Poema del día

Siete poemas para esta semana. Selección de Felipe Garrido

Domingo, 03 de Marzo de 2019
Por: Felipe Garrido

Un poema al día, para que quienes puedan se lo pongan encima y lo atesoren en la memoria.

Lunes

Frío ígneo / Texto abraso, 1

Pulula en ese cuerpo un ardor.
La primera noche que vi el ígneo síntoma –éste, el de cubrir con brazos cruzados lo que hay dentro del pecho, que a veces es un corazón y otras un vacío dinámico todavía caliente–, no escuchaba viento que movilizara una postura pétrea. Pétreo: de candor fácil de aspirar.
Te dije desde el viento que vino de mí que el silencio que expira no viene con epitafio porque no perece. Y juego a decir que hay un lenguaje que nos entiende, que te dice las mismas cosas a ti y a mí. Que concierne al mundo tu idea de deseo.

Alina Ramírez (1983)
En Las avenidas del cielo. Muestrario
poético de Aguascalientes y Guanajuato
Benjamín Valdivia, editor.
Metepec, Estado de México, 2018

Martes

Por su belleza…

Por su belleza, por su sombra,
por mirar el color de su presencia
y apoyarme en su alterna permanencia
de verde techo y dorada alfombra,
el árbol cultivé que no se nombra;
se transformó su cuerpo en transparencia,
sus hojas y sus frutos, en ausencia,
en un charco de luz su fresca sombra.
Su tronco convirtióse en luz del día,
su copa se volvió el azul del cielo
y el aire devoró todas sus flores;
fue pura nada, pura poesía
lo que cuidé y regué con mi desvelo.
Recoge sueños el que siembra amores.

Rafael Solana (1915-1992)
Los sonetos (1937)

Miércoles

Fanny escribía bien…

Fanny escribía bien. Sus cartas clamaban mi atención. Pero la que escribía esas cartas no era ella, sino la mujer que habría querido ser. Yo mismo me pregunto si quien escribe estas notas soy yo o una versión legible de quien soy. Hay una extraña dignidad en la escritura. Lo que uno percibe como oleaje batiendo incesante contra las costas del cerebro, al descender al papel debe encauzarse en las riberas del lenguaje y adquirir formas inteligibles regidas por el código de conducta de la gramática. El acto de escribir tiene un efecto civilizador para la conciencia. La Fanny airada, irascible, la que me vigilaba, la que con la maternidad perdió la cintura y pensó que yo buscaría esos atributos en otras, la que inició el rastreo celoso de mi vida, mis ropas, mis libretas, y con prolífica imaginación supuso que yo sostenía relaciones pecaminosas, no sólo dentro de nuestra casa, sino en los barrios y salones más chic de París, no era la amorosa Fanny de sus cartas […]

Gioconda Belli (1948)
Las fiebres de la memoria
Seix Barral, Barcelona, 2018

Jueves

Ituzaingo

A esta hora de la tarde
nacía puntual el canto de una muchacha.
La imaginaba, al otro lado de la pared,
con una toalla, cubriendo sus cabellos,
maquillándose frente al espejo.
Un olor, el sonido de una puerta al cerrarse,
el ir y venir entre remolinos de sábanas
y prendas húmedas en el suelo
de esa joven mujer que tanto quise,
aquellos días en que uno se cansa
de dormir en hostales, lejos de todo origen.
Porque ella volverá a cantar, porque estará peinándose,
nunca sabrá que la poseo cuando cierro los ojos
para escuchar otra vez su canto,
nacido de repente en la soledad de esta tarde.
El canto de aquella muchacha de la que ignoro el rostro.

Audomaro Hidalgo (1983)
Parkour pop.ético (o cómo saltar las bardas hacia el poema)
Armando Salgado y José Agustín Solórzano
SEP Dirección General de Educación Superior
para Profesionales de la Educación, México, 2017

Viernes

Del Poema Frustrado

Preludio

Esa palabra que jamás asoma
a tu idioma cantado de preguntas,
esa, desfalleciente,
que se hiela en el aire de tu voz,
sí, como una respiración de flautas
contra un aire de vidrio evaporada,
¡mírala, ay tócala!
¡mírala ahora!
en esta exangüe bruma de magnolias,
en esta nimia floración de vaho
que –ensombrecido en luz el ojo agónico
y a funestos pestillos
anclado el tenue ruido de las alas–
guarda un ángel de sueño en la ventana.
¡Qué muros de cristal, amor, qué muros!
Ay ¿para qué silencios de agua.
Esa palabra, sí, esa palabra
que se coagula en la garganta
como un grito de ámbar
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
Mira que, noche a noche, decantada
en el filtro de un áspero silencio,
quedóse a tanto enmudecer desnuda,
hiriente e inequívoca
–así en la entraña de un reloj la muerte,
así la claridad en una cifra–
para gestar este lenguaje nuestro,
inaudible,
que se abre al tacto insomne
en la arena, en el pájaro, en la nube,
cuando negro de oráculos retruena
el panorama de la profecía.
¿Quién, si ella no,
pudo fraguar este universo insigne
que nace como un héroe en tu boca?
¡Mírala, ay, tócala,
mírala ahora,
incendiada en un eco de nenúfares!
¿No aquí su angustia asume la inocencia
de una hueca retórica de lianas?
Aquí, entre líquenes de orfebrería
que arrancan de minúsculos canales
¿no echó a tañer al aire
sus cándidas mariposas de escarcha?
Qué, en lugar de esa fe que la consume
hasta la transparencia del destino
¿no aquí –escapada al dardo
tenaz de la estatura–
se remonta insensata una palmera
para estallar en su ficción de cielo,
maestra en fuegos no,
mas en puros deleites de artificio?
Esa palabra, si, esa palabra,
esa, desfalleciente,
que se ahoga en el humo de una sombra,
esa que gira –como un soplo– cauta
sobre bisagras de secreta lama,
esa en que el aura de la voz se astilla,
desalentada,
como si rebotara
en una bella úlcera de plata,
esa que baña sus vocales ácidas
en la espuma de las palomas sacrificadas,
esa que se congela hasta la fiebre
cuando no, ensimismada, se calcina
en la brusca intemperie de una lágrima,
¡mírala, ay, tócala!
¡mírala ahora!
¡mírala, ausente de toda palabra,
sin voz, sin eco, sin idioma, exacta,
mírala cómo traza
en muros de cristal amores de agua!

