Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 20 de mayo de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Claro de luna

Como un cisne espectral, la luna blanca
en el espacio transparente riela,
y en el follaje espeso, Filomela
melifluas notas de su buche arranca.
Brilla en el fondo oscuro de la banca
tu peinador de vaporosa tela,
y por las frondas de satín se cuela
o en los claros la nívea luz se estanca.
Después de recorrer el mármol frío
de tu pulida tez, toco una rosa
que se abre mojada de rocío;
todo enmudece, y al sentir el grato
calor de tus caricias, mi ardorosa
virilidad se enarca como un gato.

Efrén Rebolledo (1877-1929)
Poesía mexicana I, 1810-1914
Introducción, selección y notas de José Emilio Pacheco
Promexa, México, 1979

Martes

Vivirán por ti…

Vivirán por ti
en versos escritos
con helada tinta
aquéllas que fueron tempestad
y son ahora mar en retirada
Tierra de qué memoria
remueve la punta de la pluma
en el horizonte cuadrado de la página
Alucinante metamorfosis:
fueron fervor
y hoy son poemas
E inútil lamento:
estuvieron en la vida
para ser cantadas.

Miguel Ángel Flores (1948)
Contrasuberna
Joaquín Mortiz, México, 1981

Miércoles

Monólogo AA

Me has consumido,
he dejado de ser lo que era antes,
aquel joven de labios rojos y ojos danzantes,
aquél que sonreía a la vida,
que tuvo una vida…
aquél que sonreía a las primaveras de color,
aquél que amaba incluso los inviernos de hojas muertas,
con la boca cortada por tu exceso, por tu tentación.
Me llevaste a la sombra de la mano de amigos,
me abandonaste sólo con mi maldita suerte
en un callejón oscuro, cerca, muy cerca de la muerte.
Me has herido quitándome poco a poco
la virtuosa memoria de la que era envidiado,
A veces no recuerdo que he nacido y renacido,
después de las cenizas ya que me has comido vivo;
se me olvida la fuerza que he tenido
para llegar tan lejos como quise.
Pude haber hecho más, es cierto;
pero te propusiste detenerme y lo lograste;
he perdido confianza en mi persona,
las risas y las burlas de la gente me agobian;
no tengo más que lo que vivo cada día, a veces ni un centavo;
a veces soy esclavo, mendigo y vagabundo,
y ni siquiera me acuerdo por qué te tengo entre mis manos,
en el olor de mi ropa y de mi aliento,
en la frente enarcada por el tiempo, en mis adentros.
Te cobijo como una pesadilla, te alimento,
te busco, te odio y te deseo,
sé que eres dueño de mí cada vez que te pruebo,
que tomas todas mis decisiones y mi voluntad:
y aun decido seguir siguiéndote.
Sé que me estás matando poco a poco
y hundiendo más que mucho en lo profundo del fango:
ya no tengo ni confianza ni amigos,
se han ido todos a buscar nuevos bríos,
entre el cielo y la tierra se han debatido,
mientras yo, aquí sigo.
Estoy seco de miedo, abandonado en la plaza del pueblo,
en una banca dura con algunos mendrugos de trapos por cobijo,
después de haber proado los miedos y placeres,
Me acuerdo de mi cama tibia,
suave y serena, con sábanas de seda
y comidas calientes.
Ahora me encuentro yo y mi maldita suerte,
desdeñado hasta por los más pobres de este
mugroso Pueblo,
con un frío que me come los huesos,
no puedo ni comer lo que deja la gente de repente,
aquel último choque me dejó sin los dientes y sin un
céntimo.
Sólo recuerdo que corría
huyendo del horror que presenciaba,
¡había matado a alguien en mi enfado y arrojo!
¡Te tenía en la cabeza, te llevaba en la sangre!
El coche destrozado por suerte, no dejó rastro de mis
credenciales.
Me refugié en el parque de este Pueblo,
al que tú me has seguido rastrero,
nadie me quiere, me tienen lástima y miedo,
pero no más de la que siento por mí, después de que
bebo de ti,
tu veneno.

