Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 04 de Noviembre de 2018
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Como el mar que regresa

I
El mar siempre regresa;
sus montañas saladas se alejan,
pero vuelven;
abren las cicatrices de la arena;
rebosan de infinito los ojos que lo miran.
El mar regresa siempre
porque siempre está solo;
vuelve a buscar las playas.
Regresa.
Sabe que se hallará
porque los que están solos
saben que alguien está siempre esperándolos.

II
El mar no acaba nunca de regresar;
apenas lo has mirado ya se ha ido;
apenas lo has perdido
y ya te encuentra.
Para decirle adiós
es necesario no irse nunca;
quedarse junto a él,
frente a frente y sin prisa,
pegar tus labios a su beso húmedo
y sentir que no hay tiempo,
que no hay lugar,
que no hay límites;
saberlo, y nada más,
como cuando se ama,
como se afirma uno al ser que ama,
como hace uno razón
la fe,
la dictadura
del amor.

III
En la tumba del mar crecen cofres cerrados,
botellas que nunca han sido abiertas,
canciones olvidadas,
elementos nocturnos que se han perdido.
El mar les da cobijo bajo su frágil cuerpo
y los pone a danzar en la noche
para que se enamoren.
Hay campanas también, nombres y huesos,
cartílagos que ya se disolvieron,
elementos del día,
material de los sueños.
Yo me pongo a soñar esta materia
para que cuando duerman mis hijos su alegría
vean lo que el amor ha conservado
más allá de la arena y de la ceniza.

Juan Domingo Argüelles (1958)
Como el mar que regresa
Universidad Veracruzana, Xalapa, 1990

Martes

Nocturno

Aquí voy en el río
desconocida, larga.
Y cabeceo en el viento
como el toro,
que en éxtasis levanta
la llama de sus ojos,
brillantes por la sed
de oscuras aguas.
Y me hundo en la noche
como en el conocido pecho
de mi madre,
húmedo y sin palabras.
Muerdo el fruto del día,
y en el silencio voy
como la rama
enamorada y muda
que danza.
Ahí van mis sentidos
prendidos en el vientre de la noche
como siete cabritas
palpitantes y fijas.
Sola me quedo,
junto al que se oculta
hollando a sus creaturas.
Entre las ramas
flotando van estrellas
como frutillas duras.
Bajo este cielo, ay, todas las cosas
van hablando entre dientes
solas y presurosas.
Bajo este cielo, ay,
me voy rendida
como la hierba hollada.
Y queriendo cantar,
Y sin hallar palabras.

Dolores Castro (1923)
“Toda la eternidad una paloma”.
En Ritmo. Imaginación y crítica,
núm. 23, CCH Naucalpan