José Gorostiza (1901-1973)
Poesía
Fondo de Cultura Económica, México, 1982

Sábado

Poema de abril

Para mi primo Toño, mi cómplice, mi amigo

Dónde está la bisagra, el picaporte,
el impulso que empuja
hacia la cerradura.
Dejo caer mis palabras
en tu ausencia.
Con los ojos cerrados
aprieto mi memoria,
aparecen las luces de una ciudad lejana,
calles llenas de árboles
que despiden sus hojas en otoño,
el eco de unos niños
jugando en la privada de una casa.
Aparecen los tiempos de estar.
En el espacio antiguo del taller de costura
miro cómo regresan las cosas a su sitio:
el dedal protegiendo el filo de la aguja,
las telas, las tijeras,
las medidas exactas del cuaderno,
el ruido de las máquinas
que unían los reveses del hombro con las mangas,
los alfileres, las gredas blancas indicando los cortes,
el engrudo que pega los botones de lino.
Hoy imploro la luz de esos momentos:
sólo unos niños corriendo hacia la esquina,
un calendario que echa a andar para atrás retrocede en la cuesta
para llegar al punto de partida.
Cuando todo era tácito,
la fortaleza jugaba en nuestra cancha,
¡ah! qué inmensa alegría la de ser cómplices,
la de guardar secretos sin pedirlo.
Cómo hacer para borrar
las canciones aquellas
que iban con nosotros al mar,
la vieja cámara fotográfica del tío
que pescaba el instante más lúcido
de la puesta de sol.
Dibujo en esta página mi nombre letra por letra,
trato de quitar alguna de sus voces
para entender esta parte de la vida que se rompe
como el cristal del vaso que cayó al suelo.
Éste es el mes de abril y llueve
por capricho del viento,
y yo digo que han pasado más años que vivencias,
más distancias que encuentros,
más alertas que sueños.
Quizás alguien espera
del otro lado de la mesa
donde resuena el eco de esta herida
que nunca cicatriza,
que va dejando caer instantes
como pequeñas piedras
por el camino,
para no perder nunca
la esperanza de un posible regreso.

Mariángeles Comesaña
En Inédito diamante. 5 poetas mexicanas
Selección y prólogo de Eduardo Mejía
Ediciones Ikygai, México, 2018

Domingo

Para la abuela, que hablaba con
pájaros creyéndolos ángeles

I
La Abuela abría las puertas de la mañana;
entraba el sol por el balcón cerrado
y un rayo se pegaba a sus gafas solares.
El día andaba ya por los corredores
abrillantando las plumas del pájaro ciego,
jugando un rato con los peces anhelantes
en su marecito engañoso,
y con el caracol de filos negros
en su playa de cristal.
La claridad giraba por los cuartos vacíos
y se escondía entre las cortinas.
De las gafas de la abuela brotaba el día
y bajo mi cama se enroscaban los vientos.
Cerraba los ojos y regresaba al sueño.
Las sábanas me daban una noche que sólo existía ahí
y que se prolongaba por unas horas,
mientras la mañana maduraba
y se caía a pedazos en las calles de color naranja
y en el cielo azul y tonto de los trabajos para vivir.

II
Un polvo limpísimo, casi más fino que el aire de esta mañana,
se levantó cuando abrimos la tumba de la Abuela.
La caja se deshizo y el cráneo que tenía aún su blanca trenza
cayó con tanta gracia, que la tierra se negó a entrar en él.
¡Quién lo dijera!; tú que tanto temías morirte sola
has pasado diez años en la tumba hablando con tus ángeles,
percibiendo las voces de tantas insolentes primaveras.
“La muerte es grande” dices, y la vida se concentra en tu trenza.
No hemos perdido nada. La mañana sigue entrando a la casa;
entrando sin cesar.
Si nada cesa tú nunca cesarás.
La muerte grande te besó en las mejillas
y nosotros lloramos y reímos.
Estábamos contigo.
Tu memoria no se detuvo nunca.

Hugo Gutiérrez Vega (1934-2015)
Las peregrinaciones del deseo
(poesía, 1965-1986)
Fondo de Cultura Económica, México, 1987


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