Isabel Gamma
A través de la niebla
México, 2012

Jueves

Hoja de abril

Te quise hoja de abril suspensa
en la más alta rama.
Te quise, te diré. Sólo
pensarlo y vi en tus ojos
el otoño marchito, cruzó
el viento y lo dije.
No impone al corazón perseverancia
tan desacompasado movimiento.
Te quise, te diré. Te quise,
Bien querido, tiempo pasado.
Fluye el tiempo en mi mano;
creí que tus ojos lo detendrían.
(Ilusa alma mía, ¡despierta! Los cadáveres
todavía calientes de mis amigos
de anoche, muertos, al amparo
de tu abandono. ¡Mis amantes cautivas

la leche tibia de la muerte, mientras dormías!
Iba a tus ojos para ver mi regreso. Despierta,
hija, si tardas no me encontrarás.
Y unos me negaron el don de profecía.
Y otros celebrarán sin haber entendido.
Quizá tú cuando vieja, niña, comprendas
lo que la mano escribía, al momento de acariciarte.

Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985)
Recolección a mediodía
Conaculta, México, 1995

Viernes

La Alameda

En los veranos rojos, cuando a los mediodías
desata los bozales de sus perros el sol,
¿quién no gozó tu abrigo, quién ignoró las pías
frescuras que derrama tu inmenso parasol?
¿Quién, en el sueño rosa del minuto romántico,
no, tembloroso y pálido, se detuvo al pasar
bajo tu fronda amiga, para esparcir el cántico
del beso en el propicio sortilegio lunar?
¿Qué anhelo, mozo y fuerte, no se prendió a una falda
errante por tus claros senderos de esmeralda?
¿O qué infantiles pasos no fueron por tu alfombra
tras el fugaz insecto de alas de rosicler?
El grande y el pequeño ven brillar en tu sombra
la mentira dorada, mariposa o mujer.

Rafael López (1873-1943)
Obra poética
Conaculta, México, 1990

Sábado

Destierro

La patria no es otra cosa
que la infancia perdida:
una calle en el barrio de Mixcoac,
el patio de una escuela,
la canción aprendida
en el autobús de una excursión.
Un asunto de nostalgia
que crece con la distancia.
Reminiscencias que se desgranan
al interior del cuerpo
para evocar en la memoria
el sabor de una sopa,
el color de un juguete
al fondo del jardín,
las páginas de un libro en la primaria.
Desarraigados para siempre de la infancia
creamos la ilusión de pertenencia
a una casa mayor que nos contenga;
deseo de unidad
que nos vuelve grupo, tribu, masa
cuando reconocemos en el otro
un gesto familiar, un acento conocido.
La soledad nos vuelve compatriotas
en las tribunas del estadio de futbol
y hasta en la guerra;
nos alimenta un fanatismo idiota.
El destierro nos viste de colores precisos,
de himnos y banderas
que cubren el dolor
de no poder regresar jamás
a la primera casa.

Carmen Villoro (1958)
País de sombra y fuego
UdeG, Maná, Selva Negra, Guadalajara, 2010

Domingo

Gameover-Gameover-Gameover

Se acabó el azul por todas partes, los pajaritos tuiteros que resplandecían en el océano del celular también se apagaron. Se acabaron las selfies romanticoides y sólo quedó el amor propio en Instagram y en los pensamientos. Todas las memorias del Snapchat se hicieron polvo tras el paso del tiempo y a los muros de mi cuarto y del Facebook arribaron los estados de inestabilidad emocional. Todo desapareció tras tu rastro ¿o habré de decir tras tu brillo de basura cósmica virtual? Ya con el valor encima nos atrevimos a decir adiós con un par de microcartas por el WhatsApp y acaso una videollamada para sentir que todo era de frente, luego pensamos en descargar una aplicación para desaparecernos el uno al otro pero más tarde nos acordamos que esto sólo podría suceder en algún cuento del buen Ray Bradbury; por lo que desistimos del intento. Ya con el paso de los días, jugamos a olvidarnos con métodos más rudimentarios como escribir nanopoemas sobre los boletitos del autobús o besar, besar a todas horas y por cualquier motivo, pero nada, nada del olvido real y aquí estamos de nuevo, en una búsqueda desesperada de apps hasta dar con aquella que sirva para borrarnos la memoria porque nunca hemos podido soportar a los otros, nunca hemos podido soportar a los otros, nunca hemos podido soportar a los otros y para mí es mejor decir Game Over o la muerte pública del autor.

Alberto Paz (1987)
Parkour pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema)
SEP Dirección General de Educación Superior
para Profesionales de la Educación, México, 2017


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