Miércoles

Discurso por las flores

A Joaquín Romero

Entre todas las flores, señoras y señores,
es el lirio morado la que más me alucina.
Andando una mañana solo por Palestina,
algo de mi conciencia con morados colores
tomó forma de flor y careció de espinas.
El aire con un pétalo tocaba las colinas
que inaugura la piedra de los alrededores.
Ser flor es ser un poco de colores con brisa.
Sueño de cada flor la mañana revisa
con los dedos mojados y los pómulos duros
de ponerse en la cara la humedad de tos muros,
El reino vegetal es un país lejano
aun cuando nosotros creámoslo a la mano.
Difícil es llegar a esbeltas latitudes;
mejor que doña Brújula, los jóvenes laúdes.
Las palabras con ritmo —camino del poema—
se adhieren a la intacta sospecha de una yema.
Algo en mi sangre viaja con voz de clorofila.
Cuando a un árbol le doy la rama de mi mano
siento la conexión y lo que se destila
en el alma cuando alguien está junto a un hermano.
Hace poco, en Tabasco, la gran ceiba de Atasta
me entregó cinco rumbos de su existencia. Izó
las más altas banderas que en su memoria vasta
el viento de los siglos inútilmente ajó.
Estar árbol a veces, es quedarse mirando
(sin dejar de crecer) el agua humanidad
y llenarse de pájaros para poder, cantando,
reflejar en las ondas quietud y soledad.
Ser flor es ser un poco de colores con brisa;
la vida de una flor cabe en una sonrisa.
Las orquídeas penumbras mueren de una mirada
mal puesta de los hombres que no saben ver nada.
En los nidos de orquídeas la noche pone un huevo
y al otro día nace color de color nuevo.
La orquídea es una flor de origen submarino.
Una vez a unos hongos, allá por Tepoztlán,
los hallé recordando la historia y el destino
de esas flores que anidan tan distantes del mar.
Cuando el nopal florece hay un ligero aumento
de luz. Por fuerza hidráulica el nopal multiplica
su imagen. Y entre espinas con que se da tormento,
momento colibrí a la flor califica.
El pueblo mexicano tiene dos obsesiones:
el gusto por la muerte y el amor a las flores.
Antes de que nosotros "habláramos castilla"
hubo un día del mes consagrado a la muerte;
había extraña guerra que llamaron florida
y en sangre los altares chorreaban buena suerte.
También el calendario registra un día flor.
Día Xóchitl, Xochipilli se desnudó al amor
de las flores. Sus piernas, sus hombros, sus rodillas
tienen flores. Sus dedos en hueco, tienen flores
frescas a cada hora. En su máscara brilla
la sonrisa profunda de todos los amores.
(Por las calles aún vemos cargadas de alcatraces
a esas jóvenes indias en que Diego Rivera
halló a través de siglos los eternos enlaces
de un pueblo en pie que siembra la misma primavera.)
A sangre y flor el pueblo mexicano ha vivido.
Vive de sangre y flor su recuerdo y su olvido.
(Cuando estas cosas digo mi corazón se ahonda
en su lecho de piedra de agua clara y redonda).
Si está herido de rosas un jardín, los gorriones
le romperán con vidrio sonoros corazones
de gorriones de vidrio, y el rosal más herido
deshojará una rosa allá por los rincones,
donde los nomeolvides en silencio han sufrido.
Nada nos hiere tanto como hallar una flor
sepultada en las páginas de un libro. La lectura
calla; y en nuestros ojos, lo triste del amor
humedece la flor de una antigua ternura.
(Como ustedes han visto, señoras y señores,
hay tristeza también en esto de las flores).
Claro que en el clarísimo jardín de abril y mayo
todo se ve de frente y nada de soslayo.
Es uno tan jardín entonces que la tierra
mueve gozosamente la negrura que encierra,
y el alma vegetal que hay en la vida humana
crea el cielo y las nubes que inventan la mañana.
Estos mayos y abriles se alargan hasta octubre.
Todo el Valle de México de colores se cubre
y hay en su poesía de otoñal primavera
un largo sentimiento de esperanza que espera.
Siempre por esos días salgo al campo. (Yo siempre
salgo al campo). La lluvia y el hombre como siempre
hacen temblar el campo. Ese último jardín,
en el valle de octubre, tiene un profundo fin.
Yo quisiera decirle otra frase a la orquídea;
esa frase sería una frase lapídea;
mas tengo ya las manos tan silvestres que en vano
saldrían las palabras perfectas de mi mano.
Que la última flor de esta prosa con flores
séala un pensamiento. (De pensar lo que siento
al sentir lo que piensan las flores, los colores
de la cara poética los desvanece el viento
que oculta en jacarandas las palabras mejores.)
Quiero que nadie sepa que estoy enamorado.
De esto entienden y escuchan solamente las flores.
A decir me acompañe cualquier lirio morado;
señoras y señores, aquí hemos terminado.

