Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Lunes, 30 de Noviembre de 2020
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria

 

Lunes

Arquetipo

En aquella escuela alternativa
los niños escogían los materiales y los temas
con que querían trabajar
ábaco, mapamundi, probetas y demás nombres curiosos.
Alrededor del mediodía
recogíamos los cuadernos para poner la mesa
manteles, cubiertos, modales
sociedad en miniatura de señoritos y señoritas.
Tú fuiste la primera chica a la que invité a comer.
Aceptaste sonrojada y nerviosa
porque yo también era el primero que te invitaba.
La maestra, tal vez sorprendida, me ayudó a limpiar mi mesa
y te puso una silla delante de mí.
Merendamos en silencio.
La experiencia se repitió más veces;
por un tiempo se hizo costumbre.
No recuerdo tu nombre
pero sé que soñaba con ese nombre
y me lo llevaba a la casa después de las clases
y lo paseaba en el carro los fines de semana
y los lunes, al verte, lo repetía para mí.
Pero recuerdo bien tus brazos
porque nunca he visto otros tan pálidos:
se veían tus venas azules,
ramas transparentes de una savia inmóvil.
Tu pelo castaño y finísimo, tu frente amplia, tus labios resecos
toda tú menuda, delicada, discreta.
Pero lo que más me atraía de ti era tu olor.
Hoy no lo recuerdo ni sabría compararlo con nada
porque sólo te ha pertenecido a ti.
Pero sé que si hoy pasaras a mi lado, por él te reconocería.
En mi mesa de trabajo
–los niños escogían los materiales–
hubo siempre ejercicios de gramática y de geografía.
Siguiendo el modelo epistolar
fechaba cartas sin fin en México, Distrito Federal, a tal día de tal mes del 2002.
Otras veces, con regla y lápiz, dibujaba la rosa de los vientos
cuya simetría me causaba satisfacción.
En esa mesa
–entre las palabras y los destinos–
te sentaste un día
y jamás te has levantado.
De recordar tu nombre
lo pondría como destinatario de esta carta.
Si no hubiera perdido la rosa de los vientos
te buscaría entre sus puntas.
Hoy me doy cuenta
de que todas mis mesas son la misma.

David Noria (1993)
21 de noviembre del 2020
Aix-en-Provence

Martes

Ciudad interior

Sobre el humo de las torres, como un lienzo apretado, se hace la noche de los pájaros.

La noche es siempre un gigante. Su vaho apaga el rumor de multitudes: alhajero de sándalo que se cierra.

Sólo una flama palpita en el deseo escondido. Y la oración del sastre cae como una aguja en la tarima del terciopelo nocturno. Ahí, donde se alzan de día los cuerpos desnudos esperando el entallado de sus ropas.

La ciudad ve partir a sus exarcas a países tan remotos como la certidumbre de su cometido. Cierra sus puertas y el último eregrino recibe la sombra en su cuerpo.
La ciudad vuela cuando el desierto enfría. Su muralla es el canto de una moneda que se acerca al ojo del Gran Coleccionista.
Lanzada al cofre de sombra en una parábola, encalla en mar ajeno.
Ojos que dormían se abren y no recuerdan el ocaso sin mar. Alaban y vuelven a cerrarse avencidandos en su revelación.

Ah, ciudad que viaja para desconcierto de las caravanas. Ninguna cartografía señala su espesor de tejo sobre el polvo.

Con la ciudad emigran soles y lunas; mientras se adelantan a su tránsito, en el horizonte crecen cordilleras.

Elva Macías (1944)
Entre los reinos.
Presentación de William Johnston
Conaculta, México, 2002

Miércoles

En Noviembre cantan los horizontes

En Noviembre nacen mi padre y mi madre y el polvo del desierto se levanta para esparcir su llamarada.

En Noviembre se obsequian fuentes de cereales en germinación; se dan lentejas y cañamones plantados cuarenta días antes.

Noviembre es difícil y alejado y por eso se deben encender las hogueras y cantar y saltar a su alrededor.

En el segundo día de Noviembre salen las erinias para contar los segundos del porvenir y la luz de una nueva estrella brilla al tercer día.

En Noviembre el amor es leve como el aire y como el aire va, viene y se aleja y a veces como el aire busca las esquinas y los escondites para soplar allí las palabras nunca dichas.

En Noviembre cantan los horizontes en la estación de Irapuato y los centauros inician su galope. Es el tiempo de la iniciación en el Alto Darling y Daramulun se lleva lejos por el río a los jóvenes hombres para hacer girar la madera con los bordes dentados y producir el toro bramador.

En Noviembre, a veces, se cumplen ciertos sueños al cruzar la frontera del sendero que nadie transita y entonces el amor es tibio como aquello que debe ocurrir una sola vez y se repite una y otra vez como una yegua cabalgando en el poniente.

A principios de Noviembre la última hechicera del siglo /la primera del porvenir/ enciende el atardecer ampliando el horizonte y derrama en su boca la fuente de la imaginación y el otoño palidece mientras las viejas de Lerwick venden sus mejores vientos.

