo el cielo era nubes, grises, viento. Una muchacha con un vestido rojo avanzaba por la avenida, frente a las jardineras. No había nadie más, ella avanzaba de sur a norte, entre ráfagas de viento con su vestido rojo y una bolsa negra colgándole del hombro. Entre cielo y suelo. Mi madre, que murió de cáncer, era Leo. No tarda en llover y va a mojarse, pensé. El cabello negro y lacio atado con una cinta blanca. Mi madre, que era solar y abierta, murió de un cáncer oculto tras el páncreas. Murió de algo escondido, en la entraña. No había más, ella avanzaba. Y los zapatos blancos.
*
Escribir o caminar sobre el agua. De niño yo tenía muy clara la imagen de ese milagro: caminar sobre el agua. Todo es milagro para el niño que vuela en una alfombra de Persia. Lo intentaba en la alberca y caía hasta el fondo. Tal vez el fondo me llamaba, tal vez no había lugar para mí en la superficie –ni en el milagro. Yo intentaba. De pronto, una sola vez, durante un solo instante... y sin testigos. Tampoco hubo las voces llamándome en la barca. En el fondo sí. En el fondo mi madre, antes de morir, cantaba.
*
Lo que mi madre cantaba no se puede decir. No era un decir, era un oír. Su voz venía del fondo y me devolvía a la superficie, mostraba un camino hacia la respiración. Entre dos aguas, lejos del fondo y lejos todavía de la superficie, a la deriva. Más allá del agua yo me hundía en su voz para respirar de nuevo. Ahora creo saber que el milagro es otro: no un paso sobre el agua, sino el paso entre las aguas. Y como aquello que mi madre cantaba no se puede decir, escribo.

Jorge Esquinca (1957)
Caja negra con inscripciones
Ediciones Papeles Privados, México, 2015


Sábado

Un sueño con zapatos

Era tarde ya en la noche
un cierto día
cuando empecé a soñar
con mis zapatos solos.
Qué objetos pesados y lejanos
qué cucharas de cuero negro
con el metal de abajo
penetrado por los aires
de una calle y su silencio
en la tierra carcomida?
Fuera de mis pies
los dos zapatos:
dos veces los conté
con la saliva seca.
Si pudiera acercarme
atraparlos convertir en quietud
su movimiento: eso pensé
eso quería.
Usarlos caminarme
gastarme en ellos
hasta cumplir con el cansancio
de este mal soñado sueño.

Saúl Ibargoyen (1930)
Nuevo octubre
Axel Editora, México, 1978


Domingo

Entre
la
hierba
un fruto
abandonado
Quién
rescatará
su
lozanía
de
las
fauces
del
gusano

Rodrigo Caso
Labrar en la tinta
Colección Peristerá, México, 1988


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