Carlos Pellicer (1897-1977)
Subordinaciones
Jus, México, 1949

Jueves

Yo me partiera

Yo me partiera de Burgos
para ir a Valladolid;
me encontré con un palmero
que me habló y me dijo así:
“¿Dónde vas, el caballero?
¿Dónde vas, triste de ti?
Muerta es tu linda amiga,
muerta es, que yo la vi;
las andas en que la llevan
de luto las vi cubrir;
los responsos que le rezan
yo los ayudé a decir.
Duques y condes la llevan,
todos por amor a ti.
Al llegar al camposanto
una sombra blanca vi:
cuanto más me retiraba,
más se acercaba ella a mí.
“No te espantes, caballero,
¿por qué me huyes así?
Yo soy la tu enamorada
que me vengo a despedir.”
“Si eres mi enamorada,
¿cómo no me abrazas?, di.”
“Brazos con que te abrazaba
en la mortaja envolví;
boca con que te besaba
a la tierra se la di.”
“Acógeme, mi señora,
en la huesa a par de ti.”
“Vive, vive, enamorado,
vive, pues que yo morí.”

Floresta de rimas antiguas castellanas
Juan Nicolás Böhl de Faber,
Madrid, 1821

Viernes

¡Qué costumbre tan salvaje…

¡Qué costumbre tan salvaje esta de enterrar a los muertos!, ¡de matarlos, de aniquilarlos, de borrarlos de la tierra! Es tratarlos alevosamente, es negarles la posibilidad de revivir.
Yo siempre estoy esperando a que los muertos se levanten, que rompan el ataúd y digan alegremente: ¿por qué lloras?
Por eso me sobrecoge el entierro. Aseguran las tapas de la caja, la introducen, le ponen lajas encima, y luego tierra, tras, tras, tras, paletada tras paletada, terrones, polvo, piedras, apisonando, amacizando, ahí te quedas, de aquí ya no sales.
Me dan risa, luego, las coronas, las flores, el llanto, los besos derramados. Es una burla: ¿para qué lo enterraron?, ¿por qué no lo dejaron fuera hasta secarse, hasta que nos hablaran sus huesos de su muerte? ¿O por qué no quemarlo, o darlo a los animales, o tirarlo a un río?
Habría que tener una casa de reposo para los muertos, ventilada, limpia, con música y con agua corriente. Lo menos dos o tres, cada día, se levantarían a vivir.

Jaime Sabines (1926-1999)
Nuevo recuento de poemas,
Joaquín Mortiz, México, 1977

Sábado

Silencio

En la mesa de la noche
está el vaso de los sueños
y para apagar la sed
las horas lo están bebiendo.
¿Qué haré por la madrugada
cuando despierte sediento,
si ya el agua de mi vaso
se la ha bebido el silencio?
La sábana de mis noches
está deshilando el sueño
y estaré desnudo y frío
cuando vuelva a estar despierto.
Para cobijar mis ansias
en la manta del silencio
¿qué voy a hacer si se fuga
un hilo en cada momento?
Lámpara de mis vigilias
con mechero de lamentos,
está agotando tu aceite
mi sueño de ojos abiertos.
Poco a poco tu llamita
de débil se está muriendo
y para alumbrar mi noche
sólo se enciende el silencio.

Genaro Estrada (1877-1937)
Obras
FCE, México, 1983

Domingo

La durmiente bella

¡Levántate, tenemos la eternidad para dormir!
Omar Jayyám

I
Tarde o temprano
tenías que volver
de tu letargo barbitúrico
de tu mustio desmayo:
hipócrita renuncia a los trajines
Al fin te libraste de esos sueños
de Ardentía
de las almohadillas mimosas y prensiles
Ya era hora que volviendo en ti
atrás dejaras errabundez y eclipses
ciego aleteo de golondrina presa
en un cuarto obscuro,

II
A trasluz del pabellón roído
de un Alto Lecho Imperial
autártica yacías
con la piel notablemente maquillada
con añil posmortem.

Elsa Torres Garza (1957)
Musea
Ediciones Monosílabo,
México, 2018


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