El veinticinco de Noviembre es un pañuelo congelado en lo alto del Iztaccíhuatl.

Noviembre siempre está comenzando; nunca termina.

Joaquín Armando Chacón (1944)
El Norte y los meses
Gobierno de Chihuahua, Programa Cultural de las Fronteras,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 1991.

Jueves

Versos sencillos

IX
Quiero, a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.
Eran de lirio los ramos,
Y las orlas de reseda
Y de jazmín: la enterramos
En una caja de seda.
Ella dio al desmemoriado
Una almoadilla de olor:
Él volvió, volvió casado:
Ella se murió de amor.
Iban cargándola en andas
Obispos y embajadores:
Detrás iba el pueblo en tandas,
Todo cargado de flores.
Ella, por volverla a ver,
Salió a verlo al mirador;
Él volvió con su mujer;
Ella se murió de amor.
Como de bronce candente
Al beso de despedida
Era su frente ¡la frent
Que más he amado en la vida!
… Se entró de tarde en el río,
La sacó muerta el doctor:
Dicen que murió de frío:
Yo sé que murió de amor.
Allí, en la bóveda helada,
La pusieron en dos bancos:
Besé su mano afilada.
Besé sus zapatos blancos.
Callado, al oscurecer,
Me llamó el enterrador:
¡Nunca más he vuelto a ver
A la que murió de amor!

José Martí (1853-1895)
Ismaelillo, La edad de oro,
Versos sencillos.
Prólogo de Raimundo Lazo.
Editorial Porrúa, México, 2000.

Viernes

Zapatos nuevos

No bailaré la danza del demonio
con estos zapatos que dejó mi madre
en la repisa,
aderezados y limpios, antes de que yo naciera,
destellando claridades rojas
que las brujas codician. No usaré
sus sandalias, rancias, ajustadas
al tobillo de la muerte,
ni las botas de cuero de buey ni las calcetas grises
olorosas a lejía.
Yo tejeré mi alpargata
hilo a hilo
caracol de mar y azogue
ensortijado en luces –blanca estridencia–
mientras la Luna baja
retozando
como armiño en mi cadera.

Marisol Vera Guerra (1978)
Parkour pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema)
Armando Salgado y José Agustín Solórzano
SEP Dirección General de Educación Superior
para Profesionales de la Educación, México, 2017

Sábado

Volveré

Yo sé que por mi ausencia
mucho, mucho has llorado
y sé que hasta has pensado
que al fin te olvidaré.
Pero es que no comprendes
que estamos tan unidos,
que el día que menos pienses
a tu lado estaré.
Volveré como vuelven
esas inquietas olas
coronadas de espuma
tus playas a bañar.
Volveré como vuelven
las blancas mariposas
al cáliz de las rosas
su néctar a libar.
Volveré por la noche,
cuando ya estés dormido,
acallando un suspiro,
tus labios a besar.
Y para que no sepas
que estuve allí contigo,
como otra inquieta ola
que perderé en el mar.

María Grever (1885-1951).
Ómnibus de poesía mexicana,
siglos XVI a XX.
Presentación, compilación y
notas de Gabriel Zaid.
Siglo XXI, México, 15º ed., 1989.

Domingo

Booz canta su amor

Me he querido mentir que no te amo,
roja alegría incauta, sol sin freno
en la tarde que sólo tú detienes,
luz demorada sobre mi deshielo.
Por no apagar la brasa de tus labios
con un amor que darte no merezco,
por no echar sobre el alba de tus hombros
las horas que le restan a mi duelo.
Pero cómo negarte mis espigas
si las alzabas con tan puro gesto;
cómo temer tus años, si me dabas
toda mi juventud en mi deseo.
Quédate, amor adolescente, quédate.
Diez golondrinas saltan de tus dedos.
París cumple en tu rostro quince años.
Cómo brilla mi voz sobre tu pecho.
óyela hablarte de la luna, óyela
cantando lánguida por los senderos:
sus palabras más nimias tienen forma,
no le avergüenza ya decir "te quiero".
Me has untado de fósforo los brazos:
no los tienen más fuertes los mancebos.
Flores palúdicas en los estanques.
de mis ojos. El trópico en mis huesos.
Cien lugares comunes, amor cándido,
amoroso y porfiado amor primero.
Vámonos por las rutas de tus venas
y de mis venas. Vámonos fingiendo
que es la primera vez que estoy viviéndote.
Por la carne también se llega al cielo.
Hay pájaros que sueñan que son pájaros
y se despiertan ángeles. Hay sueños
de los que dos fantasmas se despiertan
a la virginidad de nuestros cuerpos.
Vámonos como siempre: Dafnis, Cloe.
Tiéndete bajo el pino más erecto,
una brizna de yerba entre los dientes.
No te muevas. Así. Fuera del tiempo.
Si cerrara los ojos, despertándome,
me encontraría, como siempre, muerto.

Gilberto Owen (1904-1952)
Obras.
FCE, México, 1979.

 


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